“La casita de muñecas y sus invitados inesperados”
Era una casa victoriana. Esta se hallaba en una de las habitaciones de la señora que la guardaba y cuidaba celosamente, un recuerdo de su niñez, cuántas veces no habría jugado con ella. Admirándola
como hacía casi a diario, se encontró con la sorpresa de que estaban reunidos en el ático un grupo de personajes: caballeros encopetados y damas muy peripuestas con alguna jovencita.
Charlaban animadamente, me encontré mirando el recibidor, era espacioso y encima de una mesita de bronce con un mármol rosáceo había una bandeja de plata con dos estrellas de fino cristal y algunas perlas. Brillaban con luz propia y ya había presagiado ”No fue un día cualquiera...”, ”La ratita de los ojos rasgados”, de Maria Antonia.
Seguí adentrándome y apoyado en un escabel de una pequeña salita a modo de salón de té estaban una chistera, unos guantes y un bastón como a espera de esa sensación “Se prendió de tus ojos de lo intenso y profundo de tu pupila...” de esa “Maldita luz” de Aureliano.
En la primera planta estaba la biblioteca. Múltiples, diminutos libros y en un cuadro se leía “Estado imperfecto del escritor”, lo firmaba Omega Escribano. Pasé al salón y dentro de una sombrerera entreabierta se divisaba un gracioso sombrero con plumas de avestruz y un fino velo de color turquesa tornasolado en bronce: ”La bitácora no leída” de Eunice Escribano.
Sujeto a un pedestal había una planta en miniatura de cristal de bohemia con piedras de dos colores, las de un lado, rubí y los otros, topacio. Lo que ahora llamaríamos bonsai, exclamé para mis adentros “Que árbol más curiosos parecen dos en uno y sin embargo qué dispares son ambos lados...”, ”Árbol” de Rocio.
En la alcoba principal dentro de uno de los cajones de un bureau recordé que hacía tiempo, con mucha paciencia, conseguí meter un pergamino con diminutas frases “Delirium tremens”, ”Espejos para huir a otra orilla” y otras frases tan dignas como la primera de Katy Parra transcritos por Javier Diaz Gil.
En la sala de juegos infantil nos topamos en el suelo con una pelota de múltiples colores, hizo que mi mirada se dirigiera al arcón donde se guardaba los juguetes; volví a escuchar el correr de una silla y alguien que decía “Voy al baño..., más de dos sacudidas cuenta como una paja”, me eché una carcajada imaginando el sonrojo de las damas presentes y el atrevimiento de aquel pícaro caballero. Sigo con el arcón y en un rinconcito había un bote de bolitas de cristal tintadas del cual salía “Machín, Machín dos gardenias para ti, a mí me gusta Antonio Machín” y de Doña Remojia y Don Ollejo, padres del famoso cuento “Garbancito” remodelado cómicamente por Don Carlos, un caballero que, estando a la hora del té, debía andarse con cuidado porque alguien con picardía le exclamó en voz baja al oído ”Huele usted que alimenta”.
En otra habitación de invitados, en un armario ropero, se hallaban cinco cajas, cuatro llenas: una chistera, un canotier, un bombín y una visera; la quinta contenía, para mi curiosidad, un capuchón negro. No me concordaba “Números discordantes” de Alberto, ALGUIEN IBA A MORIR.
En el cuarto de baño, cerca de la tina sobre un taburete de una bonita madera torneada, había una fotografía muy sugerente de Don Francisco, por detrás se leía: ”Los primos a las primas se les arriman y si son primas hermanas con más ganas”, ”Va culeando con desparpajo...” terminamos con el retrato.
En el estudio de los niños nos encontramos con cuadernos abiertos sobre un par de pupitres de temas varios. ”Inquisidores”, ”Topos para seguir el mismo fuego”, todo muy simbólico a la par que educativo del autor Don Juan Antonio.
En la cocina se hallaban las figuritas de la cocinera, la pinche, la repostera, el ama de llaves, la institutriz y varias doncellas, una de ellas escuchaba muy atentamente porqué les gustaba que a la hora del té la institutriz le leyera su correspondencia, ya que esta doncella, en concreto, no sabía leer. La cocinera estaba a la espera de preparar el menú que había pedido la señora para el día siguiente pues había invitados. El menú constaba de sopa de tortuga, codornices al sarcófago, faisán caramelizado con jengibre, anguila en gelatina adornada con nueces de Macadamia y cúrcuma; por último, una bavaroise a la crema de ron con una guarnición de frutas escarchadas en almíbar.
Era el preludio de las creaciones hechas por la Chef Isabel Morión: ”Tarde de agosto deslumbrante”, ”Testamento intimísimo” por la pinche Katy Parra y “El regalo” de la repostera Gema Martín Romo.
Ya en el ático, alguien alargó la mecha de uno de los quinqués que al ir subiendo la luz entre susurros una voz celtíbera nos hablaba de la fiesta de todos los Santos, ”Halloween”, la cual exponía el menosprecio de algunas personas sobre esta celebración con un microrrelato: ”Vivientes” de Ana.
Sonó el carillón que se hallaba en el gran salón, una doncella entró anunciándome la hora del té y la visita que esperaba. Antes de separarme de mi querida casita, escuché desde el ático correr de sillas, carcajadas y un alborozo, signo de que mis adorados personajes habían pasado una encantadora y mágica velada porque yo jamas había vivido una experiencia semejante con mi querida casa hasta ese día miércoles cuatro de noviembre.
Eunice Escribano
14 de noviembre de 2015
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