Pedro Catalán, dramaturgo español (Madrid, 1956)
Tras elevar anclas, partimos hacia alta mar, con la bodega bien pertrecha de provisiones de todo tipo. La verdad es que las sardinas que pescamos el día anterior nos estaban sabiendo de rechupete. Pocos manjares hay como los pescados frescos. La mar estaba tranquila y hacía un sol de agradecer. Algunas gaviotas se posaban de vez en vez en el palo mayor, mientras unos paseaban por cubierta, y otros/as dormitaban plácidamente con la ayuda del sol del mediodía. Todo un espectáculo. De la civilización no nos ocupábamos. Ni maldita la falta que hacía. Lo nuestro era navegar: millas y millas marinas en busca de la aventura, amenizados con la “Canción del Pirata”, que se había convertido en el santo y seña de la tripulación. A Javier y a mí nos faltaba una pata de palo; pero nos conformamos con un bastón, y para completar la película nos pusimos unas gafas con un cristal coloreado de negro. Y la verdad, no se crean, no causábamos gran impresión en la tripulación. Ni caso. Como mucho nos sonreían pero poco más. Así es que en vista del éxito optamos por ignorarlos y vestirnos con nuestros pertrechos habituales. Y a lo más que nos atrevimos es a mirar a través del catalejo, por si aparecía algún barco dispuestos a abordarnos; porque ya se sabe, no te puedes fiar de nada en los tiempos que corren. En cualquier momento puede saltar la liebre y, por dónde menos te lo esperes, los famosos “mercados” son capaces de confiscarnos el barco y las provisiones. Menudo temporal, como nos descuidemos nos dejan en paños menores, sujetos en alguna tabla, esperando que nos rescate algún acorazado. Porque esta gente es así: te quitan el barco, y te dejan a tu suerte entre el vaivén del oleaje.
Como el calor comenzó a apretar nos bajamos a la bodega y allí nos esperaba Mª Antonia, toda rebosante de gozo. Feliz, simplemente. Nos había preparado toda suerte de pastas para celebrar su cumpleaños, y recibir felicitaciones por la presentación tan emotiva de su 2º libro: “La mujer de la Lluvia”, y comenzamos a leer el poema de Mª Antonia: Un simple monigote. Poema duro, bastante conseguido y yo diría que mágico.
Rocío, como siempre, nos amenizó la tertulia, con la lectura de su cuento: “ Mi peor cuento”, que narraba la soledad en que la tenía sumergida el abandono de la inspiración, con múltiples imágenes, como “mi miedo está muy mayor”, que lo mejor es leerlas en el libro de cuentos que me prometió, de próxima aparición. Le tomo la palabra. Singular nuestra compañera Rocío. Notable. Qué cosas tiene. Tuvimos una discusión tonta al terminar la lectura. ¿Que qué era? Nada, que se había enfrascado en si dejar la terminación del cuento con punto final o suspensivos. Y le decía que con punto final, que de suspensivos nada, que no cuadraba. Y ella muy agresiva, que quién me había creído que era, que lo que procedía eran puntos suspensivos. Que no, que punto final. Pues tu a mí no me dices que finalice nada. Bueno, un cisco, porque nos separaron... Y como le dije: a mi como si quieres poner un florero encima del último punto.
Un beso Rocío.
Tras un forcejeo, no sé con quién, Juan Antonio, nos leyó el poema “viejos abismos”, poema conceptual que nos describe los tiempos actuales.
Pedro Catalán nos hizo reír con su pequeño miniteatro leído.Una delicia. Unos monólogos de padres y (el colega), en el que nos presenta el mundo al revés: el hijo totalmente metido en la literatura, con un lenguaje muy de “colega”, y los padres empeñados en apartarle del pernicioso contacto con la cultura. Estupendo. Muy ágil y divertido el pequeño libreto.
Javier, nos sorprendió con un haiku:
“Siente la luz.
Oficio de tinieblas:
La poesía”.
Le apunté por mi parte que lo de oficio de tinieblas era un término muy conocido; pero bueno, el artista es el que decide, ¿no?
Asimismo, tuvimos el placer de escuchar a una nueva tertuliana: Paloma. Que nos leyó dos minirrelatos seleccionados en distintos concursos, y que por lo que pudimos apreciar, no sería nada extraño, que fuesen premiados. Muy buenos. Te felicitamos.
Aureliano, que llevaba ausente bastante tiempo por problemas de salud, afortunadamente le vimos hecho un roble, nos leyó un poema lleno de nostalgia, en la línea de las últimas composiciones en los que emula tiempos pretéritos y las gentes que los habitaron. Todo un placer.
Carlos, que, una vez más, no tuve la fortuna de escuchar nada de lo que escribe; hizo aportaciones interesantes, tratando de matizar algunos de los poemas que se habían leído.
Leí mi poema: “Uganda 1980”.
David estaba indispuesto, había dado un viraje el barco, y se encontraba un tanto mareado. Le perdonamos, con la promesa que en el próximo puerto nos leerá el siguiente capítulo.
Los marineros ausentes se encontraban guardando cama, según nos han hecho saber mediante telégrafo, pues sin darnos cuenta los dejamos en tierra, y ni cortos ni perezosos trataron de darnos alcance subidos en un esquife (bote con dos proas), rema que te rema, tratando de alcanzarnos, y sin tan siquiera poder llamarnos por el móvil -los muy condenados estaban sin batería-. Y no sabían aprovechar el movimiento de las olas para recargarlas. Nada, un desastre de personal, sin conocimientos científicos y tecnológicos acordes con el mundo en que vivimos. Un desastre. Si lo llego a saber no les contrato. Que se hubiesen quedado de estibadores, que es lo que se les da bien. Dos días dale que te pego a los remos, y eso que íbamos despacio, tratando de alcanzarnos. La verdad, nos pareció ver en alta mar un móvil muy extraño; pero no caímos en la cuenta. Amén que no hicimos recuento de la tripulación Toda una odisea. Extenuados, sin víveres, ni agua, fueron rescatados por un barco pesquero; pero eso sí, tras seguir los pasos de Ulises, en una aventura, que seguro nos relatarán en los próximos capítulos. Tal audacia no merece menos.
Arroparos bien, compañeros.
5 de abril de 2012
2 comentarios:
Qué buena Juan Manuel, qué buena!!! un besazo, Rocío
Fue un placer surcar los mares de palabras en tan buena compañía.
Un abrazo lleno de agradecimiento.
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