Magritte
LA ODISEA
Háblame, Musa de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el Ponto, en cuanto procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros a la patria.
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El Maestro toca la campana para empezar.
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Empiezan los rugidos de León. Dos historias de Albacete. Ha encontrado un soneto melancólico y fe de vida. Cuando la noche cae de sí rendida, el aire se hace luminoso aroma, cesa de arder la frente. ¡Quién pudiera vida detenerte!. Y no sufrir y no seguir herido por el paso del tiempo desabrido. Sino sanar la herida de la muerte. Copiado de Quevedo. Aure se enfada por que no respeten la métrica. Di que sí. Olvidarse de que es un soneto. En Albacete ocurren cosas. Hay un mercadillo en la plaza Mayor y allí un cajón con libros tirados, en francés.Encontró un tesoro: 1813, aún Napoleón. Uroboros símbolo de la eternidad.
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Gozoso desplegó las velas el divinal Odiseo y sentándose, comenzó a regir hábilmente la balsa con el timón, sin que el sueño cayese en sus párpados, mientras contemplaba las Pléyades, el Bootes, que se pone muy tarde, y la Osa, llamada el Carro por sobrenombre, la cual gira siempre en el mismo lugar acecha a Orión y es la única que no se baña en el Océano.
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Chelo. Columpiarme, agarro fuertemente las cadenas, tomo asiento, me impulso, provoco al viento, que la fibra se tense y regrese doblando las rodillas. Se ve como se columpia uno. Uno viejo. Poema hexagonal. No es redondo. Primero hilvané, arrastré el hilo hasta la orilla. Achiqué la cintura. Rematé la labor.
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Del mismo modo que el otoñal Bóreas arrastra por la llanura unos vilanos, que entre sí se entretejen espesos, así los vientos conducían la balsa por el piélago, de acá para allá: unas veces el Noto la arrojaba al Bóreas, para que se la llevase, y en otras ocasiones el Euro la cedía al Céfiro a fin de que éste la persiguiera.
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Aure nos enseña su maravilloso libro. Los fondos para los niños de África. Prologado por Rocío. Circus. Es la segunda reimpresión. Se imprime uno a uno y están numerados. Es un circo amplio. Poco creíble. Boceto para dos gladiadores. Travesía de Roma hasta el coliseo. El orgullo de ser el centro de las miradas. Exilio, esclavitud. Sin embargo, como ahora solo quedan los dos que frente a frente se miran, se contemplan. Cada uno se alcanza el propio corazón. Olvida la lengua en que aprendiste, nunca olvides mi nombre. Después de haberme travestido en Odiseo en el propio Telémaco. Meterme en la piel heroica de Teseo, yo que soy incapaz de matar una hormiga. De llamar insistente y nadie respondió. Esperar los aplausos y los vítores. Vivir hasta cuando, en la niebla, con la yaga del nombre de su amor en la boca.
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Atenea esparció 1.000 gracias por la cabeza y los hombros de Odiseo e hizo que pareciese más alto y más grueso, para que a todos los feacios les fuera grato, temible y venerable y llevar a término los muchos juegos con que éstos habían de probarlo.
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José Antonio. La impresión de Circus. El libro de los objetivos. Hemos vendido cinco ejemplares. Una calaca. La flaca, elegante, va de versos, derrapa en sueños del fotógrafo. Cedo el asiento en el vagón del tiempo. Algún día nos veremos.
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Mas si le está destinado que ha de ver a los suyos y volver a su bien construida casa y a su patria, sea tarde y mal, en nave ajena, después de perder todos los compañeros y se encuentre con nuevas cuitas en su morada.
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Javier una antología de los poetas de Getafe. Chevalier. Una décima con estrambote. En Burgos Jesús Pinedo. Si tomo uno me excedo, la nata me vuelve loco. Blandió el Cid su Tizona. A sus huestes yo convoco.
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Las otras almas de los muertos se quedaron aún y nos refirieron, muy tristes, sus respectivas cuitas. Solo el alma de Áyax Telamoníada permanecía algo distante, enojada porque le vencí en el juicio donde se celebró cerca de las naves para adjudicar las armas de Aquiles, juicio propuesto por la veneranda madre del héroe y fallado por los teucros y por Palas Atenea ¡Ojalá no le hubiese vencido en el fallo!
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Carlos Ceballos. Soy gata, perro eres. Mi maldad frente a tu dueño. Ante la idea de morir sin uñas. Ese dolor que se acumula como amianto. De Jardines Circulares. Tras escuchar su eco los aullidos esconden su vergüenza. No nos dimos cuenta de que los aeroplanos mueren en los desiertos. La matemática cambiante de los astrolabios. El loco se sumerge contando los segundos que le llevan a la asfixia.
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Algo nos preparan los dioses, pues hasta aquí, siempre se nos han aparecido claramente cuando les ofrecemos magníficas hecatombes y comen, sentados con nosotros, donde comemos los demás. Y si algún solitario caminante se encuentra con ellos, no se le ocultan, porque estamos tan cercanos a los mismos por nuestro linaje como los Cíclopes y la salvaje raza de los Gigantes.
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Carmen Padín. En punto. Servía la comida a horas precisas. Se volvió una obsesión insoportable cuando le regalaron un reloj de muñeca. La guerra la descompuso. Esa noche no cenamos a las ocho en punto.
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Dicho esto, aléjeme de la nave y del mar. Pero cuando, yendo por el sacro valle, estaba a punto de llegar al gran Palacio de Circe, la conocedora de muchas drogas, y ya enderezaba mis pasos al mismo, salióme al encuentro Hermes el de la áurea vara, en figura de un mancebo barbiponiente y graciosísimo en la flor de la Juventud.
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Juan Antonio. La Ley del Silencio. Amores. Mi amiga fue callada.
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El hado ha dispuesto que no veas a tus amigos, ni vuelvas a tu casa bien construida y a la tierra patria hasta que tornes a las aguas de Egipto, río que las lluvias celestiales alimentan, y sacrifiques sacras hecatombes a los inmortales dioses que poseen el anchuroso cielo: entonces te permitirán las deidades hacer el camino que apeteces.
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Paloma: Antón Martín es una ruina, pero Adelina mira aliviada al cine Doré que permanece ileso. La Iglesia de San Nicolás a su trasera, aparece negruzca, quemada de hace tiempo. Hay un cura barriendo la puerta en aquella destrucción. “¡Poco puede alegrar el arreglar el hombre!” piensa Adelina resoplando.
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-Ve, divinal Eumeo, acércate al huésped y mándale que venga para que yo le saludé y le interrogue también acerca de si oyó hablar de Odiseo, de ánimo paciente, o lo vio acaso con sus propios ojos, pues parece que ha ido errante por muchas tierras.
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Cinta. Un cuento de los pecados capitales. La avaricia. Colecciones. Recordaba los primeros olores de su casi eterna vida. El crepitar del fuego donde hervían algunos humanos. Su reino será medido y desaparecerá. Túnicas transparentes de Lucrecia Borgia. Tesoros únicos. Las orejas ya no eran puntiagudas. Cambio de condena.
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Entonces se desnudó de sus andrajos el ingenioso Odiseo saltó al grande umbral con el arco y aljaba repleta de veloces flechas y, derramándolas delante de sus pies, habló de esta guisa a los pretendientes.
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Ana Gonz. Cunqueiro. Era una flor o un mirlo de oro. Un sueño de otro. Pidiéndome que lo soñase. Por mi sueñan campos, palomas azules. Al otro lado de las montañas.
En la otra orilla las luces alumbraban más quizás convirtiendo algún sueño en realidad. Había ruidos y voces. Solo dormí caliente. A la intemperie, sin sueños a oscuras.
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Al verle caído, los pretendientes levantaron un gran tumulto dentro del Palacio; dejaron las sillas y, moviéndose por la sala, recorrieron con los ojos las bien labradas paredes; pero no había ni un escudo siquiera, ni una fuerte lanza de que echar mano. E increparon a Odiseo con airadas voces voces.
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Mariana. La desolación del viento. El norte de la marmota inocente. Arroja la toalla mientras una mariposa temblando deja caer su piel antigua. El canto del mirlo se posa como un copo de nieve en el alma. El océano llama a los peces a comer la desolación del viento.
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Luego Atenea, la deidad de ojos de lechuza, ordenó otra cosa. No bien le pareció que Odiseo ya se había recreado en su ánimo con su mujer y con el sueño hizo que saliese del océano la hija de la mañana, la de áureo trono, para que les trajera la luz a los humanos.
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Luis. El muro de la última calle. Resbalaba la lluvia por sus piedras quebradas. Palpé un musgo duro como madera virgen. Supe de su firmeza bruñida por el tiempo. Mis ojos se empañaron. Miedo ante aquella quimera.
Baluarte. Cripta de los cuerpos que yacen cercanos a sus muros. El color antiguo de la sangre.
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