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domingo, 28 de febrero de 2010

19ª Jornada/III Año: Miércoles, 24 de febrero de 2010


TERTULIA DEL MIÉRCOLES, 24 de FEBRERO de 2010
EN UN ACTO Y UNA ESCENA

PRIMER ACTO (Y ÚNICO)
PRIMERA ESCENA (Y ÚLTIMA)

(La acción se desarrolla en un Madrid absurdo, lluvioso y preolímpico. Hora crepuscular. Dentro del cafetín del Ruiz, despoblados asientos de ya luengas sobremesas. Al fondo del local y arracimados en torno a una mesa, conversan Rocío Díaz, Javier Díaz, Ismael Costantinopla, Celia Cañadas y un camarero que les sirve, de pelo níveo y nombre Julián. Irrumpe en escena el último de los contertulios)

DAVID: Bueeenassss.

ROCÍO, JAVIER, ISMAEL Y CELIA: (señalando con el mismo dedo, el índice, y casi gritando) ¡¡Te ha tocado!!

DAVID: (con muchas dudas) ¿Qué? ¿La lotería? No, que yo sepa.

JAVIER: No, hombre, no. La bitácora de hoy. Hemos decidido que el próximo en llegar se encargaría de ella.¿Quieres…?

DAVID: (con más dudas que antes). Bueno. Vale.

JAVIER: Pues toma asiento, compañero. Estábamos hablando de la necesidad de escribir. De la felicidad que procura terminar un proyecto literario. De la infelicidad que deja no escribir ni una sola letra. De los elementos necesarios para la creación literaria. Lo primero, la imaginación.

ROCÍO: Lo segundo, la memoria.

CELIA: Lo tercero, la constancia.
ISMAEL: Leer mucho, lo cuarto.

DAVID: (con algo de retranca, sin mover la vista del cuaderno y sin parar de escribir notas).
Escribir, lo quinto. Y último.

(Llega Paloma Sánchez)

PALOMA: Hola a todos.

TODOS: Hola.

JAVIER: Quiero que sepáis que la semana pasada hice mi segundo intento por abarcar el mundo. Y la verdad, no fue tarea fácil. He dejado que la lluvia recorriese mi cuerpo... (hace una pausa dramática que le viene al pelo porque fuera las gotas de lluvia golpean los cristales. Después continúa, declamando)… mientras una voz de agua atravesaba el tuyo. Y he llegado a la conclusión de que no habrá una segunda vez.

PALOMA:
¡Toma, claro! Como que lo que tú has intentado, querido Javier, no es abarcar el mundo, sino aprehenderlo.

ROCIO:
Poseerlo, más bien.

CELIA: Someterlo a tu voluntad.

ISMAEL: Hacerlo tuyo.

DAVID: Eso es: abrazarlo. ¡Pues no hay que tener los brazos largos…!

(Todos miran a David con extrañeza, con cara de que-no-compañero-,-que-por-ahí-no-van-los-tiros-, cuando en escena aparece Ana González)

ANA: Hola a todos. Vengo vencida ¡Acabo de pelearme con una impresora!

TODOS: (cabeceando, mirando al suelo, haciéndose cargo de la desgracia padecida por la compañera) ¡Maldita informática del demonio!

(El cabeceo dura unos segundos más. Hasta que Javier retoma sus intentos de abarcamiento del mundo, que hacen renacer en el grupo nuevas divagaciones sobre la creación literaria)

JAVIER: Abarcar, aprehender, poseer… Qué más da. El caso es intentarlo. Intentarlo una y otra vez porque la meta no es la meta en sí, sino el camino que hay que recorrer para llegar a ella.

ROCIO:
Es verdad. Estoy de acuerdo. Hay que perseguir las metas, aunque sepamos que nunca vayamos a alcanzarlas.

CELIA:
La felicidad está en la búsqueda.

PALOMA: Eso. Y en perseverar. En tener fe en el “posibilismo“. Ahí está el secreto.

DAVID: Yo, desde que sé que muchas de las ambiciones que me propuse no las voy a conseguir, vivo más feliz conmigo mismo. Más disfruto del trayecto.

ISMAEL: ¡Ah, estimados compañeros! Dejadme que os lea la breve historia de Juan Humberto, a quien un taxista le salvó la vida sólo porque desobedeció su instrucción de llevarle a una estación, y en lugar de allí, le llevó a un hospital.

(Ismael termina de contar la historia: Juan Humberto había sufrido un infarto del que fue atendido en el hospital, y luego, durante el proceso de recuperación, decidió que debía cambiar su mentalidad y ver la vida con otros ojos. Llega Vicente)

VICENTE: Hola a todos. Me he tomado tres cafés seguidos y estoy como una moto.

TODOS: Hola, Vicente. Hablábamos de la creación literaria. En general.

VICENTE: Para mí, la creación literaria debe fundamentarse en la libertad. Tan perjudicial como la censura es la autocensura. El escritor que se autocensura, está perdido.

DAVID: Amigos, amigas: creo que ha llegado el momento de que os lea la divertidísima historia de Tsutomu Yamaguchi, un japonés que sobrevivió a las dos bombas nucleares que fueron arrojadas sobre su país durante la II Guerra Mundial, y que ha muerto hace pocos días, a la edad de noventa y tres años, víctima de un cáncer de estómago. Ya veréis. Os vais a partir de la risa.

(David saca dos cuartillas y lee durante unos minutos, en voz alta y sin levantar la vista del texto. Cuando acaba, mira a sus compañeros y ve que, como era de esperar, por las mejillas de todos ellos ruedan lágrimas redondas como garbanzos, ninguna de las cuales son precisamente consecuencia de un cachondeo generalizado)

DAVID: ¡Pardiez, amigos! Ya decía yo que no os oía reír. Que sólo os oía sonaros los mocos.

JAVIER: (compungido, congestionado, y con hipo) ¡Voto a Dios, compañero! Si es que lo que cuentas ahí es un drama. Qué comedia ni qué niño muerto.

(Irrumpe en escena una intrusa de quien todos desconocen el nombre)

INTRUSA-ANÓNIMA: Buenas tardes. Por favor, ¿los servicios?

DAVID: (desplegando su dedo índice como si tuviera muchas ganas de hacerlo, señalando la salida, casi gritando) ¡Por allí!

(La intrusa-anónima se marcha despavorida, sin dar las gracias y sin despedirse)

PALOMA: Bueno, amigos, permitidme que ahora os lea yo. Mi historia es la de alguien que, despacio, va desprendiéndose de sus pétalos, hasta que, de pronto, se queda convertido en un amanecer rojo que se levanta…

ROCIO: Vaya. Realmente hermoso. Sigue, por favor, Paloma.

PALOMA:
Sigo. Como las rocas de la playa me golpeo una y otra vez, siempre con ansia, y de tanto ir y venir ahora soy piedra redonda…

JAVIER: Me gusta.

CELIA: A mí también.

ANA:
Es muy bonito.

VICENTE: Bravo, Paloma.

DAVID: Bravísimo.

ISMAEL:
(llevándose las manos a la cabeza, poniéndose de pie como un resorte) ¡Hostia! ¿Qué hora es? Las nueve menos cinco. ¡Si yo había quedado a las ocho…!

(Ismael pide disculpas y sale atribuladamente de la escena, con mucha prisa, lamentándose de su despiste)

JAVIER: Bueno. Sólo faltas tú. Ana, léenos.

ANA: Annie Lennox, no. Ana González. No confundamos.

JAVIER: Perdón. Es por culpa de la fonética. Entonces, mejor digamos: léenos, Ana.

ANA: Con mucho gusto. Mi historia es la de alguien que escribe en el Metro y se pasa la vida de espaldas, con la nariz en la tierra. O si lo preferís: la de esa persona que asesinó, pero por quien otra persona tuvo que pensar el asesinato.

JAVIER: Para haberla hecho entre parada y parada, no está mal.

ROCÍO: No, nada mal.

CELIA: Tiene su mérito.

PALOMA: Sí, desde luego. El de ser escrita en tan corto período de tiempo.

VICENTE: Cosa de murcianos.

DAVID: ¡Uy, qué tarde! Habrá que irse, ¿no?

(Todos se levantan. Todos se enfundan o una gabardina o un gabán o una chaqueta. Todos despliegan sus paraguas, como flores bajo un aguacero de primavera. Todos, menos Julián, el camarero, quien se asoma por encima de la barra y señalando los platos, las tazas y los vasos vacíos sobre la mesa recién desocupada por los tertulianos, pregunta, poniendo los brazos en jarra:)

JULIÁN: Eh, amigos. ¿Quién diablos me va a pagar todo eso?

(Sigue lloviendo en un Madrid cada vez más absurdo y oscuro y menos bohemio. En el cafetín del Ruiz apenas sobreviven ya dos clientes que intentan estirar la tarde antes de que llegue la noche y se los devore. De pie, al fondo del local, los tertulianos, abrigados como esquimales y amparados bajo sus paraguas abiertos, se miran unos a otros, en un silencio absoluto. Y cae el telón)

David Lerma
28 de febrero de 2010

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