En esta juerga gitana...
Nada auguraba lo que ocurriría después. Aburridos de los mismos polvorones en la misma bandeja y de tanta peladilla rellena de no se sabe muy bien qué, los primeros rascamanes desfilan hasta las mesas, topándose primero con un Aureliano fugaz, casi ausente, escolta responsable concentrado en asuntos familiares. Como en el cuento que después nos leería Rocío se entremezclan letras y viandas, los libros cocinados para “el ciudad de Getafe” con que nos obsequia Javier y la tarta doméstica con manzanas monárquicas (¿le sentarán bien a José León?) que escribió Leo para la ocasión. María Antonia dice vivir en la confusión mejor que en la marmórea realidad. Leo se hizo amiga de los libros libres, que es tanto como decir niños desamparados. Amparo posee una presencia inteligente y silenciosa —como agazapada para la sorpresa que vendría después—, al igual que el ora media sonrisa ora circunspecto Alberto. Se sientan poco después El menda lerenda y el chico de la tienda, la aureolada Cinta y el egregio patriarca Don José.
Caperucita convertida en loba lírica, esto es, desnuda y feroz en su deseo. Así se nos presenta una María Antonia muy precoz, al decir de ella. En este divertimento con más de dos rombos, la niña del cuento luce una teta gordezuela que a todos les mostraba coquetuela, y más adelante… que los gritos de ella y sus rugidos/ en pie ponían los miembros de los maridos. Estas alegrías y otras de tono aún mucho más subido que el pudor me impide exponer aquí versaba valientemente el poema.
Entra Rocío cuando Leo lee un fragmento de Opus nigrum, reciente adquisición que hizo el señor Cano por una nadería en los saldos que se exponen en nuestra calle. El protagonista pergeñado por la Yourcenar defiende un futuro supervisado por una divinidad naturista y exaltada: Algún día Dios santificará el matrimonio de los cuerpos; como dándole la razón a nuestra María Antonia. Es la segunda casualidad de la noche; aunque no la sorpresa mayor. Espoleados todos por la buena prosa le pedimos que nos lea el comienzo de la novela, el cual será inmediatamente alabado por el concienzudo Alberto (muy pocos son capaces de hacer esto) y por el sire, Javier.
Apuntemos algunas notas técnicas:
La novela comienza con un nombre camino de Paris (frase corta, pequeño suspense). A continuación resume acontecimientos históricos candentes acerca de un conflicto medieval donde Milán es apetecida sin desvelarnos el desenlace. (La historia, o si se prefiere la historiografía, fue siemp
re un conjunto de relatos o novelas). Luego vincula al protagonista nombrado al principio con los acontecimientos. ¿Qué ha conseguido? Según the boss decirnos quién cuándo y dónde en la primera frase, — casi ná — y suscitar vivo interés con el párrafo introductorio.
Inopinadamente y al alimón Amparo y Leo proclaman: ¡Tangos y tientos! La concurrencia espera que se remanguen las faldas y taconeen (Quizá más lo primero). Se avecina catástrofe rítmica porque a las palmas se van a poner palmeros despatillaos, payos y sosos, Callichi-deja-lah-palmah, Javi el boj, Alberto El mellizo y el Señor Cano. Y es que ya lo decía El Gato Barbieri: gitanillos y morenos son los ases del compás.
Las putas son naturales, así arranca el tercio de salida, y desgranan putas repetidas, de las guerras y de los poetas, de Dresde, de Frankfurt, de Byron y Espronceda. Y a pesar del anuncio de palos alegres la letanía de nombres de hetaira tiene armonía modal griega, tonalidades tristes con un coro. La idea es muy buena comentan los asistentes.
Anteriormente Alberto el Mellizo, sin templar la voz atacaba la salida a lo valiente, interpretando a lo jondo como no podía ser de otra manera el tema esencial, el desamor, la zozobra amorosa que tantos desvelos causa a los humanos, con lo fácil que era todo cuando el instinto; y así nos ofrece un verso muy bien escandido, donde importa tanto la pausa como el recorrido, el silencio como el idioma, cante cuyo comienzo recogemos aquí:
Cuando ya no queda nada más
que el cuerpo entre nosotros
y el eco del último reproche
salió de tu cuarto,
nada más
que una vela en la mesilla
y el latido de labios calientes…
Alberto pone sólo piel en la balanza
Cal-lichi-deja-lah-palmah entona unas seguiriyas que el olvido de la tradición prefiere llamar haikus y después una cosa que él considera rara, pero que cualquiera denominaría prosa más o menos poética.
Rocío nos va a encandilar con la soleá de la tortilla de patatas; tanto es así, que quien escribe no pudo, embebido como estaba, tomar apuntes.
Y es que Rocío con su buen hacer no necesita de glosalalias. Deslumbró con una correlación alegórica entre cocina y escritura, donde se retiraba el aceite de las frases insulsas, donde se le daba la vuelta al argumento y donde los niños aprendieron a apreciar las bellas letras con el cuento de la cocina.
Javi de Utrera, con su dominio del garrotín y de los palos más alegres, nos monta en un genial relato ferroviario. Paco es el destinatario de la preocupación pitopáusica de su amigo el narrador. Un relato en “tú” antologado por el Ayuntamiento de Getafe que conviene resucitar, sobretodo en las horas tristes.
El cante de Cinta posee un estupendo regusto clásico. Sus letras dibujan la precisión y la variedad léxica sin rebuscamientos. Cinta nos obsequia con la historia de un niño, Donato, que acechaba los ruidos que poco a poco le cerraban los párpados. Esa taxonomía de los sonidos le lleva a aprender música. Se hará insigne compositor que agoniza de éxito. La caracola musa y el retorno a su
José León Cano no le busca el lerele ni el tirititrán ni las tarabillas a la guitarra. Y si lo hace desgrana un rosario de cuartos de tono y notas azules que para sí quisieran los jóvenes laureolados de hogaño. Ana, recién subida al tablao, le ha cedido el protagonismo al maestro, quien nos regaló el oído una vez más; pero en este caso, con un tema de Borges: El dragón y la serpiente. Este pobre escribano reconoce no haber captado el mensaje del tanguero argentino.
Amanda toca canta y baila de memoria. Nos elevó con unos estupendos versos de mujer frente al espejo, antesala de la reunión falsa y social, que viene a ser lo mismo.
Ya sabéis que los gitanos somos largos en las despedidas por no hacer menoscabo de nadie. En esta juerga gitana se echó de menos a Vicentrillo de Triana, a Paloma y David, más conocidos como Los Niños del Empeine (perdón por la gracia), a Alma que, con ese nombre tan flamenco, no precisa de apodos; a Celia, Fede, Fernando, Paloma H, Ana D, Amelia, Enrique, Eunice, Mercedes, Juan, Iñaki, Carmen, a las marías Juristo, Felisa y Jesús; y a tantos otros afamados cantaores, conocidos físicamente o de oídas por este cronista ocasional.
Finalmente quien escribe aprovecha para desearle a toda la peña Rascamán, junto a los desahuciados por los bancos y por los médicos, junto a los parados y pequeños empresarios
endeudados cruelmente; en definitiva junto a los que menos, desearles —decía— prosperidad económica. Pero sobre todo anhelo para vosotros esa felicidad íntima e insobornable, que por cierto albergan muchos perseguidos y encarcelados por los poderosos, y que la conceden el obrar conforme a lo que se cree y la auténtica libertad.
Carlos Yasabe
1 de enero de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario