El miércoles es día de bajar a la plaza.
El miércoles es día de bajar a la plaza. Chica, da gusto llegar. Ya sabes que
entre los ultramarinos y la confitería está el puesto de Rascamán. Pues sólo por
acercarse, uno pagaría. Ese aroma con que te recibe a libro recién impreso, esa
vista limpia del mármol liso del mostrador, sobre el que parece fueran a
servirte de inmediato un café con leche humeante, acompañado de las palabras más
exquisitas...
Aunque parece mentira el tiempo que tienes que esperar
hasta que te atienden... Eso también es verdad. Hay que ver lo que vende
Rascamán, que no hay un solo día que no haya que pedir la vez. Pero es que este
miércoles, este miércoles parecía que lo regalaban chica, 18 ó 19 personas que
tenía delante. No te digo más.
Claro que por otro lado, así te da bien
de tiempo para pensar qué quieres. Porque mujer todo está tan recientito, tan
humeante, tan bien presentado a la vista (que estos, de negociantes, un rato...)
que no sabes ni qué llevarte. Ya puedes revisar el monedero antes de ir, que vas
a volver con él pelaíto, pelaíto. “Por favor que me lo envuelvan todo”. Porque
además sabes que te lo vas a llevar en cucuruchos de esos de toda la vida, esos
de papel estraza, como te lo daban en las tiendas de antes... Incluso con la
cuenta apuntada a lápiz por la parte de fuera.
Con decirte que el otro
miércoles acababan de recibir un libro de poemas que bueno, bueno, bueno. “La
lengua de los ciegos” que se titulaba. Y tenía una pinta... Del gaditano Fede
Monroy. Como si lo terminaran de pescar. El que estaba a mi lado me dio un
codazo nada más que salió: “Este ya pueden llevárselo, que he oído decir que los
poetas viven menos que los narradores” Hija, me dio un vuelco el corazón, al
escuchárselo. Alberto Torres se llamaba el que me lo dijo: “Pero ¿Cómo sabe
usted tanto? Le pregunté. “De buena tinta, que lo sé: A los 63 los poetas y a
los 65 los narradores” me dijo muy misterioso pero ahí que nos clavó con la
sentencia delante del mostrador. Claro no me extraña que otro que también estaba
esperando la vez, Juan Manuel Criado, saltara como hablando para sí mismo:
“¿Entonces los que tenemos setenta años es que somos malos poetas?”. Que lo dijo
así como quién no quiere la cosa, pero le oímos todos, que el que más o el que
menos hasta se santiguó.
Y quizás fuera por eso que detrás del mostrador
una voz comenzara a gritar: “Poesario, al rico Poesario, venga chicas a
revolver”. Y mientras gritaba el de la voz, venga a darle vueltas a aquel potaje
de huesos con letras que habían bautizado de Poesario... Échale. “Pero Javier,
niño...”. Javier Díaz lleva vendiendo en Rascamán la friolera de doce o catorce
años, ahí es ná... Que vale para todo el muchacho, ha sido el mancebo, el de las
colgaduras, el de la caja registradora, el minorista, el mayorista, el dueño y
porque no hay más, así de espabilado nos salió... “Pero Javier, niño...” repitió
Aureliano Cañadas, poeta de pro y mercader de poemas donde los haya: “Que yo
quiero decir que primero hay que ver cómo sigue la gobernanta, que estaba
pachucha...” Y claro, ante el potaje de huesos, oír aquello de que la gobernanta
andaba pachucha... daba que pensar. Cómo que nos volvió a sobresaltar a todos
los que allí esperábamos... Y Javier Díaz entonces, que conoce el negocio y vio
el temor en nuestros ojos de rascamanes, agarró el puchero con las dos manos, se
dio media vuelta y todavía caliente y humeante, a la trastienda que lo llevó. Al
regresar solo dijo: “El 7 de mayo lo vuelvo a sacar, que después de unos días,
está más rico, como las lentejas”.
No acababa de decirnos aquello cuando
José León, un histórico del verso, se saca del bolsillo jengibre y le dice al
Poeta Cañadas: “Tú tómate esto que vas a ver... gloria bendita... que ya lo dijo
Isabel Allende en Afrodita”. Un revuelo entre la clientela de nuevo, que ni te
imaginas... “Mágico”, apostilla el misterioso Alberto, el que sabía de la
longevidad del género y otras hierbas... Y el dueño del jengibre aún concluyó
“Las hemorroides son algo mental”.
¿Locura? No por Dios, sólo
poetas...
Bueno, bueno, a ver ¿Quién va? En eso que llegó otro
parroquiano: Andrés París que llegaba por primera vez al puesto de Rascamán.
Allí ya estábamos: Juan Manuel Criado, María Antonia Copado, Javier Díaz,
Alberto Torres, Celia Cañadas, Aureliano Cañadas, David Lerma, Ana Delgado, y
una servidora, Rocío Díaz, que ya no sabía ni qué apuntar en su lista de la
compra, ni a qué atender, entre tanta algarabía.
Otra vez el del
mostrador que nos azuza: “Por favor, el siguiente, por favooor...” Y Juan Manuel
Criado que levanta el dedo y dice:”Me toca a mí, a ver, me das medio kilo de
versos y me lo haces “Sin palabras”: “Ni la canción emerge en la colina/ solo
cenizas retratadas de aquel campo...” Es que Juan Manuel es hombre de “licencias
poéticas en el tren” pero a la hora de la verdad muy silencioso.
Muy
bien ¿Quién va ahora? “Yo, dice otra vez Alberto Torres, pero no quiero nada,
gracias” Arrea, qué pensarían en otros puestos, si viene alguien espera su turno
y luego no quiere comprar nada... Pero chica, aquí en Rascamán, eso es de lo más
corriente, a veces se vienen los parroquianos por estar un rato, por disfrutar
de la mercancía y la compañía... Con el olor a palabra y el sabor a Literatura
te vas más que servido, te lo digo yo... que alguna vez que otra, también lo he
hecho, te confieso.
Pero el miércoles pasado, después le tocó el turno a
María Antonia Copado que pidió un poema cosmopolita como buen gourmet “París:
Caminaba por la Gran Avenida de tu mano/ de tu brazo prendida de tus ojos...”.
De pronto vuelve a estallar el alboroto porque todos los clientes a la vez
comenzaron a comentar el género: “Que si está más fresco, que si el fondo, que
si la forma... Que si hay algo entre comillas que avala la mayoría, que si hay
unas técnicas que hay que tener en cuenta...” Chica, debates de mercados de
tertulia que de pronto se originan entre todos los clientes, como si en vez de
un puesto, aquello tratara de una subasta, a ver quién da más por este poema,
quién da más por aquel. Están tan vivos estos rascamanes... tan
vivos.
Ay... Vengaaaa, vengaaaaa que haya paz, ¿A quién le toca? ¡Vamos!
¿David Lerma no le tocaba a usted? Javier Díaz no se tutea con el cliente Lerma.
Dice que es un Señor de la Palabra y que no merece otro trato. El señor Lerma,
con lenguaje preciso y bien argumentado sólo quiere llevarse un pedazo de Tertulia pero que por favor esté: “Amena, animada, alegre, viva, lúdica,
divertida, nutritiva, enriquecedora, impredecible, sorprendente, rijosa,
espontánea, explosiva, enervante, dispersa, plural, contradictoria, ruidosa,
escandalosa, larga, apretada, gamberra, ácrata, caótica, agotadora, memorable,
irrepetible, única, humana, hermosa...”. “Si no le importa Señor Lerma como me
va a llevar un tiempo preparársela al punto que usted desea, lo hago cuando
termine con todos estos clientes ¿No le importa verdad?” “Por supuesto que no”
Dice Lerma, tan educado y distinguido como siempre. El, que es un señor, es un
señor hasta en el mercado.
Celia Cañadas levanta la mano: “Bueno, pues
hoy querría un poema con solera, bien curadito por favor, ese, ese de ahí que
lleva un letrero “Del amor y del dinero”... Le quiero hacer a mi santo para
cenar un caldo a la manera de Quevedo, o mismamente a la de Muñoz Seca tan
sabroso que se chupe los dedos...”. Todos los demás alabaron lo curado que
parecía el poema que le estaban envolviendo, menuda veta de ocurrente poema que
tenía... Por aquello del parentesco, es el turno de su padre, el mencionado
Cañadas, que se quiere llevar un poema más reciente, al lado del de su hija como
si fuera lechal, “No he conocido a nadie tan valiente”: “Ir y venir por esa mar
océana...”
¿Y será por aquello de la mar que, mientras levantaba el
dedo, el siguiente cliente pidió un puñadito de sal? Fede Monroy se llamaba y lo
hizo con estas palabras: “Largo tiempo usada la sal/ deja su nombre en los
rincones”.
Era el turno de León Cano, el del jengibre y los hombres de
madera. “Sé que eres un hombre de madera pero no te delataré” le dice al tendero
Javier antes de pedir una de cuento con visos de novela para cocinarlo despacio.
“Decía Cicerón que el estilo es el carácter” le dijo también mientras esperaba
las vueltas. No sin antes aconsejarnos que fuéramos a Toledo, a una calle de
nombre “El hombre de palo”, en honor de Turriano, el de los autómatas. Da gusto
esperar la vez detrás de José León Cano, porque te hace la espera muy amena con
su sabiduría de albaceteño de pro.
A Ana Delgado le llegó la vez. Todos
callados escuchamos su pedido de versos delicados y perfectamente construidos:
“De haber sabido entonces de estos días/ de este instante con su luz...” Qué lujo cuando Ana viene a Rascamán y se amontona ahí con nosotros delante del
mármol haciendo dibujitos en los rincones de su lista de la compra.
En
cuánto un rascamán terminaba de pedir, el clamor de los demás comenzaba a subir
y a subir y a subir e inundaba el puesto de rascamán de voces varias.
Una
voz comenzó a gritar para hacerse escuchar entre el alboroto del puesto. “La
llamada” dijo esa voz más grande que la boca de la que salía, esa voz más grande
que el cuerpo que la profería. ¿Carlos Nosé o Carlos Yasabe? Ya sabe mucho sí, Carlos, mucho, mucho, cuando recita ante el mostrador lo que quiere llevarse:
“Hay nubes que se crecen y hacen nubes...”
Benedetti decía que se
escribe con el culo. Hemingway lo hacía de pie. Los rascamanes se multiplican
sentados escuchando, hablando, escuchando y hablando. ¿Cuándo pidieron que les
pusieran un ombligo? ¿Quién dijo que no invitaba a la reflexión? ¿Cuándo dijeron
que los nietos se escapaban del campo semántico? El campo semántico lo pide Paloma Sánchez. Seguro, segurísimo. ¿Cuándo había llegado, no pidió la vez?
De pronto allí estaban también: CarmenFron, Amelia Peco, Ana González,
Paloma Sánchez, Vicente (Vicentrillo) y José María Herranz. ¿No te decía que el
miércoles pasado parecía que lo regalaban?
Carmen Fron, tampoco quería
nada, venía a disfrutar de lo que pedían los demás. Le tocaba el turno a Andrés
París, que pidió un poema sazonado de imágenes: “Llegó la corona de la
margarita...” Otra vez todos los clientes comienzan con sus comentarios sobre el
género poético: El poema debe ser evocador, hay que romper el verso, y corregir
y corregir, corregir hasta quedarse con sed... ¿Sed?
“Por favor, por
favor los del fondo no hablen todos a la vez...” dice el coordinador del puesto
¿Quién va? ¿Quién va ahora? Ana Gonz levanta la mano y repite entre las voces
que tiene sed: “Tenemos mucha sed”. ¿Qué pasa hoy que piden sal y al mismo
tiempo claman de sed los rascamanes? Y como si predicara en el desierto Paloma
Sánchez comienza con su salmodia de imágenes: “Hazme una pregunta imposible...
Nadie fija mi sed en la arena del tiempo... derrótame a fuerza de caricias...”
Porque ella pide en el mostrador paquetes de significados, muchos paquetes de
significado con un mismo hilo argumental.
El poema tiene que valer más
que todas su partes. Enseguida me apunto esto último. Que no se me olvide, que
no se me olvide. Y cuando me toque a mí que me lo envuelvan que me lo llevo.
¿Suscita emoción? Esto también, esto también me lo llevo. ¿Tendré suficiente
dinero?
Bueno ya parece que me va tocar, cada vez quedan menos
rascamanes por pedir delante de mí. ¿A quién le toca? Amelia Peco levanta el
dedo para pedir un microrrelato de poquísimas líneas: “Auxiliadora de la
Perfección hablaba y hablaba estirando las palabras...”
Ya no sé cuántos
quedábamos delante del mostrador de Rascamán. Pero lo que sí sé es que quedaba
poco género que comprar. José María Herranz levantó su mano: “¿Por favor me toca
ya?” “Claro que sí, dijo una voz popular. “Bien, pues hoy me gustaría llevarme
un relato con sabor fuerte, un aire a últimos de los ochenta y de titulo
Destrucción”. Diligente y a párrafos se lo cortó Javier para que se lo llevara.
Y mientras lo partía iba diciendo: “Las cosas se agotan, todo tiene su
fin...”
Chica ¿qué más quieres que te diga? A esas alturas del miércoles
y después de tanto tiempo ahí, de pie derecho, esperando mi turno, ya no te
puedo decir si al final yo pedí lo que llevaba en mi lista de la compra: “La
mansa sombra de la musa”, o no lo pedí. El caso es que me fui con el carrito
lleno de poemas, algún que otro relato ¿dos?, un par de micros y un ramillete de
voces y versos que se desparramaba por todas partes de tan hermoso como era. Ni
terminar de cerrar el carro bien, me dejaba. Y así me lo traje, hasta arriba de
palabras envueltas en papel de estraza, que aún queda semana hasta el miércoles
que viene, que vuelva a bajar a la plaza. Porque hay un género muy bueno en
Rascamán. Hay que hacer cola, sí. Pero mujer... ¿y la calidad que tiene...?
Bueno, el monedero... El monedero, no he querido ni mirar... Miedo me da lo cara
que está la buena literatura, miedo me da, fíjate bien lo que te digo... Miedo
me da. Ay, cuando yo te cuente, cuando yo te cuente lo que yo llevo gastado en
ese puesto de Rascamán... No te lo vas a creer. No te lo crees. Eso seguro.
Rocío Díaz Gómez
20 de abril de 2012
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