La Hermandad Rascamán
En Madrid, a los veintiún días de enero de dos mil
quince, la Hermandad Rascamán, consagrada a la perfección literaria de sus cofrades,
celebra su tercera reunión ordinaria del año en la Sala capitular del
Santander.
Javier Díaz, el hermano coordinador, luego de verificar que
el hermano turiferario encendiera las velas y esparciera el incienso, y de tañer
la campanilla llamando a sosiego, da por comenzada la tenida.
José León Cano trae aires moriscos y lo hace en verso: “El
regreso del califa”; y en prosa: con el capítulo de La casa de Blas Infante de su libro de viajes. León,
consustanciado con el gran andaluz, discurre por el texto y su estilo nos
arrebata, un contrapunto entre el lenguaje neutro, más bien elevado, y el tono
coloquial de un “perronaje”. Una línea basta para dar cuenta de la situación
existencial y dramática de Blas Infante, y por la que pagó con su vida: “Mirar
hacia el sur causa dolor”.
Juan Manuel Criado ha tramado una sociedad jerarquizada de
autómatas en la que cada uno cumple su rol con eficacia. Sin embargo, Jim les comunica a sus superiores,
con venteo escatológico, “que no todo está controlado”.
Paco Fenoy, en cuatro haikus, entreteje elementos de la Naturaleza con el tiempo, la paz y la oposición movilidad-inmovilidad.
Llega de visita a la tertulia la poeta hispano argentina Adriana Serlik, que
vive en Gandía y está de paso por Madrid para presentar Frágil, su último libro
de poemas. Javier será uno de sus presentadores y hoy la ha invitado a la
tertulia. A pesar de que Serlik da la impresión de ser una poeta vital y en busca
de la luz, destila en sus versos la bilis melancólica: “Hay días en que mi voz
se oculta entre los pliegues de la soledad”.
Aureliano Cañadas nos convoca a una “subastas de paraísos”, en
sociedad con “angelicales drones”, y luego nos somete a un vértigo de
selva-mazmorra-olvido-equipaje-negritud-orgía.
Horacio Herrera que hoy oficia de amanuense, en su deriva,
menciona al poeta boliviano Jorge Campero, de quien Javier lee un poema
publicado en Internet.
Rocío Díaz, en su relato “Puntos suspensivos”, devela las
relaciones de poder en ciertas instituciones, que se basan en la ambivalencia y
la perversión de los discursos y lo hace a través de un personaje que
seguramente será memorable: una mujer inconclusa para burocracia mecánica, que
ha merecido como apodo el título del cuento.
David Lerma lee dos reseñas críticas: de El olvido que seremos, la novela
del colombiano Héctor Abad Faciolince sobre su familia, en especial sobre su
padre, médico asesinado por sicarios; y de
El síndrome de Ulises, del también colombiano Santiago Gamboa, que cuenta sobre los
inmigrantes desclasados de París. La pericia crítica de David se mantiene
intacta, pese a que en esta ocasión ha tenido que limitar la extensión para
cumplir con los requisitos del concurso organizado por el suplemento Babelia de El País. Los vates vaticinamos su triunfo.
Amelia Peco pronuncia la condena: El “amante será una
araña”. Y “en días que solo son silencios”, la figura insectil dejará traslucir
que “bajo el limo no hay sueños”. La protagonista, en trance de soledad y oscuridad,
en agonía de domesticación, asume que “todo es simulacro” y esto más que
parecer algo negativo, nos trae cierto alivio; así suena menos dramático el
enunciado: “no veo la línea recta de mis actos”.
Leonor Varela habla de
Lápiz y papel,
el cartel y la intervención que presenta por estos días en Matadero Madrid, en el
acceso de entrada a Extensión AVAM. En su trabajo, unos lápices enmarcan un
portarretratos que “conjuega” el verbo escribir y termina con la significativa
aserción de “Ellos NO escriben”, a manera de un borrón apocalíptico-onírico de
la escritura y la lectura.
Federico Monroy parece recusar este mundo atiborrado de mensajes: “caen duras palabras”, que
apenas permite intuir que “por cesárea nace un silencio”, y que exige carácter
para salvaguardar la identidad: “mañana me disfrazo del que soy y a disparar”.
Ana Gonz lee su poema en gallego, reminiscencia de cantigas, melodías de “una noche de
media luna”, para expresar la sensación, tan moderna, de que todo tambalea y “el
presente ya no es real”.
Jorge Díaz Leza parece preconizar una vuelta a los orígenes a
través de la desilusión: “Lo que creía zafiro supo que era aire”, y la precocidad:
“Como una juventud con arrugas en la cara”.
Y
así, cumplida la ronda de lectores, con la premura del caso, los cofrades se
retiran, gozosos de haber compartido sus trabajos literarios.
4 de febrero de 2015
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