"Los peces de la amargura", Fernando Aramburu
y "Revolución" con Miguel Rellán
Estábamos dispuestos a todo, incluso a pasar de la acción a las palabras. Así somos. Dispuestos a perder o ganar, según se mire, dos horas y pico, entorno a una mesa.
Esa tarde nos reunimos Javier, Rocío, Paloma con las posteriores incorporaciones de León y Ana González, Carmen y CarmenFron.
Cualquier asunto es digno de análisis. El tiempo, ese tiempo laboral que nos agobia y las mezquinas máquinas para medirlo y controlarnos. Existen mecanismos arcaicos que no funcionan pero se mantienen. Dibujamos un mapa imaginario con nuestras idas y venidas cotidianas por esta ciudad frenética. Ese dibujo, más o menos intrincado, nos define. Estos temas nos sirven de calentamiento. Recordamos a Paul Auster y su “El palacio de la luna”. Paloma nos dice que le recuerda a Woody Allen, con un aire europeo. De fondo, como llevándonos la contraria, suena Frank Sinatra y su “New York, NewYork”.
Comentamos detalladamente el relato “Los peces de la amargura”, de Fernando Aramburu. Nos ha gustado mucho la trama, su estilo austero, la atmósfera fría y el tono contenido para contar la tragedia de un atentado de ETA. León nos propone el ejercicio de escribir sin adjetivos o con los menos adjetivos posibles. Rocío dice que en ocasiones se soporta mucho peor el dolor de alguien muy próximo que el propio. Esta frase me resulta reveladora.
Abrimos un paréntesis cinematográfico para hablar del corto Revolución de Miguel Rellán. Economía de medios. Un hombre sólo en una habitación con tres únicos muebles se propone dar un vuelco a su vida. No es de extrañar. Se desata la risa contagiosa de Ana. ¡Ay, la juerga poética !
León apunta que la gran revolución del siglo XX ha sido el surrealismo. Se trata de cambiar la mirada, el propio lenguaje.
Hablamos de las tendencias en el arte actual y concluimos que la norma general, sobre todo en las artes plásticas, es precisamente la falta de tendencia. En cualquier caso, el tiempo es el mejor crítico. León augura tiempos mejores para la poesía, de aquí a diez, veinte años. Quién sabe. Se apunta que la decadencia de una sociedad se avecina cuando se pierde de vista la utilidad de los elementos esenciales de la vida. Por ejemplo, la comida.
Paloma, nos lee un poema magnífico:
“Yo soy un animal que no sabe
si tiene hambre o tiene miedo.
Éramos pocos entonces
pero ahora casi ninguno.
[…]
Ahora se puede decir
que el tiempo ha sido
anulado por la velocidad
de su curso
[…]
Yo soy un animal que no sabe
escribir a cielo abierto”
A Javier le recuerda los versos de Jaime Gil de Biedma:
“Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.”
León nos lee poema sobre la muerte de un niño en Hispaham, del que extraigo:
“En Hispaham
se ha muerto un niño
esta mañana
cuyo pecho de azúcar
se disuelve en la tierra” […]
Hablamos de la dificultad de los poemas largos, pues deben, entonces, ser narrativos.
León nos cuenta que tiene cuatro libros por publicar, aunque dice que la remuneración de escribir debe estar en el propio acto de escribir.
Javier tiene un título para un poema “Segundo intento de abarcar el mundo” que comienza así: “La primera vez no calculaste la velocidad del viento, la tensión de tus brazos, el hueco de tu corazón […]” . De momento está inacabado, dice.
Yo, que vengo con las manos vacías tomo prestadas las palabras de Juan José Millás en su artículo publicado en el dominical de El País, sobre la imagen de un oso polar devorando a su propia cría, consecuencia del castigo al que sometemos a nuestro planeta.
Y llega el turno de Rocío, esta vez con un relato con muerto y todo: “Mi padre sólo era bueno a últimos de mes”. Rocío, entrañable incluso cuando construye historias dolorosas como ésta entorno al maltrato.
Y lentamente, con pereza vamos levantando la sesión hasta la próxima semana.
Estamos dispuestos a todo.
21 de febrero de 2010
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