El rincón del Ruiz donde se reúnen los rascamanes tiene baraka. Esta palabra árabe (de donde deriva nuestra “baraja”) se refiere a los lugares benditos, y a las personas afortunadas, que emanan buena suerte, y el bitacorero de esta ocasión la tuvo, y muy abundante, acudiendo el día de Mercurio a llenarse de sus santos efluvios.
La tarde era hermosa como debió de serlo la primera en la que el muecín alabó la grandeza y la misericordia del Único desde la Torre de la Vela, en aquella Granada nazarí que ahora aguarda a los rascamanes susodichos para devorarlos con su magia. (Pobres, no saben lo que les espera; se sentirán heridos para siempre por un amor que no tiene remedio).
¡Granada, ay mi Granada..! Desde el momento mismo en que acudamos al mirador de San Nicolás (antes mezquita) para contemplar la Alhambra, la melancolía se instalará en nuestros corazones y ya no querremos saber nada del resto del mundo. Porque ver la Alhambra es resucitar a Boabdil, ese moro reprimido, y vapuleado, que todos los españoles llevamos dentro:
La tarde era hermosa como debió de serlo la primera en la que el muecín alabó la grandeza y la misericordia del Único desde la Torre de la Vela, en aquella Granada nazarí que ahora aguarda a los rascamanes susodichos para devorarlos con su magia. (Pobres, no saben lo que les espera; se sentirán heridos para siempre por un amor que no tiene remedio).
¡Granada, ay mi Granada..! Desde el momento mismo en que acudamos al mirador de San Nicolás (antes mezquita) para contemplar la Alhambra, la melancolía se instalará en nuestros corazones y ya no querremos saber nada del resto del mundo. Porque ver la Alhambra es resucitar a Boabdil, ese moro reprimido, y vapuleado, que todos los españoles llevamos dentro:
Ciprés y olivo, cuánto la aceituna
Más amarga del Sur me está amargando,
Ciprés y olivo, con el sol quemando
Sin que encuentre mi pena sombra alguna.
Olivar y ciprés, mala fortuna
Tengan Doña Isabel y Don Fernando
Porque sangró la Alhambra, porque cuando
Lloró Boabdil se suicidó la luna.
Cipreses y olivar, los campos míos
Sin el fuego de Alá yermos y fríos,
Que un dios muerto y su cruz en ellos yace.
Ay, sangre verde de la tierra mía,
Pues eres del Islam, en él confía:
Su yerta luna tras morir renace.
Era también hermosa la tarde del Ruiz, como lo fue aquella noche en la que este cronista albasití escribió los versos anteriores, que tituló “Un morisco regresa clandestinamente a la Alpujarra” y que incluyó en un libro que, tras pasar por las horcas claudinas de un concurso, recibió el menosprecio de ser ignorado. ¡Ay de mi libro!
¡Hay tanto que ignoramos de nuestros ninguneados abuelos musulmanes!
Por ejemplo –le comento a Celia-, casi nadie sabe la historia de los Libros Plúmbeos que dieron origen al Sacromonte, ese lugar mágico adonde inexcusablemente tendremos que acudir. Se la comento un poco por encima mientras el atardecer, de oscuros dedos, estrangula las últimas luces de la hermosa tarde. Fue el último intento de los moriscos granadinos por evitar su expulsión, inventado una confluencia ficticia entre el Islam y el cristianismo (quien quiera saber algo más del tema que acuda a la novela hace poco enviada por mí, vía emiliana, a rascamanes todos).
Hablamos de las dos Granadas, la de los conquistadores cristianos que está en el llano –“La peor burguesía de España”, según la definió García Lorca-, y la de los vencidos musulmanes, que se conserva milagrosamente en el Albaicín y el Sacromonte, con su Plaza Larga, antiguo zoco al que se entra por la Puerta del Peso, la Calle del Agua…, del alma secreta de una ciudad conquistada, pero no vencida.
En esto que llega Rocío y desafía a mi vagancia proponiéndome que escriba esta bitácora, y luego David, a quien felicito por lo bien que escribe, y luego Ana la galaica, que nos alegra a todos con sus risas explosivas, y luego Vicente, quien nos instruye sobre los inicios del Romanticismo alemán, embebido de Calderón de la Barca y otros barrocos españoles, y la conversación, en fin, deriva –como el atardecer hacia la noche- en el tema más literario que existe:
“Podrá cerrar mis ojos la postrera…”
Lo lee Rocío, y la brillantísima sombra del malvado, pero maravilloso Quevedo –Vicente dice que era malísimo- flota sobre todos nosotros.
Hablamos de la muerte, pero ni siquiera nuestros comentarios sobre tan funesta dama logran entenebrecer el fuego magnífico que nos ha dejado este primer día de Juno, la diosa de la fertilidad.
¿De qué más hablamos? No me acuerdo, o no quiero acordarme. Sólo sé decir que salí de aquel lugar lleno de baraka con ánimo jocundo y más ligero que cuando entré, Alá sea alabado.
Siempre tengo las maletas preparadas. Granada nos espera.
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