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lunes, 30 de noviembre de 2015

7ª Jornada/IX año: Miércoles, 25 de noviembre de 2015


un ruido procedente de la escotilla de popa alertó al personal,
que al unísono desenvainó la espada...


Mucho murmullo y hablar por lo bajini; música de conspiración más bien, podríamos decir. A lo lejos, desde la popa, Javier, en vez de blandir la espada o lanzar un cañonazo de aviso a los presentes para poner firmes a la tripulación, nos salió con las delicias de su libro; es decir del libro “Antón Pirulero”, en el que habían publicado un poema suyo; pero ni caso, cada cual a lo suyo, a la vez que se acentuaba el bisbiseo conspiratorio, organizado en grupos de dos estratégicamente situados en cubierta, como si se tratase de ensayar una emboscada, al tiempo que Fenoy busca en su carpeta el poema rural , que lleva por título Currito, del que entresacamos la siguiente estrofa:
“Blanca la cantinera ,
una muchacha en jarra
le requiere y requiebra
con ternura extrañada”
el caso es que la lanzada moza, después de provocar un aflojamiento de huesos en nuestro héroe, éste toma las de Villadiego, ante las pretensiones de la moza de convertirlo en su chulo.

El personal -tras manifestar que no está claro en el poema, le invita a reducirlo y quitar algunos versos para no romper el ritmo- vuelve a sus tareas cotidianas; no sin dejar de hacer señas sospechosas  algunos miembros de la tripulación.

A continuación, Isabel Morión nos lee el cuento titulado Juegos del travieso Cupido, basada en un suceso real de un atrevido caballero, que requiere los amores de  una de las amigas, que están en un bar, irrumpiendo en agasajos y otras galanterías dignas de mejor diana.
Cuento conciso y muy bien narrado.

A continuación Isabel nos lee un poema amoroso muy bonito titulado Todo existía. Poema que comienza con la estrofa:

“En tardes otoñales
buscabas mi lengua
todo mi cuerpo
con toda locura
que el amor lleva dentro”
 
Y termina con los versos:

“todo se extinguió
cuando nuestros
 cuerpos pasaron”

Poema con mucha fuerza y pasión, al que algún  bucanero apuntó el defecto de tener cierta rima, cuando era un poema de estructura libre. Pero la verdad, el poema sonaba muy bien. ¡Cosas de la Academia, en medio de nuestra travesía por los Mares del Sur!

De repente, , como si una señal marcial de ¡Ar! convirtiese a la piratería en una panda de reclutas despistados que, en tropel, se lanzaron por la  referida entre trompicones, codazos, algún que otro traspiés, insultos por doquier, retahíla de blasfemias propias de expertos en las prácticas religiosas pues el repaso que hicieron de todos los santos, reliquias y objetos sagrados, a medida que iban rodando por la escalera, fue de una sapiencia digna de figurar en una novela de costumbres y dichos; gracias que María Juristo, hábilmente llamó la atención del personal, leyendo el magnífico poema titulado Sílaba soy:
 
“Sílaba soy
metida en tu lengua”
 
Y otros versos:

“Recostada en un túmulo de luz
que espera baje a las raíces
y envuelva mi cuerpo
cuando fue secreto y mundo”
 
Muy potente, María
 
La tripulación, como decíamos , se calmó, y tras envainar los sables, subió a cubierta, prosiguiendo sus tareas y muy predispuesta a escuchar las aventuras poéticas de León en Tánger que, como era de suponer, contó maravillas de la hospitalidad de sus gentes. Porque allá hay unas reminiscencias españolas muy acentuadas, vividas y conservadas por sus gentes, moriscos expulsados por los Reyes Católicos y mirados con recelo por los marroquíes; podríamos decir que son ciudadanos sin Patria que los quiera aunque eso sí, allí se respira un aire español y un interés especial por estrechar sus lazos con España. Dicho lo cual, León una vez más vestido de soneto, nos leyó el poema La sirena, del que entresacamos los versos:
 
“No sé si eres mujer, pescado o diosa,
ni de la plata que en tu vientre escamas
ni  por qué si te llamo no me llamas.”
 
Y otro poema del que a título de ejemplo sacamos los versos:
 
“Debajo de la falda de la Luna
vibraba un colibrí.
 
Diadema del Islam era la Luna
que sonreía allí.
Del más ebrio jazmín de aquella Luna
locura de frenesí”.
 
Siempre tan buen poeta, León.
 
De repente un murmullo , un ¡Oh! lanzado al unísono por los atónitos piratas distrajo al auditorio y emergió de las aguas del océano espada en alto y daga reluciente, abriéndose paso entre los sorprendidos bucaneros, un personaje socarrón, estridente y de sonrisa aviesa, cortando el aire con su mirar burlesco y lleno de dobleces. Era el preferido Hijo de Neptuno, enviado a este barco para llenar las cajas de caudales con  el castizo humor  que ningún mortal  podrá alcanzar en la Historia de los Mares. Se llamaba nuestro héroe, y se llama, Carlos Tejado, una especie de mezcla quevedesca y valleinclanesca con el mismísimo Diablo, forjado en la herrería pintada por Velázquez, en el que el más duro metal se enternece con el beso del fuego. No me extraña que León entre rugidos exclamase hasta desgañitarse ¡por cien mil tiburones, a fe mía que nunca vi cosa igual!, dicho lo cual se precipitó dentro de un barril de vino, porque llevado por el entusiasmo, pegó un tremendo mazazo en la tapa del referido, que la hizo picadillo.

Desplegar sus manuscritos encima de un barril y vomitar ingenios en un alarde de mandobles en un campo de batalla, fue visto y no visto, ante los asombrados filibusteros, que poblaban el maloliente navío.

Nos narró nuestro ínclito una revisión actualizada del cuento de Caperucita en clave erótica, en la que combinaba hábilmente una sadomerienda con sadofiestas muy bien diseñadas y un lenguaje cargado de ingenio en el que la abuelita, nada más que puede, hace striptease por doquier y se nos presenta a un lobo muy de ahora, vestido de guardia de tráfico, cobrando la pasta a propios y extraños -supongo que para no pagar al fisco se llevaría el botín a buen recaudo a estilo de Rato y Cía.-, presentándonos a una Caperucita haciendo negocios con la abuelita, y el Lobo cobrando a los pánfilos leñadores la minuta correspondiente.

Todo un hallazgo literario.

El Hijo de Neptuno miró en derredor y dio la palabra al soñoliento Alberto Ramos que, tras dar varios tajos a un desvalido trozo de jamón, de entre sus pertrechos sacó varios papeles polvorientos entre un rollo de mapas, que, sin lugar a dudas, señalaban rutas de tesoros. Alberto, acuciado por los nervios se puso a contarnos la historia La decisión del auxiliar Federico Nogales, en la que pretende contarnos las desventuras de un hombrecillo con una novia empeñada en casarse con un hombre que llevara uniforme.  Federico de carácter debilucho, quizás por un resfriado mal curado en su tierna adolescencia -según me apuntan múltiples mensajes que me llegan a través del wasap-, ni corto ni perezoso dejó  la gestoría en que trabajaba y a partir de entonces pasó por varios trabajos con uniforme... Un desastre, según me apuntan las malas lenguas, una perfecta desorganización, que provocó su despido de la pizzería, porque cada dos por tres perdía la mitad de la mercancía; no digamos nada del trabajo de bombero, pues el muy condenado se le olvidaba llenar los camiones cisternas,  así es que figúrense queridos e ignorantes lectores. Y no digamos de su trabajo de guardia de la circulación; ahí es nada, atascos por doquier, que provocaron la mayor parada automovilística en una gran ciudad como Madrid, sólo aplaudida por los ecologistas y demás gente con mala leche, lo cual  originó una  enorme presión de las petroleras y del insigne Florentino -por lo que pudiera repercutir en  sus suculentos beneficios de las radiales de Madrid-, que el pusilánime gobierno no pudiendo soportar. Ni corto ni perezoso, tras un Real Decreto despidió al desdichado Federico por razones de protección del Orden Público. Bueno, el caso es que Federico ni una en la diana; mas como su flamante  y bien armada novia  siguiese empeñada en que su futuro radicaba en trabajar con un uniforme adecuado, y que sólo la tenacidad y demás aditamentos, pueden conseguirlo, nuestro desmadejado amigo se aventuró a buscar nuevos trabajos de uniformado; pero la caída del palo mayor cortó por lo sano el relato, y por un momento nos pusimos a rezar a  Santo Palo, para que nos protegiera de futuros accidentes provocados por semejantes caídas del velamen, por lo que el cuento fue interrumpido para cuando  estemos charlando a sotavento.

Y lo que son las cosas, la emblemática Rocío -oficinista de pro y muy experimentada en los viajes en autobús y prestar oídos a conversaciones de viajeros- sobre la tapa de un barril de agua potable depositó un fajo de papeles, carcomidos por la polilla, y comenzó a leernos el relato “El fin de semana que me dijiste que sí”, en el que se narra con el vigor que caracteriza a nuestra brava pirata, las artimañas amorosas de un "amable personaje".
Como siempre, excelente, Rocío.

Javier, el capitán de la tropa, que había estado ausente de todos estos asuntos que les narro, volvió al libro de Antón Pirulero, y tras leernos algunos poemas, nos leyó su poema Bote bolero, del que entresacamos los versos:
 
“Es mi memoria una casa de pueblo
y nuestros pantalones cortos y los primos
sin prisa preparando el juego”

Poema cargado de nostalgia, como muchos de los suyos, con ese amor a la vida que humean sus versos.
Muy bien Javier.

De repente, otra vez un murmullo insistente, conspirativo de parte de la marinería que tras unos segundos inquietantes se abalanzaron hacia el capitán al grito de ¡pasémosle por la quilla!, ante el asombro de sus fieles que nos tenían paralizados, blandiendo sus sables contra nuestros desprotegidos cuellos; mas el Hijo de Neptuno, tras gritar ¡por las barbas de mi padre! impulsado por cien tempestades, apretó un botoncito de su tridente electrónico y salió despedida una pléyade de drones que en un pis pas maniataron a los sublevados, sancionándolos con saltar por la borda y seguirnos a nado hasta la costa si tenían la suerte de zafarse de tres simpáticos tiburones que se entretenían tras la popa del barco, en el jueguecito de mover las aletas al unísono.

Mientras tanto León, zafándose del barril en el que cayó anteriormente, se posó en cubierta y lanzó una mirada muy significativa a Mª Juristo que le contemplaba un tanto complacida por las demostraciones de León para que nuestra corsaria descansase sus ojos en los suyos. Una sonrisa de aprobación de la dama le infundió, según dicen,  nuevos bríos para emprender otras estrafalarias aventuras, que ya quisiera para sí D. Quijote.

A continuación, Ignacio Tamés, tuvo a bien poner música a algunos poemas de Unamuno, terminando con :
 
“Leer, leer, leer, ¿seré  lectura
mañana también yo?
¿Seré mi creador, mi criatura
seré lo que pasó?.
 
Por mi parte, finalizo mi bitácora con unos versos  de mi poema Romance de autómatas:

“Ya muy cerca de las once
y tras trabajar con Pon,
no se lo creerán ustedes,
traladaba nuestro Dron
a la  señorita Pin
las semillas de Don Pon”

 

  

Juan Manuel Criado Manzano
30 de noviembre de 2015

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