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Empieza Aure. Las musas están huidas y asustadas. Media
docena de huevos hay que traerle. Tengo cortes de conexión. Poemas que un día
serán un libro. Trigo limpio. Monseñor: ¡Cómo quiere que seamos trigo limpio!
¡Ábranos su palacio! Y verá que no olemos lo mismo que Jesús ante Pilatos. El
poema de los huevos lo
tiene en la cabeza. El deseado. Duda entre elegir prosa o poesía. Ideas para un
prólogo ajeno. El inconsciente colectivo portugués. Referencias novelescas en
cursiva. Poema de los huevos. Dragón. Sin embargo ¡con qué aviesa inquietud me
atravesó! Dragón Rapide.
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… Me veo en el cuarto piso de la rua dos Douradores,
me ayudo con sueño; miro, sobre el papel medio escrito, la vida sana sin
belleza y el cigarro barato que apurándolo extiendo sobre el secante viejo.
¡yo, aquí, en este cuarto piso, interpelando a la vida!, ¡diciendo lo que las
almas sienten!, ¡haciendo prosa como los genios y los célebres! ¡yo, aquí,
así...!
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José Antonio. Hoy día
lucha contra el SIDA. Décimas encadenadas con León. Ojalá que acierte. El
ambarino aguafuerte. No llegó a ser catarata. Hará también la promesa de
tatuarse un pasado en el corazón. SIDA. La Cibeles se ha ido a la Gran Vía. Cantan
los bombos y las voces. Disfrazada de esqueleto. Vivo y cautivo.
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Yo no partí de un puerto conocido. Ni sé hoy qué
puerto era, porque todavía no he estado allí. Tampoco, igualmente, el propósito
ritual de mi viaje era ir en demanda de puertos inexistentes -puertos que
fuesen tan sólo entrar-hacia-puertos; ensenadas olvidadas de ríos, estrechos
entre ciudades irreprensiblemente irreales. Pensáis, sin duda, al leerme, que
mis palabras son absurdas. Es que nunca habéis viajado como yo.
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Cinta. Cuento pétalos
violeta. Colibrí aletea entre cucharillas, platos, tazas y recorre el pasillo
sin que sus pendientes dejen de bailar. Huyendo de un padre que la azotaba. Se
casó con 14 años. Vivió debajo de una mesa. Seis hijos carboncitos. Ese español
que retumba. Ojos acero en su cuello una llave. Su sonrisa puede ser el
preludio de una dentellada. Hablan con sus voces graves. Tu abuela era trapecista
gitana, te enseñó a dar saltos mortales. La caligrafía es una red que me
estorba. Su voz contradice su cansancio, habla como un riachuelo. Y los pétalos
violetas de su cara ya no están.
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Todos
los pensamientos, que han hecho vivir a hombres, todas las emociones, que los
hombres han dejado de vivir, han pasado por mi mente, como un resumen de la
historia, en esta meditación mía andada a la orilla del mar.
Rocío. Las diez y
cubierto. Uno de los últimos serenos. Yo vivía con mis abuelos. Dos árboles con
una misma raíz. Dos árboles con las raíces entremezcladas. El contorno casi perfecto de un ciprés y
aquel otro casi redondo. Marga, una flor con dos coletas. Las tardes eran
nuestras, solo nuestras. Se hacía un café de puchero oscuro. Sus dedos
bailoteando con el río. El que llegaba con el capote helado y las manos
calientes. El que me daba conversación. Echándose un abrigo sobre la bata. Nos
habíamos quedado solos, muy solos. Lo achaqué a la tristeza. Si me descuido se
va a la calle sin la gorra. Yo no sabía de duelos ni de enfermedades. La muerte
de la abuela había acelerado su vejez. Sonó el timbre de la puerta. Todo me
pareció rarísimo. Un glaciar me estaba creciendo dentro.
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¿Quién sabe siquiera lo que piensa, o lo que
desea? ¿Quién sabe lo que es para sí mismo? ¡Cuántas cosas sugiere la música y
nos sabe bien que no puedan ser! ¡Cuántas recuerda la noche y lloramos, y no
han sido nunca! Como una voz suelta de la paz tumbada a lo largo, el
enrollamiento de la ola estalla y se enfría y hay un salivar audible por la
playa invisible.
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Chelo. El poema es de
2016. Rincones de tinta. Ya no creo en la Tierra. Dejamos desnudo el deseo que
nunca se consumó. Nos expandimos como aceite derramado. De todo este tiempo que
llaman vida. En renglones de tinta casi seca. Quitar partículas.
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La hoja en que escribo con cuidado, en las líneas
pautadas, los versos de la epopeya comercial de Vasques y Cía., y el convés
donde veo con cuidado, un poco al lado de la pauta alquitranada de los
intersticios de las tablas, las tumbonas alineadas, y las piernas salidas de
los que descansan del viaje.
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León. Hoy viene de oyente. Sigue con su historia, engolfado.
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Antes que cese el estío y llegue el otoño, en el
cálido intervalo en que el aire pesa y los colores se ablandan, las tardes
suelen llevar un traje sensible de gloria falsa. Son comparables a esos
artificios de la imaginación en que las añoranzas lo son de nada, y se
prolongan indefinidas como estelas de navíos que forman la misma serpiente
sucesiva.
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El Maestro. Sigue con
los objetivos. Esperar la lluvia. Cuando no llega el agua, llega el hambre. La
piel de la tierra es herida por la que sangran mis ojos. Temblor de sol en el
acero. Con los párpados arrasados por la sal. El aire cruje en las ventanas.
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Hay una vaga brisa.
Pero mi alma está con lo que veo menos.
Con el paquebote que entra,
porque él está con la Distancia, con la Mañana,
con el sentido marítimo de esta Hora,
con la dulzura dolorosa que sube en mí como una náusea,
como un comienzo de mareo aunque del espíritu.
Miro de lejos el paquebote, con una gran independencia de alma,
y en mi interior un volante inicia lentamente sus giros.
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Juan. Ya viene el
autobús. A tres grados bajo cero. Tres. Yo estaba abrigado con un saco de
dormir. Me contó que había faltado ese día a las clases. El chofer no dice
nada. Un beso, cariño y mucho amor. Recoge libros usados.
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Otra vez vuelvo a verte
sombra que pasa a través de sombras y brilla
un momento una luz fúnebre desconocida
y entra en la noche como la estela del barco que se pierde
en el agua que dejamos de oír...
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Isa Morión. El invierno
está detrás de esa puerta. Lo hallaría todo muerto. Alegría caída en mis pies.
Yo aun estoy vivo y lo sé. Gloria Fuertes. La vida es una hora. Apenas dará
tiempo a amarlo todo. Mi alma tiene prisa. Luis Andrade. El tiempo termina. Esa
palabra hermosa llamada libertad. Para abrazar sin prisa. Cada día es
distinto.Quiero marcharme limpia. El peso del silencio. Nadie te besa. Y vuelvo
a ser aquella que vibra con el viento.
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Mar enorme, mi ruidoso compañero de la infancia,
que me descansas y me arrullas, porque tu voz no es humana y no puede un día
citar en voz baja a oídos humanos mis flaquezas y mis imperfecciones. Cielo
vasto, cielo azul, cielo cercano al misterio de los ángeles.
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Juan Antonio. Los
objetivos. Calidad educativa. Orientación educativa. Los llaman pakistaníes. Después
de un cuarto de siglo, no sé si seguirá vivo.
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Absorto e incierto
y sin conocer,
floto en el mar muerto
de mi propio ser
Me siento pesar
porque agua me siento...
Te veo oscilar,
vida-descontento...
De velas privado...
La quilla virada...
El cielo estrellado
frío como espada.
Soy cielo y soy viento...
Soy barco y soy mar...
Que no soy yo siento...
Lo quiero ignorar.
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Paloma.
—¡De ninguna manera Felipe! de ninguna de las
maneras. ¡Conmigo no cuentes! Yo no me meto a vivir con tu madre ni borracha
-dice Adelina visiblemente alterada- ¡Que no!, que nanai, nanai de la
Chinaná, que antes me pongo a pedir limosna en los Jerónimos. Que no hay
quien la aguante y a mí me huele a rancio. Tiene la cocina llena de mierda
y un perro sarnoso, y ¿Quién me dice a mí que no tiene ratones? Que no, por la
vida de mis hijos que no voy. Que caiga aquí mismo fulminada si voy a ir a casa
de tu madre.
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Disfruté anticipadamente el placer de ir, una
hora para allá, una hora para acá, viendo los aspectos siempre diferentes del
gran río y de su desembocadura atlántica.
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Carmen Padín. Invierno. Disfruto
refugiada de la lluvia. Con la nieve es otra cosa. La nieve no hace ruido al
moverse. La desazón que provocaba mi ausencia. El patio disimulado por la
bruma. Techos desiguales, madrigueras y baches en el pavimento. Un gozo
desconocido me invade.
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Vivimos
todos, en este mundo, a bordo de un navío zarpado de un puerto que desconocemos
hacia un puerto que ignoramos; debemos tener los unos con los otros una
amabilidad de viaje.
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Susana. Ética para náufragos.
Repites a todas horas una especia de mantra tóxico. Desde que te despiertas
piensas en él. El naufragio estaba cerca. Supiste que todo había terminado. Era
como hablar con un desconocido. Sientes que la vida es eso.
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Algo se parte en mí. El rojo anocheció.
Sentí de más para poder continuar sintiendo.
Se me agotó el alma, quedó sólo un eco dentro de mí.
Decrece sensiblemente la velocidad del volante.
Las manos me borran un poco de los ojos mis sueños.
Dentro de mí hay sólo un vacío, un desierto, un mar nocturno.
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Luis. A un amigo. La otra noche
soñé que dejabas la vida, hilvanando nostalgias. Donde palomas locas no cesan
en su vuelo. Aquel aliento impávido vertido en el papel o en el viento. Tu
recuerdo no va a morir.
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Y en cuanto siento que hay un mar nocturno dentro
de mí,
sube de sus lejanías, nace de su silencio,
otra vez, otra vez el vasto grito antiquísimo.
De repente, como un relámpago de sonido, que no hace ruido sino
ternura.
Ana. Bilingüe. Allá. En la otra
orilla las luces alumbran más. Yo crucé a la otra orilla. Solo, dormí caliente
entre periódicos color sepia. Tampoco las estrellas se podían divisar. En la
otra orilla. Muy bonito en gallego.
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Adelanto la pluma hacia el tintero y de la puerta
de la sala de fumar, incluso al pie de donde siento que estoy, sale la figura
de un desconocido. Me da la espalda y avanza hacia los otros. Su manera de
andar es lenta y el trasero no dice mucho. Empiezo otro asiento. Trato de ver
por qué me había equivocado. Es en el debe y no en el haber la cuenta de
Marqués (Le veo gordo, amable, chistoso y, en un momento, el barco desaparece).
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