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viernes, 7 de enero de 2011

13ª Jornada/IV Año: Miércoles, 29 de diciembre de 2010

Y tú, hombre, ¿a qué te dedicas? (...) A no ser menos de lo que parezco.


El bitacorero es el típico individuo que primero se ofrece y luego se lo piensa. Que dice que lo hace porque él opina, mejor dicho, está convencido, de que con sólo un bolígrafo y un cuaderno puede describirse la realidad, o eso que se entiende por realidad. Aquí viene lo más sorprendente de todo: el bitacorero cree además que puede modificarla. Pero no es verdad: lo hace así (primero se ofrece, segundo se lo piensa) porque si lo hace al revés, sabe que no se ofrecería nunca. ¿Es un iluso? ¿Acaso se autoengaña? ¿O es un tonto de capirote? ¡Nooo del tooodo! Quizás el bitacorero sólo padezca ciertas fobias y complejos, y un sentimiento de culpabilidad generalizada, provocado por el hecho de no haber escrito. Entre los motivos que mueven al bitacorero a ofrecerse, tampoco debería descartarse el masoquismo.

El bitacorero llega a la tertulia del Café Ruiz con las fobias, los complejos, la culpabilidad, el masoquismo, el bolígrafo y el cuaderno a cuestas, a eso de las 18:15 horas de un miércoles que será el último del mes, del año y de la década (¡cómo le gusta al bitacorero recalcar lo que se termina!). Y allí, en el reservado del Café Ruiz, se encuentra con Adriana, Marina, Javier y Rocío, otros bitacoreros en potencia que, como él, también creen que con sólo un bolígrafo y un cuaderno podrán captar la realidad, o al menos eso tan extraño que se entiende por realidad, y si les apuran, modificarla. Y enseguida llegan José María Herranz, Ángel, Celia, Carlos Fajardo, José León y Aureliano Cañadas. Y sobre la mesa vuelan los primeros cafés, infusiones, vasos de agua y alguna cerveza para los Rascamanianos que, como el bitacorero, quizás consideran que cada vez se hace más difícil vivir sin beber o sin medicarse. Y desde ese momento se inicia el tiempo de las lecturas, y el bitacorero, que en verdad es un poco iluso y se autoengaña, empieza a sentirse menos solo y acomplejado, cuando escucha atónito los versos maestros del poema "Didáctica", de Aureliano Cañadas: Deja las perlas / en el fondo del mar o en el fondo del alma. O esos otros que recita Adriana: Cada día tengo más soledad y menos memoria, que parecen desmentir su juventud como nidal de ilusiones intocadas. O los de Marina, en los que se podría resumir gran parte de la agonía que padecen los enfermos de las letras: Escribir más o morirme. Llegados a este punto, el bitacorero supone que una sensibilidad insólita y/o un alto grado de talento debe habitar en el almacerebro de estos Rascamanianos, capaces de describir la realidad pero sobre todo de modificarla, convirtiéndola de ese orco que es en el paraíso digerible y tantas veces bello que muestran sus versos.

Son más de las 19:00 horas y el bitacorero saluda la llegada de nuevos Rascamanianos con el mismo ánimo con el que ya ha empezado a despedir el mes, el año, la década, a poco más de 48 horas de su final: Paloma, Vicente, Ana González, Cristina Rojo, Carmen Frontera. El Café Ruiz es un hervidero y no precisamente de marisco; en él se practica con energía esa afición tan antigua como el fuego que es hablar. El bitacorero es de los que juzga que se habla mucho por la necesidad que hay de comunicarse, de los que se plantea preguntas absurdas como: ¿cómo sería entonces una tertulia de sordomudos? Sin embargo, en medio de la algarabía, el bitacorero mantiene su silencio: ¿Por qué? ¿Porque es un amargado? ¿Un gaznápiro? ¿Porque acaso es el suyo un flagrante caso de falta de integración social? O más concretamente: ¿es un inadaptado?. Taaampoco del tooodo. Simplemente es que José María Herranz ha inaugurado la segunda tanda de lecturas con su homenaje a Pier Paolo Pasolini, y el bitacorero escucha absorto sus versos: ...la danza, el sexo, la mujer, la serpiente, el león, el joven semidiós hermafrodita / Son sagrados, son santos. Más absorto aún cuando José María Herranz, alentado por la concurrencia, comienza a leer su poema más triste: Mi ojos, incapaces de abarcar la extensión de este océano, perplejos contemplan otro sol distinto. Más absorto y más rendido todavía a causa de la empatía que el bitacorero experimenta hacia toda forma de tristeza. Aunque rápidamente él se advierte: ¡mucho cuidado con la tristeza!, no tiene clase ni consideración, es una hija de puta a la que das la mano y te coge el brazo. Tras la lectura de José María Herranz, Carlos Fajardo blande un e-book cuya pantalla contiene un poema con Adán y Eva como protagonistas, y declama: ¡Las sirenas ansían siempre ser humanas! El bitacorero da la bienvenida al futuro con aspecto de libro electrónico y augura, de alguna manera aguarda, que llegue el día en que algún artilugio metaliterario haga que no sea él quien tenga que leer los libros, sino que sean los libros los que le lean a él, lo que será bastante más descansado. Después de Carlos, es José León quien eleva su voz para leer sus versos más anacreónticos, de los que el bitacorero caza dos al vuelo, como dos mariposas de amor y vino: qué textura de luz/qué melodía . En su silencio de huraño el bitacorero se siente momentáneamente feliz, pero a la vez piensa que está triste, y aunque sepa que eso no es más que una contradicción, lo hace porque sospecha que cada nuevo año que pasa sólo consigue que poner más en evidencia lo mucho que ha echado a perder su vida. Y de ese modo se convence de que le hubiera salido más a cuenta una empatía dirigida hacia la felicidad o el dinero, no hacia la tristeza y tonterías así. Y entonces se reprende a sí mismo, y se dice que sí, que un poco gaznápiro sí que es. Y un inadaptado. Y un gilipollas.

Llega Celeste. Y detrás de ella, procedente de la tertulia vecina, Enrique García Trinidad. Enrique habla a los Rascamanianos de un proyecto de comunidad virtual de escritores que se denominará Netwriters; también, de alcaldes que escriben. Algún Rascamaniano se lanza a pedir a Enrique que nos lea algo, y él, ocurrente, responde con una afirmación rotunda, que antes que una amenaza, encierra un espejo: "¡No me leas que te leo!". A continuación, es Paloma, irresistible novia de musas inspiradoras, la que se coloca las gafas y lee en voz alta sus versos arrolladores: Tu sexo se acerca con el protagonismo de una ventanal abierto (...)/ Quiero estar a tu lado la próxima luna llena, es urgente. Detrás de Paloma, le llega el turno a Celia Cañadas, poetisa por voluntad y convicción y vía genética. Celia dixit: Diré más: no reconozco como mía la firma de mi último poema. Celia asume que su poema es triste y aclara que para el día de hoy tenía pensado traer un poema alegre, pero que lo ha olvidado en casa. El bitacorero se pregunta qué suerte de poder, qué influjo absorbente, ejerce la tristeza que siempre lo copa todo, e inmediatamente se explica que igual que el Max Estrella de Valle proclamaba, como poeta, su derecho al alfabeto, el bitacorero proclama, como hombre, su derecho a la tristeza. A continuación, es Cristina Rojo la que retoma el carrusel de lecturas, recitando un poema navideño ad hoc con estas fechas, en el que se invita a Aspirar el polvo del desencanto o a Cantar algún villancico al niño chiquirritín. Para cerrar la memorable tarde literaria, no habían de faltar los versos del poeta Javier Diaz Gil, Rascamaniano de honor, alma verdadera de la tertulia, artífice de este sueño de libertad que ensancha la vida, que es Rascamán. Javier lee su poema "Papanoeles rampantes", que él tilda de viejo pero que el bitacorero se atreve a calificar de eterno: No existe refugio que aisle,/sueño prolongado/(ese es el drama)/que nos despierte/dentro de seis semanas. El bitacorero siente que el corazón le palpita con fuerza, y ese tamborileo introspectivo le devuelve a la memoria la frase que un día se encontró en la novela de Gabriel García Márquez que narraba el otoño de un patriarca: "El corazón es el tercer cojón", decía. En ese preciso instante, el bitacorero grita: ¡Eureka!, saliendo por fin de su ensimismamiento. Y se repite: ¡Corazón y cojones, claro que sí: esas y no otras son las armas que se necesitan para ser feliz en el nuevo año que comienza!

Son cerca de las 21:00 horas y la última tertulia del mes, del año y de la década, termina. Un grupo de Rascamanianos se dirige a La Gata Flora con intención de llenar la parte de sus estómagos que no han logrado llenar antes sus versos. De camino, el bitacorero va rumiando en su mente el diálogo shakespeariano en el que el Rey Lear le pregunta al Conde de Kent: ¿quién eres tú?, y el Conde de Kent, en una demostración de sumisión y humildad, le contesta: un hombre, señor. Y el Rey, no contento seguramente con la respuesta, puede que incluso interesado en saber más, vuelve a preguntarle a su súbdito: Y tú, hombre, ¿a qué te dedicas?. Y entonces, el Conde de Kent, o tal vez el hombre que es el Conde de Kent, le responde: A no ser menos de lo que parezco. A las puertas del restaurante el bitacorero decide comprometerse para el año 2011 a no estar nunca más triste de lo que en verdad esté. O, al menos, a no parecerlo. ¿Es un fantasioso? ¿Un cínico? ¿O un iluminado? ¿Acaso se ha caído de un guindo? El bitacorero opina que de tooodo un poooquito. Aunque él no lo sepa a ciencia cierta. Porque el bitacorero nada sabe a ciencia cierta. Sólo que tiene hambre y que le espera la cena.


David Lerma Martínez
6 de enero de 2011

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