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lunes, 22 de febrero de 2016

17ª Jornada/IX año: Miércoles, 17 de febrero de 2016


Bita y yo

La Gran Cafetería Santander de Madrid es grande por tres razones. La primera porque lo anuncia su título a bombo y platillo: “Gran cafetería” reza el enorme anuncio que hace esquina. La segunda razón porque, en su planta baja, da cobijo y silencio, todas las tardes de los miércoles, a los compañeros de la tertulia Rascamán para hablar de literatura. Y la tercera y más importante, porque también en sus bajos, vive la pequeña Bita.

Bita, en realidad, es el diminutivo de “Bitácora”. Se lo acortamos porque su nombre completo suena rimbombante para una criatura tan frágil como ella. Bita solo tiene unos ocho años. Y digo “unos” porque no sabemos exactamente cuál fue la fecha de su nacimiento. Las primeras fotos de nuestras caras sonrientes al lado de la suya, son de octubre de 2007, por eso debe andar rondando los ocho, nueve años. Nos la trajeron un otoño, no era más que una idea, una ilusión. Un ovillito surgido del encuentro y la memoria, a quién decidimos tutelar.  

Bita es mimosa, porque desde que llegó nunca la hemos desatendido. Es cariñosa porque nunca nos ha perdido de vista: si nos hemos mudado de café ella siempre ha venido, si nos hemos ido de vacaciones de verano o navidad, ella siempre ha estado protegida. Por eso también está muy “entertuliada”, enseguida hace pucheros si nos vamos a casa alguna semana sin ella. Tiene miedo de que la dejemos perderse. 

Pero si ya es difícil ser hija única, es más aburrido no tener otras bitácoras con quién jugar o con quién discutir por éste o cualquier relato o poema, más difícil es tener tantos padres y madres de diversa edad y condición literaria. 

Yo no sé si Bita se da cuenta de que hay miércoles que todo son problemas para hacerse cargo de ella. Que si yo ahora tengo mucho trabajo, que si yo estoy en obras, que si tengo que escribir, que si tengo que leer. Las responsabilidades dan trabajo y quitan tiempo y Bita es una más de ellas. Y aunque ojalá todas las responsabilidades de este mundo fueran así, cuando uno anda sobrado de ellas, cualquier otra por pequeña que sea, suma.

El caso es que nada más llegar la tarde del miércoles Bita nos va echando los bracitos uno por uno para que le hagamos unos cariñitos, y nos la llevemos unos días a casa. Pero hay miércoles que a la pobre le cuesta dar varias vueltas al círculo de la mesa hasta que al fin uno dice: “¡Venga Bita prepara la mochila que te vienes conmigo!”.

Entonces tenía usted que verla, con esa sonrisa de oreja a oreja que justifica su alegría y esos versitos lúdicos que se le forman en los ojos al reírse. Sale corriendo, se echa una metáfora al cuello a modo de bufanda, que ya hace frío, se arropa con varios párrafos y te da la mano y ya no te la suelta, no vayas a cambiar de opinión y la dejes allí otra vez. 

Y tú tienes que susurrarle: “Tranquila Bita que no me escapo, que aquí voy a estar hasta que nos vayamos. ¿Me escuchas? Vayamos, en plural, porque hoy te vienes conmigo sí o sí”.

Y parece que se tranquiliza y se sienta al lado de tu cuaderno, tan callada y tan  modosita ella, a esperar.

Mientras tanto va llenando su mochila de juguetes:

Y se guarda un relato, bien escrito, de María Juristo que narra una escena familiar que comienza con Caín increpando a Dios tras haber matado a su hermano Abel. 

Y se guarda dos poemas de Paco Fenoy que no tienen título pero tienen sonoridad y están escritos en Fenollés. Nos gusta que Bita aprenda idiomas desde pequeña. 

Y se guarda un relato de Rocío Díaz sobre una pareja a través del tiempo, sobre una letra que se dan y se quitan. Porque queremos enseñarle a jugar con el lenguaje.

Y se guarda otro poema, esta vez de José León  de su primer poemario: “La inteligencia azul de los delfines”. A Bita le gusta el virtuosismo de los poemas de León.

Y se guarda otro relato, esta vez de Ignacio Ferreras de su colección “Relatos con gatos”. Aunque hemos decidido que al gato le vamos a cambiar el nombre porque Carpanta no es nombre de gato para Pitiminí, ese dueño con tanto “glamour” que tiene.

Bita no solo está contenta porque ya sabe que se va a ir unos días, sino también porque hoy en la mochila va a poder llevarse poemas y cuentos. Le encanta la variedad de voces y músicas. La variedad de historias y ambientes. Qué leída nos está saliendo nuestra Bita con tantos mayores enseñándole. Mientras, ella sigue guarda que te guarda:

Y se guarda el cuento de piratas de Cinta, que disfruta con intensidad debido a su edad y lo colorista del relato. Cinta agradecida, además, le regala un poema.

Y se guarda después, algunos poemas más de José León, pero en la voz de Ignacio Tamés. Entre ellos, el primero, un poema muy bien escrito sobre Venecia del mismo primer poemario.  León, aún nos lee uno más: “El cuervo” con quién le habla a Bita del gran Poe.

Y se guarda más poemas de la voz de Isabel Morión, a quién el poema sobre Venecia de León le ha traído recuerdos y nos lee su particular visión de otra Venecia con sus elegantes cafés y sus apuestos camareros.

Y por último se guarda un par de poemas más de Primitivo sobre el paso del tiempo y la soledad con versos de bayas y piezas de puzles.

A veces los tertulianos nos enredamos en conversaciones trascendentes que saltan de la literatura a las ciudades, y de ahí a la Historia, hasta recabar en el cine. Ayer recordamos juntos tres películas que nos vinieron al hilo de nuestras lecturas: “Muerte en Venecia”, parece que la ciudad de los canales ayer nos inspiraba, “La primavera romana de la Sra. Stone” y “Del rosa al amarillo”. Hablamos de ellas y trajimos el cine hasta los bajos de la Gran Cafetería Santander. Bita los anotó cuidadosamente con su caligrafía ociosa de “apuntar las pelis a ver algún día”. 

Después también apuntó, ésta vez con su letra de persona mayor, las lecturas en público que haremos algunos tertulianos. Lo más próximo a anotar: Martes 23 de febrero coincidimos leyendo Isabel Morión sus poemas por un lado, y Javier Díaz y Rocío Díaz regalando versos y cuentos al amor, por otro. 

Bita estaba deseando salir a la calle, así que enseguida que leen todos los tertulianos, nos preparamos para irnos. “¿No te olvidas de ningún juguete?” le pregunto casi cuando ya íbamos a ponernos los abrigos. Entonces Bita me mira con sus ojos redondos y atentos, se despeina el flequillo pensativa, y me dice: “Ah, espera…” 

Y con cuidado le hace hueco en su mochilita, entre versos y relatos, a esas cosas intangibles, pero aún más importantes, que no se le podían olvidar: al asiento invariable que solemos ocupar cada uno cuando llegamos a la tertulia, la risa de Fenoy cuando nos llama “intelectuales”, el cilindro de papel que María Juristo desenrolla antes de leernos sus escritos, la forma de levantar las cejas que tiene un León de brazos cruzados cuando escucha atentamente y quiere decirte algo, el entusiasmo desbordante de Cinta por las palabras, los fantásticos relatos que Alberto ahora no nos quiere leer, la generosidad de Ignacio Tamés leyendo los poemas de León, la buena disposición a las críticas de Ignacio Ferreras tras leer su relato, lo bien que lee Isabel Morión sus poemas, el “saber estar” callado de Alma, y la presencia tranquila de Primitivo leyéndote esos poemas que parece que solos fluyen, mientras va pasando el tiempo en nuestras tertulias.

Cuando me marcho a casa, ese miércoles de mediados de febrero, todavía va resonando en mi memoria la distinción que hace León de los poemas: 1. Los que hay que dejar tal cual, 2. Los que hay que pulir y 3. Los que hay que tirar directamente a la papelera. 

Y vamos dejando atrás la “Gran Cafetería Santander” donde durante casi tres horas, porque hoy nos recogemos un poco antes, hemos rozado algo parecido a la felicidad. Una felicidad que casi se nos escapa, pero suena como el papel. Una felicidad que solo es nuestra, de los que hemos estado; pero tan intangible, tan preciosa como esas cosas que Bita ha guardado en su mochila casi al final. 

“Nos vamos a casa Bita”, le dijo bajito. La llevo de la mano mientras bajamos la escalera del metro, y me gusta sentir su manita caliente a cobijo de la mía. 

Es miércoles 17 de febrero de 2016, pienso entonces. Otro miércoles, otra tertulia, otra bitácora. Y Madrid parece menos fría que cuando llegamos.

Rocío Díaz Gómez
18 de febrero de 2016

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