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martes, 5 de marzo de 2013

24ª Jornada/VI año: Miércoles, 27 de febrero de 2013

 Nuestro capitán,
que no paraba de agitar su oxidada campana...



Tras mucho pensarlo, y estar hartos de navegar por las aguas del Atlántico, Javier tras tocar la campanita, que por cierto resulta un tanto molesta, sobre todo cuando estás en el primer sueño de la siesta, nos ordenó, que cada cual ocupara su puesto, y pusiésemos rumbo a las Azores, y todo el mundo chitón; mas decidimos desobedecer sus órdenes , y tras circulares discusiones-nosotros somos muy partidarios de darle vueltas a la noria en nuestras tomas de decisiones colectivas-decidimos efectuar una votación con secretario y otras componendas burocráticas, sobre el rumbo a elegir, y sorprendentemente salió por un solo voto en contra-podéis imaginaros de quien era- El Caribe, y concretamente Cuba, que no se propuso en ningún momento; pero, que sin embargo, apareció en las papeletas por arte de birlibirloque, ante el sorprendido planeta Júpiter, que en ese instante seguía dando vueltas alrededor del Sol, en contra de las predicciones de Nostradamus, como si la cosa no fuese con él, y que ante tamaña violación de las Leyes de la Naturaleza, a punto estuvo de salirse de órbita; cosa que hubiera provocado un cataclismo en nuestro sistema planetario; o si no, que se lo pregunten a Newton. Posiblemente la Teoría Cuántica aplicada a la mente permita estas maravillas u otras más enigmáticas, sin perturbar las órbitas planetarias.

Más chulo que un ocho, nuestro barco tomó rumbo al Caribe, y la tripulación se tomó un respiro, ante la mirada oblicua de nuestro capitán, que no paraba de agitar su oxidada campana, haciendo ademán de tirármela a la cabeza, como responsable-según él- de la rebelión de la marinería. Es la vieja costumbre de buscar una única cabeza en una hidra; pero allá los ”capis” con sus manías; a los de Lavapiés les tiene sin cuidado, o si no que se lo pregunten a Ana, que nos leyó en esas entremedias un relato corto titulado el pan, sobre los huracanes económicos y los pobres náufragos, que en las orillas de las grandes ciudades, se ven forzados a ofrecer lo poco que les queda; y todo por un mendrugo de pan. ¡Qué fuerte! Siempre Ana ha sabido marcar, con la habilidad y originalidad que la caracteriza, el componente social en sus escritos. Después nos leyó otro sobre zoofilia. Muy en su línea. Se la hicieron algunas observaciones, que ella recogió.

Paloma Hidalgo, antigua dirigente de un barco pirata que naufragó en el Pacífico, y muy conocida por estas aguas, nos recordó, que no obstante pensaba hacer un viaje a La Habana, ya que tenía que recoger el botín de cien galeones escondido en tiempos de Batista en los sótanos del Parlamento cubano, camuflado entre cajas de puros, aprovechando la recogida de un primer premio de relatos cortos.

-Natural, qué mejor sitio. Es que tienes unas cosas. Dónde si no se va a camuflar, en un sitio como Cuba…-protestó Rocío.

-Bueeno, mujer, lo decía no por nada. No te lo tomes así -replicó tímidamente Paloma, como pidiendo excusas.

-Allí hay libros viejos -repuso Javier, que se acababa de asegurar, con un clavo, su pata de palo.

Cada cual con su manías como podéis observar.

-Y muy baratos- añadió León, sacando el monedero del bolsillo, en un gesto que provocó un maledicente murmullo, que descifrado, tras minuciosas investigaciones sociológicas decía más o menos:

-Este tío no tiene un maldito chavo.

Y otra vez dándole a la hebra. Es que no paraban. Por fin, Javier impuso su autoridad, con un tic-tac sonoro, agudo y enérgico de su nueva campanilla, recién robada-suponemos- de un campanario, momento que aprovechó María Juristo, tras cederme el timón, para leernos el relato “El recuerdo”, que emerge y te golpea, haciéndote recordar tu crimen. Muy bueno.

Terminando con una canción de su querida Andalucía, que finaliza:


“y como siempre
te miro y aún me escondo
para quererte.”

-¡A barlovento aparecen nubarrones!- gritó el vigía, advirtiendo a la tropa.

- ¡Que se calle ese petardo! ¡Comienza León!, leénos esa joya que tienes en el armario cerrada con cien candados.

Nos leyó su poema “Amanecer”, del que entresacamos algunos versos:

“La mitad de la Luna se refleja
en mis ojos de ciego.
La mitad de mi vida
o la otra mitad, por fin regresa
a vivir con los nuevos”.

Un magnífico canto a la vida, a pesar de todos los naufragios.

El mar aún seguía tranquilo, y nuestra embarcación surcaba como si tal cosa, el Mar Caribe, al tiempo que las gaviotas se acercaban impertinentes, observándonos con la curiosidad propia de los bípedos con plumas; con esa insolencia con la que nos suelen mirar las gallinas; con ese no sé qué pueril desde lo alto de un mástil de nuestro navío.

Harta de tamaña injerencia, Paloma lanzó hacia los pajarracos su reluciente daga, que vino a clavarse en el mástil, que habían tomado en su abordaje pirata, y a una décima de milímetro de la gaviota capitana, que rauda y asustada emprendió el vuelo seguida por el resto de la tropa.

Paloma, más tranquila, nos leyó el relato “Deseos de niño”, en el que se narran los amores y la influencia del azar en los mismos. Un cuento romántico y muy bien construido. Estupendo. A continuación nos leyó el relato “El último aplauso”. Muy macabro. La verdad, que me da miedo reproducir algo. Por si las moscas, no tentemos al asesino. Aparece cuando menos te lo esperas. Es la cualidad inherente de los psicópatas.

El mar comenzaba a ser preso de pequeñas turbulencias, mientras Júpiter seguía dando vueltas alrededor del Sol, cumpliendo las leyes deterministas de la Gravitación Universal, o como nos corresponde a nosotros, entes planos con determinadas anomalías o protuberancias cuánticas, pero que vistos por un observador lejano, somos meros puntos dando vueltas en la misma trayectoria, como un eterno Teseo. De pronto el Sol se ocultó detrás de una nube, y entonces Rocío, saliendo de la bodega, perseguida por una legión de trastos de cocina, y tratando de desprenderse de una bayeta adherida a su mano, aprovechó un descuido de la misma, en un vaivén del barco, por el envite de las olas, de un mar cada vez más encrespado, para deshacerse de ella y arrojarla por la borda, muy a pesar de sus quejidos , junto con los malditos cacharros de cocina. Libre pues de tan pesados acompañantes, Rocío, nos leyó el divertidísimo cuento “Martes de Resurrección”, que comienza con “A mi Pedro me lo fue sisando la vecina… valiéndose de unos sabrosos torreznos”. Se pueden pues Vds. imaginar epopeya tan singular. Divertidísima. Y tras terminar la lectura nos obsequió con una cacerola llena de torreznos para digerir mejor el relato. Todo un detalle. Gracias Rocío. Siempre tan atenta.

A continuación Cinta, leyó el relato “El pajarero”, en el que con dos personajes consigue deleitarnos. Curiosamente lo leyó, porque en otras ocasiones nos sorprende contándonos de memoria sus pequeñas historias.

-¡Nubes a la vista!- gritó el vigía.

- Que se calle ese pelma -increpó parte de la tripulación.

-Siempre tiene que haber algún personajillo que fastidie la fiesta-protestó Leo.

-A lo mejor hay que ponerse a cubierto…Yo la verdad, no sé si leer con este tiempo que se nos viene encima-añadió tímidamente Federico, y casi como pidiendo perdón por su atrevimiento.

-Vamos, lee, le indicó Leo, tras clavar su daga en uno de los mástiles del buque.

Murmullo, y el repicar de la campanilla agitada por Javier, pidiendo silencio para escuchar el mensaje que nos transmitía Fede en su poema. Escuchemos algunos de sus versos:

“Se seca el tiempo
la vela de las cumbres
…”.

Precioso.

Amelia, nos leyó varios poemas cortos, que nos resultaron encantadores.

Entresaco:

“He mirado el vacío
que dejan las ventanas
en invierno.
Se alegra el gris
que te invade y oculta”

Muy bien Amelia.

Carmen nos leyó el cuento” El gorrión”. Relato muy inteligente sobre las andanzas de un gato y una niña que se divierte con un hilo.

Mª, Antonia, nos leyó un poema de amor, sin título, y al que sugerimos que tenía que hacerle varios retoques, porque entre otras cosas, a veces se confundía con un relato..

Javier, tras indicar a varios tripulantes que se pusieran bien el parche del ojo, pues había que mantener en alto la dignidad de la piratería, y mucho más en los tiempos que corren, en los que nos tildan de ridículos piratas, en comparación con las Agencias de Calificación y determinados Organismos Internacionales, nos leyó el conmovedor poema funerario:

“ Que la tierra te sea ligera.
Que el amor necesario.
Que la sangre diga tu nombre
haya donde estemos”.

Sirvan de ejemplo los anteriores versos.

Isabel, por su parte, nos leyó un poema sobre la calumnia y otro sobre su aventura en Marruecos, y ante todo el magnífico poema en el que relata su amor y angustia ante su hijo en estos momentos tan difíciles en los que se ven envueltos nuestros jóvenes. Un poema bonito, dulce y a la vez desgarrador, en el que la imagen del rostro del hijo en el espejo, constituye una descripción original del momento vital que envuelve al hijo y la madre.

María Jesús, tras deshacerse de las poleas en las que se había enredado como si fuesen zarzas, nos obsequió con una pequeña representación teatral, titulada “ Robar” interpretada por tres marineros, en las se ensalzaba el robo por doquier, que describía con singular precisión, la avidez por el desmantelamiento de los bienes populares, a cargo de las élites en el poder.

Muy bien, María Jesús, siempre tan certera e imaginativa. En dos folios breves con frases cortísimas, eres capaz de condensar una tragedia.

Curiosamente, cuando me quise dar cuenta, observé que me habían mangado la cartera. Qué habilidad. Es tan sofisticada la ingeniera financiera actual, que basta con invocar la palabra robar para que te desaparezca el billetero, por algún discípulo de Bárcenas.

-Te toca a ti, Leo- dijo Javier.

Esta, repuso, enigmática y alejada del tiempo:

“Desde hace mucho escribo poemas invisibles e inaudibles. Lo siento.”.

Siempre, Leo en la vanguardia. Su poemario para sordomudos e invidentes es magnífico. Os lo recomiendo.
Un abrazo Leo.

-¿Y... Juan Antonio?- me preguntó Javier.
-En el vientre de la ballena. Dentro de tres días saldrá del mismo como si tal cosa, anunciando el final de los tiempos, como muy bien nos indicó Nostradamus -contesté, colocándome adecuadamente el parche del ojo, y la espada en la vaina, tras perder el equilibrio por habérseme entrelazado el pie entre la misma y el suelo al que se había clavado, en un brusco vaivén, provocado por la tempestad, que se nos había echado encima.

Mientras los barriles de cubierta rodaban por el suelo y el barco era preso de las olas, cada tripulante se agarraba donde podía, mientras los peñascos esperaban, como emboscados bandoleros, a que el buque se estrellase en el arrecife. Mientras, Neptuno, vestido con un grueso camisón, sujetaba con una mano el destrozado timón, y con la otra, destrozaba la arboladura y el escaso cordaje. En la mesana flotaba un jirón, resto de la bandera de la piratería.

El barco daba grandes tumbos a babor y a estribor, y no sé cómo diablos ocurrió; pero el vigía se encontraba a mi lado metido en un rollo de cuerda enganchada a uno de los mástiles, que aún resistían el embate de las olas. La proa se hundía y se alzaba la popa, al tiempo que la tripulación era arrastrada hacia la proa sumergida en el oleaje. Un desastre. Estábamos invitados a la muerte; pero hete aquí, que no sé por qué, me puse a recitar mi poema “ Versos de autómatas”, en el que sustituí 1x2 por 1-0-2.

Y la tempestad cesó.

Una brisa suave realzó la singular belleza de nuestras marineras, al tiempo que comenzaron a asomarse, admiradas, las primeras estrellas, ante la indiferencia de la Constelación de Orión.


Juan Manuel Criado
5 de marzo de 2013

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