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lunes, 14 de octubre de 2013

4ª Jornada/VII año: Miércoles, 2 de octubre de 2013

Joselyn Almeida

1. AIRES DE MASSACHUSETTS
(Del diario de Joselyn Almeida)

por Federico Monroy


Aires de Massachusetts son los que llevé al Café Ruíz. Cuando León me invitó a la tertulia de su grupo de amigos, no pude sentirme más dichosa. La entrada en la sala me recordó aquella vez donde estuve en el condado de Holmes, visitando una amiga que pertenecía al grupo de los amish, esa comunidad de personas que defienden la sencillez y la unión. De hecho, me sentí transportada, en las tres horas que duró la tertulia, a su casa –en respuesta a la invitación que yo le hice en su momento- donde se reunía una tarde con su extensa familia; su amabilidad, la calidez con la que me acogieron, sus lecturas ante la gran mesa central, y su diálogo sobre diversos temas, fueron para mí un verdadero honor que les debo.

Me pidieron insistentemente que leyera un poema. Eran todos muy amables. Leí “Sin título”, pero yo les aclaré que venía a conocerles, a profundizar más sobre su modo de vida, y que me sentía sumamente halagada de tenerles cerca. Les dije que nací en Puerto Rico, y que viví en Uruguay. Que me fui a Nueva York, pero que actualmente trabajo en Massachusetts, y que me siento, ante todo, madrileña…Me preguntaron cuál era mi interés, y yo les dije que mi interés era privado. Eso sí, atendiendo a la llamada de León, quería reivindicar la cultura del poeta y su lengua, y que venía a escucharles.

La mayoría de los hombres que allí había, tenían barba, como correspondía a su comunidad, pero me sorprendió que José María no la tenía. Su porte, alto y elegante, no podía ser más clásico, y sus ademanes, eran escuetamente sencillos. (Y apunto en mi diario un verso suyo pleno de connotaciones románticas: “Hacemos el amor en un banquete que nadie celebró”).
Amparo era humilde y habladora; vestía a la usanza de las mujeres del condado, con unos broches y ojales que cerraban su vestido por la parte delantera, sin botones. Leyó un poema delicado que me encantó, que hizo en una época, según dijo, en la que estaba estudiando a Anderson. Dicho poema –publicado en una revista literaria del condado- se titulaba “El Cazador”, (y escribo dos apuntes breves en torno a él: “Ferocidad blanca” y “El latido del miedo”).

María Antonia era una mujer de gran personalidad, pero a la vez, sumamente sencilla y natural. Llevaba un vestido de otras manos, con un delantal blanco anudado en la cintura y una capa marrón sobre los hombros. Con su abanico de tela, me sorprendió la vida que llevaba, lo mucho que la querían y que no dejaba indiferente a nadie. Era la sencillez llevada al otro extremo, aunque también le gustaba, “estar alrededor de la mesa, con florecillas sobre el catafalco”. Leyó un poema titulado “Parece”, (y apunto ante todo dos versos suyos: “Por fin llueve en la pradera” y “Me sosegué aquella mañana”).

Paloma, por su parte, era liberal, extrovertida, vestida con tonos uniformes; llevaba un sombrero gris coqueto que se había quitado y puesto sobre la mesa. Lo suyo era el micro relato, y nos leyó con sabiduría uno desde su ordenador portátil, aparato electrónico que la propia comunidad de los amish rechazaba, pero que, no obstante, usaba en contadas ocasiones. Me gustó su historia sobre una adolescente que dejó aparcada su afición a la lectura de fantasía, por una diversión mundanal y solitaria. (Copio en mi diario el título de su micro: “Turbulencias”).

Javier ocupaba un lugar central en torno a la mesa, y vestía de oscuro. También había dejado su sombrero calcetín negro sobre la mesa. Nos comentó su viaje reciente a Portugal, con motivo de una concentración de poetas, junto a algunos compañeros. Su voz era cálida y serena, y se notaba que mi visita le había suscitado algún recelo. No obstante, le agradecí que me acogiera en su casa, y que aquello era en respuesta a la invitación que le hice a mi amiga. Le dije que impartía clases del Romanticismo inglés, y se le iluminó la cara.  (Apunto en mi diario lo que leyó: “Nuestros ángeles sobrevuelan la desembocadura de los ríos” y “Puerta de humo”).

Juan Antonio viste con pantalón negro y camisa blanca, sencillo, y me pareció un ser cordial y agradable. Lee con autoridad, aunque con pausas, un poema extenso, que reivindica las “Minorías”, aunque otro componente de la tertulia, David, sugiere el cambio a “Mayorías”. Habló de las víctimas en general, con una sencillez innata a la hora de recitar y decir. (Me quedo con un verso suyo que se imprime con fuerza en mi diario: “Que triunfen los colmillos, que los reyes abran libertades”).

León era el típico habitante de Holmes. En él todo era tradición, cultura, humanidad. Llevaba una capa de color almendra sobre los hombros que no se quitó en ningún momento, sus gestos eran el de un gran hombre con dominio de la situación, de la realidad, y su barba, el alma de la familia. Profesaba un gran amor por las letras, y le agradecí profundamente su comentario a poemas de Emily Dickinson, poeta por cierto, maravillosa y cuya casa estuvo –sigue aún- a siete cuadras justas de la mía. (Escribo: “Morir por la belleza”).

Paco, por su parte, era un amish afable y culto.  Gustó su disertación y su calidez, y me habló sobre el libro que estaba escribiendo, el cual giraba en torno a dos personajes: Rufo y Fabiano. (Me tengo que ir de improviso. Se me hace tarde. Me despido de mi amiga y su familia. En el trayecto de vuelta a casa, me sorprendo a mí misma escribiendo unos versos: “Luz y sombra acogen la cita”).



María, Alma, Isabel y María Jesús. Anoté sus nombres en otra parte del diario, y sus voces resonaron a “capella”. Tuve constancia de ellas después, por lo que dijeron y su profundidad, aunque ahora sus poemas están desordenados en mi mente. “Ahora, al fin, llegaste”, “En qué momento pierde el verbo en infinitivo sus formas irregulares”, “Apalache para qué” y “Nada Max, nada”. Ah, y David –narrador como pocos- recomendó al final un libro titulado “Crematorio”, de Rafael Chirbes, Salgo del Café Ruiz emocionada. Gracias, poetas, por ser tan maravillosos.

7 de octubre de 2013
Federico Monroy











2. POSTDATA
(Del diario real de Joselyn Almeida)

por Joselyn Almeida

Cuando ya se había marchado de Madrid y viajaba por otros lugares de España, esta viajera en busca de poesía recordó a los poetas de Madrid, y les dedicó la siguiente composición como señal de su deseo de volver a verlos en la ciudad donde sintió que ellos luchaban con sus versos, palabras, y comunidad para proteger el afán de la vida contra la desesperación roedora y la crisis que amenazaba a todos con desesperanza. Aunque perdieran batallas, ella confiaba que seguirían insistiendo en la capacidad del espíritu humano para vivir y enfrentarse a la violencia y la soledad --y que serían testigos, como en el caso de la poeta fallecida a quien no pudo conocer, que la vida de cada uno es importante y que la lucha por darle sentido y belleza la existencia nunca es en vano.


el desvelo de la alegría
 a los poetas de Madrid

no sólo de niños la alegría desbordante
que se desvela anticipando el regalo matutino
sin temor al insomnio o a la oscuridad
y pregunta ¿ya es hora? con ojos entreabiertos

mientras se dilata el tiempo, pinta esta alegría
paisajes incandescentes sobre la negrura
peces de madreperla y pájaros de ámbar
ríos centelleantes, bosques de verde eléctrico

que brillan en el silencio de la hora por venir,
la música de su instante sólo en nuestras voces
cuando llegue, ahí estarás tú y yo para verte
salidos como dioses de un cuento de la noche

 © Joselyn Almeida


17 de octubre de 2013
Joselyn Almeida

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