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jueves, 13 de diciembre de 2007

8ª Jornada: Miércoles 5 de diciembre de 2007


El fin del mundo...

Son las seis cuando entro en el café Galdos. Es un poco pronto, aunque me imagino que ya habría alguien. Y no me equivoco. En la última mesa, ya sabeis, la que esta mas pegada a los servicios, están sentados en amena charla Javier y Rocio. Nos saludamos.
Al poco rato, Javier saca una fotografía del último bar del mundo (no es que hayan desaparecido todos de golpe y sólo quede ese, es que la susodicha tasca se encuentra en Ushuaia, el extremo más meridional del mundo). A mi la foto me recuerda el interior inhospito de los personajes de Raymond Carver. Ahora, mientras escribo la bitácora, la estoy viendo y me reafirmo. Es una foto que muestra una caseta de madera, con un puente de finos tablones, también de madera, que muere, adentrándose, en el mar. De fondo, los glaciares argentinos y unos nubarrones que, me imagino, a las pocas horas descargaran sobre dos personas que se sientan en un par de sillas.
Mientras Javier nos explica los acontecimientos que ilustraban la instantanea, nos sugiere la idea de un relato que de fondo tuviera la fotografía, con el añadido de una mancha de café sobre el paisaje Ushuaiesco. Esto me recuerda otro relato en el que aparecía una ventana abierta, un mantel y un vaso encima volcado.
Escuchamos un hola y aparece Mercedes (creo que se llama). Le enseñamos la fotografia, y al rato también aparece Sagrario y Carmen, creo que ese fue el orden. Comenzamos.
Javier prorrumpe con un aforismo sobre la Navidad: La navidad no hace prisioneros. Y , en un ataque de inconsciente freudiano (ya parece ser una marca de la casa), creo entender que la navidad nos hace prisioneros. Javier me dice que es un aforismo acertado, aunque se que la idea original es lo difícil de ejecutar, la modificación es un trabajo sencillo. El aforismo es tuyo, Javier. Después, nos lee un poema relacionado con la frase que, la semana anterior, tuvimos a bien seleccionar para el trabajo de este miércoles (das besos de antigua). Tras analizar y opinar sobre el poema surgen comentarios relacionados con el lugar donde celebramos las tertulias. Mercedes dice que en su barrio (Méndez Alvaro) hay un lugar maravilloso de la cadena de cervecerias irlandesas Guiness que podría ser el lugar perfecto para una de las tertulias. Rocío dice que para ella cualquier lugar está lejos de su casa, y Javier y yo decimos que con una pértiga puede ir haciendo haciendo transbordos en diferentes lugares del trayecto hasta llegar a Méndez Alvaro. Javier ha traido un libro de Alessandro Barico, lo hojeo. Tiene buena pinta.
Rocío toma el testigo y, amparándose en la frase de los besos de antigua, le toca el turno. Lee un relato sobre una pastelera y un aprendiz. Y ahí surge, de nuevo, lo misterioso del café Galdos, y es que mientras no leía nadie, allí no se oía un alma, pero al rato cuando comenzabamos a leer, prorrumpían efectos extraños de un par de tipos de al lado que manipulaban un portátil, o bien un tío con un teléfono móvil que no paraba de decir en voz alta lo mismo que podía decir en la calle. Y tan pronto como nos callábamos (en este caso Rocío) allí no gritaba ni Dios. Cuando acaba el relato le llega el turno a las interpretaciones. A mi me sale la vena freudiana y digo que lo que le pasa al aprendiz es que busca una madre, además de que la pastelera es un poco egoísta, Javier suelta que el brazo de gitano que al final aparece en el relato quiere decir algo. Sagrario y Carmen comentan que los relatos de Rocío son de psicoanálisis, y ésta última comenta que cada vez que lea un relato irá con cuidado. Javier tiene la idea de que, en lugar de que ambos (pastelera y aprendiz) brinden con cava en una escena del relato, lo hagan con anís. Mercedes acierta diciendo que podrían hacerlo con sidra.
Me toca el turno y leo un relato del libro de Angel Zapata La Vida Ausente. Trata de un padre y un hijo tumbados en la cama de un motel. Este último le pregunta al padre una serie de incoherencias que, hasta bien llegado el final, no toman la forma de comprensión total del relato. Y de nuevo mientras se lee (cómo no) aparece la camarera y nos pregunta que qué deseamos. Es que no podía haberlo preguntado antes mientras callábamos. Sospecho que hay una conjura para que nos mantengamos callados. Carmen acierta de pleno en la interpretación del relato.
A Sagrario se le ocurre un poema que de inmediato escribe con un Pilot azul en su libreta. Nos pide consejo sobre cómo continuarlo. Escuchamos, mientras Javier intenta ayudar en la composición del mismo.
Se acerca la hora del final de la jornada tertuliana, pagamos, y lo que en un principio pudiera ser el comienzo del ahorro de dos euros y medio en la factura resulta que al final pagamos lo debido.
Salimos a la calle y Sagrario coge unas tarjetas donde pone Bartleby, el escribiente. Es el título de un relato de una maravillosa novela corta de Herman Melville, que pongo a disposición de los que leen en este momento los trasuntos que acontecieron ese dia.
Nos despedimos tirando cada uno en una dirección distinta.

Vicente González
8 de diciembre de 2007

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