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domingo, 12 de junio de 2011

35ª Jornada/IV Año: Miércoles, 8 de junio de 2011

Lorca, Granada y la visita de la Tertulia Rascamán

Me empeño en mantener vivas la bitácoras. Les doy calor en invierno y abro las ventanas en verano para que el aire las refresque. Necesitan y piden atención. Sé que tienen su corazoncito y me lo agradecen.

Quedan pocas jornadas para acabar el curso y no quisiera dejar que la desidia nos venza y no queden reflejadas nuestras conversaciones en el Ruiz.

Así que, disciplinado, abro mi cuaderno, saco el bolígrafo y tomo nota de los nombres de los rascamaneros que se reunieron el miércoles 8 de junio de 2011, si no conté mal, fuímos dieciséis: Mª Antonia, Aure, Javier, Juan Antonio, Juan Manuel, José María Herranz, Rocío, Roberto, Ana, David, Olga, Carmenfron, Celeste, Paloma, León y Sagrario.

Hoy somos tanto que decido, sobre todo, tomar nota de lo que cada uno ha traído para leer, quizá tome nota de alguna conversación.

A las seis de la tarde, puntuales, empezamos nuestra charla. Yo he traído el libro de Joan Margarit que acabo de comprar en la Feria del Libro de Madrid titulado "Nuevas cartas a un joven poeta" y leo su definición de poesía, para él tiene que tener dos características: exactitud y concisión.

Hablamos de Margarit y hablamos también de nuestro próximo viaje a Granada. La Tertulia se desplaza los días 17, 18 y 19 de junio a Granada. Allí nos reuniremos con nuestro compañero, el poeta Fernando Soriano, nos acercaremos al mundo lorquiano visitando los lugares donde nació y murió y leeremos nuestros textos en el café "La Tertulia" el sábado 18 por la noche. Estamos ultimando detalles, desplazamientos, alojamiento...

La sorpresa de la tarde ha sido Roberto. Con Roberto coincidí en el Taller de Creación Literaria "Ágata" de Villaverde Alto, quizá hace ya más de catorce años. "Empecé en el Taller con 16 ó 17" me dice Roberto. Ahora ya tiene 33 y un hijo de cinco años.

La vida te va llevando a otros lugares, te separa, pero hay atajos para encontrarnos de nuevo y celebro el habernos reencontrado.

Y casi como una maratón empezamos nuestra lectura.

Lee Mª Antonia un poema que comienza con el verso "Estoy empezando a envejecer". Hay conciencia del paso del tiempo y le aconsejamos que suprima algunos versos a favor de otros que sostienen perfectamente el poema.

Aure nos comenta que antes que escribir poesía está su subsistencia: "primum vivere", Aure.
Lee su poema, excepcional, que remata con los versos:

...lo he conseguido
(...)
soy un poeta maldito.

Aure dice que en su próximo libro no medirá los versos. Quiere probar a sostener el poema sin contar las sílabas. Los poetas, añade, tenemos cinco o seis personalidades.

Me toca a mí leer, pero como no he escrito nada, he querido traer el último libro del poeta Fernando Beltrán, "Donde nadie me llama", que recoge todos sus libros editados hasta ahora.

Leo un par de poemas: "El camión de la lluvia" y "La hija del dragón". Coincidimos en la fuerza de sus imágenes y de su poesía.

Turno para Juan Manuel, lee el poema "Madre". Tan sólo le hacemos mención de una asonancia que debiera evitar y le recomiendo que cierre el poema con el penúltimo verso, que dice:

tratando de abrir tu tumba

Le parece buena opción.

Me detengo un momento, miro la hoja cuadriculada de mi cuaderno y me parece sentir que la bitácora de hoy me sonríe.

Sigo escribiendo.

Juan Antonio nos lee un relato en el que el protagonista es el café Lyon de Madrid. Nos dice que la Tertulia de narrativa que allí se reúne ha tenido una muerte y una resurrección. El café Lyón, en la calle Bordadores.

El nombre de la calle le ha servido para su cuento. En los sótanos del café aún se pueden adivinar fantasmas, habitantes de esa calle, bordadores que cuentan su propia historia.

Es el turno ahora de José María Herranz. Nos lee un largo poema, de versos medidos y perfectos, titulado "La sílaba sagrada". Me gusta la palabra "hecatombe" que cita en uno de sus versos.
Hablamos de cuál es esa sílaba sagrada. Debatimos: "yo", "fe"... Hay opiniones diversas. José María nos aclara su intención: "Dios". Dios y el dinero.

Paloma dice que sin el lector no se completa el poema. Saco el libro de Joan Margarit que cité al principio y leo el párrafo en el que habla de que la Poesía no es posible sin estos tres elementos: "El poeta -poema - lector".

Bien, cedemos la palabra a Rocío. Nos lee un relato antiguo que ha corregido, que se titula "Los espejos de mi madre". Anoto la frase: "prohibido tocar los espejos", porque me recuerda a "Alicia en el país de las maravillas", a Borges y al mito de Narciso.

Ana, recién llegada de su viaje por el sur de Italia nos lee un poema titulado "La ciudad". La ciudad, nos confiesa, es Nápoles.
El poema comienza diciendo:

Caos
más caos

Es clara la imagen de la ciudad. Ana nos dice que ese caos es bello.

Míramos la hora, son casi las ocho. la Tertulia avanza y en mi cuaderno la bitácora me muestra su sonrisa y  es más luminosa.
Algunos se han marchado: Aure, Mª Antonia, Juan Antonio y Juan Manuel.

Lee David un relato que quiere leer en Granada, en el café "La Tertulia", un relato que habla de nuestra Tertulia y de este próximo viaje a Granada:

No era la primera vez que me quedaba mirando...

Aún no lo ha terminado. Corregirá el principio, siguiendo nuestros consejos, pues tarda en entrar en el conflicto. Lo terminará en estos días.

Cita David algunos versos de Lorca en su relato (que no habrá paraíso ni amores deshojados), reconozco en ellos el poema "La aurora" del libro Poeta en Nueva York. Lo incluyo en mi bitácora, mi cuaderno ya ríe con sonrisa franca:

GARCÍA LORCA " La aurora"
(de Poeta en Nueva York)

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados:
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.
 (1929-1930)


Olga toma el relevo de David y nos recita de memoria un poema suyo que empieza:

Ven,
agárrame de la mano...

Celeste lee poemas de Lorca. Eligió a Lorca pues no había traído un poema suyo. Leemos la baladilla de los tres ríos:

Baladilla de los tres ríos ..
El río Guadalquivir
va entre naranjos y olivos.
Los dos ríos de Granada
bajan de la nieve al trigo.

¡Ay, amor
que se fue y no vino!

(...)

Estamos casi acabando, ya son más de las nueve pero la Tertulia se mantiene muy viva, no quiere irse.

Lee Paloma su largo poema. Paloma ha crecido mucho como poeta, sus imágenes son contundentes y esa mezcla de monólogo interior, de deseo, de poética que impregnan sus versos nos mantiene en vilo hasta que termina su lectura.

"Lo que invento es tan real como la vida", dice uno de sus versos.

Si pudiéramos dedicar más tiempo a escribir.  alguien afirma que "el trabajo no es el tiempo que te quita sino la energía que te resta".
Verdad verdadera.

Se marcha Sagrario, se le hace tarde, nos quedamos sin poder escuchar algún poema suyo.

El broche de esta Tertulia es León que nos recita un haiku de memoria que alguna vez ha citado ya y que nos entusiasma:

Gota de lluvia
ojo que inventa el cielo
para mirarse.

Antes de cerrar el cuaderno, mi bitácora me guiña el ojo. Yo también se lo guiño.

Javier Díaz Gil
12 de junio de 2011

lunes, 6 de junio de 2011

34ª Jornada/IV Año: Miércoles, 1 de junio de 2011

Bitácora andalusí


El rincón del Ruiz donde se reúnen los rascamanes tiene baraka. Esta palabra árabe (de donde deriva nuestra “baraja”) se refiere a los lugares benditos, y a las personas afortunadas, que emanan buena suerte, y el bitacorero de esta ocasión la tuvo, y muy abundante, acudiendo el día de Mercurio a llenarse de sus santos efluvios.

La tarde era hermosa como debió de serlo la primera en la que el muecín alabó la grandeza y la misericordia del Único desde la Torre de la Vela, en aquella Granada nazarí que ahora aguarda a los rascamanes susodichos para devorarlos con su magia. (Pobres, no saben lo que les espera; se sentirán heridos para siempre por un amor que no tiene remedio).


¡Granada, ay mi Granada..! Desde el momento mismo en que acudamos al mirador de San Nicolás (antes mezquita) para contemplar la Alhambra, la melancolía se instalará en nuestros corazones y ya no querremos saber nada del resto del mundo. Porque ver la Alhambra es resucitar a Boabdil, ese moro reprimido, y vapuleado, que todos los españoles llevamos dentro:



Ciprés y olivo, cuánto la aceituna


Más amarga del Sur me está amargando,


Ciprés y olivo, con el sol quemando


Sin que encuentre mi pena sombra alguna.


Olivar y ciprés, mala fortuna


Tengan Doña Isabel y Don Fernando


Porque sangró la Alhambra, porque cuando


Lloró Boabdil se suicidó la luna.



Cipreses y olivar, los campos míos

Sin el fuego de Alá yermos y fríos,


Que un dios muerto y su cruz en ellos yace.



Ay, sangre verde de la tierra mía,

Pues eres del Islam, en él confía:


Su yerta luna tras morir renace.



Era también hermosa la tarde del Ruiz, como lo fue aquella noche en la que este cronista albasití escribió los versos anteriores, que tituló “Un morisco regresa clandestinamente a la Alpujarra” y que incluyó en un libro que, tras pasar por las horcas claudinas de un concurso, recibió el menosprecio de ser ignorado. ¡Ay de mi libro!


¡Hay tanto que ignoramos de nuestros ninguneados abuelos musulmanes!


Por ejemplo –le comento a Celia-, casi nadie sabe la historia de los Libros Plúmbeos que dieron origen al Sacromonte, ese lugar mágico adonde inexcusablemente tendremos que acudir. Se la comento un poco por encima mientras el atardecer, de oscuros dedos, estrangula las últimas luces de la hermosa tarde. Fue el último intento de los moriscos granadinos por evitar su expulsión, inventado una confluencia ficticia entre el Islam y el cristianismo (quien quiera saber algo más del tema que acuda a la novela hace poco enviada por mí, vía emiliana, a rascamanes todos).


Hablamos de las dos Granadas, la de los conquistadores cristianos que está en el llano –“La peor burguesía de España”, según la definió García Lorca-, y la de los vencidos musulmanes, que se conserva milagrosamente en el Albaicín y el Sacromonte, con su Plaza Larga, antiguo zoco al que se entra por la Puerta del Peso, la Calle del Agua…, del alma secreta de una ciudad conquistada, pero no vencida.


En esto que llega Rocío y desafía a mi vagancia proponiéndome que escriba esta bitácora, y luego David, a quien felicito por lo bien que escribe, y luego Ana la galaica, que nos alegra a todos con sus risas explosivas, y luego Vicente, quien nos instruye sobre los inicios del Romanticismo alemán, embebido de Calderón de la Barca y otros barrocos españoles, y la conversación, en fin, deriva –como el atardecer hacia la noche- en el tema más literario que existe:


“Podrá cerrar mis ojos la postrera…”


Lo lee Rocío, y la brillantísima sombra del malvado, pero maravilloso Quevedo –Vicente dice que era malísimo- flota sobre todos nosotros.


Hablamos de la muerte, pero ni siquiera nuestros comentarios sobre tan funesta dama logran entenebrecer el fuego magnífico que nos ha dejado este primer día de Juno, la diosa de la fertilidad.


¿De qué más hablamos? No me acuerdo, o no quiero acordarme. Sólo sé decir que salí de aquel lugar lleno de baraka con ánimo jocundo y más ligero que cuando entré, Alá sea alabado.


Siempre tengo las maletas preparadas. Granada nos espera.




José León Cano
2 de junio de 2011