EL CRIMEN DE GUSTAVO ROSAS
El Comisario apuntó la posibilidad de que el asesino de Gustavo Rosas, el crítico literario de El País, fuera un miembro de la Tertulia Rascamán.
-Pero Comisario, hoy es miércoles, hay fútbol, televisan al Celta de Vigo, se juega el ascenso a primera división -objeté.
-No intentes corromperme, Maireles.
¡Hay que joderse! ¡Aquí siempre damos la cara los mismos!
Acudí al Café Ruiz de Malasaña con dos poemas prestados de mi prima Sole, uno titulado “Amanecer” y el otro “Atardecer”. Me busqué un pseudónimo, Álvaro de Lagos. Y llegué a eso de las siete, un poco tarde, para que no me inflaran a preguntas.
-Sí, soy fan de Antonio Machado, de Miguel Hernández y de San Juan de la Cruz -les aseguré-. Me gusta la Poesía sencilla.
Y les recité “Amanecer”. Y luego “Atardecer”. Creo que la poesía de la Sole alcanzó cierto éxito. Pero no he venido a hablar de mí.
He venido a hablar de la mierda de País en el que se ha convertido España. De la corrupción que lo asola todo, incluso los jurados de los premios de Poesía. Gustavo Rosas pertenecía al Jurado del Certámen “Primavelia”. Y por eso lo mataron.
-Vaya -dijo el Jefe de la Tertulia, Javier Díaz, con una mirada perspicaz-, ¿y cómo nos has encontrado?
-Por Internet.
En esta ruina de más de cinco millones de parados, hay gente que se dedica a la Poesía. Y otros llevan años escribiendo una novela. Saben que no se comerán un colín. Y persisten. Francamente conmovedor.
-Vamos Maireles, cuéntame lo que viste –apremió el Comisario.
Lo que vi es un paréntesis. Sí, un paréntesis. Nueve hombres y mujeres buenos. Lo que vi es la esperanza en el fondo de una Caja de Pandora. La Orquesta del Titanic.
El primer sospechoso se llamaba Andrés París y tenía dieciséis años. Se destapó con un poema sobre algo que se pierde, escrito entre las estaciones de Sol y Bilbao. Un poema rápido. Un metropoema. “Te diré lo que dirás”, dice Andrés. “No irás a las tres”. No está mal para cuatro estaciones. Sol. Gran Vía. Tribunal. Y Bilbao. Volverás al Metro, Andrés, con tu inocencia de caballos.
María Antonia Copado nos recuerda que no ve bien, pide que alguien lea su poema, con su cara llena de luz. Es solo un escorzo del primer poema de su próximo libro. Avisa: “Me voy, terminó mi ciclo.” ¿Adónde vas María Antonia? “Soy libre y es todo mío”. No hay más que hablar. A tomar por saco. El que quiera entender que entienda.
Juan Antonio Arroyo ha hecho los deberes. Se ha puesto las pilas y ha escrito un poema titulado “Viento del Sahel”. Hace calor en el Ruiz, ahora más. “Llega el calor sureño…”, empieza el Poeta de Colmenar. Consigue el general beneplácito, pero el público entendido le exige que prescinda de la palabra “leonados”. Accede.
Turno de Javier Díaz, el capitán del invento. También ha hecho los deberes que puso él mismo. Bien hecho, dando ejemplo, no como Reyes y Políticos. El poema se titula, lógicamente, “Viento del Sahel”. Advierte del peligro de colocarse en la diana, especialmente en los días de calor. Alguien menciona a Kafka.
Rocío Díaz es una narradora de lo cotidiano. “Nunca le gustaron las máscaras…”, afirma de la protagonista de su relato, una desempleada a la que no se le caen los anillos. Sube la temperatura. “Carnaval carnal”, como su nombre indica, es un relato erótico. Habla de un sex-shop y de las herramientas del placer. Rocío tose, se atraganta. “Me muero”, anuncia Rocío, pero no es verdad, es solo un recurso dramático. Sobrevive y concluye. Deja preguntas. ¿Qué haría usted si vinieran mal dadas? ¿Alquilaría su cuerpo?
Carlos Yasabe tiene barbita y estuvo en África. Tal vez allí se endureció, o se ablandó. “Dadme la consideración de un arrecife”, proclama. Me preguntan qué me parece el poema y aconsejo prescindir de adjetivos. Según he oido, los adjetivos tienen mala prensa y quedas como un príncipe poniéndolos a parir. Alguien saca el cuchillo y divide el poema en tres partes. Sí, ahora tiene mejor pinta.
Carmen Frontera escribe cuentos. Este lo sitúa en oficina bancaria. Una de esas que si se hunde nos hundimos todos. Luego, por lo tanto, no podemos permitir que se hunda. Lo titula “El horóscopo”. El amor acecha en lugares insospechados, también en el mostrador de una entidad bancaria. Este es un amor puro, sin intereses ni comisiones. Él, géminis; élla, capricornio. Pero al final, vencen los plazos y la letra pequeña.
Celia Cañadas genera un debate en las alturas. Alguien saca un libro de texto. Oxímoron: contraposición de dos términos en un mismo sintagma. Sí, eso es lo que ha hecho Celia con “Creatividad destructiva”. Su libreta esconde sorpresas que aún ha de pasar a limpio. Celia nos lleva de paseo: “Caballos fiscales secuestraron la voluntad del poeta”, nos confiesa a los mandos de su coche. Formas de pasar la ITV.
La sospechosa número nueve, Amelia Peco, llegó con una cámara de fotos provista de zoom teleobjetivo. ¿Qué nos cuentas, Amelia? “Hay un espacio que limita la cordura”, responde. ¿Qué más? “No hay piernas”. ¿Qué más? Ni corta ni perezosa, Amelia nos recita de memoria un poema erótico de su obra Canto a Lilith. Es la calor. La calor otra vez en el Ruiz. El surco y el arado. Y estamos en mayo.
-¿Quién mato a Gustavo Rosas, Maireles? –el Comisario insistía, solo pensaba en cumplir objetivos.
Yo sé quién mató a Gustavo Rosas. Pero no lo diré mientras en este País se sigan haciendo mal las cosas. Aquí siempre trabajamos los mismos. Si en lugar de ser aficionado del Celta de Vigo fuera hincha del Real Madrid, me habrían dado fiesta. Ya hay demasiada gente en el paro y las cárceles están llenas. Me cago en la prima de riesgo, en los mercados y en esos jefes invisibles que mueven los hilos.
No moveré un dedo contra la Orquesta del Titanic.
28 de mayo de 2012
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