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viernes, 5 de marzo de 2021

19ª Jornada/XIV año: Miércoles, 3 de marzo de 2021

Atraco de poetas

(Artículo extraído el El Caso)



El pasado miércoles 3 de marzo ocurrió un hecho insólito. Un estrafalario grupo atracó un banco a golpe de poesías y relatos. 


Llegaron montados en bicis, acompañados de niñas con gatos en brazos e incluso hubo quien tuvo el temple de viajar hasta el lugar en metro, a cara descubierta, y volverse del mismo modo. 



La primera en pronunciarse fue Isa, derrapando en una bicicleta roja y con la ropa de faena, escapada de su trabajo de pediatra en el hospital para perpetrar la fechoría y salir de nuevo corriendo. 


No cargaba su arma con una poesía, como se hubiera esperado, sino que disparó un relato, según dijo, antiguo. 


“Todo el mundo quieto, esto es un atraco, y vais a tener que escucharnos mientras os robamos las palabras”. Intimidados por el atuendo de pediatra hospitalaria, escucharon el texto “El ensamblaje de la bicicleta roja”, que trata el difícil asunto de la donación de órganos y cómo la memoria celular puede ensamblar historias de la manera más insospechada. 


Tras extraer las palabras necesarias para su próximo relato, corrió a cumplir con su profesión de nuevo. 


Se sospecha que son seres con super poderes, por eso no debe sorprenderse quien esto lea, por las situaciones atípicas como la que se relata a continuación. 



Una voz en off irrumpió en la sala de espera del banco y algún tiempo después, tras la confusión inicial, Jose María se materializó y saludó amablemente a los asistentes. Este individuo, sospechoso de viajar en el tiempo con diferentes velocidades para la voz y el cuerpo,  se esfumaría de nuevo sin dejar rastro antes de que se consumara la fechoría grupal. No robó ninguna palabra para su poema o historia. Parece que el vínculo del grupo es fuerte y disfrutan escuchándose y no sólo hablando. Ya les avisé que eran seres estrafalarios. 



Cintarosa llegó cabalgando uno de los pecados capitales con peor fama, la envidia, e hizo ostentación de su temple y fortaleza sobre la bestia que domeñaba.  


En su relato “Ojos negros”, disparó 700 palabras, una a una, con pulso firme y pausado, a un ritmo constante que convertía sus palabras-balas en ineludibles. Con música de los Beatles de fondo, contra la armonía dulce y pegajosa de un joyero, consiguió que los usuarios del banco se tirasen al suelo en un intento de protegerse.



Juan Calderón llegó acompañado de una niña con gato. Atacó con un relato titulado “Fotografía en blanco y negro”. Breve y certero, extrajo todo lo que había en la caja fuerte mientras exponía su historia y dejó al público con el aliento retenido. El drama permaneció en el ambiente tiempo después de hacerse el silencio.  


Antes de irse, amenazó con cambiar el título.



Susana, toda dulzura y sonrisas deleitó con su relato ¡Oh, Fortuna! 


Invitó a su personaje a que mostrara su colección de cepillos de dientes, y mientras éste los colocaba en impoluto orden de mayor a menor, ella se apropió de los fondos reservados. 


Cuando los responsables del banco se quisieron dar cuenta, no sólo les habían desplumado, sino que tenían el miedo helado en el cuerpo con el relato del asesino en serie que la autora les había contado. A uno que intentó hacerse el héroe, Susana, con su mejor sonrisa, le preguntó: ¿te gusta el Carmina Burana?



Rocío abandonó la sala justo cuando era su turno y dejó a sus compañeros desolados. Tendrían que esperar otra semana para escucharla. Es una dama y no roba palabras. 



Juan Bautista pidió luces y con un chasquido de dedos montó el escenario para dar vida al último capítulo de su novela. 


Si en el capítulo anterior Nicanor había debutado en el Tropicana, ahora se le veía en el centro del escenario con los ojos llenos de euforia. 


Relajó el ambiente un tempo impecable y dulces acentos cubanos. Mitad escritor, mitad actor, deleitó a los atracados que a esas alturas ya habían sido convertidos en público domesticado. 


Desapareció el pánico y dejó la sala hecha revolución cubana.


Pero esa dulzura se vió amenazada en el epílogo del libro, cuando las manos temblorosas de la marquesa de Altamiranda abrían el sobre color manila. 



Iñaki llegó acompañado del personaje de su novela en progreso; un transexual que regresa a su pueblo en tiempos de pandemia para liberarse del confinamiento asfixiante de la gran ciudad. 


Si bien su protagonista no consiguió que le produjeran su obra en Nueva York, al menos se ligó al productor americano, que viajó hasta Almería para declararse. Habrá que ver en próximos capítulos si la decepción se transforma en genuino gozo.



José Antonio entró amenazando con sus poemas a modo de mangual.


Los señores de traje gris repetían frases sueltas anonados, como si estuvieran asistiendo a una homilía. 


 “No es tiempo de llorar ni de quejarse” y todos repetían al unísono: “No es tiempo de llorar ni de quejarse” y asentían cuando el poeta enunciaba “está bien equivocarse” Sí, murmuraban por lo bajines “está bien equivocarse”


Anunció que la vida es un arma inerme, que se carga con los sueños. 


Y pasó a las fotos de fogones y las zanahorias despistadas, a barlovento de los sueños. 


Dejó al público encantado, atado a la mayor, quieto.   



Juan Antonio invitó a Lorca a que presentase la estampa dos, escena novena, de la obra Mariana Pineda. Federico se animó al verse otra vez tan vivo que prosiguió con la estampa 3. 


Juan Antonio se hizo acompañar de la misma niña que Juan C, pero curiosamente la niña no era una niña, sino una madre, y la hija resultó ser el gato. 


Todo quedó debidamente aclarado en el relato “Mi hija”, de creación propia. 


Permítanme que señale aquí la inmoralidad, a mi juicio, de llevar niñas a los atracos, aunque sea de bancos de palabras



Mayte hechizó a la audiencia con un relato de amnesia, disculpen que no le llame demencia. La madre que confunde a las hijas con enfermeras y se ofusca porque dudan de que sepa administrarse la insulina que tan bien ha llegado a conocer en 50 años de diabetes. 


“Que no me llames mamá”, le dijo a la cajera el personaje de su relato. “Y venga, dale las mejores palabras a esta chica tan maja que me ha traído aquí a conocer a sus amigos.”

 


Lurdes, madre amorosa, compartió su poema “Y tan alta” (para María).


Aros, pelotas y cintas volaban por todas partes sin temor; y con volteretas que asustaban llegó hasta el lugar donde se escondían las joyas y los tesoros más preciados. 


Dijo con la boca pequeña que en vez de rimas, lo haría relato. 


Cerró su ataque con “Tus cuatro elementos” (para Jaime) y se hizo perdonar el hurto cuando materializó, a través de sus palabras vivas de amor, a su hijo de niño, gateando entre pucheros y ordenando en cosmos los cuatro elementos, hasta entonces disgregados no se sabía dónde.



Ana desplegó para su audiencia un poema amoroso como quien abre la caja de los tesoros. “Aquellos ojos grises” que la amaron y le clavaron sus espinas, hablaba del amor que se va como se iba ella con las más exquisitas joyas del banco de palabras.


Pero antes de salir con las arcas llenas dejó fluir el relato que había construído sobre Emily Dickinson. Y se despidió con una lectura de la poeta “Sabré el por qué cuando termine el tiempo”



Alberto estuvo supervisando, no disparó palabras ni en forma de verso ni en forma de relato. Comprobaba con generosidad que todo estuviera en orden y que las sacas de sus compañeras y compañeros se llenaran de las mejores palabras.



Cerca del final, Javier, discreto, extrajo las palabras con exquisito gusto y las colocó de tal manera que los dueños del banco sólo pudieran agradecérselo. Así da gusto que nos roben palabras, comentaban, para esto llevamos toda la vida ahorrando. 


Apenas robó las palabras estrictamente necesarias para su poema “Acostumbran a mentirme los recuerdos”


Y finalmente confesó que acostumbra a mentirle a sus recuerdos y teme que algún día no vuelvan a su lado. 


Los empleados afirmaban con la cabeza, reconociéndose en esa manipulación insidiosa de la memoria. 


Los clientes del banco presentes en el atraco, pedían que el próximo miércoles volvieran a robar más y de paso les mostrasen lo que los poetas y relatistas habían hecho esa semana con lo robado.



Por último leyó Almudena, que se deshizo en disculpas. Ella no quería robar, pero ya que estaba ahí, leería algo. Y mientras compartía su relato “El cazador de momentos”, una empleada del banco, que entró esa mañana siendo una mujer moderadamente atractiva, salió con paso firme por la puerta giratoria convertida en diosa inalcanzable.


Subitamente salieron en desbandada. Dieron las nueve y el hechizo se deshizo. Las atracadoras que quedaban y sus compañeros, se distribuyeron a través de redes de información y aparecieron, cual cenicientas y cenicientos; de nuevo en sus casas como inofensivos ciudadanos, dispuestos a pisar la tierra un día más, ya al día siguiente, después del sueño. 



Almudena Sipos

5 de marzo de 2021







Un momento de la Tertulia, la intervención de José Antonio Carmona:



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