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martes, 1 de diciembre de 2015

8ª Jornada/IX año: Miércoles, 2 de diciembre de 2015


Rascamán es un imán


Rascamán es un imán. Y que me perdonen la rima en consonante. Pero es un imán. Lo es. Y no precisamente al modo como lo era la novela de Ramón J. Sender. Sino un imán de los que atrae seres especiales, diría uno; espaciales, diría otro; locos, digo yo. Porque, ¿se puede saber qué empuja a este grupo, sino el desvarío, a encerrarse en el sótano de mina de una cafetería? Javier, Rocío Díaz, Juan Carlos, Fenoy, Ignacio, Cinta, David, Andrés, Rocío Acebal, Alberto, Amelia, Iñaki, Ana Gonz., Mª Jesús, Leo, León, Horacio… ¡Vaya tropa!, que dijo un presidenciable. El último de la lista, además, ha cruzado un océano para llegar hasta aquí. No a nado. Aunque sospecho que hubiese sido capaz de hacerlo a los lomos de un delfín, brincando entre las olas.
Es como si a estos rascamantes les gustase ir a contracorriente. Son incorregibles. Están completamente chiflados. Escuchan al primero que lee, hoy es Fenoy, el miércoles que viene será cualquiera. El vate poetiza en fenoyés (una suerte de dialecto nacido del cruce entre la Alta Andalucía y el talento poético) las andanzas de un Feliciano feliz y la sensualidad de una Marcela a la que describe en sus versos: la viuda de alegre vida / la preferida / en las calurosas noches / de los días de la bruma / la preferida / por sus claros horizontes. Juan Carlos apunta que Fenoy bien pudo conocer al anónimo de El Lazarillo de Tormes. No me extrañaría. Lo suyo es puro delirio.
Puro delirio, pero del argentino, es el de Horacio, que nos trae desde el otro hemisferio el borrador de su próxima novela. La espuma oceánica no ha mojado sus páginas. Horacio cuenta que la obra está dividida en cuatro partes, una por cada elemento, y que todos sus protagonistas están muertos: un soldado abatido en la Gran Guerra, la hermana de Gregorio Samsa... En este momento la novela busca título (pudiera ser "Nueve Noches") y quien la escuche. La magnífica frase con la que abre el capítulo inicial, dedicado al elemento aire (“Llamé a los espectros y ellos vinieron”) da paso a una prosa de engranajes perfectos en la que se citan el artesano y el genio, al modo incontestable como lo hace en un stradivarius. Cuatro folios bastan para confirmar la mítica teoría que asegura que el extravío alimenta al genio. Porque, ¡hay que estar muy loco para conseguir una excelencia semejante! Aún no se ha ido y yo ya le estoy echando de menos. ¡Volvé pronto, pibe!
Es el turno de Andrés París, que acaba de publicar su segundo poemario, “Entre el infinito y el cero“, en la editorial Poeta de Cabra. Andrés es joven. Y brillante. Y en el mundo de cuerdos que bulle allá arriba, sobre la superficie, eso es pecado. Menos mal que a este otro, al mundo distópico y subterráneo, lo gobiernan las palabras. Las suyas se juntan para componer un poema que lleva por título “Último hombre”. Los versos que lo cierran convencen al manicomio entero y -ya es difícil- lo ponen de acuerdo: La muerte del último hombre / jamás será confirmada.
La siguiente intervención corre a cargo de Rocío Acebal. Rocío es ovetense y bella, como la Regenta, viene a la tertulia por primera vez y no parece que esté muy loca. Aunque, a poco que repita, lo estará. Nos habla de la revista que dirige, “Maremagnum”, y lee, como debe ser, por duplicado, un poema del cual rescato dos versos que podrían funcionar como axioma: Si nadie pudo ver la maravilla / nadie puedo sentir…
Toma la palabra Juan Carlos, que de locos sabe un rato gracias a su condición de lunindio. En su semanal revisión de los cuentos clásicos hoy le toca el turno a La Cenicienta, una Cenicienta desencadenada que, antes de que den las doce, se transfigura en Ceniciencia. El cuentoponcelamínico, jardieliano y descacharrante de Juan Carlos transforma esta galería de psiquiátrico en un festival de carcajadas. Nos hacen cosquillas sus neologismos. Al genio de Juan Carlos se le ha cosido la in- inicial y ya no hay quien se la desabroche. ¡Qué ingenio, amigo! A continuación, lee Rocío Díaz su relato titulado “La famosa teoría de los tres segundos”, protagonizado por una pareja que anda a la gresca sólo porque a uno de sus integrantes le da por ayudar al que tropieza para premiarle con dos besos. ¡El mundo está loco pero nosotros más…! Decidida a hacernos enloquecer del todo, Rocío nos emplaza a una futura sesión de terapia de grupo para conocer el final. Trance interruptus. Lo sentimos.
Suenan matasuegras, trasunto de trompetas en el mundo de gloria de unos pirados. ¿Quién ha sido…? Ha sido Alberto, que ruega silencio para proceder a la lectura de su relato “La inestabilidad bioquímica del amor”. ¿Más inestabilidad para esta leva de inestables? ¿Qué si no quieres arroz pues toma dos tazas? ¡Que así sea! La historia que lee Alberto es la de Nati y Gregorio, una pareja que se ha conocido por internet y cuya relación no perdura pese a los intentos de una parte por contar anécdotas de El Greco a la otra. Amar, y hacerlo de continuo, es cosa de zumbados.
Ahora es el momento de Ignacio, o mejor, de su carta parlanchina que, según ella misma confiesa, “como muchas cartas fui escrita por amor”. Ser escrita para servir de presentación al posible poemario de una poetisa en el fondo constituye toda una declaración de amor. Declaración, pero de intenciones, es una de las soberbias máximas que contiene: “no hay nadie que no sea peligroso para alguien…” Ciertísimo. Por suerte, no estamos ante un auditorio de locos demasiado peligrosos, así que nadie parece darse por aludido.
De pronto, oigo voces, ¿quién me llama…? Ah, sí, es Ratilio, protagonista del relato de Cinta, titulado “Ratilio y las letras voladoras“. ¡Uf, por un segundo pensé que me hablaban los animales! Pero no. En su aventura por aprender el arte de la escritura, a Ratilio le acompaña Francisco el Fraile, y en ese viaje levitarán. Hay mucho de clarividencia de chalados en su levitación, en todas las levitaciones. Como en los versos de Amelia Peco quien, antes de leer, muestra el hermoso y sugerente cartel de su cortometraje “El poema”, que estrenará próximamente. De su cine comprometido pasa a su poesía honda y concupiscente sin pagar demenciales ivas culturales. He aquí unos versos. Y gratis: Hojas que se dejan pisar por la herrumbre / permanecen inertes cuando caen al suelo / el óxido se queda para seguir mordiendo / vendrá el invierno. Poco a poco, se origina en el auditorio un debate en torno al verbo descoyuntar, y en un momento dado, alguien lanza una lúcida definición de la poesía: la poesía, dice, es hacer matrimonios nuevos con las palabras.
Los últimos rascamantes, Ana Gonz, Leo, Maria Jesús, David no han traído nada para leer. Los últimos, argumentan ellos, serán los primeros. Leo cuenta el chiste que ha escuchado en el autobús número 21 (¿Sabéis cuál es el colmo de un abogado? ¡Perder el juicio!), y David se ríe. Créanme: este David es el peor de todos. De los que sería capaz de ponerse a gritar en un vagón de metro que él es el mismísimo Napoleón Bonaparte. A no mucho tardar, habrá que ponerle capirote de papel y camisa de fuerza. Pero claro, es lo que tienen los imanes que riman en consonante. Que atraen. Seres especiales, diría uno. Espaciales, diría otro. Locos de atar, digo yo.
La sesión termina y los rascamantes regresan al mundo de la superficie por las escaleras. No lo hacen ejecutando una sinuosa y longilínea conga como sería de esperar, ni perdiendo más tornillos de los necesarios. Pero dejen ustedes a estos rascamantes, déjenles y verán. Pero sobre todo: déjenles tranquilos, por favor. Y en paz. Se lo suplico.

Amo a estos Rascamantes. Con locura. Dios, cómo les amo.

David Lerma Martínez
19 de diciembre de 2015

1 comentario:

Anónimo dijo...

El comentario de Horacio ha dado en el clavo. David, eres un jodido creador, no hay quien pueda contigo.Paco