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domingo, 14 de mayo de 2023

22ª Jornada/XVI año: Miércoles, 10 de mayo de 2023


No eran jardineros que podan. Aunque casi.

BITÁCORA DEL MIÉRCOLES 10 de mayo de 2023

MENOS ES MAS


Buscaba un sitio donde quitaran. No hablo de una peluquería, tampoco de un dentista; yo no quería cortarme el pelo ni deshacerme de una caries. Buscaba un sitio donde quitaran cosas escasamente importantes, es decir, aquellas cosas que sobran: tristeza de hombros caídos, domingos prolongados hasta otros domingos, como si fueran fichas que saltan de oca en oca; décimas de fiebre provocada por el cinismo o el aburrimiento. También palabras.

Así llegué a Rascamán. 

Desde el primer momento supe que no eran jardineros que podan. Aunque casi. A Mariana Feride, la primera en intervenir, no le podaron un “largamente” de su poema Yerro y óxido (que acabó siendo Fierro y óxido); ni un “inunde” ubicado en un verso justo antes de un “mi alma”; ni un “apretujada” (al que suplió finalmente un “vencida”); así porque sí ni por capricho. Lo hicieron por extraer la flor. 

Tampoco eran cirujanos extirpando apéndices a discreción, ni mucho menos. De hecho, a Alberto Ramos, que intervino en segundo lugar, no le extirparon palabra ni letra alguna de su Microtequiero 11 escrito a partir de la propuesta fotográfica de la semana. No lo estimaron conveniente ni con la “a” de aires, ni con la “b” de buenos, ni con la “c” de contigo. Solo hubo amagos de reproche por culpa de su derrota lírica. Pero nada más. Aunque quedó probado que, si tenían que extirpar, lo hacían: sin ir más lejos (tan lejos como queda Costa Rica) a Paloma, que fue la tercera: a ella le sajaron sin ayuda de escalpelo sus alusiones a ciertos ritos romanos y un “estamos en julio” sobrante, en mitad del texto que formaba parte de sus Retazos de infancia.

La flor volvió a brotar minutos después, cuando José Antonio leyó su poema La flor con pétalos tan bellos como los que siguen: seremos como Amundsen / explorándonos / bajo el blanco de las sábanas. Nadie se atrevió a podar una sola palabra, aún menos la palabra “carcaj” de su poema número dos, que narraba otra derrota, en este caso la de una flecha. En cambio, no tuvieron piedad, o quizás otro remedio que hacerlo, en el poema Metamorfosis, de Manuel Sánchez, al que le habían crecido tanto las hierbas técnicas que, bajo su espesor, apenas se alcanzaba a entrever el poema. Tampoco pudieron evitar meter la guadaña en los títulos no suficientemente mortuorios de su colección Relatos sobre la muerte y otros asuntos. Cinco relatos inverosímiles: todos convinieron en cercenar Sombras de otoño para plantar en su lugar la semilla mortal de La muerte olvidadiza.

Pero ay, amigos: nunca olvidemos que el autor es soberano. 

Para entonces, a mí ya se me habían caído como caspa la tristeza y el aburrimiento al suelo, igual que las hojas de un árbol primaveral que extrañamente otoñea, y empezaba a sudar las gotas gordas de un cinismo extra. La siguiente en probar la tijera fue Chelo Santa Bárbara. Los asistentes (aunque no por unanimidad, puesto que eso sería bolchevismo), decretaron que tanto el verso “lo corriente se torna imposible” de su primer poema Rendida a la evidencia, como los “comos” y los “mientras” de su segundo poema La vida, los trenes, la poesía, debían pasar por la arista de aquella insólita censura que, en vez de restar, sumaba. De igual modo, no se libró tampoco del tijeretazo Javier Díaz Gil, que recitó un poema cuya escritura invocaba la lluvia en Buenos Aires, Argentina, y no al revés: el tajo debía incluir la palabra “Corazones”, tan asociada al tópico; también el verbo “venza”, en el verso “escribo un sol que venza a la lluvia”, para ser sustituida por el verbo “derrote” (que no es derrota pero casi, casi).

Subvirtiendo la tendencia reductora, Rocío Díaz contó que a su colección de relatos, aspirante en varios concursos literarios, ha tenido que agregarle un epílogo para completar las 150 páginas exigidas. Es seguro que en tu caso la adenda mejorará el resultado, opinamos más de uno. A continuación, David Lerma anunció su cercano alumbramiento, que no es otro que el de la novela que llevará por título Septiembre, aunque se publicará en junio. Para él, la cuenta regresiva, que se inició siete años antes con la primera palabra escrita como el primer ladrillo puesto, la negación que abre el libro (“No”), y culminó con la palabra nada pudorosa que lo clausura (“culosss”), ha comenzado. De momento, delirio en la comisura de los labios, algo de responsabilidad y, por encima de todo, agradecimiento. 

A continuación, quien prueba el rigor de la guillotina es Juan Calderón, cuando lee su poema La escalera parlante y parte de la concurrencia considera que le sobran yoes. Al que esto escribe le parece que no, pero es una opinión como cualquier otra: el que esto escribe cree que no serían lo mismo los versos Yo soy la rosa blanca / atrapada en la piedra de tus ojos sin el “yo” inicial. Al menos, a su segundo poema, El círculo del agua, no le detraen versos sino que se los cambian de sitio. Sitio, y de los buenos, es el que albergará la presentación de la fabulosa novela Cuando rugió La Habana, de Juan Bautista Raña: el Teatro Casa Vacas, en el Parque de El Buen Retiro, nada más y nada menos; el día 18 de mayo a partir de las 18:30h. El propio autor lo recuerda e invita al acto personalmente a todos y a cada uno de los presentes (y ausentes) con la promesa de una diversión asegurada.

A esas alturas ya eran menos los que restaban por sojuzgar sus creaciones a los filos de la hoz y el cuchillo. El turno siguiente fue para Juan Antonio Arroyo, quien leyó Los últimos renglones de Alberti, poema de tan perfecta factura que el auditorio se decantó de forma mayoritaria por no talar nada, ni siquiera una coma. Corrió la misma suerte Carmen Padín, tras leer su ejercicio literario nacido también de la foto semanal propuesta, un hermoso escrito que sobrevoló el salón subterráneo del Café La Traviata como si se tratase un dron pajarero entre lo filosófico y lo estético, y en el que cabían reflexiones tan profundas como la que dictaba que “todo movimiento implica fricción”, o preguntas capitales de la clase “¿Quién viaja más, el árbol o yo?”. Cinta prefirió aplazar su lectura para otra sesión, así que fue Luis Espinosa el encargado de cerrar el evento, recitando el Himno a la juventud, de Jaime Gil de Biedma. A pesar de su extensión, nadie apreció partes sobrantes en él, ni juzgó necesario aplicar el hacha. 

Más allá de las nueve salí del sitio en el que quitaban cosas que estaban de más, y de qué modo. Volví a mi casa con los hombros alegres y erguidos, en un miércoles noche con apariencia de viernes ilusionado, una temperatura corporal más que correcta, y la certeza consolidada de que menos es más.     


David Lerma
14 de mayo de 2023


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