EL AUTÓMATA DEL CAFÉ RUIZ*
Íbamos a las tertulias como quien
se adentra en la ciencia, con una pasión por reinventarnos la vida. En el Café
Ruiz, aquella tarde, nos despojamos de nuestros envoltorios, de nuestras
superficialidades, y pensamos en la finalidad misma de reunirnos: el contenido
de las tertulias y el cómo hacerlas. David puso el primer engranaje…sobre la
mesa.
“La consagración de la primavera”
era un artículo de un escritor novel, donde se muestra la lucha de los jóvenes
valores por hacerse un hueco en el mundo editorial. Madrid, su escenario. Sin
duda, como dijo él, sin el mundo del libro, no seríamos nada. Alma y cuerpo,
esencia y tierra para dar cuerda a un ser novelista, poeta, que está lleno de
emociones, que nace en este preciso momento.
Que nace en este preciso momento,
no lo oculta sin duda Javier, que ha regresado de las islas de Ulises. Su pieza
es “Atrapados en la sima del estómago”, pero la une y la ensambla con otras más
sutiles como “tiene este cielo forma de cuchilla”. Habla de la pobreza de
Atenas, de la gente en las calles manifestándose, de esa que tiene en sus
mochilas cócteles molotov y piedras. Como un cubilete de Rubik, su voz admite
registros nuevos, porque “a veces los héroes no saben nunca que lo son”.
No saben nunca que lo son, los
versos, los amores. “La letra P no es la primera letra de la palabra poema”,
dice Isabel, y la deja caer sobre la mesa. Y ahí están las tuercas de lo
sencillo, esa vuelta a lo que somos, pero de la que no dependemos aún para
subsistir, pues no alcanzamos a darnos cuerda. Están otros que nos dominan. Londres
aparece en los labios de la autora, con Shakespeare en los teatros al aire
libre. Pone su pieza en nuestros oídos, pero hinca su rodilla de emoción en el alma
“cuando, ante la Fortuna y ante los hombres, caigo”.
Ante la Fortuna y ante los
hombres, los poetas, pudo decir María Juristo. “Te busqué en mi cuerpo” fue el
engranaje que nos mostraba su interior, la hondura con que ensamblaba el
erotismo y su pureza, esa unión de la orilla –casi sin piel- con la garra del
océano. Presta a emocionarnos, la pieza de María era como un gozne a despojarnos
de las máscaras de lo superfluo. “Pasaron los días…”
Pasaron los días y León regresó
de Málaga, con su mochila de sonetos y su vocabulario infinito, fiel a su cita
del Ruiz. Dejó el autor una pieza delicada: “El suicida”, engranaje inspirado,
quizá, en el suicidio de otros poetas como Alfonsina Storni: “Pronto llegará mi
hora y quedará el papel encerrado en las hojas de aquel libro inconcluso”. Esta
pieza, que pone en equilibrio la sencillez de la vida y su proyección
literaria, se une en lo esencial al alejandrino y al soneto, tan bien tratados
por su mano de poeta.
Y por su mano de poeta, se pasea,
firme, la palabra de Leo: “Fuego, hombre, mujeres”. Lleva Leo en su lengua la
semilla de la eclosión, habla de la finalidad de las tertulias, de la
literatura y su desnudez, machaca hasta reducir a polvo su don. Engranaje
sutil, porque fue un punto de inflexión en la participación de los demás tertulianos.
Puso su semilla al viento.
Puso su semilla al viento, otra autora:
“A seres inanimados”, “del pórtico a la fuente”, “la miel”, “el líquido de
oro”, piezas que Cinta hace girar para mover ese autómata incipiente, que
construíamos poco a poco con el don de la poesía, lubricante natural para cada
pieza que faltaba.
Cada pieza que faltaba, sobre la
mesa, y no fue la única, porque va tomando forma un personaje que es un poco nosotros.
Y Andrés, mientras lee “La excusa del adolescente”, pone su juventud en el
movimiento, y también su jugada, acopla su voz con fuerza al Ruiz, intenta que
ese autómata llegue a darse cuerda por sí sólo. Pero se da cuenta de sus
fisuras, y pone otra pieza más.
Pone otra pieza más, Ana. Esta
poeta define su poemario y nos lega un adelanto de “Sherezade y el sultán”, un
trabajo sublime. “Si me hubieras dicho Sherezade…” “Si me hubieras dicho que tu
vida…”colma como un rayo la chispa del Café, emoción contenida, y todos en el
Ruiz quisieron tocar su voz, recubrir de alma a ese autómata, como Pigmalión su
obra de arte, su estatua, de la cual se enamoró.
Y como Pigmalión su obra de arte,
por último, Celia escribe: “Que me muerda la noche a la intemperie” y “hay que
buscar refugio inútil”, para que todo vuelva a fluir desde el origen, pellizcar
cada pieza y saber qué construimos: vida, pureza, compañerismo, poesía… Y al rozar
cada sentimiento, darnos cuenta que dependemos de nosotros mismos. Y…
Y pusimos nuestro engranaje en
cada poro del autómata, el corazón, guardando nuestras manos…
Y echó a andar.
*Autómata: Máquina que imita la figura y los
movimientos de un ser animado.
Federico
Monroy
24 de julio de 2013
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