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lunes, 30 de abril de 2012

26ª Jornada/V Año: Miércoles, 25 de abril de 2012

Bitácora demasiado autobitácora (con perdón) 


El hombre de madera, mi amigo imaginario, no acudió a la cita que habíamos concertado en la puerta del Retiro para contarme sus secretos. Tal vez acuda otro día, pero de momento la melancolía me invade. Menos mal que, como siempre, encuentro un lenitivo en el Ruiz: sirve a los poetas para navegar a la luna, su patria natural, y a los contadores de historias para huir de la peste que asola Florencia. 

Aquella Florencia apestada de la que huyeron los personajes de Bocaccio es hoy esta ciudad que atosiga el cuerpo y envenena el alma con sus ruidosos metales semovientes. Donde “el vulgo errante, municipal y espeso” (* Rubén Darío) sobrevive cariacontecido en un magma de precariedad. Peste de ediles y corregidores. Pobre Madrid, agarrado y embotellado entre Anas de peluquería y Esperanzas que sólo saben bailar cha-cha-chá. 

Pero el Ruiz es otra cosa; el Ruiz es una gota de miel con jengibre: dulce y energético; un castillo bien almenado, un nido de letras donde los que intentamos ir de vuelo hallamos descanso y, a veces, hasta depositamos huevos que ora germinan en nuevas letras, ora son beatíficamente devorados por la concurrencia, para general contentamiento.

Bueno, pues allí que dejo un huevo, no mío sino de Álvaro Cunqueiro. Consiste en cumplir lo amenazado y darme el gustazo de leer su “Epístola de Santiago Apóstol a los salmones del Ulla”, tan sabrosa que dan ganas de irse a predicar a esos peces gallegos para luego digerirlos en la paz de la siesta, bajo el rumor de los eucaliptos. Ana la rubia, que es celta por los cuatro costados, se conmueve con la prosa de su paisano, primigenia y brillante, como de rocío matinal, y confiesa que lo conoció a través de sus exquisitas recetas de cocina.

Cuando vuelva a la adolescencia me iré a vivir a Galicia y acabaré escribiendo como Cunqueiro, entre salmones, centollos, percebes, viños verdes y lo que haga falta, para que no decaiga la fiesta hasta que La Pelona la clausure; me iré a soñar a Galicia sin Ana o, mejor, con ella, que es un amor.

Aunque no sea galego, sino andalusí, y albacetense por más señas.

Mañana propicia a morriñas y saudades. Llueve y se está bien en casa recomponiendo el gastado rompecabezas de la memoria. Carlos Ceballos (antes Carlos Nosé) cuenta finas historias, llenas de erudición y sabiduría, al tiempo que devora con despaciosidad galletas de herbolario que probablemente sirvan para curar vaya usted a saber qué alifafes. Paloma Hidalgo sobrevuela nuestras cabezas, potente como un halcón, mientras da conocer su poema “La vida”, donde también llueve, donde “los ojos tristes de la tierra lloran; donde llueve “sobre la tierra escarmentada, arrastrando la muerte, dando paso a la vida”.

Y sobre los nueve rascamanes reunidos (el benjamín París, Alberto el vasco, la delicada Copado, la sabia Rocío, la poeta- silenciosa en esta ocasión- Nuño, yo mismo y los antes citados), sobre todos nosotros llueven también “lágrimas perfumadas de jazmín y bergamota”.

Pero vamos de cuentos y salen a colación los nombres de Jumpa Lahiri, la yanqui de origen hindú, y su novela “Tierra desacostumbrada”, profunda  y conmovedora; de Flanery O´Conor, la norteamericana que escribió desde su Georgia natal algunos de los mejores cuentos del siglo pasado; de Alice Munro, esa venerable canadiense que por tener “Demasiada felicidad” se convirtió en otra cuentista avasalladora, etc.

Me pregunto si independientemente de la gran valía de estas señoras no estaremos invadidos con exceso por los prestigios del imperio gringo, por los esplendores de la lenga anglosajona, en menoscabo de otros/as autores de no menos valor, pero menos divulgados por pertenecer a otros ámbitos culturales de menor consideración desde los paradigmas de lo literariamente correcto… Muchos son los garbanzos que se cuecen, y muy diferentes las salsas que se proponen, en esta villa florentina de café con leche desde la que se divisa, a lo lejos, la tristeza y el drama de la apestada ciudad.

Amo profundamente a la Norteamérica que ha dado a mi imaginación dos piernas poderosas: el cine y el jazz. Y una estrella que me guía y me deslumbra: John Steinbeck, de quien estoy leyendo sus maravillosas “Uvas de la Ira”. Hay otra Norteamérica que no me resulta tan simpática, por ser harina de muy otro costal, y no vamos a entrar en detalles.

Pero tampoco hay que otear horizontes lejanos para embriagarse con relatos magníficos. Sin ir más lejos, tengo a mi derecha a Rocío, quien nos cuenta una delicia erótica que, sin llegar a la procacidad de Bocaccio, presta al Ruiz la sensualidad decameroniana  que conviene a estos tiempos revueltos, lluviosos y fríos.

Rocío –“¡Ay, mi Rocío…!”- toma como hilo conductor una balada de Otis Redding, “Sitting on the rock of the bay”, o algo así, y con él va tejiendo una historia: “Yo tenía veinte años y tú un coche blanco…”, “Cuando mientes te tiembla un poquito el labio de arriba…”, “Era octubre y tú sabías dónde perderte…”, una historia sobre el amor y la soledad, en la que describe, con la maestría que la caracteriza, ese primer encuentro en el asiento trasero de un coche en sombras, esa explosión de lujuria tierna y pura que todos añoramos cuando los años van hundiendo su lenta daga en el corazón. Un asiento trasero en el que “se desabrochó el pudor y se desnudaron mis veinte años”… ¡Qué gusto!

Se me pide que vuelva a la palestra y, como hay que entretener a los huidos de Florencia con algo picantillo, recito dos sonetos bajo la advocación de aquella diosa que el también renacentista como Bocaccio, Sandro Botticelli, pintó para que me enamorara de sus sagrados ojos azules y su cabellera de oro, mientras brotaba de la espuma del mar, en la galería florentina de Los Oficios, en mi primer viaje a Italia, cuando yo tenía veintiún años.

Uno de ellos empieza: “Tu nalga, colofón del paraíso, que enciende arterias, entusiasma plumas…” y el otro: “La punta de mi lengua tiene escrita la oscura voluntad de tus pezones…” El aire frío de la tarde se va calentando.

Ana, para no ser menos, lee un poema en el que su corazón se acelera casi al borde del infarto.

Y qué a gustito que estamos todos, tan calentitos.

Carlos Ceballos lee un poema-infinito, “Génesis”, que busca el principio de los principios como quien se mira en una galería de espejos enfrentados hasta que el último reflejo del autocomplaciente Narciso se pierde en la nada: “En el origen era yo tecleando un poema sobre el origen…”

El benjamín, París, recita un poema de tumulto, con algunos versos muy luminosos. Desde luego, promete. Le digo que no deje de escribir, que en la adolescencia y en la primera juventud es cuando surgen las imágenes más rompedoras.

Alberto el vasco lee un poema suyo, de amor y melancolía, donde afirma que “en mi cuerpo se encuentran todas las respuestas”. Verso magnífico: en qué otra parte pueden hallarse; a qué otra verdad podemos aspirar que no esté inscrita en la naturaleza. Me recuerda otro mío, algo satánico, Alá me perdone: “No hay más alma que el cuerpo y el tiempo es su profeta…”

La sensualidad beatífica del cuerpo, los esplendorosos sueños eróticos del cuerpo, esos que nunca te abandonan, así tengas cien años.

Llueve, llueve, llueve… Yo creo que el hombre de madera no acude a mi cita, porque como llueve y está el aire tan húmedo teme descomponerse. Algo me dice, sin embargo, que acudirá. Tal vez cuando salga el sol, que siempre sale, y en esa esperanza sí que confiamos cuantos huimos -pero siempre volvemos- de la ciudad apestada.

De ser así, prometo contarlo.


José León Cano
30 de abril de 2012

sábado, 21 de abril de 2012

25ª Jornada/V Año: Miércoles, 18 de abril de 2012



El miércoles es día de bajar a la plaza.

El miércoles es día de bajar a la plaza. Chica, da gusto llegar. Ya sabes que entre los ultramarinos y la confitería está el puesto de Rascamán. Pues sólo por acercarse, uno pagaría. Ese aroma con que te recibe a libro recién impreso, esa vista limpia del mármol liso del mostrador, sobre el que parece fueran a servirte de inmediato un café con leche humeante, acompañado de las palabras más exquisitas... 

Aunque parece mentira el tiempo que tienes que esperar hasta que te atienden...  Eso también es verdad. Hay que ver lo que vende Rascamán, que no hay un solo día que no haya que pedir la vez. Pero es que este miércoles, este miércoles parecía que lo regalaban chica, 18 ó 19 personas que tenía delante. No te digo más. 

Claro que por otro lado, así te da bien de tiempo para pensar qué quieres. Porque mujer todo está tan recientito, tan humeante, tan bien presentado a la vista (que estos, de negociantes, un rato...) que no sabes ni qué llevarte. Ya puedes revisar el monedero antes de ir, que vas a volver con él pelaíto, pelaíto. “Por favor que me lo envuelvan todo”. Porque además sabes que te lo vas a llevar en cucuruchos de esos de toda la vida, esos de papel estraza, como te lo daban en las tiendas de antes... Incluso con la cuenta apuntada a lápiz por la parte de fuera.

Con decirte que el otro miércoles acababan de recibir un libro de poemas que bueno, bueno, bueno. “La lengua de los ciegos” que se titulaba. Y tenía una pinta... Del gaditano Fede Monroy. Como si lo terminaran de pescar. El que estaba a mi lado me dio un codazo nada más que salió: “Este ya pueden llevárselo, que he oído decir que los poetas viven menos que los narradores” Hija, me dio un vuelco el corazón, al escuchárselo. Alberto Torres se llamaba el que me lo dijo: “Pero ¿Cómo sabe usted tanto? Le pregunté. “De buena tinta, que lo sé: A los 63 los poetas y a los 65 los narradores” me dijo muy misterioso pero ahí que nos clavó con la sentencia delante del mostrador. Claro no me extraña que otro que también estaba esperando la vez, Juan Manuel Criado, saltara como hablando para sí mismo: “¿Entonces los que tenemos setenta años es que somos malos poetas?”. Que lo dijo así como quién no quiere la cosa, pero le oímos todos, que el que más o el que menos hasta se santiguó. 

Y quizás fuera por eso que detrás del mostrador una voz comenzara a gritar: “Poesario, al rico Poesario, venga chicas a revolver”. Y mientras gritaba el de la voz, venga a darle vueltas a aquel potaje de huesos con letras que habían bautizado de Poesario... Échale. “Pero Javier, niño...”. Javier Díaz lleva vendiendo en Rascamán la friolera de doce o catorce años, ahí es ná... Que vale para todo el muchacho, ha sido el mancebo, el de las colgaduras, el de la caja registradora, el minorista, el mayorista, el dueño y porque no hay más, así de espabilado nos salió... “Pero Javier, niño...” repitió Aureliano Cañadas, poeta de pro y mercader de poemas donde los haya: “Que yo quiero decir que primero hay que ver cómo sigue la gobernanta, que estaba pachucha...” Y claro, ante el potaje de huesos, oír aquello de que la gobernanta andaba pachucha... daba que pensar. Cómo que nos volvió a sobresaltar a todos los que allí esperábamos... Y Javier Díaz entonces, que conoce el negocio y vio el temor en nuestros ojos de rascamanes, agarró el puchero con las dos manos, se dio media vuelta y todavía caliente y humeante, a la trastienda que lo llevó. Al regresar solo dijo: “El 7 de mayo lo vuelvo a sacar, que después de unos días, está más rico, como las lentejas”. 

No acababa de decirnos aquello cuando José León, un histórico del verso, se saca del bolsillo jengibre y le dice al Poeta Cañadas: “Tú tómate esto que vas a ver... gloria bendita... que ya lo dijo Isabel Allende en Afrodita”. Un revuelo entre la clientela de nuevo, que ni te imaginas... “Mágico”, apostilla el misterioso Alberto, el que sabía de la longevidad del género y otras hierbas... Y el dueño del jengibre aún concluyó “Las hemorroides son algo mental”.  

¿Locura? No por Dios, sólo poetas...

Bueno, bueno, a ver ¿Quién va? En eso que llegó otro parroquiano: Andrés París que llegaba por primera vez al puesto de Rascamán. Allí ya estábamos: Juan Manuel Criado, María Antonia Copado, Javier Díaz, Alberto Torres, Celia Cañadas, Aureliano Cañadas, David Lerma, Ana Delgado, y una servidora, Rocío Díaz, que ya no sabía ni qué apuntar en su lista de la compra, ni a qué atender, entre tanta algarabía.

Otra vez el del mostrador que nos azuza: “Por favor, el siguiente, por favooor...” Y Juan Manuel Criado que levanta el dedo y dice:”Me toca a mí, a ver, me das medio kilo de versos y me lo haces “Sin palabras”: “Ni la canción emerge en la colina/ solo cenizas retratadas de aquel campo...” Es que Juan Manuel es hombre de “licencias poéticas en el tren” pero a la hora de la verdad muy silencioso. 

Muy bien ¿Quién va ahora? “Yo, dice otra vez Alberto Torres, pero no quiero nada, gracias” Arrea, qué pensarían en otros puestos, si viene alguien espera su turno y luego no quiere comprar nada... Pero chica, aquí en Rascamán, eso es de lo más corriente, a veces se vienen los parroquianos por estar un rato, por disfrutar de la mercancía y la compañía... Con el olor a palabra y el sabor a Literatura te vas más que servido, te lo digo yo... que alguna vez que otra, también lo he hecho, te confieso.

Pero el miércoles pasado, después le tocó el turno a María Antonia Copado que pidió un poema cosmopolita como buen gourmet “París: Caminaba por la Gran Avenida de tu mano/ de tu brazo prendida de tus ojos...”. De pronto vuelve a estallar el alboroto porque todos los clientes a la vez comenzaron a comentar el género: “Que si está más fresco, que si el fondo, que si la forma... Que si hay algo entre comillas que avala la mayoría, que si hay unas técnicas que hay que tener en cuenta...” Chica, debates de mercados de tertulia que de pronto se originan entre todos los clientes, como si en vez de un puesto, aquello tratara de una subasta, a ver quién da más por este poema, quién da más por aquel. Están tan vivos estos rascamanes... tan vivos.

Ay... Vengaaaa, vengaaaaa que haya paz, ¿A quién le toca? ¡Vamos! ¿David Lerma no le tocaba a usted? Javier Díaz no se tutea con el cliente Lerma. Dice que es un Señor de la Palabra y que no merece otro trato. El señor Lerma, con lenguaje preciso y bien argumentado sólo quiere llevarse un pedazo de Tertulia pero que por favor esté: “Amena, animada, alegre, viva, lúdica, divertida, nutritiva, enriquecedora, impredecible, sorprendente, rijosa, espontánea, explosiva, enervante, dispersa, plural, contradictoria, ruidosa, escandalosa, larga, apretada, gamberra, ácrata, caótica, agotadora, memorable, irrepetible, única, humana, hermosa...”. “Si no le importa Señor Lerma como me va a llevar un tiempo preparársela al punto que usted desea, lo hago cuando termine con todos estos clientes ¿No le importa verdad?” “Por supuesto que no” Dice Lerma, tan educado y distinguido como siempre. El, que es un señor, es un señor hasta en el mercado.

 Celia Cañadas levanta la mano: “Bueno, pues hoy querría un poema con solera, bien curadito por favor, ese, ese de ahí que lleva un letrero “Del amor y del dinero”... Le quiero hacer a mi santo para cenar un caldo a la manera de Quevedo, o mismamente a la de Muñoz Seca tan sabroso que se chupe los dedos...”. Todos los demás alabaron lo curado que parecía el poema que le estaban envolviendo, menuda veta de ocurrente poema que tenía... Por aquello del parentesco, es el turno de su padre, el mencionado Cañadas, que se quiere llevar un poema más reciente, al lado del de su hija como si fuera lechal, “No he conocido a nadie tan valiente”: “Ir y venir por esa mar océana...”

 ¿Y será por aquello de la mar que, mientras levantaba el dedo, el siguiente cliente pidió un puñadito de sal? Fede Monroy se llamaba y lo hizo con estas palabras: “Largo tiempo usada la sal/ deja su nombre en los rincones”.

Era el turno de León Cano, el del jengibre y los hombres de madera. “Sé que eres un hombre de madera pero no te delataré” le dice al tendero Javier antes de pedir una de cuento con visos de novela para cocinarlo despacio. “Decía Cicerón que el estilo es el carácter” le dijo también mientras esperaba las vueltas. No sin antes aconsejarnos que fuéramos a Toledo, a una calle de nombre “El hombre de palo”, en honor de Turriano, el de los autómatas. Da gusto esperar la vez detrás de José León Cano, porque te hace la espera muy amena con su sabiduría de albaceteño de pro. 

A Ana Delgado le llegó la vez. Todos callados escuchamos su pedido de versos delicados y perfectamente construidos: “De haber sabido entonces de estos días/ de este instante con su luz...” Qué lujo cuando Ana viene a Rascamán y se amontona ahí con nosotros delante del mármol haciendo dibujitos en los rincones de su lista de la compra.

En cuánto un rascamán terminaba de pedir, el clamor de los demás comenzaba a subir y a subir y a subir e inundaba el puesto de rascamán de voces varias.

Una voz comenzó a gritar para hacerse escuchar entre el alboroto del puesto. “La llamada” dijo esa voz más grande que la boca de la que salía, esa voz más grande que el cuerpo que la profería. ¿Carlos Nosé o Carlos Yasabe? Ya sabe mucho sí,  Carlos, mucho, mucho, cuando recita ante el mostrador lo que quiere llevarse: “Hay nubes que se crecen y hacen nubes...” 

Benedetti decía que se escribe con el culo. Hemingway lo hacía de pie. Los rascamanes se multiplican sentados escuchando, hablando, escuchando y hablando. ¿Cuándo pidieron que les pusieran un ombligo? ¿Quién dijo que no invitaba a la reflexión? ¿Cuándo dijeron que los nietos se escapaban del campo semántico? El campo semántico lo pide Paloma Sánchez. Seguro, segurísimo. ¿Cuándo había llegado, no pidió la vez? 

De pronto allí estaban también: CarmenFron, Amelia Peco, Ana González, Paloma Sánchez, Vicente (Vicentrillo) y José María Herranz. ¿No te decía que el miércoles pasado parecía que lo regalaban? 

Carmen Fron, tampoco quería nada, venía a disfrutar de lo que pedían los demás. Le tocaba el turno a Andrés París, que pidió un poema sazonado de imágenes: “Llegó la corona de la margarita...” Otra vez todos los clientes comienzan con sus comentarios sobre el género poético: El poema debe ser evocador, hay que romper el verso, y corregir y corregir, corregir hasta quedarse con sed... ¿Sed?

“Por favor, por favor los del fondo no hablen todos a la vez...” dice el coordinador del puesto ¿Quién va? ¿Quién va ahora? Ana Gonz levanta la mano y repite entre las voces que tiene sed: “Tenemos mucha sed”. ¿Qué pasa hoy que piden sal y al mismo tiempo claman de sed los rascamanes? Y como si predicara en el desierto Paloma Sánchez comienza con su salmodia de imágenes: “Hazme una pregunta imposible... Nadie fija mi sed en la arena del tiempo... derrótame a fuerza de caricias...” Porque ella pide en el mostrador paquetes de significados, muchos paquetes de significado con un mismo hilo argumental. 

El poema tiene que valer más que todas su partes. Enseguida me apunto esto último. Que no se me olvide, que no se me olvide. Y cuando me toque a mí que me lo envuelvan que me lo llevo. ¿Suscita emoción? Esto también, esto también me lo llevo. ¿Tendré suficiente dinero? 

Bueno ya parece que me va tocar, cada vez quedan menos rascamanes por pedir delante de mí. ¿A quién le toca? Amelia Peco levanta el dedo para pedir un microrrelato de poquísimas líneas: “Auxiliadora de la Perfección hablaba y hablaba estirando las palabras...” 

Ya no sé cuántos quedábamos delante del mostrador de Rascamán. Pero lo que sí sé es que quedaba poco género que comprar. José María Herranz levantó su mano: “¿Por favor me toca ya?” “Claro que sí, dijo una voz popular. “Bien, pues hoy me gustaría llevarme un relato con sabor fuerte, un aire a últimos de los ochenta y de titulo Destrucción”. Diligente y a párrafos se lo cortó Javier para que se lo llevara. Y mientras lo partía iba diciendo: “Las cosas se agotan, todo tiene su fin...”


Chica ¿qué más quieres que te diga? A esas alturas del miércoles y después de tanto tiempo ahí, de pie derecho, esperando mi turno, ya no te puedo decir si al final yo pedí lo que llevaba en mi lista de la compra: “La mansa sombra de la musa”, o no lo pedí. El caso es que me fui con el carrito lleno de poemas, algún que otro relato ¿dos?, un par de micros y un ramillete de voces y versos que se desparramaba por todas partes de tan hermoso como era. Ni terminar de cerrar el carro bien, me dejaba. Y así me lo traje, hasta arriba de palabras envueltas en papel de estraza, que aún queda semana hasta el miércoles que viene, que vuelva a bajar a la plaza. Porque hay un género muy bueno en Rascamán. Hay que hacer cola, sí. Pero mujer... ¿y la calidad que tiene...? Bueno, el monedero... El monedero, no he querido ni mirar... Miedo me da lo cara que está la buena literatura, miedo me da, fíjate bien lo que te digo... Miedo me da. Ay, cuando yo te cuente, cuando yo te cuente lo que yo llevo gastado en ese puesto de Rascamán... No te lo vas a creer. No te lo crees. Eso seguro. 




Rocío Díaz Gómez
20 de abril de 2012

sábado, 14 de abril de 2012

24ª Jornada/V Año: Miércoles, 11 de abril de 2012

DE JARDINES

Semanas atrás encontré un invernadero en el que medran palabras que se enredan en los sentidos, el lugar perfecto para el cultivo del alma. Adicta como soy -lo reconozco sin rubor por otra parte- a los jardines de bolsillo, a los libros, es fácil comprender que haya regresado. Y que otros también lo hayan hecho.
María Antonia fue la primera, y pronto se incorporaron expertos en floricultura de muy diversa índole: Javier, León, María, Juan Antonio, Rocío, Federico, Juan Manuel, Alberto, José María, Carmen, Amelia, Laura, Ana, Carlos y Vicente.

El Ensayo sobre la Ceguera de Saramago y su tristeza tuvieron acomodo en las macetas por sembrar,  hasta que un León, ese que encuentra que éstos son malos tiempos para la lírica, consiguió con sus ironías levantar las nubes que amenazaban al sol. Después la exquisita Trenza de Cascante que trajo Javier nos condujo a otros mundos, el de los regalos compartidos, el de los sabores de la buena poesía…

Federico estrenó su voz gaditana en la tertulia, habló de su Arcos de la Frontera, un pueblo precioso al decir de los allí reunidos que además de belleza atesora poesía y leyendas. León nos ilustró con la de la mujer que voló.

De mi cosecha llegaron Sastres y Modistas de Taberna, abrí la siembra. María Antonia trajo dos rosas, rojas, preciosas, en sus poemas de amor Mujer Mía y París. León, con el aroma de Málaga a flor de piel, recitó un soneto, un fantástico equilibrio de emociones y deseos que a algunos nos erizó la piel.

María trajo un relato largo, Carne de Otro, finalista en el Certamen de Cuentos de la Granja en 2003; una prolija descripción, un bosque de árboles caducifolios en los que las hojas vuelven a ser las mismas que fueron: el eterno retorno, la reencarnación en uno mismo, un bucle vital que nos condujo a parterres en los que la multiplicidad del universo, el chamanismo y la física cuántica brotaron libres.

Juan y su Futuro en Escalas nos demostraron que la inspiración florece en sus palabras y en sus silencios y que cualquier época del año es primavera. Y llegó Rocío con Aquella Pequeña Piedra Pintada, con Marieta, con su banco, con esa enfermedad y todos nos empapamos con la magia que nace de sus letras, con el verde de la esperanza que crece en sus cuentos. Las sonrisas que cosechó eran tan frescas como su prosa. Un deleite.

Fede, para los amigos, y sus poemas He llegado a Arcos y Si te recuerdo, nos abrieron la puerta de su sentir. Brotes llenos de fuerza empapados de sur. Alberto con su Suerte de un Verso Suelto(*) recordó su primera tertulia, madreselvas que tienen que seguir creciendo.

Nos visitaron insectos ávidos del polen nutritivo;  estoy convencida de que las abejas atómicas y las hormigas Maya volverán sin duda a la arrizafa. Y por un momento, convertidos en viejas espiamos tras los visillos cuando Amelia y sus poemas sin título llenaron el aire con la pasión de un encuentro que pudo ser y no fue. El amor transgresor de barreras impuestas por códigos de conducta, elevó la temperatura, las risas y los comentarios, y por un momento, el perfume de jazmín y azahar de las Mil y Una Noches pudo respirarse sin mesura.

Laura y su juventud reinaron después con los limones partidos, con su mundo al revés en el que los ratones persiguen a los gatos; espigas cimbreantes que fueron en el taller ahora convertidas en grano. Ana puso los colores al rojo vivo, al rojo de la desigualdad y de la vergüenza. En África o en Europa, igual da Sus Colores delatan el conformismo de género y su denuncia aporta mantillo al terreno fértil ya.

En tiempos de crisis y el Mar de Isabel fueron las obras de Carlos. Con la primera consiguió coronarse como rey de las ironías, merecida corona de mirto y laurel. Con la segunda nos trajo Guinea a la pupila y al pulso.

Vicente volvió a quedarse sin leer porque la hora le ganó la mano.

Pero hubo palabras para el recuerdo, Usera, calamares, cortinas, San Blas, playa…sin olvidar tiquismiquis, o taikismaikis, a gusto del consumidor; a las que yo añado otras: placer, honor, lujo, agrado, bienestar, contento, delectación, gozo, regalo, disfrute, que son las que mejor retratan mi sentir.


(*) SUERTE DE UN VERSO SUELTO

Me presenté sin avisar,
debe ser que me gusta
porque lo hago a menudo.
Escribí en un buscador de Internet:
“Tertulias literarias de Madrid”.  
Pulsé una tecla
y allí estaban:
Javier,  Rocío y Paloma.
Después vinieron todos los demás.   
Había caminado bajo la lluvia
por las calles de Malasaña,
 en busca de no sé qué 
para ese mal de artitis  
que me lleva de cabeza.   
No fue tan difícil:
una tecla, un paraguas, unas botas.
Señoras y señores,
poetas y poetos,
musas y musos. 
Pasen y vean.   
En la Tertulia Rascamán del Café Ruiz,
los miércoles a las dieciocho horas,
aceptan,
al menos en los día de lluvia,
corazones furtivos
y versos sueltos.  

(Alberto Torres)



Paloma Hidalgo
13 de abril de 2012

martes, 10 de abril de 2012

23ª Jornada/V Año: Miércoles, 4 de abril de 2012


Miércoles santo de 2012

-          Entonces, ¿reconoce los nombres de esta lista: Paloma Hidalgo, Javier, Rocío, Alberto Torres,  Amelia, Paloma Sánchez, David, Vicente, Aureliano…?
-          Vagamente
-          Haga memoria, fue un miércoles santo. El 4 de abril de 2012.
-          Ha pasado mucho tiempo agente, ¿cómo quiere que me acuerde de lo que ocurrió hace meses?
-          Hay testigos que lo relacionan a usted con la desaparición de la Tertulia.
-          No se ande con rodeos, sé que me han detenido por asesinato múltiple.
-          Sí, es cierto. La camarera encontró diez cadáveres poco después de las nueve y media de la noche en el café Ruiz el día de miércoles santo de 2012. Se asomó al lugar de la Tertulia extrañado de que no se hubieran marchado tan puntuales como siempre a eso de las nueve. Es usted uno de los criminales más buscados de Europa. Dígame, ¿dónde ha estado todo este tiempo?
-          En Talleres de escritura creativa, no te jode. A usted qué le importa.
-          Diez, diez cadáveres. Soy policía y hago las preguntas.  Usted llegó a publicar en Italia un pequeño libro de poemas, ¿cierto?
-          Hace demasiado tiempo de eso. Era demasiado joven. Luego escribí relatos, alguno hasta ganó algún premio.
-          ¿Por qué dejó la Literatura?
-          Digamos que ella me dejó a mí. Cuando una historia de amor acaba a quién le importa quién de los dos  fue el infiel o si se acabó el amor. El amor es una mierda, agente, casi tanto como la poesía.
-          Haga memoria, ¿qué sucedió ese miércoles santo?
-          No era la primera vez, ¿sabe?
-          ¿Qué quiere decir?
-          Antes lo había hecho con otras Tertulias: el Gijón, la del Círculo, la del Lyon…
-          Le escucho…
-          Pero estos parecían distintos, sí, parecían gente normal, allí reunidos en torno a su mesa hablando de sus cosas…
-          ¿Los reconoce en estas fotos?
-          Esta chica pelirroja.
-          ¿Rocío?
-          Sí, esa. Llegó hablando de que había pasado por Espasa Calpe y se había comprado un libro titulado “Cómo NO escribir una novela”. La rubia hablaba de que estaba en una escuela de escritores en un curso de novela.
-          Paloma Hidalgo
-          Y que andaba metida en no sé qué cofradía del cuento.
-          ¿A usted le molestó el comentario?
-          Digamos que empezaron a removerse en mi interior viejos fantasmas… El que parecía el jefe de aquello sacó un ordenador y les mostró a todos una imagen de un libro en cuyas primeras páginas se hablaba de un cuento titulado “Monoteísmo”.  Me pareció un tío afectado, propenso al exhibicionismo. Yo me acordé de las otras Tertulias mientras él seguía buscando en Internet ejemplos de nanorrelatos.
-          ¿No decía usted que no se acordaba de nada?
-          ¿A usted no le mienten nunca? Me he pasado meses reviviendo la escena. Joder, nanorrelatos, tuvo que decir nanorrelatos. La sangre me subió a la cabeza y vi sus rostros deformados y sus voces parecían radios mal sintonizadas, ruidos incomprensibles. Ellos no me veían pero yo sí les podía observar.
-          Nanorrelatos…
-          Sí, nanorrelatos. Tardé en calmarme. No quise escuchar lo que decían pero me atrajo la atención la llegada de un novelista. No me enseñe la foto, le recuerdo perfectamente. Alberto.
-          Alberto tuvo mala suerte. Era su primer día de Tertulia. Estaba terminando de escribir su segunda novela.
-          Y el último día. Dígalo, tenga cojones de decirlo. Jajaja… ¿Cree que soy un psicópata? ¿Me tiene miedo, verdad? Usted sí me conoce, agente… pero ellos no sabían nada de mí…
-          Mire sus fotos, ¿qué pasó luego?
-          Empezaron a leer lo que traían escrito. La rubia, Paloma Hidalgo, leyó dos microrrelatos. El que parecía el jefe, sacó un poema sobre el que discutieron. “Cuánto tiempo hace” se titulaba.
-          ¿Sólo leían?
-          Leían y hablaban. Hablaban de la escritura de novela como un oficio. Y esa otra Paloma de las fotos, la morena de pelo corto, recomendó un libro de un francés, Tournier.
-          Michael Tournier apareció muerto en su casa unas semanas después de lo del Ruiz. Usted lo sabe…
-          Sabía dónde encontrarle. Anótelo, anótelo. Escriba en su ridículo cuaderno. Un muerto más o menos, qué más da. Un muerto más, agente, es un libro menos en nuestras vidas…
-          Tournier…
-          Tournier, sí. También lo anotaban ellos, estos que me miran desde sus fotografías, en sus cuadernos en el Ruiz. Y anotaban que Alberto no lee mientras escribe y que ese tal David, lee cosas con cuidado y que tengan que ver con la novela que escribe.
-          ¿Y ya no leyeron más? Mire las fotos, cójalas en su mano…
-          Eso esperaba yo, que pararan. Pero comenzaron a leer uno detrás de otro.  Esta, Rocío, un relato sobre la tristeza. Alberto, el novelista, leyó dos poemas. La de esta foto, Amelia, dos poemas también,  esta otra, la otra Paloma, la morena, leyó también un poema, el dieciséis, no me pregunte porqué recuerdo el número, el Canto dieciséis. Y este, el anciano del grupo apareció para leer un poema. Quería marcharse en seguida. Jajajaja, no pudo irse.
-          ¿Por qué? ¿Por qué lo hizo?
-          Por el mismo motivo por el que decidí visitar el café Lyón, el Gijón, el Círculo… Son una peste. Lo merecían.
-          Nadie merece morir.
-          Agente, un escritor muerto es un libro menos en nuestras vidas… Por cierto, una última cosa antes de que me pongan las esposas y me lleven, quizá le haga un favor… Dígame… ¿sabe usted quién es Lorry Moore? Estas últimas semanas, antes de detenerme, estuve en América, agente. Investigue… Lorry Moore… Lorry Moore… Lorry Moore… ¿le suena?

Javier Díaz Gil
10 de abril de 2012

viernes, 6 de abril de 2012

22ª Jornada/V Año: Miércoles, 28 de marzo de 2012

 Pedro Catalán, dramaturgo español (Madrid, 1956)

Tras elevar anclas, partimos hacia alta mar, con la bodega bien pertrecha de provisiones de todo tipo. La verdad es que las sardinas que pescamos el día anterior nos estaban sabiendo de rechupete. Pocos manjares hay como los pescados frescos. La mar estaba tranquila y hacía un sol de agradecer. Algunas gaviotas se posaban de vez en vez en el palo mayor, mientras unos paseaban por cubierta, y otros/as dormitaban plácidamente con la ayuda del sol del mediodía. Todo un espectáculo. De la civilización no nos ocupábamos. Ni maldita la falta que hacía. Lo nuestro era navegar: millas y millas marinas en busca de la aventura, amenizados con la “Canción del Pirata”, que se había convertido en el santo y seña de la tripulación. A  Javier y a mí nos faltaba una pata de palo; pero nos conformamos con un bastón, y para completar la película nos pusimos unas gafas con un cristal coloreado de negro. Y la verdad, no se crean, no causábamos gran impresión en la tripulación. Ni caso. Como mucho nos sonreían pero poco más. Así es que en vista del éxito optamos por ignorarlos y vestirnos con nuestros pertrechos habituales. Y a lo más que nos atrevimos es a mirar a través del catalejo, por si aparecía algún barco dispuestos a abordarnos; porque ya se sabe, no te puedes fiar de nada en los tiempos que corren. En cualquier momento puede saltar la liebre y, por dónde menos te lo esperes, los famosos “mercados” son capaces de confiscarnos el barco y las provisiones. Menudo temporal, como nos descuidemos nos dejan en paños menores, sujetos en alguna tabla, esperando que nos rescate algún acorazado. Porque esta gente es así: te quitan el barco, y te dejan a tu suerte entre el vaivén del oleaje.

Como el calor comenzó a apretar nos bajamos a la bodega y allí nos esperaba Mª Antonia, toda rebosante de gozo. Feliz, simplemente. Nos había preparado toda suerte de pastas para celebrar su cumpleaños, y recibir felicitaciones por la presentación tan emotiva de su 2º libro: “La mujer de la Lluvia”, y comenzamos a leer el poema de Mª Antonia: Un simple monigote. Poema duro, bastante conseguido y  yo diría que mágico.
Rocío, como siempre, nos amenizó la tertulia, con la lectura de su cuento: “ Mi peor cuento”, que narraba la soledad en que la tenía sumergida el abandono de la inspiración, con múltiples imágenes, como “mi miedo está muy mayor”, que lo mejor es leerlas en el libro de cuentos que me prometió, de próxima aparición. Le tomo la palabra. Singular nuestra compañera Rocío. Notable. Qué cosas tiene. Tuvimos una discusión tonta al terminar la lectura. ¿Que qué era? Nada, que se había enfrascado en si dejar la terminación del cuento con punto final o suspensivos. Y le decía que con punto final, que de suspensivos nada, que no cuadraba. Y ella muy agresiva, que quién me había creído que era, que lo que procedía eran puntos suspensivos. Que no, que punto final. Pues tu a mí no me dices que finalice nada. Bueno, un cisco, porque nos separaron... Y como le dije: a mi como si quieres poner un florero encima del último punto.
Un beso Rocío.

Tras un forcejeo, no sé con quién, Juan Antonio, nos leyó el poema “viejos abismos”, poema conceptual que nos describe los tiempos actuales.

Pedro Catalán nos hizo reír con su pequeño miniteatro leído.Una delicia. Unos monólogos de padres y (el colega), en el que nos presenta el mundo al revés: el hijo totalmente metido en la literatura, con un lenguaje muy de “colega”, y los padres empeñados en apartarle del pernicioso contacto con la cultura. Estupendo. Muy ágil y divertido el pequeño libreto.

Javier, nos sorprendió con un haiku:

“Siente la luz.
Oficio de tinieblas:
La poesía”.

Le apunté por mi parte que lo de oficio de tinieblas era un término muy conocido; pero bueno, el artista es el que decide, ¿no?

Asimismo, tuvimos el placer de escuchar a una nueva tertuliana: Paloma. Que nos leyó dos minirrelatos seleccionados en distintos concursos, y que por lo que pudimos apreciar, no sería nada extraño, que fuesen premiados. Muy buenos. Te felicitamos.

Aureliano, que llevaba ausente bastante tiempo por problemas de salud, afortunadamente le vimos hecho un roble, nos leyó un poema lleno de nostalgia, en la línea de las últimas composiciones en los que emula   tiempos pretéritos y las gentes que los habitaron. Todo un placer.

Carlos, que, una vez más, no tuve la fortuna de escuchar nada de lo que escribe;  hizo aportaciones interesantes, tratando de matizar algunos de los poemas que se habían leído.

Leí mi poema: “Uganda 1980”.

David estaba indispuesto, había dado un viraje el barco, y se encontraba un tanto mareado. Le perdonamos,  con la promesa que en el próximo puerto nos leerá el siguiente capítulo.

Los marineros ausentes se encontraban guardando cama, según nos han hecho saber mediante telégrafo, pues sin darnos cuenta los dejamos en tierra, y ni cortos ni perezosos trataron de darnos alcance subidos en un esquife (bote con dos proas), rema que te rema, tratando de alcanzarnos, y sin tan siquiera poder llamarnos por el móvil -los muy condenados estaban sin batería-. Y no sabían aprovechar el movimiento de las olas para recargarlas. Nada, un desastre de personal, sin conocimientos científicos y tecnológicos acordes con el mundo en que vivimos. Un desastre. Si lo llego a saber no les contrato. Que se hubiesen quedado de estibadores, que es lo que se les da bien. Dos días dale que te pego a los remos, y eso que íbamos despacio, tratando de alcanzarnos. La verdad, nos pareció ver en alta mar un móvil muy extraño; pero no caímos en la cuenta. Amén que no hicimos recuento de la tripulación Toda una odisea. Extenuados, sin víveres, ni agua, fueron rescatados por un barco pesquero; pero eso sí, tras seguir los pasos de Ulises, en una aventura, que seguro nos relatarán en los próximos capítulos. Tal audacia no merece menos.
Arroparos bien, compañeros.

Juan Manuel Criado Manzano
5 de abril de 2012