Habíamos anclado el buque en una de tantas islas del Pacífico...
Habíamos anclado el buque en una de tantas islas del Pacífico, más bien un islote, en un descuido de los guardacostas, y de esta forma librarnos de pagar la comisión que tienen por costumbre cobrar por atracar el barco en los puertos regidos por las leyes de la piratería.
Habíamos pasado el día entre vaporosos tugurios frecuentados por gentes de postín que iban y venían cargadas con el botín, que habían robado a los ciudadanos de sus respectivos países, como es habitual desde que los corsarios se adueñaron de las islas Caimán y otras no menos relevantes; yendo y viniendo de acá para allá, de banco a banco, de sucursal a sucursal, provocando crisis económicas por doquier; o juega que te juega, lanzando dimes y diretes en los mercados bursátiles sobre la próxima subida del kilo de trigo, o cualquier otro rumor que les reporte suculentos beneficios, mientras se desencadenan temerarias caídas de la bolsa, provocadas por la venta de papelitos , cuyo valor han inflado artificialmente.
Pero como decíamos, habíamos pasado el día en dichos tugurios festejando el hecho de estar vivos, con ruidosas canciones de altamar. Estaba anocheciendo y al llegar a nuestra nave, varios guardias de aspecto feroz nos apuntaron con sus fusiles impidiéndonos subir a nuestra embarcación. La confusión y el barullo se extendió por la marinería y cada cual parloteaba lo que le parecía, “que si esto nos pasaba por haber burlado a los guardacostas”, ”que no, que lo que sucedía es que nos habían confundido con narcotraficantes”, ”quita ya, si aquí estaban los mayores narcos, ocultando el producto de sus crímenes”, en fin, que cada cual soltaba lo suyo, y los guardias erre que erre sin dejarnos pasar.
-Pero si tenemos permiso para atracar los miércoles en este muelle, voto a bríos
-Mis instrucciones es que ese privilegio se ha terminado.
-Por cien mil tiburones, protestó León, tras dejar boquiabierto al insolente guardián, al recitar el soneto andalusí, del que entresacamos los versos:
“Hallé tu lengua, el corazón latía
Como si fuera a terminarse el mundo.
Mordí tus labios y por un segundo
Se disolvió tu alma con la mía.
(…)”
Terminando de esta suerte:
“No hay mañana ni ayer, afán ni prisa,
Se fueron para siempre de repente
En la noche más bella de mi vida.”
Tan magnífico, que a los embelesados guardianes se les cayeron los fusiles en el suelo de cubierta.
Indescriptible confusión que aprovechamos para arrojarnos sobre los mismos y amenazarlos con el mismo aspecto de pocos amigos con que nos recibieron.
.¡Quieto ahí!- amenazó nuestra corsaria Mª Juristo con su daga al capitán de los feroces guardianes desarmados que se había atrevido a dar un paso en falso. Y tras poner las cosas en su sitio, nos obsequió con la lectura del poema Donde:
“Donde los hilos de mis dedos
empaparon de miel
tu labio oscuro,
donde el sudor de mi hueso
derramó la jícara de plata.
(…)”
Muy bueno.
Un guardián semidormido provocó el balanceo de un barril vacío que, al caer al suelo y rodar por la cubierta, originó una estridente confusión que terminó con la toma de los fusiles por los furiosos guardianes del islote, cosa que no impidió a Fenoy la lectura de dos poemas. Uno dedicado a su poeta preferido Fray Luis de León- Sí, se lo dedico a Fray Luis, porque él era rojo aunque fuese fraile. Un auténtico rojo.
Entresacamos la estrofa:
“Y desnuda su ritmo
de amor dulce a un mundo descubierto:
nervio a nervio subido
con ojos de mañana,
de los que todavía no han nacido”
de amor dulce a un mundo descubierto:
nervio a nervio subido
con ojos de mañana,
de los que todavía no han nacido”
Y tras leerlo, dirigiéndose a los estupefactos polis, y echarles en cara que eran siervos de la gleba, nos leyó el poema social, del que destacamos los versos:
“Sus miserias, sentencia, suben a lo más alto.
Lo que vive no está en la nube fétida
sino en la que respira y fluye el agua
donde late la vida roja y siembra.”
donde late la vida roja y siembra.”
Para a continuación, Omega, tras decirnos que su nombre además de simbolizar el Fin, tiene origen egipcio -el ojo de Horus-, nos leyó el relato titulado Agripa Póstumo, que más bien nos pareció el comienzo de una novela, durante el reinado del emperador Tiberio; relato en el que nuestra compañera consigue trasladarnos a la Roma imperial con singular maestría.
Nuestros guardianes, hartos de tanto mareo poético, tras agarrar violentamente al que escribe esta bitácora, nos conminaron a abandonar el barco hasta nueva orden. A regañadientes y soltando algún taco que otro, acompañado de gritos marineros, abandonamos la cubierta, no sin antes interpelar al jefecillo de los guardianes, el cual nos contestó, apretando el puño y mordiéndose los dientes:
-En este islote sólo se permite la entrada a delincuentes y gentuza similar, salvo raras excepciones; naturalmente, con el correspondiente permiso de la autoridad competente y si el tiempo no lo impide.
-¿Pero qué se habrá creído este menda? -gritaba uno.
- Y si no lo hacen las tormentas mi daga hará buena cuenta de ellos.
-Bocadillo de tiburones.
-¿Qué es este alboroto?- preguntó nuestro capitán, asombrado por el ruidoso espectáculo, que estábamos originando.
-Nada, nada, que no nos dejan subir, por lo visto no somos delincuentes; vamos, que somos unos piratas de pacotilla; una cosa como entre gilipollas y cómica -le respondí , al tiempo que recogía tres magníficos poemas de su libro “Regresar a Chile”, que a nuestro capi se le habían caído en el suelo, y del que resalto del poema Octubre:
“---------------------------
El tiempo y el espacio
se conjuran,
inventan recetas para acabar
con el miedo,
------------------------------------------“
O
“Por las venas
de la ciudad
se deslizan lentamente
los automóviles”
U otro poema dedicado a Salvador Allende, que termina
“En el cementerio general
de Santiago,
tu nombre, Salvador,
sobrevive a la muerte.”
Siempre habrá en este mundo gentes que, como Javier, recuerden con ligeros gestos o palabras, la permanencia en el planeta de los hombres honrados, a pesar del intento de un grupo de canallas de borrar su memoria después de acabar con su vida en una mañana de tambores.
Javier, tras apaciguarnos y subir a cubierta, provisto de una autorización del inmediato superior del jefecito de los guardianes, éste, tras fruncir el ceño contrariado, ordenó bajar a los milicos, señalando, que él se limitaba a cumplir órdenes.
Resuelto el conflicto, nos enfrascamos, no sé por qué, en una ruidosa conversación sobre atropellos en carretera: cruces con jabalíes, zorros, una rueda de coche, y otras aventuras de los cuatro ruedas, que David redondeó con la pena que le produjo atropellar a una lechuza una aciaga noche y que recordaba con ese tono de tristeza tan especial de este joven escritor que, a petición de León, nos obsequió con la lectura de uno de los episodios de su novela Tiempo de Orquídeas, en el que se nos presentan a dos personas de diferentes edades, que trabajan en la misma empresa, y que poco a poco se van conociendo, en el contexto de los asesinatos de los abogados de Atocha. Muy bien conseguido.
A continuación Juan Antonio, tras apretarse un tornillo oxidado de la prótesis de la rodilla, que hacía poco le habían hecho aprovechando un viaje a Cuba, nos sorprendió con el magnífico poema Queridas Máquinas, en el que se establece un diálogo entre el conductor y el móvil, que termina con un trágico accidente, del que entresaco:
“-El mercado me quiere digital,
vida maravillosa...
a mi lado te pongo.
-El mundo es arcaico,
vive en el desenfreno de tus dedos,
saborea imágenes
escucha en tu burbuja mis canciones….
-El odio está en tu plástico escondido,
tu quieres verme inmóvil…
………………………………………………………….”
Muy interesante, Juan Antonio.
Por otra parte, el que esto relata, tras sacar la espada de la vaina, limpiarse el sudor que acosaba su frente y lanzar su daga por los aires, estrellándola en el centro de una diana situada a 20 metros, y de un radio de dos centímetros, leyó el poema titulado
Armónicos
“Ser. Estar. Vivir…
y temblar como una nota
sumergido en sus vibraciones,
intercambiando mensajes
en un espacio-tiempo en expansión.
Mero violin plagado de armónicos
de sutilezas gravitacionales,
de concavidades
pandeadas por la sinfonía cósmica
rica en resonancias.
Este es el universo que me envuelve
y al que inexplicablemente
trato de entender”
A continuación, María Jesús tras salir airosa de dentro de un barril, que no sabemos por qué artilugios de los hados malignos había ido a parar ahí y, tras sortear diversas aventuras en las que el peligro era el protagonista de sus talones, nos leyó el siguiente relato breve:
“Este hijo no será buey de bueyes, piensa, encorvada hacia la mies.
Una mina olvidada revienta sus entrañas”.
Así, sin más. Como siempre tan certera, fulminante y cortante en tus pequeños relatos. Genial
Juan Manuel Criado Manzano
26 de septiembre de 2016
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