Tras un salto al unísono se arrojan como tres rayos a las tranquilas aguas del Caribe...
Habíamos hecho una parada en altamar, después de la tormenta que tuvimos que sufrir horas antes, en las que apenas pudimos soportar las primeras ráfagas de viento, por más esfuerzos que hicimos para mantenernos en pie. Las gorras marineras volaban por doquier, y era digno de ver el correr tras ellas por parte del personal de cubierta sin conseguir atraparlas. Eran unas singulares carreras en pos de un caballo que marcha al trote y que cuando lo vas a coger emprende el galope. Galopada marinera en pos de las gorras, hasta que comenzó a apretar la tormenta, y la tropa se dedicó a otros menesteres más urgentes. Viento, lluvia y relámpagos, y el barco que se balanceaba entre las crestas de las olas, que hacía sentirse a sus ocupantes, como los viajeros en una diligencia, llevada por desbocados caballos en un camino abrupto, lleno de baches, peñas y guijarros, a punto de darse la vuelta.
El sol era espléndido, y las aguas estaban tranquilas e incitantes. Aureliano tras hacernos callar, echó mano de su flauta, y nos obsequió con el pregón siguiente:
“Me permito recordar, con permiso de la autoridad incompetente, que el próximo día 29 a las 19 horas tendrá lugar la presentación del Poesario de Rascamán en la Biblioteca Manuel Alvar, sita en C/Azcona 42”
Aplausos de la concurrencia y Rocío nos lee un cuento, premiado con un Accésit en la ciudad de Santurce, en las que nos relata las vicisitudes del ama de casa, que está hasta las narices de un marido comodón, al que manda a hacer puñetas, tras tomar las de Villadiego. Vicente toma la palabra para disertar sobre determinados tecnicismos, que enmarcan los relatos, dando numerosas indicaciones sobre la conveniencia de utilizar la tercera persona; pero la concurrencia tiene opiniones dispares. A continuación nos obsequia con una crítica, que ha entregado en la facultad sobre un magnífico poema de Adolfo García Ortega, sobre el amor en medio de la desolación de la guerra. Aureliano tras hacer piruetas en la borda, nos lee un poema en el que aconseja a los adolescentes sobre la poesía, terminando con “Sin ella no se vive/ sólo de ella tampoco”. Acto seguido Carlos, arrojando la espada a cubierta, nos recita su poema: “Zona de confluencia”, poema social con ritmo caribeño. Después de algunos comentarios, nos quedamos perplejos al observar como Rocío, Carlos y Aureliano, tras un salto al unísono se arrojan como tres rayos a las tranquilas aguas del Caribe. Risas de los presentes, que les increpo por su inconsciencia. Tras reponerme vuelvo a los bañistas, y les indico que vuelvan al barco.
-¡Volved al barco, que aquí los tiburones tienen mucha mala leche!-les grité. Pero ellos que si quieres arroz catalina, dando vueltas a nuestra embarcación de 200 metros de eslora, y nosotros ordenándolos que subieran a bordo. Ni caso. A lo suyo.
-¿Qué es este barullo? -inquirió nuestro Capitán, añadiendo cuatro tacos bien pronunciados. Estaba cabreado. Siempre que le despertamos de la siesta, suelta cuatro culebras hasta que se repone. Le pusimos al corriente de la situación, y rápidamente, tomando el catalejo oteó el horizonte, y tras cierta indecisión, ordenó al más hábil marinero, León, subir al palo más alto, pero el muy condenado nos puso de los nervios tras decirnos, que sólo subiría cuando leyese su poema “Paisaje con figuras”, poema en el que imágenes como “después de todo aquello que incendiara la música”, nos envolvieron unos instantes. Acabada la lectura, raudo y contento trepó al palo más alto armado del catalejo. Seguimos ordenando a los bañistas que volvieran; pero ellos a lo suyo.
-¡Tiburones a la vista!- gritó León.
-¡Volved al barco!-gritamos todos. Y ellos nada que te nada.
-¡Ya están llegando a los nadadores1- rugió alarmado León.
Fueron unos momentos de tensión inolvidables, en los que toda la tripulación arrimó el hombro desinteresadamente. Echamos unas redes al agua, y en una de ellas pescamos a Rocío y Carlos, que nos hacían señas amenazadoras. Más bien perecían insultos, y otros sonidos ininteligibles, porque estaban compuestos por una secuencia de nuevos fonemas, quizás provenientes del arameo, según me indicó, más tarde, Vicente. Uno de los tiburones, cayó en la red metálica. El otro, se entretenía persiguiendo a Aureliano, que a sus 75 años nadaba más deprisa que el depredador marino. A las 30 vueltas y a esas velocidades, el tiburón desistió de su objetivo sanguinario, virando hacia altamar, con las aletas decaídas y preso de una gran depresión. Por nuestra parte, lanzamos varios ¡hurras!, y ayudamos a Aureliano a subir a bordo, que reía sin darse importancia de la veloz hazaña. Tras el natural bullicio y variadas felicitaciones, Alberto nos leyó el poema “Despedida que alumbra”, emotivo, y en opinión de alguno, un poco cercano a la prosa poética. Mª Antonia nos leyó “En uno sólo”, en el que nos narra el canto de la unión de dos cuerpos enlazados por el amor. Paloma, por su parte, nos leyó una serie de mini relatos, en los que nos siguió sorprendiendo con sus cierres. Amelia, nos leyó un pequeño poema de amor, enmarcado en el libro contextualizado en Edipo y Artemisa. Muy denso, como todo lo que suelo leer.
La marinera Ana no se enteró de nada, porque permaneció todo el tiempo en la cocina, y tras subir a bordo, bajó de nuevo, dejándonos con tres palmos de narices.
Por su parte Javier, el Capitán, no leyó porque se había quedado sin voz de tanto chillar, con el asunto de los tiburones.
Otra vez será.
Ah, se me olvidada, el menda leyó su poema “Subsaharianos”. Javi me indicó, que no abusase de los adjetivos. Tomo nota.
22 de mayo de 2012
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