Los colores de la bitácora
Asistentes:
León, Cinta, Fede, José Mª, Mª Antonia, Rocío, Paco,
Isabel, Javier, David, Alma, Ana, Mª Jesús.
Quise pintar. Preparé pinceles y óleos, lienzo y
caballete y abrí las ventanas que dan al patio de luces de mi imaginación.
Pero las letras escogidas por León para su
cuento de Navidad, las que tomaron forma de tiovivo, las que se adueñaron de un
nombre propio, Laura y festejaron, que la vida se empeña en abrirse paso, entre
pastelillos, empiñonadas y otras delicias para deleite de todos, esas letras
digo, se hicieron fuertes en el pincel. El resultado, un cuadro dulce.
Las acuarelas me llamaron
desde el fondo del cajón donde las guardo, y las coplas de Cinta, vestidas de
Doñana, de marismas y de alegría se apropiaron del papel para plasmar su
frescura.
Fede, Ser por otro Ser, retumba
en carboncillo, en escala de grises, desbordando poesía y filosofía a un
tiempo. En manos que buscan, en luces, en exquisita composición.
Las cretas, con sus matices
profundos y cálidos se adaptaron al poema de José Mª, piel, y todo el amor que
él depositó en cada palabra.y se apropiaron del volumen de sus versos;
encontraron la esperanza.
Surge entonces el blanco, el blanco titanio de un AHN
(Abominable Hombre de las Nieves), que como un gran copo ocupa las páginas del
libro que lleva su nombre, y las lecturas de Begoña y Ana en portugués.
Del blanco al rojo, al carmín de
una boca insaciable que Mª Antonia desata en su poema Corazón; al rojo
alizarina de un encuentro ardiente, al rojo inglés, elegante siempre, de un
final que oculta secretos, y latidos.
Ocres, Sienas tostadas y
tierras después, cuando Isabel recita su Te borraré, que evocan un pasado
feliz, un presente difícil en el que olvidar toda esa felicidad cosechada; y un
futuro frío, sin trazos del amor dueño del tiempo. Y azules, que Tumba de agua derrama en plena sala.
Vuelven los carboncillos de
la mano de Rocío, Soy de Piedra, y pintan una Dama de Elche ajena a los
estragos que otras esculturas han sufrido, lista para el consumo infantil.
Que dan paso a los acrílicos,
los brillantes colores que impregnaron la década de los ochenta, cuando Paco publica
Aniversario, sobre el Ché, y En la
Plaza, un poema que ensalza la unión ciudadana para frenar las sinrazones
políticas.
Con Javier llega la lluvia,
la lluvia azul, la que huye del polvo, la que trae la vida en los versos
siempre hermosos del poema Lo que importa. Un homenaje que cala.
David nos lee un fragmento
del Manual de Literatura para caníbales, nos lleva al romanticismo y allí,
infiltrados, disfrutamos de su compañía, de sus rarezas, de sus manías y de los
gustos de una época que marcó estilo. Y de los tonos pastel que como las
Bailarinas de Degas fluyen en el ambiente.
Para volver inmediatamente después al
terciopelo del óleo, a la mezcla equilibrada entre carmín granza y trementina que, Alma y sus versos sin título,
reclaman para la sensualidad que los envuelve.
De los pinceles a los pasteles, al tacto
agradecido de la pintura en las manos. Ana lee poemas de Juan Gelman, uno de ellos lleva por título El juego en que
andamos, motivada por la desaparición del poeta, y nos cuenta confidencialmente
la forma en que conoció la obra de Gelman. Ana y su vivacidad.
María Jesús sacó de sus papeles
una docena de Caperucitas y otros tantos lobos que corrieron a sus anchas por
la sala, y dejaron la traza de sus andanzas en carboncillo, que el rojo de la
capa de la niña, pedía un cambio.
22 de enero de 2014
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