Páginas

lunes, 16 de mayo de 2011

30ª Jornada/IV Año: Miércoles, 4 de mayo de 2011



¿Donde habré puesto la maldita bitácora?



¿Dónde está? Yo la puse aquí ¿Dónde la habré metido? La he buscado por todas partes, y no la encuentro. Recuerdo que empezaba con sus cuatro asistentes, Rocío Díaz, José León, María Antonia Copado e Ismael Istambul, sentados en torno a una mesa del Ruiz, a la que me incorporaba yo. ¿Donde habré puesto la maldita bitácora? ¡Pero qué cabeza la mía! Me acuerdo de que hablamos de Vargas Llosa y de su bipolaridad ideológica y literaria. Que León nos contó sus viajes a Roma en un Dyane 6 allá por los años setenta. Que alguien citó la famosa frase de Cervantes: "El que mucho viaja y mucho lee, mucho sabe y mucho ve"

¿Tal vez en la nevera? No, en la nevera sólo guardo los restos de la cena de anoche y los cadáveres troceados de dos amigos a los que asesiné la semana pasada a sangre fría. ¿Y en el horno? Imposible: no tiene hueco, y además no funciona. Si no me falla la memoria como me falla el horno, el primero en leer fue Ismael, un "articuento" titulado "Fuera de quicio", en el que su protagonista, Juantxo, padecía los estragos producidos por las opiniones vertidas en los debates radiofónicos por parte de polemistas profesionales, y que su condición de taxista le obligaba a escuchar de noche y de día. Me parece que se trataba de un relato corregido -y mejorado- que ya leyó la semana anterior, y que entonces alguien dijo que reescribir era como podar un árbol o quitarle a la piedra el material sobrante para hacer nacer la escultura. ¿Y si estuviera en bañera? La bitácora digo, no la escultura. No puede ser: a falta de balcón donde sembrarlas, tengo la bañera ocupada por las plantas de marihuana. Después de Ismael leyó José León. Su relato se titulaba "El libro árbol". El libro árbol de León, cuya lectura recomendaba en países septentrionales y en determinadas circunstancias, estaba formado por todos los libros que nunca leyó, y su función no era hermenéutica, sino sensible. Función que cumplió con creces a tenor de los comentarios de los presentes, quienes alabaron unánimemente la sensibilidad que destilaba el cuento.

¿Y si la bitácora puñetera estuviera en un cajón? Porque es ahí, en los cajones, donde descansan para siempre los sueños literarios de las personas, como si fueran féretros. Pero no, no puede ser: he mirado en todos los féretros, digo cajones, y más de seis veces. Y en ellos sólo he encontrado mi soledad junto a un libro viejo de Sánchez Dragó y unas cuantas revistas pornográficas. Creo que fue a esas alturas de la tertulia cuando se unió al grupo Olga, que visitaba el Ruiz por primera vez. Y entonces empezó a leer María Antonia Copado un poema del que recitó varios versos de memoria: "En este espacio en el que me consumo / los espasmos de odio me anegan / arden en la entraña / se hacinan en rincones / que protejo con celo de primicia" ¿Y debajo de la cama? ¿Por qué no podría estar la dichosa bitácora debajo de la cama, ese lugar oscuro en donde descansan otro tipo de sueños, y se refugian siempre los niños que juegan al escondite, las pelusas que escapan de las escobas, los adultos que huyen del dolor de hacerse maduros? No, debajo de la cama no, porque no tengo. Y no porque duerma de pie, o sentado, sino porque no duermo: sufro insomnio crónico. A continuación, si no me equivoco, leyó Rocío un relato de 90 líneas cuyo destino era concursar en un certamen de relatos bajo el tema "Mujeres en el Arte". Las protagonistas de su historia no eran otras que Safo, Frida Kahlo, Camille Claudel, Alma Mahler, las hermanas Brönte e Hypatia, mujeres creativas, inteligentes, arriesgadas, adelantadas a su tiempo.

Tiempo no fue precisamente lo que nos faltó a todos para salir raudos del Ruiz y montarnos en un taxi. ¿A buscar la bitácora perdida, tal vez? No, esa obsesión me corresponde a mí, es cosa mía. A acudir a la presentación de la antología poética "Donde no habite el olvido", realizada por José María Herranz, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Y, si no recuerdo mal, en ese momento finalizó la tertulia del Miércoles 4 de mayo de 2011. Y es también en este mismo momento cuando yo decido dejar de buscar: acabo de acordarme del final que tuvo la breve vida de mi bitácora extraviada. Fue el siguiente: como mis plantas de marihuana habían muerto por falta de luz natural, desesperado decidí trocear la última hoja que quedaba en mi casa y liar sus fragmentos con papel de fumar. Todas las demás hojas, garabateadas con mis historias aburridas y/o absurdas permanecían en el fondo del cubo de la basura; eran recuperables aún. Pero encendí el cigarro y me fumé esa última hoja hecha trocitos, y la casualidad quiso que contuviera las palabras de mi bitácora esquiva. Así podía estar yo buscándola durante siglos.

Me queda el consuelo de saber que ha ingresado directamente en mi imaginación. Pero mucho me temo que no me haya sentado demasiado bien, ignoro si habrá sido la mezcla con mi soledad o con el libro de Dragó o con la falta de horas de sueño a consecuencia de mi insomnio crónico. No sé. Voy a ver si leyendo un poema me sacudo la tristeza y mejoro un poco.

David Lerma
22 de mayo de 2011

No hay comentarios: