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domingo, 13 de abril de 2008

26ª Jornada: Miércoles, 9 de abril de 2008

Primavera, algo te espera

Esta vez, de las pocas que amenaza con fundamento el cielo de Madrid, sí que llovió. Teníamos que parar el barco, era miércoles, tocaba tomar tierra. La cita era en otra nave, en el café donde la tenue luz amparaba y lo que precipitaba no venía de fuera, sino de la curiosidad por buscar lo importante de lo que dentro moraba.

Se nos pegaron los pasos y la hora era vencida. Aún así, llegué la primera, cuando ellos no sabían que yo esperaba.

El silenció quedó roto con David, camiseta crack, y su acompañante, vapor condensado en la fría noche. Cuando nos sentamos resultaron ser menta, como yo y café con bollo que se convirtió en tarta, /antes de las doce, por favor/

En un tris tras el trío, ¡zas¡ y, en un periquete, ya fuimos uno más.

- “Señor maestro, pase usted. Sí, que ya sé que no le gusta el nombre, que aquí prima la anarquía y el todos somos uno: uno somos todos”.

- “Yo soy Javier (Agua con gas)”

- “¿Y quién sois vos, y por quién venís…?” Salieron por los bordes de su boca y azora un poco resumir, referirte a los ausentes, emplear las palabras concisas sin excederte en los tiempos.

Las miradas aceptaban, hacían innecesario el asentimiento del gesto. Era un sí a todo, definitivamente, un “pasemos a lo nuestro”.

Y sacando la libreta empieza la labor.

- “¿Quién el encargo del día dos cumplió?”

Ni uno sólo mas el libre albedrío sí que libró por todos.

David, sin apéndice, un poema más contó. Se justificaba porque en Aureliano se fijó pero hay que decir que para bien. Su remedio aliviaba y, en el verso original, el remedo limitaba.

Era la mar de experiencia, el temor a la dicha vivida y a que después, por única sombra quede otra emoción, junto al insomnio, el no saber afrontar el sufrimiento de sentirnos soledad sola. Los labios que salieron se convirtieron en mirador y ganaron altura y prominencia. Vino también a proponerse un cambio en el orden de los sentimientos, para lograr el efecto concreto, bien a lo grato, bien a lo vacuo. Intercambiamos opinión, si amor era más que pasión, desdicha más que vigilia.

Quizá fue antes o en este justo momento cuando se plantea la Bitácora. Quien acepta a la primera sólo tiene un calificativo: osada. Y ya me creo un Pepín Bello que sin dejar obra escrita puedo ser, en esta generación, una más.

Después, esta otra chica de mi derecha-- sí mujer, la de la mañana” (…por la mañana Rocío, al mediodía calor… por la tarde los mosquitos, no quiero ser labrador…) que se guarda, por pudor, que le dieron un premio. Uno más y ya van…. un montón!—nos trae envuelto un cuento, en sus manos, que se hacen más dulces, si cabe, con el juego de su voz. El regalo va brindando y es comentario general que ronda la nostalgia sin igual. Con el dicharachero abuelo Tomás y su nieta que bebe de su optimismo, incapaz de hacerse el suyo propio, nos traslada a un apeadero de tristezas, para dejarlas todas allí. Porque sí, al final tocaba sonreír. Pero ¡cuánto tiempo perdido, si en vez de veinte hubieran sido ocho, cuatro….sobraban varias porciones de años!

Hay que aclarar que antes de terminar el cuento, aún en el andén, llegaron dos más (cervezas, para más señas).

Media docena para un complot. Vino empanada gallega, negra, como una novela.

Quién se queda, todavía estamos varados en la mitad.

Ana venía espléndida con sus cargadas pilas. Había dejado en casa lo que había escrito con lo que le desagradaba. Pues respondía al rumbo fijado, creo que la semana anterior, deshacernos de lo que no nos gusta. Y ella eligió el rato del avión, la incomodidad, la estrechez, la enfermera-azafata que estaba de malas pulgas intentando contagiar al resto… A cambio, se trajo víveres para rescatarnos de la necesidad, regalos para algunos ausentes.

Carmen lleva las gafas más pequeñas cubriendo unos cansados ojos. Está pachucha. Nos dice que no se encuentra bien que en su tripa se libra una batalla. Por los amplios aros de su collar se fugan vencidas quejas (es como decía Serrat de los amigos, que disimulan, pues para ellos la amistad es lo primero). Entonces presumimos que se le empieza a pasar.

Tiene tres finales para un cuento, viene de un ejercicio propuesto etapas atrás. Empieza a leer.

Estamos en Berlín. Antes hemos emigrado a Estados Unidos. Allí viven la mayoría de los baptistas, donde representan el grupo más numeroso después de los católicos (nótese que el Google hace estragos y echa humo). El protagonista es un judío que lleva una vida libidinosa. Acaba casándose con la hija de un sacerdote baptista… Bueno, no lo tengo muy claro. Fui pasto de lo peor que te puede pasar frente a un relato, perdí el hilo. Visité varios edificios ilustres con incorporación de fechas de construcción y estilos… Naufragué, lo siento. El caso es que el final que más nos gustó fue el que recogía la imagen de un periódico arrastrado por el río con la noticia de un incendio. La pareja había muerto. Pero voluntariamente, al menos por una parte.

Tras estas tres excusas de hoy pasamos a las fotos que trajo Liber. Cinco en total.

La rosa de los vientos nos guía

Rastreemos por esta otra travesía, no larga, pero sí intensa.

Hecho un ejercicio toca preparar el siguiente. Sembrando queremos alimentar la próxima frase.

Buscamos en las fotos algo, oculto o evidente.

No te impidas pensar, que fluya, abierta, la mirada.

Ingredientes para desenterrar:

Permanecer atento, más despierto

Explorar acercando esa otra lectura

Siervos del hambre de conocer

Recogemos lo que otros dejan, que no nos parecen desperdicios.

Sí, las fotos de Guadalajara no eran tal, era la gata de Carmen que daba tiempo sobre los libros. Otra Carmen aguarda a otro ser. Más milagros vivos.

Y cómo terminar? Una fábula de Eduardo Galeano, para dejar una chispa de tolerancia que siempre viene bien, para Tíbet, para Palestina, para Irak,…

El elefante

Estaban los tres ciegos ante el elefante.

Uno de ellos le palpó el rabo y dijo:

- Es una cuerda.

Otro ciego acarició una pata del elefante y opinó:

- Es una columna.

Y el tercer ciego apoyó la mano en el cuerpo del elefante y adivinó:

- Es una pared.

Así estamos: ciegos de nosotros, ciegos del mundo.

Desde que nacemos, nos entrenan para no ver más que pedacitos.

La cultura del desvínculo nos prohíbe armar el rompecabezas.

Y una reseña de un libro de José Carlos Llop: París: suite 1940, que propuso David.


Elena Gutiérrez
12 de abril de 2008


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