Páginas

lunes, 18 de junio de 2012

32ª Jornada/V Año: Miércoles, 13 de junio de 2012



RECETARIO IMPRESCINDIBLE

Ingredientes

Por piezas, para que conserven todo su sabor, añádase:

- Un Javier (también conocido por Boss), un Alberto, dos Juanes (uno Antonio y otro Manuel), una Antonia, un Pedro (Catalán para más señas), una Juani (hermana de J. María Herranz), una Amparo, un León (de preferencia José), un Carlos (en sus tres variantes, Nosabe, Yasé y Ceballos), una Maria Jesús, un Aure (tal y como se hace llamar), una Ana, una Carmenfron y un Vicente.
-Una botella de vino tinto, un Ribeira Sacra del 2009.
-Un puñado de noticias frescas.
-Anécdotas surtidas, con el mejor sabor posible, como la del Monasterio de Cultura.
-Abanicos, dos.
-Sonrisas.
-Comentarios a media voz.
- Puñales (son imprescindibles para dar sabor).
-Poemas propios o ajenos, relatos, fragmentos de diario, alguna pieza musical, alguna foto. Libros, varios. Kikos picantes.
-Cerezas, dulces, de rojo alizarina y carmín Granza.

Modo de preparación:

Prepare una sala suficientemente grande, instale sillas -o en su defecto silloncitos- y espere la llegada de los ingredientes.
Permita que Javier lea su poema “Y NO ES CIERTO”, inspirado en una foto de J.Ortiz de Mendívil;  notará cómo se enriquece el guiso con su sabor esférico del deseo.
Haga lo mismo con Alberto. Disfrutará con la contundencia vital de Nazim Hikmet, un  poeta turco que escribió poemas tan lúcidos como “ACERCA DEL VIVIR” u obras más planas, a decir de los conocedores de la magna obra de don Miguel de Cervantes,  tal es su homónima “DON QUIJOTE”.
Espolvoree con un poco de Moral Oscilante, que se me antoja color cúrcuma, para evitar la palidez de su receta.
Agregue “CENTENARIOS EN EL CASINO” de Juan Antonio, un relato con protagonistas humanos y animales. Incorpore después “BOLTZMANN” de Juan Manuel, un poema que aúna al físico austriaco con suicidas menos ilustres; y deje que Aure recite “LOS QUE ME ACOMPAÑARON” perteneciente a su colección de memorias poéticas.  Los tres, como Aramis, Porthos y Athos, conseguirán perfumar de armagnac el guiso. Observará que la cocción va cogiendo cuerpo y un precioso color cercano al elegante rojo inglés. Eso es bueno, las letras, las palabras van liberando su aroma como las uvas brunas que sacian la sed de Maria Antonia en su poema “AGUA”.

Cuando el hervor constante y mantenido ligue la salsa, podrá sacar, a demanda de ellos mismos y de sus obligaciones -un apicultor que necesita ejercer su oficio, un tertuliano asiduo de otros lares, le bonhomme qui doit partir- a todos ellos. Su estofado no perderá con ello.

Deje que los recuerdos que duermen en el diario de Juani den un toque nostálgico y deje enfriar con “LA CASA EN LA NIEVE” de Amparo .Hasta su propio aliento se helará, bajo el aparentemente inofensivo mundo que se encierra en una bola de cristal, cuando el terror asome. 

Si lo desea, introduzca en su cazuela “LA MÚSICA DEL TITANIC” un poema-vals de León, proveniente del libro La inteligencia azul de los delfines, azul de Prusia entrelazado al ultramar sobre las olas. La música de sus palabras dará cuerpo a su salsa, le hará vibrar. Y no olvide una pizca de “PRETENDE FILIS” de Carlos, una composición saficoadónica que realzará las notas afrutadas de esta aliño.

Añada un chorreón del vino peleón del brick que María Jesús y sus “REFLEXIONES METAFÍSICAS DE UN MENDIGO BORRACHO” dejan a su disposición, glup, glup y remueva para que “LOS BUENOS DÍAS“ de Ana incorporen una gota de realismo,  gris, como el bituminoso acero de mi caja de óleos.

Antes de retirar el perol del fuego, añada una hojita de laurel y pimienta, que pique bien. Vicente le puede ofrecer un sucedáneo con “LAS MAL CASADAS”  de Luis Alberto de Cuenca.

Ponga la mesa, y disfrute de la buena comida, como de la buena literatura, hasta hartarse.


Paloma Hidalgo
14 de junio de 2012

miércoles, 13 de junio de 2012

31ª Jornada/V Año: Miércoles, 6 de junio de 2012

ENTRE CEREZAS


Dime esos nombres a los que nunca traicionarías
(Alberto Torres)


Antes que Carlos llegase con una caja de cerezas, Fede, el aprendiz de bitacorero, se encontró con Javier en la calle; ambos tenían una cita en el Café Ruiz con Paloma, recién llegada de Moscú, donde había estado una semana compartiendo Picas y algo más que vodka. Lo que pasó es que Paloma tenía a la misma hora clase de francés con Aure, con lo que Fede, un poco tapia y duro de oído, se incorporó a ellos e intentó seguir la conversación con lentos movimientos de cabeza, negando y asintiendo a la vez. Pasaron diez minutos, hasta que el aprendiz se dio cuenta de que el idioma empleado era el mismo que se hablaba más allá de los Pirineos. Sin embargo, Paloma le restó importancia, y sacó unos caramelos rusos: “Kopobka”, que eran como nuestros Huesitos, pero en pequeño formato. Afortunadamente, ella lo dijo en un español perfecto. Buenísimos que estaban. Cuando Fede lo apuntaba en su manual de nombres (quizá pensó que podía ser un nombre ruso), llegó Alberto de improviso, el cual no había quedado con Paloma, sino con Celia, pero le apetecía antes un café y apareció con mochila a cuestas en el lugar donde estábamos; nos encontró hablando de viajes. Fede le preguntó si era torero. Afortunadamente, Alberto le corrigió: bitacorero, aún sólo bitacorero.

Decía antes que el vodka era tema de conversación, pues Paloma, en su viaje, se encargó de probar todos los tipos habidos y por haber en Rusia. Precisamente, Fede, recién llegado de México D.F., se había descargado en su casa –según me contó- media botella de tequila Reposado y mezcal de agave. Mientras, León apareció en el Café con su portátil y visiblemente más delgado (por lo menos, así se lo hizo saber Paloma), el cual había quedado con Ana, pero esta aún no había llegado. Se acomodó entre las sillas y pidió de beber. En suma, el Café era un ir y venir de nombres como si fuera el café de Doña Rosa en La Colmena.

León tenía señales de estar contento y alegrarnos la tarde con una clase de Mitología magistral. Y así fue. Yusuf Ased Albacití –como a él le gusta llamarse- habló del Sol y de la Luna, que eran los ojos del Dios Horus, básicos de la vida humana. También habló de Zeus o Júpiter, de los dioses egipcios, del monoteísmo judeo-cristiano… todo un ensayo fabuloso que mereció el aplauso de los que allí se congregaban. Pero Fede, que recitó un poema recién hecho, hablaba de “soy un eunuco bajo la luz de los eclipses”. Por él hubo sonrisas y silencios.

La cosa siguió en lo alto, pues Aure, después del idioma galo y su plática con Paloma, recitó un soberbio “Te contaré las nubes”. Paloma, que es pintora y escultora, además de madre de tres niños, se manejó bien el lenguaje con Aure, practicaba el francés con un acento increíble, además de la lengua de los abanicos. Sin embargo, no supimos lo que se decían con tanto aire. Javier, hasta ahora en un segundo plano, presentó a la recién llegada Celia a Paloma; “encantada”-dijo esta, y algo no terminó de cuajar… Ana, la que había quedado con León, se presentó con ganas de beberse el mundo, también con un abanico inmenso, precioso. Como los vientos del Sahara, el bora o el lebeche, Pablo los recogió como si se le fuese la vida en ello; pareció llegar con el Siroco dentro, pues quería verse con León y hablar de la diosa de los vientos y de las aguas en la mitología finlandesa. Recién llegado de Tánger (escuché que pasa temporadas allí) Pablo nos deleitó con su “Mareamor”, y también con un nervioso y súbito poema sobre la crisis global, todo ello en alejandrinos. Casi nada. Desde antes, en el ambiente flotaba un ambiente extraño, pues Vicente, que nos leyó luego algo de la revista “El bombín cuadrado”, en la que escribe, hablaba de culturismo y de no sé qué vitaminas para los brazos, y también de testículos (esto venía por el poema de Fede) toda una serie de esdrújulos que realmente nos hizo reír.

Fue entonces cuando Carlos, recién llegado de su finca del valle del Jerte, hizo su aparición: nos regaló una caja de cerezas. No eran unas cerezas cualquiera, eran de un color inusual. Aunque rojas y brillantes, aquello era un color nuevo, una tonalidad diferente. Generoso, puso la caja sobre la mesa y dispensó unos platos para que pudiéramos saborearlas, entre todas las mesas juntas que apenas cabían. Para entonces, ya charlábamos con ruido, y aquella tertulia era un guateque de poetas, un auténtico guateque con desenlace ignorado. Y comenzamos a probar las cerezas… ¿A qué sabían las cerezas? Es cierto que estaban buenísimas, pero no podíamos parar de comer, de reír, de gesticular… Fue precisamente en ese ictus, cuando Paloma (que sabía lo que era el color y que nos debía una clase magistral sobre sus distintos tipos) nos deleitó con sus micro relatos y con “La mujer de su vida”. Puro nervio. Puro amor.

Javier, que había quedado con Paloma, pero que en realidad, también quería verse con Carmen, recitó “Mis amigos”, todo sensible y hablando maravillas de los poetas, de la poesía, que es “cintura (roja) para esquivar el dolor”. Carmen, con vestido estampado, bolso a juego y carpeta llena de versos, había quedado con alguien cuyo nombre no recuerdo ahora, pero lo cierto es que la vimos alegre, con su sonrisa calmada y su collar de misterio: al final, alargó su mano hacia el plato donde se conjugaba, como en una parodia, el hueso con la fruta.

Algo parecido debió pensar Alberto, cuando de súbito nos recitó su poema: “Te quiero esencial”, lleno de fuerza y con el corazón inquieto: “Dime esos nombres a los que nunca traicionarías” o “quiero tu alma en una bandeja”. Nada menos que en una bandeja. ¿Pero, a qué sabían las cerezas? Supe que algo estaba ocurriendo, pues Vicente (¿o se llamaba Federico Trillo?) habló de “5 mg de haloperidol tres veces al día” o de algún nombre parecido, de una sustancia a la que Ana, la del abanico, estaba acostumbrada a escuchar, pues replicó a Vicente que eso era medicina para los vejetes cuando se les tiene que dormir en un sanatorio. El mismo Vicente también habló sobre la bipolaridad y la esquizofrenia, unos temas, por cierto, de un rojo frenesí, y de Santa Teresa, que era epiléptica. Ana, en ese preciso momento, aprovechó para leer “Fruta robada”, un original poema sobre un hurto más allá del río Miño. Fede le preguntó si era un poema erótico, y ella, despechada, lo negó, aunque después dijo: “es que estoy excitada con las cerezas”. Y aún dijo más, casi en diálogo morse: “¡pues tú has hablado de los eunucos!”… Celia, al acecho, miró hacia otro lado, como si en el ambiente se detuviera un cierto gas de la risa…

Al final, Carmen leyó un relato corto sobre un mandarín y una cortesana, cuando ya los platos estuvieron vacíos, o mejor, llenísimos con huesos, es decir, con la cereza desnuda. Carlos habló de las órbitas elípticas y de los amigos de Mob, palabra por cierto que puede significar acoso. Y todos estábamos allí sobrecogidos, con la voz quebrada, saboreando las últimas, las esenciales y redondas cerezas… Algo se volvió tragedia y dolor en ese instante, epílogo sin remedio, porque Paloma Sánchez -la otra Paloma- recitó “escribir un drama es más fácil que la risa” y “en el nombre de nadie, por los siglos de los siglos. Amén”.

(No sé qué pudo pensar el aprendiz de bitacorero, si se marchó con un buen sabor de boca, o si intuyó que aquello no hizo más que empezar. Creo que se quedó con una buena impresión. Un día después quedé con él y no le quise preguntar, pero me regaló su catálogo, su sencillo manual de nombres. En él, estaban recogidos todos aquellos que aquella tarde tuvieron una cita en el Ruiz).



Federico Monroy
10 de junio de 2012

martes, 12 de junio de 2012

30ª Jornada/V Año: Miércoles, 30 de mayo de 2012

“Ava Gardner reincarnated as a magnolia”

A veces uno no sabe si debe contar entre los contertulios a los autores que se nombran. Porque me da la impresión de que cada vez que nombramos a uno de ellos toma su silla y se acerca a la mesa del Ruiz con nosotros para hablarnos de su obra.

Pero es que eso sucedió el miércoles 30 de mayo de 2012.

Porque en la Tertulia del Ruiz tomaron asiento John Steinbeck junto a Robert Louis Stevenson, fueron los primeros. John de la mano de León para hablarnos de su libro “Los hechos del rey Arturo” y Robert Louis de mi mano para recordarnos la maravilla de su “Isla del Tesoro”.

Y allí estábamos los cuatro cuando se fueron acercando a la Tertulia Mercedes Rodríguez de la Torre junto a María Antonia Copado, Juan Antonio, Amparo -nuestra insigne traductora-, el joven Andrés París y Alberto Torres, Paloma Sánchez, Ana González, María Jesús y Carmenfron.

Y la conversación inicial en la que participaban Steinbeck y Stevenson giró en torno a locos y visionarios y planteaban que en qué época hubiéramos querido vivir. “En el siglo XVIII, el siglo de las luces”, dijo León sin dudarlo.

León-Steinbeck regalan su libro y la más rápida en pedirlo es Mercedes. León-Steinbeck le arrancan la promesa de que debe dejar la lectura que tenga ahora entre manos para empezar sin demora el libro. “Esta noche mismo”, afirma ella.

Mercedes nos anuncia que el miércoles 6 de junio de 2012 hará una lectura dramatizada de una obra de teatro de la que es autora: “Un día cualquiera”. En esa lectura interviene también nuestro compañero poeta José María Herranz.

Mª Antonia anuncia que ella no podrá ir pues estará de viaje por tierras gallegas.

Comenzamos a leer y es León quien inicia los turnos con dos poemas. “Corpus Sapiens”, un acertado soneto que irá para la próxima edición de Poesario. Y otro magnífico “Toulouse-Lautrec intuye su próxima muerte”.

Del fondo del pasillo surgió la figura, que acerca su silla a nuestra mesa, del poeta José Agustín Goytisolo. El gran poeta de la generación del 50 nos recuerda su idea de que él prefiere que recuerden sus poemas aunque no recuerden quién los escribió. El poema sobrevive al poeta.

Le contesta León a Goytisolo con una frase-adivinanza quizá: “Lo importante del cometa es su brillo y no su estela”.

Mercedes nos lee de su libro recientemente publicado un poema lleno de emoción: “Recuerdo postrero”. Mercedes es poeta pero sobre todo rapsoda. Aparece en su poema el término “calcinado” y hablamos del buen uso de la palabra. Referida a la combustión de seres vivos. Aparecen en la conversación términos mal utilizados como “álgido” que significa el punto de menor temperatura en un proceso físico y sin embargo se utiliza en sentido opuesto. O “explotar” como mal sinónimo de estallar.

Y planteo yo qué diferencia hay entre asombrar y sorprender. Miro a Steinbeck y a Stevenson que miran a su vez a Goytisolo y asienten. Saben la respuesta pero con un gesto les pido que guarden silencio.

Asombrar viene de sombra, tiene un componente de miedo, de susto.

Juan Antonio dice que desde el punto de vista de la Psicología llevamos una sombra dentro.

A raíz de este asombro y de su miedo, Mª Antonia nos cuenta una experiencia que tuvo que definimos como un viaje astral por lo que cuenta.
Sintió miedo de no poder regresar a su cuerpo.

Lee Mª Antonia su poema y aparecen símbolos como la roca –que para ella representa al amante- y Dédalo. Hablamos de Mitología. Le contamos a Andrés quiénes eran Dédalo, Ícaro, el Minotauro, Ariadna… entre León y Amparo desentrañan el misterio.

Decidimos que el próximo día vamos a iniciar una nueva sección en la Tertulia. Uno de los rascamanes se encargará de contarnos a los demás un episodio mitológico. León se ofrece voluntario para el próximo miércoles.

Lee Juan Antonio una nueva versión de su poema “El viento del Sahel” que leyó en la anterior tertulia. Ha cambiado algunas expresiones. Mejor, mucho mejor ahora.

Llega un SMS. Lo recibe Alberto: Amelia ha tenido una nieta. Acaba de nacer. ¡Enhorabuena Amelia!

Alberto defiende una máxima: “hay que evitar la unión de adjetivos seguidos si no aportan nueva significación al adjetivo primero”.

Antes un SMS y ahora una llamada a mi móvil. Es Sagrario, que se acuerda mucho de nosotros pero que anda malita y no puede venir a la Tertulia como ella quisiera. Ponte buena en seguida, te necesitamos.

Turno de lectura de nuestra traductora. Y, mientras saca de su carpeta el folio que va a leer, entran por la puerta del brazo nada menos que Ava Gardner y la escritora canadiense Margaret Atwood. Ava Gardner nos mira con sus ojos felinos y tristes.

Amparo ha traducido el poema de Atwood (y Margaret Atwood está muy feliz por ello) titulado “Ava Gardner reincarnated as a magnolia”.

Las dos, Ava y Margaret, al igual que todos nosotros (y John y Robert Louis y Goytisolo) escuchan con los ojos muy abiertos y emocionados la lectura. Primero, una parte del texto original en inglés. Después, la versión en castellano de Amparo.

Impresionante traducción. Ava –le brillan los ojos- arranca a aplaudir y todos la seguimos.

Después de esta lectura, es el turno de Andrés París, su poema contra la guerra con versos como “la instantánea costumbre del reloj de cuco”. Gran poema. Andrés tiene mucho que decir en Poesía, y lo veremos.

Alberto Torrres, nuestro novelista cumple su promesa. Ha traído su primera novela publicada para leernos parte de un capítulo. “Morir a la hora del té” está escrita en 1997. Un año y medio de escritura intenso, nos dice.

El capítulo que nos lee transcurre en 1872, durante el reinado de Amadeo de Saboya y se titula “Atardecer en Villa Victoria”. Nos ha encantado. Le pedimos una copia de su novela. La distribuiremos entre los compañeros de la Tertulia y la leeremos con sumo interés.

En silencio, apenas nos dimos cuenta hasta que ocupó su sitio junto a Goytisolo, llega el poeta Claudio Rodríguez. Viene a escuchar a Paloma Sánchez decir de memoria un poema suyo, del libro “Don de la ebriedad”: Siempre la claridad viene del cielo…

Y lee Paloma el texto en el que trabaja, sus Cantos.

Esta vez, sin saber que está emulando a Ava Gardner, es Claudio quien arranca el aplauso, se le une Ava y después todos nosotros. Ambos me miran, cómplices.

Esta tarde han sido dos los aplausos: para Amparo y para Paloma.

Casi estamos cerrando Tertulia.

María Jesús ha traído una obrita de teatro, con dos personajes, uno masculino y otro femenino. Juan y Lola y los interpretan Alberto y Paloma. Las Torres Gemelas caen como fondo del drama.

Carmenfron nos lee un relato “Eboly”, una historia violenta con final trágico en el que triunfa desgraciadamente la xenofobia. Es parte de una trilogía, nos aclara Carmenfron.

Ana González nos invita a lo que hemos consumido. Hace poco fue su cumpleaños.

Recogemos nuestros papeles, nos despedimos. Steinbeck, Stevenson, Goytisolo y Claudio, Ava y Atwood y también un tímido Toulouse Lautrec que ha permanecido de pie, escondido, en silencio tras la columna salen mientras nos prometen volver.

Antes de irse, Robert Louis Stevenson me pregunta por Rocío. “Ella sabe por qué”, me dice, “compartimos algunas cosas…”

La Tertulia de hoy se cierra. Pero ya estamos pensando en el regreso el próximo miércoles.
Y Goytisolo me repite desde la puerta: “Que recuerden nuestros poemas, nuestros relatos, no importa que olviden nuestros nombres”.


Javier Díaz Gil
12 de junio de 2012