La gruta de los cristales
Bajé a ese subterráneo, a esa
gruta de Rascamán, en ella se encontraban cristales de todos los colores y de
diferentes gamas que me descubrían sus pensamientos,su brillo particular, su
esencia áurica a este humilde explorador.
La primera que me llamo la
atención una misteriosa labradorita con reflejos verdosos de nombre
Maria Antonia Copado me mostraba una hermosa poesía “Aquel hombre” y entre sus
ecos cavernosos escuche "llego sin principio, el sol acostaba en su lontananza",
me explicaba la esencia de ese hombre. Después a mis espaldas una turquesa
moteada Rocio Díaz Gómez me pidió la venia para poder hablar y contarme un
relato extraordinario “Manchas de ceniza” aparecían un Antonio Machado y un
premio Nobel como Juan Ramón Jiménez que despertaban del bloqueo de aquel
escritor asombrado, me eché a reír con su historia.
En aquella caverna se mezclaba
el brillo, el verso y la prosa rítmica, pude oír una voz que con su autoridad
era el citrino Javier Diaz Gil una poesía “El quinto elemento” salía de
sus labios para expresar la idea de un existencialismo profundo y único, temeridad
del espejo y el trueno esa frase era toda rotundidad, su aura dorada nos
dejo con la suprema filosofía.
Entre todos los cristales el jaspe
rojo Francisco Fenoy presento una poesía “Criatura Mágica” me llenaban de
alegría tus besos rubios una
expresión de deseo, retenerte y morir todo ello era un haiku íbero,
“Ausencia” como si el viento fuera un vagabundo ahora sus ráfagas eran
de nostalgia, sí, el jaspe rojo me reflejaba todo un mundo interior.
Seguía con su voz
expresiva, llenando la gruta de curiosidad, con palabras castizas era la
amatista Omega Escribano contando verdades del pasado madrileño, junto a
ella un ojo de tigre Eunice Escribano, poderoso a la par que sensitivo con aquel relato
erótico y muy ingenioso de “Caperu y Blanqui” las risas, los brillos reflejaban
en los demás cristales, sonidos y la hilaridad llenaron mis oídos de explorador.
Ya con un matiz claro, cristalino
el aguamarina Aureliano Cañadas me enseñaba sus versos “Violinista”: sonidos de escasas generosidades, acabo de robárselo a Caronte, si el
barquero se llevó todo lo de aquel que pedía con su música con otra poesía, “Dolor”, el insomne leía una Ilíada, esa Ilíada que contundente decía no
morirás solo hizo estremecer a la gruta entera. Al otro extremo estaba el lapislázuli,
el sapiente lapislázuli Federico Monroy que con una “Oda de igualdad” con su quien
abraza es quien ama pudo decirnos que todos iguales en género, en derecho en
fin igualdad en carne y verso.
La aventurina Cinta
Rosa Guil Redondo, esa parlanchina que me contaba la realidad del mundo exterior
y diciéndonos que la verdad no es verdad y la mentira es moneda en curso, yo lo
sabia, todos lo sabíamos.
Un canto de cisne del final de
su vida el hematites Isabel Morión, heraldo de la muerte con “Mientras tu
te vuelves viento” poesía digna y “La sangre se queda quieta”, todo se conmueve
y todo cambia pues la muerte sigue ahí y no somos más que ceniza, daba honor
entre pinturas y el recuerdo de una amistad segada.
Ya en su retorica hábil y
astuta el onix de negrura brillante Carlos Ceballos nos narraba “La
tristeza gruesa” poema con sabor añoranza del pasado y “En el muelle ante un
ala delta con motor” ese camafeo que se cierne sobre mí, una experiencia
entre el aire y el hombre mecanizado, todo el vuelo término. Y el dulce cuarzo
rosa Amelia Peco cantaba un poema “Extraña de mí misma” atrapada por mí queriendo
reencontrarse en su alma, en su ser entero esa era toda su canción de inmensa profundidad y su bella aura rosada y
verde hoja.
Apareció la obsidiana
Miguel Paico “Epílogo” ese poema que contaba el vacío de la mujer, de la
resignación de todas las mujeres de todos los tiempos.
Aunque sin contar su historia
quedaban otras gemas con un ágata Carmen Frontera, un azabache Ana
González, un peridoto Vicente González , una malaquita Alberto
Torres y el intenso granate Leo Varela tal vez, tal vez ya tendría
ocasión de escucharlos, con todos sus cantares y sus poemas. Yo salí absorto, ya
estando fuera, la luz del sol dañó mis ojos, pero su brillo no era tan
deslumbrante como los cristales de la gruta de Rascamán a los que había dejado
tras de mí.
Me apenó no haber podido
admirar el potencial de estas otras piedras el shungit José León Cano, el
cuarzo rutilado Andrés París Muñoz, la prehnita Alma Pagés, la rodocrosita
José Maria, el cuarzo cristal de Juan Antonio, el ágata musgosa de Juan Manuel y la piedra de luna Paloma Hidalgo con sus tonos irisados, etc.
Porque de todas ellas guardo su aura, su historia y
la ilusión de volver a ver.
Omega Escribano
31 de marzo de 2014
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