LA EXTERNALIZACIÓN DE LA BITÁCORA (2ª Parte)
“¿Quién hace la próxima bitácora…?
A la pregunta formulada por la que fuera bitacorera titular del día 22 de mayo de 2013, los presentes respondieron levantando un tupido bosque de brazos.
“¡Yooooo….!”
Los hubo que se pusieron de pie. El grito unánime de los Rascamantes se propagó por plazas y calles, aceras y avenidas: “¡No a la externalización de la bitácora!”, coreaban, “¡Nuestra bitácora es nuestra, valga la redundancia…!”. Pero regresemos, regresemos al punto de partida, al miércoles 29 de mayo de 2013, en el que se fraguó la rebelión.
Los relojes marcaban las 18:00 horas. Ocupaban sus asientos en el Café del Ruiz los contertulios Javier, Rocío, Alberto, José Manuel, Juan Antonio, José María, Paloma Hidalgo, Cinta, Paco Fenoy, León, Cristina Almarcha, María Antonia. A ellos enseguida se unirían Paloma Sánchez y Ana González. Hay cronistas que sitúan en el banco corrido o en las sillas a otros Rascamantes, si no de cuerpo presente, sí al menos de alma presente. Es probable que tales cronistas estén en lo cierto. Los hechos, al menos, se sucedieron como sigue:
Abrió el turno Cinta quien, demostrando una memoria portentosa, recitó un relato titulado “La Delatora”, un juego de confusiones en el que una túnica y unos cuantos prejuicios se conjugaban para condenar a un hombre. Continuó Alberto, con su poema “El hombre perplejo”, protagonizado por alguien que hizo cosas como escribir un libro o casarse en Las Vegas, pero que no hizo otras, como montar en globo o tener un hijo. Su final, igualmente, fue el de sus semejantes: la muerte. En tercer lugar intervino Juan Manuel. Juan Manuel leyó un poema a la concurrencia titulado “Los próximos diez mil años”, versos afilados con el sacapuntas de la ironía en los que había sitio para autómatas que se tiraban de los cables y era plausible estar electrónicamente cabreado. Seguidamente, recitó Juan Antonio el poema “Poderes” (ex-“Poderío“, pues Juan Antonio había cambiado su título). En “Poderes”, el poeta nos hablaba de sueños atontados, de pesadillas de una siesta borracha con dinero, cuando de repente sonó el primer campanillazo de la tarde.
La marea humana en defensa de la Razón y en contra de la externalización de la bitácora había comenzado. A continuación se relacionan algunas de sus consecuencias más inmediatas: los centros de poder poco a poco se fueron llenando de políticos honestos, pobretones de agujereados bolsillos, tipos respetuosos con la Verdad y el Diccionario, mientras los ciudadanos de a pie empezaban a salir de sus círculos aberrantes. En el Metro cedieron sus asientos a personas de movilidad reducida, incluso a embarazadas, incluso a ancianos. Por añadidura (y esto fue lo más increíble, lo más impactante de todo) dejaron de hablar por sus smartphones a voz en grito. La gente se quería, pero no de mentirijillas. Aquel año, el Atlético de Madrid ganaba la Liga de fútbol.
Pero retrotraigámonos de nuevo, retrotraigámonos a la tarde fundacional.
Tras Juan Antonio leyó María Antonia, un poema en el que la huella húmeda y desnuda de la autora se ofrecía al ser amado. “De la cadencia de las olas / plagiamos sus envites”, Maria Antonia dixit. La ruta abierta en el mapa del erotismo la abrió aún más Rocío, con un relato que contenía un diálogo efervescente y sagaz entre Andrés, un pene obsesionado con cambiar de nombre, y Setita, una vulva que se dejaba ir por el mundo envuelta en bragas de cuero. De las evoluciones futuras de ambos contertulios desearíamos tener noticia. Después de Rocío leyó Paloma Hidalgo, su poema premiado en Almería, titulado “Vida para la vida”. El poema de Paloma puso en evidencia que todavía existía la solidaridad entre las personas, dejando constancia de lo fácil que era invertir en felicidad. Fácil de escribir no debió de ser, precisamente, el poema que leyó Paco Fenoy, con el título de “El enamorado”, versos barrocos, de reminiscencias gongorinas, con los que el poeta trató de explicar al grupo que el amor era tan sólo un fantasma que se aparecía a unos pocos.
Ahí llegó el segundo campanillazo de la tarde. El fenómeno Rascamante se había contagiado como epidemia benefactora entre los seres humanos; también entre los que siéndolo, no lo parecían. Había crecido hasta adquirir dimensiones terráqueas. Un insólito desdén por el dinero cundió por el planeta marrón, cada día más azul. Los ciudadanos de todos los países, fueran o no paraísos fiscales, tributaron religiosamente a las haciendas públicas. Rodaron cargos, prebendas, altezas, cabezas. Cayeron en picado las ventas de televisores. Por las noches, los peatones, los de los pueblos pequeños pero también los de las metrópolis, se paraban para abrazar a las farolas, en agradecimiento por la luz que les prodigaban. Ya de mañana, esos mismos peatones se cepillaban los dientes. En España, el Atlético de Madrid ganaba su segunda Liga consecutiva. Y luego otra. Y luego otra más. Y ya no paró.
Pero retornemos al miércoles primigenio, retornemos, por favor. ¿Por dónde lo habíamos dejado? Ah, sí. El noveno Rascamante en tomar la palabra fue Javier. En su poema, el autor se lamentaba ante el desconocimiento por parte de la persona amada del número de veces que él había dicho su nombre. Javier abogaba además por no reparar las tejas rotas, para favorecer la entrada de los rayos de sol o quién sabía si la de los aguaceros. El décimo interviniente fue José María Herranz. Su poema, “Al calor de tu abrazo”, narraba con altura literaria un amor heterosexual, en el que la mujer significaba un espejo en el hombre, todo sexo cifrado. Los allí reunidos se entusiasmaron, entre otros, con estos versos: “Y en la promiscuidad / inocente y bendita / nos amamos sin normas”. Le tocó el turno a Ana González que, desmarcándose de sus poéticos antecesores, leyó un relato que llevaba por título “Blanco sobre negro”. En él, denunciaba las persecuciones y los martirios a los que se veían sometidos los negros albinos en ciertos rincones de África.
Entonces, retumbó el tercer campanillazo de la tarde.
Eran las nueve y la manifestación Rascamante tenía que disolverse. Antes, sus integrantes pudieron comprobar con satisfacción que los vientos de cambio habían calado, que soplaban ya vigorosos desde los cuatro puntos cardinales. Pues así como el aleteo de una mariposa que sobrevuela el cielo de Pekín podía escucharse en el corazón de Malasaña, así un poema o un relato hermosamente recitados en Malasaña, Madrid, podían escucharse en China. Aquella tarde los Rascamantes decidieron que no iban a permitir jamás que unos ladronzuelos de uñas negras y guantes blancos mercadeasen con su Bitácora. Porque su bitácora era suya, valga la redundancia. Nada ni nadie detendría su movimiento filantrópico. Su lucha seguiría hacia adelante. Porque la lucha, en sí misma, constituía una forma de victoria. La Humanidad avanzaba, al fin. Aunque todos sabían que no debían desfallecer. Porque la Humanidad, a veces, cuando avanzaba, retrocedía.
Los Rascamantes se despidieron al grito de ¡Larga vida a la bitácora Rascaman!
12 de junio de 2013
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