CONSULTORIO DE LA REVISTA “PRONTO”
Tengo un grave problema que no sé cómo resolver y antes de sufrirlo en silencio, como las hemorroides, tras pensarlo mucho he decidido acudir a su consejo, convencida de que solo ustedes podrán ayudarme. Tengo miedo a equivocarme en mi decisión, por eso confío en ustedes que son profesionales.
Mi marido escribe. No es que sea escritor de los que publican libros, no, no, es un vicio que le han entrado de repente. Es vago por naturaleza, lo ha sido siempre, pero ahora esto de la escritura… He descubierto que los miércoles, a eso de las seis, se conecta con un grupo de chiflados que dicen unas cosas que a reír se echarían ustedes si las oyesen.
El miércoles pasado me decidí a espiarlo. Cuando empezó la conexión la primera que habló fue una tal Joselyn, que no hacía más que intercalar frases en inglés, muy mona pero yo no me enteraba de nada. Decía que su poema era la sección 14 de 24. Por favor, que mal me sonó, parecía que hablaba de mi marido cuando estuvo en Carabanchel, el preso 14 de la galería 24.
Alberto, aseguraba que lo que leyó no ganaría ningún premio. Qué va a ganar ni ganar, este no ha ganado un premio en su vida. Y qué revuelo se armó por dejar en mal lugar a las asistentes a una conferencia, todas mujeres menos el que hablaba, algún pez gordo, seguro.
Juan Antonio, miren qué lío formó porque quería compartir una cosa en la pantalla, y venga que si dale a este botón, que si pincha en el otro, hasta que al final dijo una poesía a la que le llamaron soneto y todos opinaron que estaba muy bien.
Juan Bautista, uno que ponía acentos raros y que le dio por decir que ellos no habían inventado La Habana, ya ves tú qué descubrimiento, pues anda que no es antiguo ese pueblo como para haberlo inventado él.
Lurdes, pobre mujer, mira cómo escribirá que le dijeron que pusiera el final al principio y al revés. Y ella tan contenta, seguro que esta es de las mías, que siempre pienso que lo que hacen los demás vale más que lo mío. Pero luego somos las que sacamos las castañas del fuego de la familia.
Cinta contó el cuento de un arquero, vamos como si estuviesen todos en edad de andar con cuentos, qué cosas, pero fíjate que al final me gustó y todo porque era una historia romántica, como en las películas medievales. Había un dragón y todo.
Juan, miren qué cursi, ¡pues no decía que se ponía los vestidos de su mujer, por olerla!, ¡Su mujer, que estaba ya tiesa, cadáver perdida! Esa aberración tiene un nombre, pero no lo recuerdo.
Javier es el gallito del corral, para todo tiene opinión, a todo el mundo le dice lo que está bien o mal, con su carita de niño bueno y la barbita entreverada, no sé, no sé, yo creo que le gusta mucho el marimangoneo. Fíjense que hasta tocaba de cuando en cuando una campanilla de plata.
Mariana tiene un acento raro y me costó entender una cosa que dijo del lunes nublado, además me resultó extraño que llevase unas pegatinas en las gafas. Tiene pinta de ser muy buena mujer, y por lo que se ve debe escribir bien pues le dijeron cosas bonitas.
Rocío, mira, esta debe estar un poco p’allá, no se le ocurrió mejor tontería que escribirle una carta a Camilo Blanes, sí, el cantante ese famoso que murió hace poco y que el hijo se mete de todo desde que heredó. También debe tener mucho poder en el grupo porque todos le decían: Qué bueno, Rocío, qué bien escrito, es que no se te puede poner un pero, precioso…
Aure, dijo que la poesía necesita un estado de lucidez. Lucidez, lucidez, vamos anda, pues no le dio por decir que había traído una fotografía de cuando era guapo, vamos que no es serio, que les digo yo que esta gente no es normal. Todos lo respetan mucho y se ve que lo quieren, pero que no, que no los entiendo.
¡Y José Antonio, vamos, vamos y vamos, pues quieren creerse que se puso a leer en un cuadro que estaba colgado en la pared. Hay mucho colgado en este grupo, se lo digo yo, que soy una mujer con un poquito de lógica.
Celia aseguraba que sus poemas eran opacos, vamos una cosa así como el cristal que puse yo en el cuarto de baño para que los vecinos no me puedan ver en tetas cuando me aseo. Dijo cuatro palabras y media, pero debían estar muy bien escritas a juzgar por el éxito que tuvo.
Juan Manuel, otro raro, llevaba puesto en el cuello una cosa que parecía lo que se ponía Felipe el del segundo, y dijo dos palabrillas y ya está, se despidió sin más ni menos.
A Ana la comprendí mejor porque hablaba de una vecina que gritaba mucho porque el marido le zurra la pandereta. En mi bloque hay varias de esas, es una pena. Llevan la tristeza en la mirada. Desde el grupo de amas de casa del Centro Cultural las animamos a denunciar, pero casi ninguna se atreve.
Y luego mi marido. ¿Pero desde cuándo sabe él decir esas palabras tan bonitas, mira, unos versos que hablaban del amor y de las flores en la primavera, mira, mira, que me emocioné y todo. Vamos que si esas cosas me las dijese a mí, sería la mujer más feliz del mundo, pero no, lo deja para sus amigotes de los miércoles, conmigo con cumplir los sábados tiene bastante, todo aprisa y corriendo, vamos que yo no me entero de ná, y luego resulta que dice que esas cosas las ha escrito él, ni muerta me lo creo. Eso lo ha copiado de algún libro, estoy segura.
¿Qué piensan ustedes de todo esto? ¿Debo hablar con él y sincerarme, decirle que se deje de versos y trabaje, que ya estoy harta de ser yo la que vaya a limpiar en el hotel, la que haga la comida, atienda a los niños y a mi suegra, la que friega, barre y guisa, o mejor le sigo cocinando los bizcochos de limón que tanto le gustan a ver si se olvida de las poesías? Por favor, no tarden en contestarme porque tengo la cabeza que me echa humo.
Suya afectísima
Mosqueada de Móstoles.
Juan Calderón Matador
1 de diciembre de 2020
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