For here
Am I sitting in a tin cadan
Far above the world
Planet earth is blue
And theres nothing I can do
SPACE ODDITY. David Bowie.
BITÁCORA DISTÓPICA DEL 16 DE OCTUBRE DE 2013
Hace meses que perdimos contacto con el planeta. Apenas nos queda combustible ya y en la nave “Ruizinante” el oxígeno se ha vuelto fuego. La última comunicación con la Tierra puso en evidencia la falta de sintonía con nuestra especie, dominada por extraños dioses a los que adora, presa de un insólito lenguaje.
-¡¡¡Z$z=x”rr#·€!!!- nos ordenaron desde el Centro Terrestre de Operaciones.
-Pero, ¿qué coño están diciendo…?-respondimos nosotros, casi al unísono.
Fue verdaderamente decepcionante. Mis compañeros astroliteratos y yo decidimos entonces reunirnos con carácter de urgencia. El aislamiento prolongado debido a las largas semanas de encierro había hecho nacer en nosotros el lógico temor a incurrir en redundancia o endogamia o canibalismo, o en las tres cosas a la vez. En el horizonte, una excursión literario-festiva por los montes de Cercedilla (9 de noviembre), una lectura (o dos), allá por el mes de febrero, y una nueva exposición de “Poesario: Huesos y literatura“, a celebrar en la localidad de Colmenar Viejo.
¿Regresaríamos a tiempo?, nos preguntábamos. O mejor: ¿Regresaríamos…?
La reunión urgente se inaugura con la lectura de la astrorelatista Rocío. En ella, Rocío recuerda a una astropoeta de ojos oscuros, labios rojos, jersey de ganchillo, que iba y venía sin reloj, que te llamaba porque quería un libro para dejárselo a otra persona, y que nunca domesticó a la tristeza. Su nombre era (es) Sagrario, y no debe de andar muy lejos: ella es ya una estrella más en el orbe, la más incandescente de todas en este manto eterno cosido a constelaciones, asteroides y cometas que nos arropa.
Tras Rocío, toma la palabra el astropoeta Aureliano, quien lee por soleares las idem compuestas en honor a “La niña de los Tres Olivos”. Después, su tono de voz se torna más sombrío: “Huelo sin duda a sangre / y a batalla perdida frente al tiempo” . Sombrío y… ¿acaso agorero?
El astropoeta Paco Fenoy interviene para levantar la moral de la tropa. Para ello, nos recomienda el poema bufo “La Doncella”, de Voltaire, y pasa a recitar uno de cosecha propia; bufo, sí, avisa, pero también romántico: “Noches cerradas de lascivias / me limpiaron de sangre y hueso”. Algún astroliterato comenta que el falo es el eje de su poema.
-El falo es el eje de todo…-replica otro.
-¡Es el eje!-sentencia un tercero.
En este punto, y por si cupiese alguna duda, queda constancia escrita de lo perdidos que mis compañeros astropoetas y yo estamos en el Universo.
Juan Antonio es el cuarto astropoeta en intervenir de urgencia. Su poema no puede venir más a cuento: “Estrellas”, se titula, y se inspira en una vieja canción de los Bee Gees, fechada en el año 1967: “To love somebody“. “Para amar así a alguien -recita Juan Antonio- necesitas los abrazos / darle presteza a las alas”. Para amar hoy en día a alguien, reflexiona un servidor, hace falta ser un poco astronauta.
Seguidamente, Isabel Morión nos habla de su recital en la Casa de La Rioja, en los tiempos en que aún pisaba tierra firme, y de su amistad con el poeta Carlos Edmundo de Ory. Antes de terminar nos deja unas perlas: “Los dos hijos que amamos / se merecen que les demos / el oro que nos queda…”
De pronto, estalla un ruido en la cabina. La nave “Ruizinante” atraviesa una nube de desperdicios, esquiva antenas, choca contra baterías de teléfono móvil, roza satélites rotos a pedazos y estaciones meteorológicas que ululan como brujas en aquelarre alrededor de lunas; toda la chatarra cósmica que nuestra especie ha sido capaz de generar a lo largo de siglos de errores históricos desde aquel infausto día en que Caín mató a Abel. En el interior, en cambio, y pese a las turbulencias, prosigue la asamblea: estos ingenieros de la palabra y el verso son entusiastas por derecho y no se detienen ante nada. Ni siquiera ante la mierda sideral.
La nueva alocución corre a cargo de Paloma Hidalgo. Esta reconocida astromicrorrelatista nos cuenta una historia que transcurre en un avión que acaba de atravesar una capa de nubes, y cuyo interior se ilumina bajo un baño de sol radiante. De nuevo, realidad y ficción se funden en una, literatura de altura y aeronáutica. Será porque quien lee, vuela.
Celeste, que eligió el nombre en recuerdo de nuestro Cielo cuando era de ese color, entona un poema que da pie a la reflexión siempre lúcida de Carlos Ceballos: todo adjetivo, proclama quien sísabe -y mucho-, debe aportar algo nuevo al texto. Si no, ha de ser desterrado, propulsado hacia la atmósfera exterior. A continuación, el instructor de aspirantes a astropoetas, D. José León Cano, refiere la fantástica historia protagonizada por su hijo, al que una herida en un brazo se le transformó en nombre. Su nombre. Luego, recita de memoria los versos que componen uno de sus haikus estratosféricos: “Pétalos vuelan / de la rosa desnuda / besan la tierra“. Ese beso, nos interrogamos, ¿será el final deseado para nuestra gran odisea…?
Antes de que le llegue el turno, el astropoeta Carlos Ceballos nos deja una nueva muestra de su lucidez reflexiva: es en el cuarto de baño, afirma, y apretando, donde surgen las mejores ideas, quizás porque ahí uno tiende a exprimirse o porque está más cerca de Dios, como lo estamos ahora nosotros en el espacio. La cosa se pone más oscura cuando lee un poema con el que Carlos sugiere la idea del suicidio o la inmolación colectivas “para que sea posible otra Edad Dorada / como hace quince mil años, donde / a veces, las bestias destripan a los hijos / y a veces, en los partos mueren nuestras mujeres”
Después de Carlos, la astropoeta Amelia Peco, metida a ratos a astropintora, declama sus versos: “Me he pasado la vida caminando entre túneles / He masticado la ceniza en mi boca / y he vuelto a renacer”. Su siguiente poema nos sobrecoge a todos : “En ocasiones veo seres humanos…”. ¿Dóooondeee?, nos extrañamos. Como nos hemos quedado con ganas de más, le exigimos que siga: “Arráncate los ojos para que no me veas ponerte sobre la mesa tu comida”. Amelia nos ha obsequiado con un genuino viaje poético de camino hasta la próxima estación: Maria Jesús Briones. La astrodramaturga Briones nos premia con varios Anuncios Breves: Tres: Vino joven: necesito una copa. Dos: Nostalgia: comíamos. Uno: Peter no pudo crecer sin pan.¡Cero!: Era una mujer tan dulce que todos la lamían...
Fin de la cuenta atrás. Sin previo aviso, el comandante Javier Díaz abandona el puesto que ocupa y se acerca a una ventana. Allí, nos alienta a seguir sus pasos: Venid, astropoetas, propone. Asomaos. ¿Verdad que es precioso…?
Nuestros ojos contemplan rendidos la hermosa estela blanca que divide en dos el firmamento.
Verdad. Es la Vía Láctea.
Celeste, Paloma Hidalgo, Juan Antonio, David, Javier, Rocío, Aureliano, Paco Fenoy, Isabel Morión, José León, Alberto, Carlos Ceballos, Ana González, Amelia Peco, Mª Jesús Briones; los últimos astroliteratos de una especie en peligro de extinción, admiran la estampa a través del cristal y emiten su último, agónico S.O.S: ¿Puede oírnos, Major Tom? ¿Alguien puede oírnos…?
Desde el otro lado, desde todos los lados, nadie responde.
Nuestra señal se pierde en el infinito.
Mis compañeros astropoetas y yo nos disponemos a hibernar en las cápsulas hasta otros días mejores que traerán otros tiempos más propicios. Antes, movido por no sé qué impulso, me levanto y declaro, a modo de despedida: ¿Sabéis qué?, que no se está tan mal aquí dentro, en esta nave destartalada que vuela entre sistemas solares y galaxias remotas, a billones de kilómetros de toda incivilización, siguiendo por fin un único rumbo fijo: el de alejarse del mundo del que partimos y que todavía hoy, confuso, gira y gira en torno a sí mismo, orbitando ingrávido a la deriva.
Dentro de unos cuantos años luz, ¿alguien podrá escucharnos…?
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