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sábado, 10 de mayo de 2008

29ª Jornada: Miércoles, 30 de abril de 2008


Ruleta rusa: la letra B en una servilleta roja


Son las 18:15 horas. Sentados en torno a una mesa escasamente iluminada, Vicente, Rocío, Elena y yo damos inicio al peligroso juego de la ruleta rusa. Elegimos como arma de fuego una servilleta de color rojo, marcada con la letra “B”, escondida entre otras tres servilletas inofensivas. El azar apunta y el disparo estalla entre las cuatro paredes de un Café Galdós semivacío a consecuencia de un nuevo éxodo de la población por la cercanía de un largo puente. El proyectil homicida me hiere, me señala para que sea yo quien escriba la bitácora del día de hoy. Todavía huele a la pólvora quemada de la detonación cuando comenzamos a hablar los cuatro de esa parte menos lúdica y más crematística que tiene el Día del Libro. De las grandes editoriales como máquinas de hacer negocio. De sus cuatro autores consagrados que nos obligan a leer por narices. De la supuesta calidad de sus best sellers y sus libros superventas. Una noticia que leí en el periódico El País hace días refrenda nuestras teorías: el 63% de las ventas de libros en España se lo reparten entre cinco grandes editoriales. El resto del pastel se lo tienen que disputar varios centenares de medianas, pequeñas y pequeñísimas editoriales. Viva la libre competencia.

Para restañar mis heridas de bala pasamos a leer el poema de Javier. Dice así: “Mis labios / lo reconocerán. / Fundaré una ciudad / en el lugar / de las almendras." Javier no está pero ha enviado su poema vía SMS desde Mostar. Yo me pregunto si Javier no se habrá unido secretamente a esa corriente que se ha dado en denominar Generación Nocilla, cuya cabeza visible personifica el escritor gallego Agustín Fernández Mallo con su trilogía “Nocilla Dream”, “Nocilla Experience” y “Nocilla Lab” (esta última, aún sin publicar), en la que se entremezclan los más dispares géneros literarios, desde novela a poesía, pasando por guión cinematográfico, e incluso, mensajes de texto a través de móvil, marcando así las nuevas tendencias narrativas. De repente, me sorprendo diciéndome que va a tener que volver al Café Galdós Luis Mateo Díez, o mejor dicho, el fantasma de Luis Mateo Díez, para enseñarnos a todos a escribir como Dios manda. Como Javier no está y no puede defenderse, entre los cuatro introducimos modificaciones a su poema. Convenimos que un cambio de orden en los versos podría mejorar el conjunto. A la espera de obtener la aprobación del autor resolvemos dejar el poema como sigue: “Fundaré una ciudad / en el lugar / de las almendras./ Mis labios / lo reconocerán."

En vez de Nocilla, para merendar pedimos a Lady Noise que nos traiga dos cafés con leche, uno con hielo, y un Donut para Rocío. Tres niños, escapados por lo visto del éxodo adulto, corretean por los pasillos del Galdós portando globos en sus manos y emitiendo poderosos gritos agudos que destrozan la paz prevacacional del Café. Tampoco colaboran a crear ambiente zen los óleos hoy expuestos en las paredes anaranjadas del local, cuadros de pinceladas gruesas y colores chillones, retratos de gesto tenso, forzado y doloroso, como si a su dueño le estuvieran pisando un pie. El que se va a meter un tiro ahora, sin esperar al tiro de gracia, voy a ser yo mismo, me digo. No busquen al asesino. Nuestra conversación deriva hacia la necesidad del trabajo, el esfuerzo y la disciplina como principales motores de la creación literaria, por encima de la inspiración. Vicente nos revela sus años de dedicación a la literatura: ocho horas al día leyendo, ocho escribiendo y ocho durmiendo, con el único alivio de una hora para ver la televisión. Todo un obrero de la letra este Vicente, reflexiono, un trabajador de la palabra que quizás llegó un día al convencimiento al que llegamos todos los que enfermamos de escritura, los “letraheridos”, que diría Gil de Biedma: más urgente que escribir es vivir, y acaso más digno.

Lee Elena sus deberes para tratar de cortar el caudal abundante de mi hemorragia. Entre otras cosas, su relato habla del olor que pierden los libros al desprenderles el plástico que los envuelve desde que salieron de la imprenta. Un olor primigenio e irrepetible, tal vez porque quitarle el plástico a un libro equivalga a hacerle perder su virginidad, si es que alguna vez la tuvo. Todos estamos de acuerdo en que el texto de Elena es un magnífico discurso, con descripciones correctas y buenas exposiciones de ideas, pero al que quizás falta hilo argumental. A Elena le ha salido un perfecto trabajo de negro, de negro literario, queremos que se entienda. Vicente apunta a la carencia de puntos de giro. La subjetividad del relato de Elena nos lleva a los cuatro a hablar de la doble vida mental. Yo opino que todos tenemos una vida mental que se ve y se expresa a través de nuestras conversaciones, diálogos, opiniones, incluso escritos; y que junto a esta, disponemos de otra vida mental, oculta, en la que por nuestra cabeza circulan pensamientos nacidos de lo que vivimos pero a los que nunca les de la luz del día porque se quedan ahí, encerrados como reclusos. Tal vez sea esa “Secret Life” a la que se refería Leonard Cohen en una de sus maravillosas canciones/poema, una vida secreta en la que las cosas no son como se ven sino como querríamos que se vieran. Sin previo aviso, una mano traidora corta la música ambiente del Café Galdos. Nuestras disertaciones, que resuenan de pronto por las dependencias del Café en alta voz, como cantos de pájaro, son escuchadas atentamente por nuestros vecinos de mesa. En esa “Secret Life” de la que hemos hablado antes yo me conmino a pedir disculpas a mis compañeros por conducirles a reflexiones tan propias de mí, tan absurdas y fútiles. Pero me callo, y no lo hago. Será por la pérdida de sangre, me justifico.

Aunque no hayamos sincronizado nuestros relojes comprobamos que todos ellos superan las 20:00 horas. Es el momento de poner los deberes para el próximo día. Hay que escribir un poema o relato, en este último caso a poder ser de 40 líneas, en los que se aborde el tema de la incomunicación o la desconfianza entre las personas. Antes de partir, señalamos el miércoles 21 de mayo como el día en el que comentaremos en la tertulia el relato de Alan Sillitoe, “El cuadro de la barca de pesca”. Salimos del Café Galdós y nos despedimos. De camino a casa me relamo de gusto pensando en la fiesta del Día del Trabajo y, seguidamente, en la del Bicentenario de la Guerra de Independencia. Aunque, sentado en mi asiento del Metro, me confieso a mí mismo que yo, de haber vivido en aquella época, hubiera militado al igual que Goya o Fernández de Moratín, del lado de los franceses, quienes trataron de introducir el progreso y la razón en este pueblo español, tan supersticioso y lleno de prejuicios, de hombres corruptos tocados con boina. Si bien es cierto que, de haber triunfado ellos, los franceses, hoy hubiéramos estado gobernados por playboys de la política como Sarkozy y folclóricas como su señora Carla Bruni. Así que, llegando a la estación de Legazpi, me corrijo y me digo mejor no removamos el pasado, David.

Mejor esperamos a que las puertas del Café Galdós vuelvan a abrirse como brazos de amigo el próximo miércoles. Hasta entonces, intentemos ser razonablemente felices.

David Lerma Martínez
5 de mayo de 2008

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