Los cuplés
Hoy parece que empezamos la tertulia con mar de fondo, de fondo de picardía con los cuplés subidos de tono de los que parecen conocerlos muy bien, Juan Calderón y Alberto, que han oído a las especialistas del género, sobre todo al pertenecer a la clá, la que aplaudía y jaleaba a las artistas. Seguro que podrían contarse cuentos muy sabrosos de la mano de ambos.
Van llegando todos los que disfrutamos de este nuevo entorno, que se convierte en cubierta bien segura, a pesar de la marejada.
Sin embargo, otra cubierta natural, resbalosa y húmeda, cercana al Miño, no evitó la pirueta de Javier, grabada por su acompañante, y luego mostrada por su propio protagonista, para maravilla de todos, por su pronta recuperación del equilibrio.
Después viene el relato de Cinta. “Pareja de baile”.
Formada por anciana y joven, entregados a la música que comparten desde auriculares comunes. Todo el otoño los contempla y admira, en el viejo jardín que, no obstante, canta a la vida con sus colores y perfumes.
La música y la palabra en candelero, los audio-libros, nos conducen al eterno debate. ¿Qué fue primero, la palabra oída o la que se muestra en sus orígenes ya en las cuevas de los hombres prehistóricos con imágenes estilizadas?
Y en esa estamos, cuando Juan Calderón nos recita y nos canta un villancico propio, que acompañamos a coro, y como instrumentos, las cucharillas y cristales de la merienda.
“A la ronda, ronda, mensaje de paz…” tanguillo con sabor de otros tiempos no tan lejanos, entrañables y cálidos.
Y a los ritmos navideños sigue la sinfonía caribeña que Juan Bautista maneja con maestría insuperable. En este capítulo, de la que puede llamarse “La Gacela de Manzanillo” (a saber si en el futuro la novela cambiará su título), su protagonista, Nicanor, se encuentra con la Bim Bam Bu afianzando su amistad. La muchacha sorprende a su amigo con el relato de ciertos rituales sexuales que se llevan a cabo en el cementerio de La Habana. Fantasía y humor que, seguro, harán deliciosa la lectura de este momento.
Desgraciadamente, Carlos nos abandona sin habernos divertido con uno de sus monólogos únicos, pero a cambio nos ilustra sobre su cometido, como funcionario del ayuntamiento de Madrid, dentro del equipo que concede subvenciones a los jóvenes artistas que presentan proyectos originales, en cualquier aspecto cultural, cometido que sigue las mejores pautas legales posibles.
“Destemplados”, el cuento de Rocío, nos habla de la reunión entre el alcalde de un pueblo que se despuebla y Ramón, “el arreglador” de ese rinconcito, quienes poco a poco intiman, cada uno cercado por su propia soledad.
El más joven, porque al ser diferente, abandonó el entorno que lo vio nacer buscando formas de vidas más libres. Ramón, al descubrir una nueva manera de acercamiento entre hombres, poniéndose el mundo por montera y convirtiendo su cama en un lugar de calor y placer, compartida con el recién llegado para ponerse al frente del ayuntamiento.
El relato, que podía haber sido escabroso es gracioso, original y tierno, equilibrio difícil que Rocío consigue con su maestría habitual.
Parece que la musa de la música se ha instalado a sus anchas en la tertulia.
Alberto nos ofrece “La perfecta imperfección de la mujer orquesta” o el encuentro entre la pasión y la técnica de dos músicos que inician una relación que acabará cuando la perfecta interpretación de ella pero dentro de cauces gélidos, acabe con el ardor interpretativo de su maestro. Cometió el error de tratarla como a una hija y no como una amante.
Javier nos deleita con la lectura del poema inicial del libro de Fernando Fiestas, “En el temblor común. Un libro de horas”.
También con uno suyo “Antítesis”: “no recordarás mi nombre porque no me amas…”
Aureliano ha conseguido una antología de sus poemas, editada por el Ayuntamiento de Roquetas de Mar. Entre ellos “Dicen que la tristeza tiene dueño”, dentro de otros veintinueve, siendo el último “Entonces”. La mención a Don Sebastián, el rey portugués desaparecido en batalla contra los musulmanes, aparece de nuevo en su discurso. Y cita un nuevo dato que podría ser histórico si de verdad existiera una carta que diera fe, que Felipe II se negó a pagar el rescate del monarca lusitano, dando pié a que no volviera a aparecer nunca.
El cuento de Ana, un breve relato que habla de un Porsche, cuyo dueño no lograr ver a Lucía ni a su propio padre, describe la visión de un nuevo rico, quizá ofuscado por una riqueza inesperada.
La prosa poética de Madrid en otoño y sus soledades que Ana sabe dibujar desde un lirismo inusitado, responde como casi siempre a creaciones en gallego y castellano. Cada vez con una pluma más y más pulida.
Luis con su “Atalaya de luz” nos habla de la visión del farero que contempla la pesca en los acantilados gallegos y pinta esta tarea con perfiles de batalla.
Juan Manuel y David disfrutaron de las lecturas de los compañeros pero esta vez no nos hicieron paladear sus textos. Otra vez será.
Cinta Rosa Guil
2 de enero de 2020
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