Joselyn Almeida |
1. AIRES DE
MASSACHUSETTS
(Del diario de Joselyn
Almeida)
por Federico Monroy
por Federico Monroy
Aires
de Massachusetts son los
que llevé al Café Ruíz. Cuando León me invitó a la tertulia de su grupo de
amigos, no pude sentirme más dichosa. La entrada en la sala me recordó aquella
vez donde estuve en el condado de Holmes, visitando una amiga que pertenecía al
grupo de los amish, esa comunidad de personas que defienden la sencillez y la
unión. De hecho, me sentí transportada, en las tres horas que duró la tertulia,
a su casa –en respuesta a la invitación que yo le hice en su momento- donde se
reunía una tarde con su extensa familia; su amabilidad, la calidez con la que
me acogieron, sus lecturas ante la gran mesa central, y su diálogo sobre
diversos temas, fueron para mí un verdadero honor que les debo.
Me
pidieron insistentemente que leyera un poema. Eran todos muy amables. Leí “Sin
título”, pero yo les aclaré que venía a conocerles, a profundizar más sobre su
modo de vida, y que me sentía sumamente halagada de tenerles cerca. Les dije
que nací en Puerto Rico, y que viví en Uruguay. Que me fui a Nueva York, pero que
actualmente trabajo en Massachusetts, y que me siento, ante todo, madrileña…Me
preguntaron cuál era mi interés, y yo les dije que mi interés era privado. Eso
sí, atendiendo a la llamada de León, quería reivindicar la cultura del poeta y
su lengua, y que venía a escucharles.
…
La mayoría de los hombres que allí había, tenían barba, como
correspondía a su comunidad, pero me sorprendió que José María no la tenía. Su
porte, alto y elegante, no podía ser más clásico, y sus ademanes, eran
escuetamente sencillos. (Y apunto en mi diario un verso suyo pleno de
connotaciones románticas: “Hacemos el amor en un banquete que nadie celebró”).
Amparo era humilde y habladora; vestía a la usanza de las
mujeres del condado, con unos broches y ojales que cerraban su vestido por la
parte delantera, sin botones. Leyó un poema delicado que me encantó, que hizo
en una época, según dijo, en la que estaba estudiando a Anderson. Dicho poema
–publicado en una revista literaria del condado- se titulaba “El Cazador”, (y escribo
dos apuntes breves en torno a él: “Ferocidad blanca” y “El latido del miedo”).
María Antonia era una mujer de gran personalidad, pero a la vez,
sumamente sencilla y natural. Llevaba un vestido de otras manos, con un
delantal blanco anudado en la cintura y una capa marrón sobre los hombros. Con
su abanico de tela, me sorprendió la vida que llevaba, lo mucho que la querían
y que no dejaba indiferente a nadie. Era la sencillez llevada al otro extremo,
aunque también le gustaba, “estar alrededor de la mesa, con florecillas sobre
el catafalco”. Leyó un poema titulado “Parece”, (y apunto ante todo dos versos
suyos: “Por fin llueve en la pradera” y “Me sosegué aquella mañana”).
Paloma, por su parte, era liberal, extrovertida, vestida con tonos
uniformes; llevaba un sombrero gris coqueto que se había quitado y puesto sobre
la mesa. Lo suyo era el micro relato, y nos leyó con sabiduría uno desde su ordenador
portátil, aparato electrónico que la propia comunidad de los amish rechazaba,
pero que, no obstante, usaba en contadas ocasiones. Me gustó su historia sobre
una adolescente que dejó aparcada su afición a la lectura de fantasía, por una
diversión mundanal y solitaria. (Copio en mi diario el título de su micro:
“Turbulencias”).
Javier ocupaba un lugar central en torno a la mesa, y vestía de
oscuro. También había dejado su sombrero calcetín negro sobre la mesa. Nos
comentó su viaje reciente a Portugal, con motivo de una concentración de poetas,
junto a algunos compañeros. Su voz era cálida y serena, y se notaba que mi
visita le había suscitado algún recelo. No obstante, le agradecí que me
acogiera en su casa, y que aquello era en respuesta a la invitación que le hice
a mi amiga. Le dije que impartía clases del Romanticismo inglés, y se le
iluminó la cara. (Apunto en mi diario lo
que leyó: “Nuestros ángeles sobrevuelan la desembocadura de los ríos” y “Puerta
de humo”).
Juan Antonio viste con pantalón negro y camisa blanca, sencillo,
y me pareció un ser cordial y agradable. Lee con autoridad, aunque con pausas,
un poema extenso, que reivindica las “Minorías”, aunque otro componente de la
tertulia, David, sugiere el cambio a “Mayorías”. Habló de las víctimas en
general, con una sencillez innata a la hora de recitar y decir. (Me quedo con
un verso suyo que se imprime con fuerza en mi diario: “Que triunfen los
colmillos, que los reyes abran libertades”).
León era el típico habitante de Holmes. En él todo era
tradición, cultura, humanidad. Llevaba una capa de color almendra sobre los
hombros que no se quitó en ningún momento, sus gestos eran el de un gran hombre
con dominio de la situación, de la realidad, y su barba, el alma de la familia.
Profesaba un gran amor por las letras, y le agradecí profundamente su
comentario a poemas de Emily Dickinson, poeta por cierto, maravillosa y cuya
casa estuvo –sigue aún- a siete cuadras justas de la mía. (Escribo: “Morir por
la belleza”).
Paco, por su parte, era un amish afable y culto. Gustó su disertación y su calidez, y me habló
sobre el libro que estaba escribiendo, el cual giraba en torno a dos
personajes: Rufo y Fabiano. (Me tengo que ir de improviso. Se me hace tarde. Me
despido de mi amiga y su familia. En el trayecto de vuelta a casa, me sorprendo
a mí misma escribiendo unos versos: “Luz y sombra acogen la cita”).
…
María,
Alma, Isabel y María Jesús. Anoté sus nombres en otra parte del diario, y sus
voces resonaron a “capella”. Tuve constancia de ellas después, por lo que
dijeron y su profundidad, aunque ahora sus poemas están desordenados en mi
mente. “Ahora, al fin, llegaste”, “En qué momento pierde el verbo en infinitivo
sus formas irregulares”, “Apalache para qué” y “Nada Max, nada”. Ah, y David –narrador
como pocos- recomendó al final un libro titulado “Crematorio”, de Rafael
Chirbes, Salgo del Café Ruiz emocionada. Gracias, poetas, por ser tan
maravillosos.
7 de octubre de 2013
Federico Monroy
2. POSTDATA
(Del diario real de Joselyn Almeida)
por Joselyn Almeida
17 de octubre de 2013
por Joselyn Almeida
Cuando ya se había marchado de Madrid y viajaba por otros lugares de España, esta viajera en busca de poesía recordó a los poetas de Madrid, y les dedicó la siguiente composición como señal de su deseo de volver a verlos en la ciudad donde sintió que ellos luchaban con sus versos, palabras, y comunidad para proteger el afán de la vida contra la desesperación roedora y la crisis que amenazaba a todos con desesperanza. Aunque perdieran batallas, ella confiaba que seguirían insistiendo en la capacidad del espíritu humano para vivir y enfrentarse a la violencia y la soledad --y que serían testigos, como en el caso de la poeta fallecida a quien no pudo conocer, que la vida de cada uno es importante y que la lucha por darle sentido y belleza la existencia nunca es en vano.
el desvelo de la alegríaa los poetas de Madridno sólo de niños la alegría desbordanteque se desvela anticipando el regalo matutinosin temor al insomnio o a la oscuridady pregunta ¿ya es hora? con ojos entreabiertosmientras se dilata el tiempo, pinta esta alegríapaisajes incandescentes sobre la negrurapeces de madreperla y pájaros de ámbarríos centelleantes, bosques de verde eléctricoque brillan en el silencio de la hora por venir,la música de su instante sólo en nuestras vocescuando llegue, ahí estarás tú y yo para vertesalidos como dioses de un cuento de la noche
© Joselyn Almeida
17 de octubre de 2013
Joselyn Almeida
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