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miércoles, 20 de mayo de 2015

29ª Jornada/VIII año: Miércoles, 6 de mayo de 2015


Un optimista y un pesimista se encuentran 
en la plaza de Santa Bárbara, de Madrid...


Un optimista y un pesimista se encuentran en la plaza de Santa Bárbara, de Madrid. El optimista tiene el pelo largo y viste de blanco; el pesimista, de negro riguroso, lleva la cabeza rapada al cero por si los piojos. Podría parecer el comienzo de un mal chiste, pero no. Han acordado visitar juntos la tertulia Rascamán. En el sótano donde se reúnen aguardan los Rascamantes María Juristo, Paloma Sánchez, Amelia Peco, Isabel Morión, Cinta, Alberto Ramos, Rocío, Javier, María Antonia, León, Paco Fenoy, David, Juan Antonio, Aureliano, a los que no tardarán en unirse Vicente, Paloma Hidalgo, Ana Gonz, Carlos Yasabe, Federico Monroy. En el instante en que llega la contradictoria pareja, Amelia recita un poema sobre Edipo, y se dispone a acudir a una cita a ciegas. Lo primero que pensará el optimista es que va a conocer al amor de su vida. El pesimista, por su parte, temerá incorregible que la cita acabe en asesinato.

Después de Amelia lee Juan Antonio su “Congreso das Meigas“. El de Colmenar se pregunta si las Meigas existen o no, y de existir, si son asexuadas. El optimista, que escucha, opina: ¡no, no existen…! El optimista, que escucha lo mismo, considera que haberlas, por supuesto haylas. A continuación declama Fenoy un poema sobre la muerte del obrero fabril, mientras un camarada Rascamante le sugiere que adopte como lema la palabra A-MOR, en alusión a la máxima ¡Abajo la Monarquía! Su poesía del megáfono aspira a arreglar el mundo. El optimista confía en que sí, en que se puede, por qué no. El pesimista sostendrá en cambio que el mundo no tiene arreglo, ni siquiera a fuerza de ñapas, para lograr por lo menos un mal apaño. De alguna manera, el pesimista es un optimista que se ha cansado de serlo.

Irrumpe ahora León con su selvático rugido: “De una noche a una noche / de una nada a otra nada / en la humedad dichosa de tus labios”. La belleza poética del vate albaceteño ha puesto en pie al paradójico dúo. Luego, vuelven a sentarse, para escuchar a Cinta. En su relato, como en otros, sobresale la alargada sombra luminosa de un padre entrañable y adorado: “Al día siguiente, al mirarse en el río, supo que ya nunca más sería la perla que se arroja a los cerdos”, sentencia. Después, Cinta regala a la concurrencia un cuento infantil, protagonizado por una tortuga.

El siguiente Rascamante en intervenir es María Juristo. “Si tu ausencia me vuelve sorda y muda / pobre inválida sin alas / cómo ser en la penumbra que de ti me borra…”, sirven como muestra de sus versos. El pesimista, que siempre deseó lanzarse sobre el optimista y arrancarle el hígado, tras gozar la poesía delicada y elegante de María, empieza a mirar a su antagonista con otros ojos. Después de ella lee María Antonia Copado su poema “No estamos todos“: Están todos / yo no estoy / No sé quién soy. De repente, el optimista se revuelve: sabe que él, en realidad, no es más que un pesimista que pospuso su pesimismo para mejores tiempos, y tan atento como su oponente, se prepara para escuchar a Rocío un relato que narra la hermosa relación comunitaria surgida entre dos vecinos, que podría culminar en un paseo en autobús con pedida de mano incluida. Tras Rocío lee Paloma Hidalgo un micro premiado que dura lo que dura un maravilloso viaje en ascensor por el interior de un rascacielos, que tiene el tamaño de un amor que nace, crece, decrece y vuelve a crecer. La cuestión es no estarse quieto. El tema amoroso de los dos últimos relatos ha despertado en el optimista la vieja teoría del amor eterno o que, si no, resucita como Jesucristo pagano. El pesimista, posiblemente por llevar la contraria, pensará sin embargo que el amor es una bomba de relojería que estallará en cualquier momento, sembrando la ciudad de cadáveres.

Es el momento de Alberto Ramos. Alberto lee un relato titulado “Agua mineral francesa“, en el que retrata los confusos espejismos que manan al calor del amor nacido de las redes sociales. En su cuento, la madrastra, oculta bajo la identidad Conejita 22, es un camarero que atrapa a incautos y a necesitados (es decir, potencialmente a todos). Aquí, el incauto es Marcelino Gavilanes. Aprovechando el tirón mediático, David cuela su relato “Mejor por escrito“, en el que fabula con la resurrección de un amor moribundo por obra y gracia de la aplicación whatsapp. Ante el silencio de la asimétrica pareja, David se queja entre murmullos: joder, un pesimista como Dios manda se hubiera levantado y aplaudido, coño…, rezonga. Pero no. Hoy, optimista y pesimista, a los que siempre sedujo el mismo plano de la realidad, el de la no-realidad, se ponen de acuerdo: no hay que hacerle demasiado caso a este David, va de listillo el tío. Y lo peor de todo es que se cree muy gracioso.

Le toca a Isa Morión. Isa emplea su momento para recitar un poema de Gloria Fuertes: está seco / se mueve sin amor / nadie le conturba. Tiene a bien, además, premiar a los asistentes con un poema de su libro “El agua del olvido”. Ni al pesimista, ni al optimista, ni tampoco al resto, se les olvidará fácilmente este verso: Se te olvidó besarme en el corazón. Le sigue Aureliano Cañadas, con un homenaje a la reciente lectura “Compañeros de viaje”, de Javier y Rocío, en el local Vergüenza Ajena. Gustan especialmente sus versos “De todos los presentes / que guardo para mí / de todos ellos / me quedaré tan sólo con el dolor del olvido”.

Regresa la prosa de la mano (mejor dicho, de la tecla) de Paloma Sánchez. En el ordenador portátil guarda un nuevo capítulo de su novela testimonio, aquel en el que recuerda su primer beso, su primera pandilla de amigos, los bailes agarrados, las excursiones a La Pedriza, las canciones de los Beatles, la búsqueda de trabajo sin calcetines... El tono es ligero y combina el sentido del humor con el drama. Y eso, los Rascamantes lo valoran. Enseguida toma la palabra Vicente para describir con entusiasmo de realismo sucio la enfermedad que le llevó, allá por el año 1986, a gastar las únicas 800 pesetas que le quedaban en un libro de Bukowski, en lugar de hacerlo en un billete de autobús que le hubiera asegurado un cómodo retorno al barrio. Esa enfermedad se llamaba (se llama) literatura. Después, lee su reflexión “La Desobediencia y el látigo”, en la que teoriza, entre otros asuntos, sobre la férrea disciplina que mueve al votante de derechas a depositar su voto, en oposición a la endeble libertad con la que se maneja el votante de izquierdas, lo que le aboca a la derrota permanente. Vicente termina y el pesimista, desde su sitio, cabecea incrédulo. Es lo que tienen los pesimistas: no creen en nada, ni siquiera en sí mismos. Ellos dirán que no son más (ni menos) que optimistas mejor informados.

Es el turno de Federico Monroy, poeta exquisito y gaditano aunque sus propios versos traten de desmentirlo: nadie dirá por mí que soy poeta, canta Monroy. Seguidamente, Ana Gonz lee uno de sus cortos, ideado y escrito en el asiento de un vagón de metro, donde brota la sensualidad a raudales con cuerpo de liga roja asomando por el bolsillo del pantalón de algún vecino. Para cerrar, Carlos Yasabe nos habla de la nostalgia de las cosas buenas, que nos acerca al arrecife, y recita como sólo los sabios, los que sí saben, son capaces de hacerlo: ese dolor / que crece ante la idea de morir / sin uñas.


La tertulia termina. Los visitantes se levantan y se despiden de los Rascamantes. El optimista agradece la suerte de haber venido. El pesimista se lamenta por la imposibilidad de volver, tal vez por varias fechas. El segundo se quejará del viento. El primero esperará a que cambie. Entre los dos, el realista ajustará las velas para que empujen en la dirección que le traslade hasta la tertulia del próximo miércoles.


David Lerma Martínez
4 de junio de 2015

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