Cacharros cabalgando por doquier con el consiguiente ruido y, para completar, toda la marinería hablando al mismo tiempo de rebajas con eso del Black Friday, componían lo que podríamos identificar como una orquesta perfectamente desafinada y chirriante.
A duras penas podía captar algunas parrafadas sueltas,
referidas a antiguos centros de consumo, Almacenes Arias, Almacenes Sepu, Galerías
Preciados, en fin, restos de un
naufragio de antiguas tiendas que
fueron arrasadas por el vendaval de grandes competidores o agresivos
vendedores mejor equipados para realizar el abordaje de los alienados consumidores que, como reclutas, acudían a la
voz de un algoritmo, que no del tañer de
una campana o a la voz de mando de un general al frente de un regimiento de
ejecutivos. Todo lenguaje marcial o fieles seguidores del videojuego
masivo incrustado en las neuronas de los transeúntes por expertos informáticos
del Bill Gates.
Menos mal que tras tocar el capitán la campanilla, el silencio se hizo en cubierta y María Juristo nos leyó el magnífico
poema
No supe.
“ No supe ver el mensaje del otoño
(…)
no supe que todo era visible
como el agua derramada por el ánfora
(…)
vagabundo aún en el fin de los inviernos.”
Poema lleno de vivencias, en el que se llena tu alma de las hojas caídas del otoño.
Muy bien María.
Siempre tan sorprendente.
A continuación Cinta
nos lee el cuento titulado Desde la azotea, en el que nos narra la
pequeña historia de una niña que quedó
sola teniéndose que enfrentar a la vida con el bagaje de su vigor maltratado
por los embates de la vida, encontrando al final su amor desde la azotea donde
contempla el transcurrir de la vecindad.
Cuento lleno de amor,
hecho con el cariño de su prosa y desde la profundidad de sus sentimientos, rebosantes de palabras llenas de ternura.
Entresaco entre tanta vida, estas palabras encantadas:
“ La luz entra ametrallando la azotea”
Luminoso Cinta.
A continuación creo que leyó el poema
Violeta
“ El azul se revuelve
arde el rojo
(…)
Dos universos hablando
continentes
(…)
La paradoja inútil del engaño
Lo que el otro ofrece
para borrar el daño.”
Muy bien .
Un golpe de mar a estribor hizo zozobrar el barco, y me arrojó al suelo al caer de la banqueta.¡Recontra! -exclamé- no hay forma de proseguir con la bitácora; mas sacando fuerzas de flaqueza, subí a cubierta y, como la tripulación estuviese arremolinada en la borda, me acerqué y vi que varios peces agonizaban entre el plástico que las olas habían estrellado contra la línea de flotación, al igual que en el Mar Menor miles de peces perecían ahogados en sus orillas como resultado de la destrucción que por doquier cabalga desbocada por el planeta mientras se siguen enviando mensajes a troche y moche invitándonos a consumir desaforadamente y el inefable Jeff Bezos trata de imponer sus reglas de juego a gobiernos y convierte a sus empleados en meros robots orgánicos para mayor eficiencia del negocio. Todo en nombre de la mayor gloria de Amazon, como fiel representante de las empresas punteras de la deshumanización.
Un poema -Instantes-
de Juan Calderón rompió mis reflexiones:
“Instantes atrapados.
El tiempo se detiene
(…)
apenas un momento en desbandada
(…)
Inmóviles se quedan
los instantes
(…)
Llevaremos los besos
de aquel tiempo
(…)
Beberemos más que una
copa de recuerdos
(…)”
Pleno de nostalgia, del sentir la tenue lluvia del tiempo que poco a poco humedece tus mejillas poblada de recuerdos. Porque vivir es
recordar y el presente no es; un instante fugaz, algo tan insignificante que más bien nuestra vida se parece al
discurrir del agua al ancho mar, que diría Jorge Manrique. Somos una sucesión
de fugaces instantes; mas bien, la existencia es un río de ayeres.
Muy bien Calderón.
De repente, como calambre colectivo, un tumulto recorre la
tropa y las conversaciones sobre el “amigo invisible” se adueñan de la escena. Tras varias propuestas, el Capi zanja las deliberaciones y concede la palabra al siempre vitoreado Juan
Bautista que, enarbolando su bastón a
modo de credencial y tras contarnos las peripecias de su bisabuelo en la Cuba de Batista y la huída de la isla
en una chalupa propulsada a base de bastonazos en las turbulentas aguas del
Caribe, sortear dos huracanes y ser perseguido por una manada de tiburones que, a Dios gracias, pudo hacerlos virar a base de bastonazos; nuestro nunca
suficientemente alabado Juan Bautista prosiguió leyéndonos el nuevo capítulo
de su novela erótico–cubana, titulado Lady Cleopatra, en el que se narra el
encuentro en el Hotel Tropicoco, de
Nicanor con el mafioso de turno, adentrándonos a una recreación del César,
Marco Antonio y Cleopatra, sumergidos en unas escenas hilarantes sádico-sexuales, con el gracejo tan genuino de nuestro escritor.
Aplausos.
Javier, por su parte, dejando sobre un barril que hacía las
veces de mesa camilla su garfio digital -genio infernal habitado por un
potente algoritmo, que incluso se puede
utilizar como perfecto abrelatas por no hablar de otros usos propios de los
cuentos de terror que dejan a Alfred Hitchcock en pañales- depositando el terrible instrumento sobre la tapa del
referido, tras tocar la campanilla con
la finalidad oculta de ser el centro de atención de la despistada tropa de
energúmenos, comenzó a leernos el poema:
“(…)
Busco en el contenedor
en un cajón del
armario
en la guantera del
coche
(…)
Busco
aquella sombra
alargada
sobre la acera
(…)
Sobre la última hoja
de un plátano de
sombra.”
Versos que discurren
lentos como las aguas de un río en la planicie.
Para, a continuación,
leernos un poema entrañable del poemario Lumbres de la poetisa Gema Palacios:
“Escribir un poema
como si fuera posible
andar a oscuras.
(…)”
Juan Antonio que, poseído por un algoritmo, se agita en la butaca que soporta su minimal y
vibrante cuerpo, nos lee el poema:
Frutos del otoño
“ Otoño que marchita
puntualmente
los dones peregrinos
naturales
(…)
Los árboles empiezan a
dormirse,
sintiendo mis retinas
derretidas
por las hojas que
mueren sin asirse
son piruetas del sol
enternecidas.”
Y las hojas caen
suavemente, como dormitando en las olas del aire, Juan Antonio. Su caída es más
bien un amoroso adiós en la partida.
León, tras sacudirse
un campo electromagnético maligno que le había producido una tortícolis de aquí te espero, lanzó una daga al
aire y tras esquivarla al caer en picado en dirección a mi cabeza con la
habilidad que me caracteriza, se incrustó en el algoritmo poseedor de Juan Antonio, sumergiéndole en un estado
placentero que le hizo soñar con una
catarata de hojas que se precipitan en el suelo.
León, tras recibir el
aplauso de la sufrida tripulación, nos leyó, lo que según promete será su último
soneto:
Hijos del silencio
“Óyeme, padre, desde
que moriste
Cómo me seda el alma
tu voz bella,
Ay padre mío, que
ahora eres estrella
Y hazlo canto en mi
pecho si estás triste.
(…)
Ahora, que ausente,
hablas, juraría
Que tu transmutación
en barro hiciera
Posible al fin decirme
que me amas.”
Siempre, León, el amor te ha perseguido como
encendida espada, como trasmite la llama
de tus versos.
A continuación,
nuestro avezado corsario nos leyó el comienzo de la nueva novela -que está
empezando- sobre la Guerra Civil en Albacete, con una prosa realista que describe
la brutalidad de los restauradores de la Patria, que llenó de cadáveres las
cunetas propagando el terror por doquier, para mayor gloria de tan colosal
gesta.
El dolor, se
manifiesta como un grito en la meseta.
Un abrazo, León.
Alberto, por su parte,
nos regaló el originalísimo cuento Noche
de Bodas, singular narración en el
que un gordísimo marido que yaciendo en la noche de bodas encima de la esposa trata de aplacar el deseo carnal de la dama al tiempo que a través de la
última versión de auriculares póntelos,
escucha el siempre sensacional partido de la Champión League.
Bravo, Alberto.
Rocío con su habitual
peculiaridad y tras quitarse el pañuelo de pirata, con permiso de Javier, que
tras un agreste gruñido se lo concedió, nos leyó la carta de amor María, en la que concede a las
figuritas de Belén el privilegio del
habla, y de esta suerte diversos
personajes nos cuentan sus penurias, el cascarrabias de San José quejándose de
unos villancicos machacones, mientras teme convertirse en carámbano, y otros
sabrosos diálogos del Niño y María.
Una delicia, Rocío.
Como estas cosas de la marinería están llenas de sorpresas,
entre nuestros corsarios se encuentra Juan
Antonio Carmona, pirata rescatado de las manos de los fondos buitre que, desahuciado, buscó su salvación atravesando los mares en
una pequeña balsa de madera hasta que el grumete le divisó al través de su gorra de visera en altamar a punto
de ser engullido por las agitadas furias de Neptuno. Bien remojado, apenas sin
fuerzas le subimos a bordo y tras tomar abundante agua de una vasija de barro
nos leyó, ¡qué humor!, el poema Emoticonos
con besos, del que entresacamos lo versos:
“Ay, Matide, que no
tengo cobertura
y te leo lejos.
Me mandaste un WhatsApp
con caritas y su beso.
(…)
Te mando un beso
escondido
en la carita de un muñeco
que he encontrado por
la red
(si te fijas, lleva
un beso).”
¿Qué os parece?
Un merecido aplauso, ¿no?
¿Cómo no le íbamos a admitir
en la tripulación? Cómo no, si además
escribió el poema entre el trajín de las olas agitadas por el soplo de Neptuno.
Arriemos las velas
ilustres marineros y que los dioses nos protejan de tantos truhanes que
acechan como buitres sedientos a los desamparados, a las legiones de
desarrapados, a los que huyen de la
violencia de los carroñeros, a los que buscan nuevas esperanzas en la Tierra
Prometida, a los que huyen de la devastación de sus países por El Cambio
Climático, a tantos indigentes que
llegan a nuestras playas, a…
La irrupción de Iñaki haciendo malabarismos con tres puñales como los que hacen los
profesionales lanzando pelotas al aire me sacó de mis pensamientos y, tras varias demostraciones circenses, nos leyó
el cuento Placer Felino, en el que describe la situación de un hombre solitario que rodeado de ordenadores y múltiples artilugios electrónicos, teniendo que dedicar muchísimo tiempo a sus padres enfermos, terminó metiendo gatos en casa. Multitud de gatos. Gatos por doquier y total
abandono de las relaciones con mujeres. En medio del relato entra en acción un
amigo que le echa en cara no haber contado con él, después de tantos préstamos
que le había concedido y, curiosamente, cuando nuestro protagonista se recupera
de su afición felina, arrojando los tres últimos gatos por la ventana, el amiguete le ofrece un préstamo al 15% de
interés. Ya se sabe, el dinero es el dinero o si no que se lo digan a algunos expresidentes de las Comunidades o a la inefable Esperanza que no se
enteraba de nada a pesar de ser tan aguerrida; por no hablar del Expresidente
Aznar que por estar tan ocupado con la guerra de Irak, no se enteró de la
corrupción de su partido y de los corruptores que asistieron a la boda de su
hija en el glorioso marco del Monasterio, para mayor gloria del Imperio
Español.
Estupendo Iñaki.
Tras zozobrar el
barco, varios barriles, como poseídos por genios embotellados, se deslizaron
por cubierta provocando un alboroto entre la marinería que, espadas en mano, se prepararon para defender el barco del
ataque de furibundos enemigos que supuestamente querían abordarle.
Afortunadamente, tras singular y dura batalla,
conseguimos expulsar de cubierta a diversos
Ratos con Eres que, cargados de maletas, querían huir por estos mares, de la
Justicia.
Pero nuestra valentía
y arrojo consiguió expulsarlos hasta dejarlos a la deriva y a merced de los huracanes.
Repuestos del susto,
para solaz de la marinería, me tomé la libertad de leerles el poema
A ti
“Abrazar la luz
en tus riberas,
besar tu piel
y su afán de esculpir
notas en la tarde.
Acariciarte
sintiendo tus ríos
entre mis dedos
por el hechizo que
emanas.
Posar tus pies
en las alfombras del
camino lleno de senderos
y mis manos
sosteniendo tus mejillas
rebosantes
de ti
de tu cuerpo encantado
Como relámpago
impulsado por tu luz.
Tú
canción
guitarra:
tú.
Mi corazón y su latir
en ti,
esposa y canción
en los jardines cubiertos
de rosales.
Toma la palabra el
singular poeta Luis Gil Espinosa, y nos lee el poema
La noche
“ Fue una noche de otoño,
las hogueras abrasaban
las calles
y el humo, criatura
del mal,
pedía su tributo.
Ardía la ciudad como
avanza
el tiempo hacia la
muerte
(…)
Crecían como sierpes
salidas de sus grutas
(…)
Era otoño y ardía la noche en
Barcelona.
(…)
Llorar hasta su muerte
llorar con un grito en
la lluvia.”
No tengo palabras,
Luis, para alabar tu poema. Rebasa mi horizonte. Sólo decirte que tu dolor es el
mío. Que tu noche es la mía.
De su poema Ojo Abierto, entre saco los versos:
“(…)
Sólo el hambre no te
deja dormir.
A veces, con suerte, el
amor.
Pero esas fueron otras
noches,
Y también había
mentiras.”
Impetuosa, María Jesús Briones, nos leyó el relato La
inundación, en la cual nos narra una historieta desbordante, en el que un
mendigo salva a la protagonista de un
naufragio en la bañera.
Como siempre, Mª Jesús
tan simbólica.
Isabel Morión, por su parte, intervino para
reivindicar al singular poeta León Felipe, leyéndonos el poema La parábola, y el poema Como tú:
“ Como tú
Piedra pequeña y ligera.
Como tú
Canto que ruedas
Por los caminos y las
laderas.
Como tú
(…)”
En fín, dos magníficos poemas.
Como otros tantos de
León Felipe.
Muy bien, Isabel .
Y de las Rías Baixas,
en su día rescatamos a la sirena Ana González arrebatándosela a Poseidón que, enfurecido, arremetió contra nosotros,
trasformándose en feroz tormenta; mas nuestra heroína, entre
conjuros aprendidos de las Meigas que
habitan aún en las montañas cercanas al
pueblo donde nació (cuyo nombre no quiero revelar para evitar que futuros
inquisidores tipo Cañazares emprendan
una nueva cruzada contra estas Meigas, suponiendo que no la hayan empezado,
pues si no explíquenme los numerosos incendios habidos en Galicia este año)
mandó a paseo a Neptuno y sus terribles huestes.
Pues bien, Ana,
siempre agradecida a la tripulación del
buque Rascamán, nos leyó el magnífico poema
Grito
“Fue un día, un día
más
hasta un mes, otro, un año y otro.
Llegaban gritos y más
gritos
de la casa de arriba.
Y ¿qué hicimos?
(…)
No escuchar, no hablar
y callar.”
Magnífico y sencillo
poema en defensa de la mujer maltratada y consiguiente crítica de la pasividad
de la sociedad que se encoge de hombres ante tantas tragedias.
Un caluroso abrazo,
Ana.
Una indicación de Javier bastó para que la
tripulación la emprendiese con el plástico que se había adherido al casco del
barco, al tiempo que salvaban algunos
peces que forcejeaban con aquel,
depositándolo en La Isla Nunca Jamás.
Mientras los
científicos advierten de la desaparición
de los casquetes polares, otros alientan
el consumismo, el supremacismo y los diversos independentismos que azuzan en el
horizonte.
¡Alzad las velas
marineros!
10 de enero de 2020
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