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domingo, 17 de abril de 2011

27ª Jornada/IV Año: Miércoles, 13 de abril de 2011


Quería llevarme un recuerdo e hice una foto


Quería llevarme un recuerdo e hice una foto. Pero como siempre ocurre con las fotos, la mía no destilaba del todo la esencia de aquella tarde de abril. Faltaba la música, esas melodías que, cosa rara, sonaban en voz baja, de fondo, casi como queriendo acariciar nuestras palabras. Tampoco salieron éstas últimas en mi foto, las palabras no se dejaron clavar con alfileres en la imagen, y se fueron hacia arriba como globos que escapaban de nuestras bocas, hacia el cielo del Ruiz. En la foto todo salió desenfocado, lo único que se acertaba a ver, si ponías mucho interés, eran nuestras caras: La de Javier Díaz que se había cortado el pelo, la de David Lerma que dejó su cartera para que no molestara en la otra punta de una mesa que nunca se llenó de tertulianos, la de Ana Gonz que llegó asténica primaveral y la mía, la de una Rocío Díaz, que siempre se alegra de verles. Solo salieron nuestras cuatro caras en aquella foto, desenfocadas y sonrientes, sin parar de hablar.

Pero como la foto no era suficiente, quise hacer un vídeo. Y primero nos grabé a Javier y a mí, corrigiendo un pequeño texto mío. Pensando, tachando, recolocando y leyéndolo en voz alta una y otra vez para ver si así nos sonaba mejor. Hasta que lo dejamos reposar. Después el vídeo grabó a David llegando con aquella cartera prófuga, y a Ana saludando a aquel miércoles de tertulia, con muchísima sed. Y le hablamos a la cámara. Le contamos nuestras opiniones sobre aquello de “Vivir de lo que te gusta, dejándolo todo atrás”. ¿Y las responsabilidades? ¿Hay que resignarse? ¿Hay que renunciar? ¿Los que se salen de la norma al final lo pagan? ¿Es muy fuerte la presión social? Cuántos interrogantes para un vídeo, quizás alguna pregunta se escondió detrás de una voz más alta, se empapó tras caer dentro de una cerveza, se acurrucó asustada entre un diálogo a cuatro opiniones...

Tenía una foto, tenía un vídeo, pero ninguno de los dos mostraba aquello que nos unía. Y entonces saqué mi cuaderno. Y les leí a todos mi texto. Y pude atrapar lo que de taller literario hubo en aquella tarde, y lo sumé a la corrección que de él ya habíamos hecho a primera hora Javier y yo. Y las opiniones también las guardé entre los renglones, entre las palabras que leí en voz alta, entre los silencios de las comas y los puntos, para pensarlas después.

Tenía una foto con nuestras caras en aquel momento. Tenía un vídeo con nuestras conversaciones, nuestra tertulia. Tenía un cuaderno con los tachones del taller de creación literaria que trabajamos. Pero me faltaba algo. Me faltaba lo que hubo en aquella tarde de descubrimiento, de alimento, de enriquecimiento de los demás. Y leímos a José Cereijo, respiramos de su libro “Música para sueños” del año 2007, y él nos prestó la calma, el sosiego, nos ensambló entre los versos de aquellos poemas suyos:


Esta es mi habitación...

Ésta es mi habitación, ésta es mi casa. Mira

los árboles, ya viejos, pero que todavía

saludan tiernamente la nueva primavera.

Mira el lugar en el que vivo. Nunca

has estado tú aquí,

pero yo lo he vivido mil veces con tus ojos.

Y todas estas cosas que ignoras, te conocen.


Al caer la tarde, hice un pequeño hato con todos mi tesoros: aquella foto, aquel vídeo, aquel pedazo de taller de creación literaria y aquel poema de Cereijo. Los apretujé y me los guardé a todos juntos dentro de mí. Hice una bitácora en pleno centro de abril, a mediados de un café Ruiz, de una tertulia tranquila y rica. Y la fui saboreando poquito a poco, tanto como cuando de niña saboreaba una golosina, poquito a poco, que me durara más, lo máximo posible, que no se me gastara...


Rocío Díaz Gómez
17 de abril de 2011


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