Páginas

miércoles, 23 de octubre de 2019

4ª Jornada/XIII año: Miércoles, 16 de octubre de 2019


De nuevo en el psiquiátrico...

Pues sí, aquí me tienen de nuevo, en el psiquiátrico. Ha cambiado de sitio, a éste le llaman el Ajenjo, quizás porque evoca esa turbia reputación de la bebida. Líquido verde y lechoso preferido de Baudelaire, Toulouse-Lautrec, Rimbaud, Van Gogh, Picasso, Hemingway. Ése que desencadena la creatividad, el deseo carnal y apacigua los excesos del comer. ¿Podrá ser tan malo como dicen?

Llego temprano, la tarde fresca de un otoño que llega tarde. Se me olvida traer algo con qué escribir, Carlos, atento, me regala un cristalino boli, un Bic que no sabe fallar. Alberto pregunta: ¿saben cuántas cartas de amor se pueden escribir con un bolígrafo como éste?  Doscientas treinta y dos,  responde,  equivalentes a  escribir dos kilómetros en línea recta. Me es difícil concebir una carta de amor en línea recta. El amar tiene tantos vericuetos.

Y como estamos de números, Rocío nos regala dos escritos, uno de 100 palabras y otro de 200. El primero, nos dice, ha tenido que incluir las palabras asombro, soledad, compasión, alegría y otra que se me escapa al escuchar sus historias de una rojo geranio, de un rojo imposible, de un cleptómano de natillas, de un taller de reparación de marionetas, de una soledad que se repliega al estar ella contigo, leyendo sus historias.

Alberto pregunta de nuevo. ¿Quieren un relato corto o uno largo? ¡LARGO!, exclama la sala sabiendo de su pasión por los muertos. Licántropo de poetas, se escucha por ahí. Se busca sepulturero. Para Tato Neruda el mejor trabajo después de ser maestro era el de sepulturero. Es verdad que el doctor tiene varios pacientes que han sido maestros, algunos graves. Después de enterrar a su primer cliente, Tato Neruda está feliz, pero pronto su felicidad se torna en una gran decepción: hay que desenterrar al muerto. Tres damas le piden exhumarlo, todas por distintas razones, algunas materiales y otras de mejor sentir. Todas sin saber que el muerto ya no era ni la mitad de que había sido.

Roquetas de Mar. Aureliano, con su volar suave de gaviota y sabiduría profunda nos habla de la expulsión de los judíos de España y Portugal. Sefarad de los naranjos perdidos, muros de otra lengua, trueca un hijo por un pedazo de pan. Nuestros corazones se desmoronan como ese mendrugo al pensar en los migrantes que pueblan la Historia de la Humanidad, arrancados de su tierra, forzados a echar nuevas raíces. Los catalanes se quieren ir de España y los judíos regresar, nos consuela. Creo que no está tan loco como parece,  aunque insiste en sus vidas múltiples.

Juan Antonio también está impregnado del olor de octubre y la enorme luna llena que nos hipnotiza cada noche. El muro del edificio cruje,  las losetas caen; en su caldero, piernas, patas, alas de murciélago, conjuros ecosónicos.

Javier, después de tantos negros pensamientos,  invocaciones y enterramientos, exclama: Sit tibi terra levis. Yo, diagnosticada como claustrofóbica, no puedo dejar de sentir una indecible opresión en el pecho, a pesar de los buenos deseos. Respiro con normalidad cuando nos anuncia que está por publicar sus libro El mapa de tus cicatrices. Me queda claro que con su bisturí poético, esas cicatrices lucirán perfectas.

Luis nos invita a subir a un tren. Por fin algo relajarte, un viaje a Serenity Lake ¡Justo lo que necesitamos!  Nos acomodamos en el vagón, muy pegados unos con otros.  Desde entrar, un olor ocre a tabaco y limón nos rodea. Un periodista empeñado en desenterrar las sucias redes de la mafia, la corrupción, los tratos bajo el agua de políticos y empresarios nos impiden pensar a las aguas tranquilas del lago. Por fortuna, el reportero se va al vagón comedor con una rubia. Marion  es muy rubia, muy inteligente y decidida. De seguro es malísima, pienso al verla. Acierto. Aprovecha un segundo para envenenar el bourbon del periodista, y no contenta con ello, intenta lanzarlo fuera del tren. Es ella quien termina ensuciando el camino de fierro. Un lago muy agitado. Pasaré a Luis el primero con el doctor. Quizás sufra del mismo mal que Cecilia, aquella de La rosa púrpura de El Cairo.

Me parece que invocar al hada verde del ajenjo tiene sus efectos. Un chamán nos visitas desde los áridos montes de México; en viaje de peyote, entre plumas de águila, serpientes y venados. Carmen asegura que están aquí, en la sala. Algunos los pueden ver. Se lo diré al doctor. No tiene pinta de adicta, pero uno nunca sabe.

León se escapa momentáneamente del Ajenjo, piensa en irse a la orilla del mar. Nos alegra con la noticia de que ha mandado su libro, La yerma floresta, a un concurso. Le deseamos suerte. Los baños de mar siempre sientan bien, no pasa lo mismo con los de lago.

David nos habla de Julia Navarro, del proceso creativo de la escritora. Insiste en descubrir el secreto para ser un buen novelista sin darse cuenta de que ya lo trae dentro. Solo tiene que dejarlo salir, sin cláusulas de riesgos, sin cobertura de protección,  sin control de daños a terceros, con carta verde. Bueno,  yo no soy doctora… ni aseguro nada.

Carlos y Alma abandonan la consulta. Me imagino que el médico celebrará el irse más temprano, pero los de la sala nos quedamos con ganas de escucharlos.

Ana Gonz trae medio poema ¿Descuartizado como el cadáver del sepulturero? No. Está en el horno. Llegó el doctor.

Carmen Padín
19 octubre de 2019

No hay comentarios: