Rocío subió
a bordo acompañada de Alberto, antiguo corsario y narrador, que participó en la
inauguración de nuestro buque insignia Rascamán, aventurándose en sus primeras travesías por los mares del Nuevo Mundo. Y ante tamaña
sorpresa, la marinería estrechó a Alberto en medio de un barullo monumental, interrumpido por tres
¡Hurras! que hicieron agitarse el velamen de sotavento, mientras este se
resguardaba en un manto de timidez, que no le impidió comprometerse solemnemente
ante los presentes a leernos diversas creaciones en próximas travesías al
tiempo que tras lanzar con enorme
habilidad a 10 metros de altura su sable
persa, lo recogió en el aire con la destreza propia de los espadachines del Siglo de Oro, mientras Enrique recitaba del poemario Miseria:
“Hay tanta miseria en los objetos
que tocan
tantas manos…”
O estos
otros:
“De pie bajo el dintel
contemplo el río que nace
un poco más arriba
detrás de
los ojos”
Contundentes.
De repente,
el capitán mandó levar anclas, y con la
prestancia que la caracteriza, Amelia tras lanzar al aire unas hojas de su
poemario “Mi amante es una Araña”, lanzó su afilada daga y la clavó en uno de los palos del
velamen a la altura de sus ojos pícaros que, tras iluminar sus labios, recitaron
algunos poemas, de los que entresacamos los versos:
“El tiempo
con sus espacios huecos-
………………………………………..
Sólo el
vacío como el envés de la nada”.
O también:
“él, no escucha el lamento de la
yerba.
Me derrota la pisada y su certeza
el crujir
del silencio y su catástrofe”
Sin
comentarios, siempre dueña de una poesía llena de fuerza y vitalidad.
Al tiempo
que el barco aprovechaba el viento para sumergirse en las lejanas aguas del
Océano, León nos trasladó con su novela a las legendarias tierras andalusíes,
y de los descendientes de los antiguos moriscos, ubicados tanto en Andalucía
como en Marruecos.. Nos lleva con voz suave y melancólica al pueblo
marroquí XAUEN, donde nos describe con
vigorosa pluma el lento discurrir del tiempo, cantando en una prosa suave la
partitura invisible de la serenidad y la quietud, al tiempo que intercala párrafos
impregnados de un humor, propio de este
avezado bucanero, indicándonos con mucha gracia que hasta los gatos parecía
que hacían de guías turísticos. Y dicho esto, cerró la narración con el relato de una joven descendiente de
aquellos moriscos expulsados hace 400 años, que viaja a Denia para llevar a su
pueblo marroquí un puñado de la tierra de sus antepasados, reivindicando su
derecho a la nacionalidad española. Viejos moriscos, expulsados en momentos de
la intolerancia castellana y ahora
apiñados en unas tierras marroquíes a las que no reconocéis como propias porque os consideráis descendientes de pobladores peninsulares.
Muy emotivo,
León. Y no olvides las observaciones que te hizo la marinería sobre la
necesidad de suprimir algunos párrafos innecesarios.
De repente,
un brusco viraje del velero me hizo dar un traspiés y saltó el tintero cual
bailarina, taconeando en los flecos del aire, vaciándose en el traje bien
planchado de León, que le puso hecho un cristo, provocando la ira propia de un
viejo lobo del mar, mientras Mª Antonia huía despavorida ante el tumulto
originado por un barril que rodaba por cubierta estrellándose a estribor con
formidable estrépito. Afortunadamente, nuestra marinera logró esquivar las
dificultades propias del vaivén anómalo del barco y, tras dar dos tajos en un astil
molesto, recitó el poema titulado Cruje
la osamenta. Poema enmarcado en la
vejez y que termina con los hermosos versos:
“ Yo la escuchaba
desde mi
lecho verde”
Y no sé cómo
ocurrió pero, de buenas a primeras, Rocío se
concentró en la tarea de poner dorsales a toda la piratería, con sus
correspondientes números; no sin que la tropa opusiese resistencia; pero un campanillazo de
Javier puso las cosas en su sitio, y cada cual tuvo que conformase con el nº
que le había tocado, que lo que no podía ser es que discutiesen entre sí porque
uno tenía menos cincos o seis que otros; ya que el personal consideraba
que eso era una discriminación y una jerarquización innecesaria, amén de
sentirse marcados como ganadería de tracción mecánica y, voto al diablo, que
ellos se consideraban piratas con la dignidad propia del oleaje. Rocío, tras
otro campanillazo, explicó la necesidad de pintar dichos números para conformar
una visión plástica de su relato titulado buscando
un número, en el que narra las vicisitudes de varios cincos y seis,
enhebrando una narrativa llena de
ingenio que terminó con una discusión del matrimonio protagonista entre coger
un 5 o un 6 en un décimo de lotería.
Mientras, Cinta nos amenizaba la tertulia
con el pequeño relato titulado El regalo, en el que se narra una hermosa
historia a través de una botella encerrada en una caja; terminando Mª Juristo
con un poema muy rítmico, jugando con la
magia del color.
“Paredes blanqueaban
encierros
invernales”.
Para
terminar con:
“de una roja
amapola sarracena”
Y se bordan
las 8 de la tarde con el poema de Miguel, Nostalgia
“Ya, reptas
por el sepia de los días
paloma
enferma”
De
pronto un campanillazo nos recordó la hora de tomar el aperitivo: una ración
de anchoas electrónicas con un vaso de vino radiactivo. Una delicia.
Asimismo, Leo nos leyó el magnífico relato Ambrosía, en el que se narran las
vicisitudes de Amida ante el frescor y
el rojo carnoso de una apetitosa sandía. Deseo y sensualidad, que termina con
la rotunda frase:
“Y la cima
de sus senos se irguió en el aire”,
para a continuación, Fenoy leernos unos
versos en los que rebosaba el marxismo duro y puro, y el camino del
proletariado a la victoria final. Los presentes le hicieron varias
observaciones, ya que estaban impregnados de ideología, alejándose de la
materia poética.
A
continuación un zumbido metálico
emitido por un robot volandero nos sobresaltó y el muy condenado, tras describir numerosos círculos alrededor del barco, se dejó caer en la
perpendicular en dirección a cubierta,
cambiando de rumbo dos metros antes de llegar al suelo; momento que aprovechó
para pasearse a ras de nuestras cabezas y dejar un mensaje encerrado en una
botella, al viejo estilo de los náufragos; Javier se precipitó nervioso hacia la botella y tras quitarle el corcho,
leyó en voz alta el siguiente mensaje, ante una tripulación presa de la congoja
y las garras de la incertidumbre:
“Sr.
Capitán, si no entrega a la tripulación que desembarcó en Hispania para
reclamar a voz en grito que le devolviesen el dinero de las preferentes,
profiriendo insultos y demás improperios a los señores Rato y Blesa, violando, de esta suerte, las normas más
elementales de urbanidad, le enviaremos no como en esta ocasión, un dron mensajero, sino un centenar de drones provistos de cerbatanas
electrónicas, pues no es de recibo que personas hechas y derechas siembren
las calles de las ciudades, de vocerío y blasfemias, contaminando de esta
suerte la pureza de las almas infantiles.
Esperando de
su sensatez y cordura, y estando seguro de su interés en no escandalizar a los
escolares por los malos ejemplos de que son portadores dichos sujetos, le
conmino, bajo pena de hundimiento de Rascamán, envíe con la mayor prontitud posible a dichos
adanes u haraganes, como muy bien diría nuestro estimado Presidente Rajoy,
rompeolas de todas las Españas.
Firmado:
el Presidente de la Cofradía de la Santa
Urbanidad y Buenas Maneras de la Gente de Bien”
-¡Y un
garfio, gritó Javier!
-¡Hurra!¡Hurra!,
y tres veces ¡Hurra!
A continuación y tras ligeros titubeos después de
rellenar el tintero, leí el poema Antipaisaje, en el que entre otras cosas
hablé de un ciempiés perseguido por calambres, y otras lindezas rememorando a
los autómatas patizambos. En fin un poema sujeto a revisión y en plena
construcción.
Finalizando
la tertulia, Mª Jesús con el microrrelato OPERACIÓN. En el que se describe con gran ironía el implante de un teléfono
móvil en un paciente.
Muy en tu
línea, Mª Jesús.
Se cierra el
telón.
12 de abril de 2015
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