PIEDRAS FILOSOFALES
Cuentan estos días que entre los vientos que corren por Madrid se dice que hay una mansión de piedras transparentes, en la que se reúnen un grupo de alquimistas de lo más variado.
Hoy, día aciago, entre otros muchos otros, pueden verse, a través de sus muros translúcidos, aires de pesadumbre. Un herido, tendido en un campo aledaño a la capital.
Pero los alquimistas, eminencias en sortilegios y recetas tan certeras como milenarias, van encontrando remedio en palabras hermanas de las piedras filosofales.
José Antonio, gran maestre de ecuaciones mágicas, lanza un poema para curar heridas. Bicicletas con ruedas como lunas conducen a la esperanza. Colores que destruyen la tristeza, alquimia infalible, nacida del corazón.
Aureliano, el pastor que apacienta criaturas feroces, cuyos orígenes se pierden en la oscuridad de los siglos, canta un ensalmo en la lengua de los galos, ritual que obtiene mil sonrisas, ingredientes para olvidar el daño.
La doctora azteca, Carmen, invocadora de rituales de cocina, de sabores, de aromas, gobierna el piafar de una yegua malandrina, que muerde a quien no sabe reír ante un gusano.
Arquitecto de sonetos, José León, llamador de astros y brujo que sabe los secretos que guarda la Luna, destapa uno extraordinario, la llegada del primer astronauta a la superficie virgen. Explica que la blanca luminaria, por el momento, no quiere recibir caricias de asteroides enamorados.
Mariana, pastora de los Cárpatos, extrae de los ruinas del olvido un espejo que enseña imágenes nunca contempladas de quien se mira. Para lograrlo cita a todos los lunes como comienzos de ciclos que nunca se repiten. Párpados vestidos de púrpura, se abren ante la belleza del pasado.
Juan Calderón rechaza los vuelos de los Cupidos de hoy, porque van vestidos de malotes y lanzan miradas que son como arpones. No, él prefiere a los de siglos y siglos, esos que te funden de amor con un parpadeo.
Y ¿qué decir de Juan Bautista? Ah, el vudú de las noches caribeñas. Ese vudú que empuja a los peores. Pero otra magia aún más potente, la de Moisés y sus tablas de Ley, hace sucumbir a los hombres más perversos de La Habana.
Y Omega deleita a la concurrencia de magos y magas con su Jardín de estructuras literarias, porque todos los dragones convocados en ese espacio sonoro guardan tesoros.
Alberto convoca a Baco, con el premio que concita los mejores vinos. La uva Mencía, como reina insuperable, le ha concedido esa gracia.
Y parece que una bruma de melancolía recorre al grupo, Hiroshima, en el que las grullas de papel, recogen la imagen de un niño que muere en 1955, como consecuencias del tremendo maleficio atómico y Javier que ha convocado a la tristeza, para disiparla llama a Celia que convierte los kilos en patrones de bellezas adolescentes, tribus de hoy que se reúnen ante el fuego de una pantalla, como antaño las tribus más primitivas ante una hoguera.
Y como se acerca el momento de la despedida, qué mejor manera de hacerlo llamando a los cuatro elementos: aire, tierra fuego y agua. Los verdaderos hechiceros de este mundo y de los que Juan Antonio se ha hecho amigo para siempre.
La queimada de Ana abrocha el acto mágico, los amores pasados y sus recuerdos, como llamas que quedan en la memoria.
Y yo, como cronista de esta tarde, pongo a la disposición de todos, algunos versos:
“Voz mía, que galopas, salta el espacio.
…Despliega esa túnica que abriga
A los que están al borde de mi senda…
Llanura con sílabas,
Vuélvete montaña de palabras
Que nunca se arrodillan…
…Voz, palabra, grafía,
Viajeros cruzando continentes…”
Y Lurdes, creo, el próximo día, nos traerá un trozo de su magia.
En los Rascamanes, noviembre, 2020.
Cinta Guil Redondo.
2 de diciembre de 2020
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