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viernes, 24 de mayo de 2013

33ª Jornada/VI año: Miércoles, 8 de mayo de 2013

 
Era tal la paliza que nos propinó la tormenta...

Era tal la paliza que nos propinó la tormenta, que a la mañana siguiente, a duras penas nos levantamos, tardando más de lo habitual en subir a bordo. Llevaba el sol luciendo más de una hora cuando ocupamos cada uno nuestro puesto. El mar estaba en calma y alguna que otra gaviota nos cortejaba. El barco lo surcaba suavemente y observábamos el caos que nos rodeaba por doquier, con relativa pereza e indiferencia. Puf, cuánto desperfecto. No sabíamos por dónde empezar: o bien comenzábamos por poner orden en el caos de objetos y barriles arrojados por todos lados, y reparábamos los desperfectos, o bien nos curábamos las magulladuras, pues afortunadamente no hubo heridos, aunque sí algún desperfecto en alguna pata de palo y otros objetos ortopédicos, como clavos y tachuelas flojas o ciertas zonas astilladas.

Afortunadamente el velamen mal que tal había resistido el embate de las olas y el timón funcionaba perfectamente. Por lo demás, hasta que nos pusimos manos a la obra, mucha charla sobre los tipos de detergentes más apropiados para limpiar el barco, y no digamos sobre los tipos de martillos a utilizar para clavetear las tablas que habían sido arrancadas por la fuerza de las olas u otras zarandajas por el estilo. Algunas veces daba la impresión que, entre nosotros, había algunos vendedores disfrazados de poetas; cosa que no es de extrañar en los tiempos que corren, en los que el camuflaje es una de las sofisticadas técnicas desarrolladas, ya que la guerra real virtual o psicológica está a la orden del día. Que Dios nos coja confesados. Gracias a que Javier agitó la campana y tras imponer silencio, nos leyó un poema lleno de la nostalgia de la niñez y el transcurso del tiempo, a través de una bicicleta, de esa bici que tanto quisimos, y que reverdece con sus ecos:

“Acostumbran a mentirme los recuerdos

(…)
Temo que algún día

No vuelvan a mi lado.”


Estupendo capitán.

-¡Todo el mundo con la bayeta en ristre!- ordenó Javier, y zas que te zas en un pis pas un cuarto de la cubierta quedó hecho un jaspe. Con qué garbo le dábamos al cepillo de raíces –ras ras ras- en la tarima, que había sido ensuciada por los desechos que el mar devolvía a los intrépidos representantes de la humanidad contaminante. Y entre ras ras ras y zas zas zas, León, para amenizar el trabajo, nos leyó el cuento Mi mono Tomás, descrito a través de un sueño, en el que el mono le obsequia con chillidos de acento gallego, y finalmente se convierte en araña. Cuento lleno de ironía y con mucha carga filosófica.

Un alto en el trabajo nos permitió hacer un receso, y degustar un poco de queso de cabra que Vicente-ayudante de cocina- había elaborado, aprovechando el aterrizaje forzoso de un par de cabras impulsadas por el oleaje del día anterior y que terminaron de bruces en su habitáculo, lleno de comentarios de texto, emitiendo desagradables berridos que, en un quítame estas pajas, le arrebataron, sin ningún tipo de consideración, del somnoliento Morfeo. Había que verle increpando a los susodichos cuadrúpedos, y descargar su ira y vergonzosa venganza en los pobres animales, dejándolas sin gota de leche, y rematar la faena con un sabrosísimo queso que nos encargamos de degustar hábilmente, con la prontitud y elegancia que nos caracteriza, mientras Alberto se incorporaba al grupo que, muerto de miedo, nos relató que no se lo tragó el mar porque en el último instante se salvó asido a una botella de ron, cosa que puedo atestiguar pues fui observador de sus traspiés a babor sujeto a la susodicha; suceso singular que aunque resulte chocante no deja de ser real, al igual que el aterrizaje de las dos cabras, que según mis últimas informaciones, venían presurosas después de descarriarse a través de un agujero de gusano (1) El Bar, en los que nos relata la sordidez del sexo en los polígonos abandonados, por aquellas pobres gentes que tienen que ganarse la vida como pueden, y terminar con el cuento titulado Disfraz, escrito con esa prosa tan suelta densa y precisa como nos tiene acostumbrados. Pequeño relato de una loca lleno de sorpresas .Muy bien Ana. Carmen por su parte, nos deleitó con el cuento A fin de cuentas, en el que se narran las disputas de unas vecinas por las alegres meadas, en la escalera, del chucho de una de ellas. Cuento lleno de viveza y gracia, rematado con el lanzamiento de su daga al trozo de queso, que Alberto tímidamente trataba de coger, y que el puñal de Carmen clavó contra la mesa, impidiéndole satisfacer su voraz apetito. Aplausos de los presentes. A continuación Paco, que el día anterior le vimos forcejeando con las olas, amenazándolas con el `puño y lanzándoles una retahíla de insultos, nos leyó un poema centrado en el triángulo escuela-niño-maestra. Poema más bien cercano al relato, al que se le hicieron algunas matizaciones, aunque tenía hallazgos muy hermosos, como el verso:



. Pero en fin, Alberto nos confesó que no nos iba a leer nada, debido a los increíbles sucesos relatados, cosa que aprovechó Ana para releer su cuento

“El chico que de azules levanta su bandera”

Aureliano, que el día anterior le tuvimos que bajar del palo mayor, debido al fuerte viento y el forcejeo con el velamen, que le llevaron tras esa titánica empresa al referido, nos leyó el poema lleno de nostalgia titulado “Una vez un verano en Anatolia”. Algunos versos nos dan idea del mismo:

“Alguna joven griega,

de cabellos obscuros como mi madre entonces,

se había sentado al piano en los atardeceres

sin fin de los estíos”

Paloma Hidalgo, que el día del mar enfurecido, tuvo que sortear a desbocados barriles, corriendo totalmente desarbolada de babor a estribor, lo que duró la embravecida tormenta, nos leyó el micro relato: “De las pequeñas cosas”, que trata de todas las pequeñas cosas vividas. Lleno de nostalgia, dando un broche a una serie de historias de recuerdos de infancia, que había inundado nuestra travesía en aquellos momentos. En la vida, los jóvenes están llenos de campanas que hacia el futuro los encaminan, mientras que en la gente adulta los recuerdos van llenando poco a poco la cesta de su vida. A continuación, cerró su intervención con el micro relato “Pastillas”. Cuento dramático basado en las relaciones madre-hija. Muy en su línea.

Alrededor de las tres de la tarde, reiniciamos el ras-ras-ras seguido del zas-zas-zas, quedando el barco como los chorros del oro, aunque tuvimos entre varios que desprender a una bayeta, que como si se tratase de un pulpo, se había adherido a los brazos y manos de la infeliz Rocío, la cual desesperadamente trataba de desasirse de tan singular cefalópodo, sin conseguirlo a pesar de sus denodados esfuerzos. Extenuada, nuestra marinera y tras tomar un poco de queso, nos leyó su cuento premio polja, titulado Aquel mágico proyector naranja. Historia de recuerdos, de cosas que deseó y no tuvo en su niñez, de los tan esperados Reyes Magos, de su amor a la magia del cine en aquellos primos años. Premiado pues. En fin, tarde de nostalgias. Menos mal, que la intervención de León, descorchando una botella de vino, que hábilmente mangó en sus correrías por los mares del sur, con el garfio que sustituyó a la mano que perdió en un lance debido al mandoble que le propinó un respetable saqueador de las finanzas públicas, nos alegró la caída de la tarde con la proyección de la película “ El sabor de la canela”, que en honor de la verdad ninguno de los presentes prestamos atención a sus sugestivas imágenes, pues la marinería se había dado a la cháchara irredenta. Menos mal que la intervención del campanillazo, nos ayudó a leer el estupendo poema sobre la muerte, de María Antonia Copado. Basten dos versos:

“la losa tuvo un pequeño

resquicio de un olvido”.
Terminó con el poema “Querían más”, que, por el contrario, el graderío lo consideró un poco ripioso. A trabajarlo María. Por su parte, el grumete Andrés, que hábilmente supo sortear la tormenta oculto en la bodega, y sin cumplir con sus obligaciones de echar una mano a la marinería, que a duras penas sujetaba las riendas del barco, nos leyó el poema: “Al egocentrismo absorbente”, que era un ataque a sí mismo. Destaco la metáfora:

“deshojaré todos los claveles de las copas”.

a continuación nos leyó el poema titulado A la guerra en general.

“Lloran las miradas oxidadas

a sus hijos cadáveres”

Me gusta tu prometedora poesía, Andrés.

María Jesús Briones, que no sabemos cómo, se incorporó a la tripulación de buenas a primeras; pero eso sí, una vez que el barco estaba requetelimpio, nos leyó el pequeño acto teatral Señor Pérez Estoico, que trata sobre la gente que de una patada se la declara inservible, en unos papeles, en los que los estragos de la tormenta se hacían notar, y que impedían dar una fluidez a su lectura. Nos relató cosas tan terribles como esta:

“Señor Pérez Estoico:

no le compro:

es un producto caducado.”

Muy bien, María Jesús, esperamos que en la próxima lectura, nos lo vuelvas a releer.

Y la prodigiosa Leo, como una vestal, recordando a Béquer, nos leyó:

“¿Qué es poesía?.

Poesía no eres tú

ni tú….ni tú.

Poesía es lon………gitud”

¿Que es lo que os habéis creído?, digo yo.

Y el que relata, desembarazándose de unas gruesas cuerdas parecidas a una serpiente de enorme longitud, me tenían hecho un lío, leyó el poema titulado Chacachá. Chacachá:

“Chacachá de cachimba

cachimba,chachachá.

Tacatá de la máquina

la máquina tacatá………………………….

………………………………………………………….”

Mientra, Paloma, ajena a los vaivenes del barco, andando por la borda hacía señales de humo, valiéndose del cigarro.

Al poco tiempo:

Arriamos velas al llegar al puerto de una de las Islas Caimán.

Pero eso es otra historia.

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Nota: [1] Un agujero de gusano, es una propiedad del espacio-tiempo, que nos permite recorrer distincias inamaginables sin que transcurra el tiempo, pudiendo pasar de un punto de una Galaxia a otro, por ejemplo



Juan Manuel Criado
21 de mayo de 2013









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