La señora Bita había inventado una red doméstica de espionaje local. Porque a dicha señora le gustaba una barbaridad la tertulia que había cada miércoles en el Café Ruiz. ¿Qué digo gustaba? Aquella tertulia la tenía completamente atrapada. ¿Qué digo atrapada? La señora Bita necesitaba tanto aquella tertulia como el comer, y cómo necesitaría la Bita comer, que de los ochenta kilos hacía ya una pila de años que no bajaba.
Porque la Bita, como la llamaban las vecinas, era rectangular de cuerpo, infinitamente más ancha que alta, pero también es verdad, y sería por aquello de compensar, que además era absolutamente cuadriculada. Cuadriculada de pensamiento, palabra, obra y omisión. Omisión de presencia, porque lo cierto es que la Seña Bita jamás había ido a una de esas tertulias.
Entonces ¿Cómo le gustaban tanto...?
La Bita vivía en un bloque de pisos a tres pasos del Café Ruiz, en línea recta. Justo enfrente, para ser más exactos, y en el piso bajo. Allí tenía ella su atalaya. Porque hacía ya mucho tiempo que el aburrimiento la tenía pegada, como una calcomanía, a la ventana que daba a la calle. Por una rendijita camuflada que había hecho entre los geraneos, vigilaba día y noche. Se sabía los horarios de todos los vecinos, de todos los peatones que pasaban por la calle Ruiz, de los barrenderos y los coches que diariamente circulaban por allí. Pero como eso para ella ya no tenía ningún interés, porque podía ya hasta improvisar quién pasaría, había decidido ampliar sus horizontes y ahora estaba interesadísima en los horarios de los camareros y asiduos del Café Ruiz.
De un tiempo a esta parte cierto grupo que se reunía allí los miércoles la tenía completamente hipnotizada y sobre todo despistada. Por más que miraba y apuntaba, remiraba y seguía apuntando, no conseguía ubicar a todos los que formaban parte de aquella tertulia que ella veía con aquellos prismáticos que se había agenciado en los chinos de la esquina. Algunos de aquellos hippies de la letras (como ella los llamaba) más o menos tenían cierta disciplina en sus entradas y salidas. Pero ¡ay otros! Que no había manera. Que tan pronto venían, como iban, como estaban, que no estaban. Así que había optado por hacerse con un cuadernito de anillas, de los mismos chinos de los prismáticos (ya os decía que era cuadriculada de pensamiento, palabra y obra) en el que había confeccionado una especie de tabla donde iba apuntando a cada uno de los que pasaba por allí, señalando las idas y venidas de éstos, con pelos y señales.
Y lo de pelos y señales nunca mejor dicho, porque en un principio, mientras no fuera poniéndoles nombres, esas eran las referencias. Aquel miércoles 2 de febrero del 2011, llegó la chica del melena corta y rizada tirando a color cobrizo con gafas rojas. Llegaron la señora de pelo corto y canoso, y el señor mayor ya más bien calvo con gafas y muy abrigado. A continuación llegó el chico con entradas ya en la cabeza y también de gafas rojas. Más tarde llegaron la rubia bajita de pelo largo y gafas y por último apareció la que llegaba siempre corriendo de pelo más corto y negro. Todos apuntados y bien apuntados.
Ahora le quedaba rellenar las demás casillas de la tabla. La Bita ya no podía más de la curiosidad que la reconcomía: ¿Que tenían que decirse tan interesante para que aquellos hippies de las letras no faltaran ni un miércoles a su reunión? ¡Ay que mala es la curiosidad, que hasta la estaba costando su tiempo y su dinerito...! Porque la señora Bita había inventado una red de espionaje local.
Con la camarera de Lituania había hecho un apaño. La camarera podía llegar ese día más tarde y además se ahorraba la limpieza, que corría a cargo de la Bita, siempre y cuando la primera cazara al vuelo lo que estaban hablando aquellos hippies. Así que ahí la tenías prestando muchísima atención a lo que se decían, cada vez que venía a ver qué querían tomar o ya se lo traía de vuelta. Aquel miércoles a la salida la camarera le pasó la siguiente nota:
Era una lista de lugares y de horas. La camarera le contó que a esa hora aún no había demasiado público y lo había podido apuntar todo más o menos bien. La nota decía así:
- Una manzanilla. En el Ateneo, 25 de febrero, Lectura de su libro. Señora de pelo corto y canoso. Creo que se llama “María”.
- Un descafeinado. En el Café Lión. Tertulia el día anterior Martes. La misma María. Algo tiene que ver el señor mayor abrigado y con gafas porque ésta le ha dicho: “Por tu culpa Aure, por tu culpa...”
- Una cerveza y un café con leche y bizcocho. En la biblioteca de Villaverde para marzo o abril. Lectura libro del chico de entradas en el pelo y gafas rojas ¿Javier?. Lectura de ese mismo con la chica de pelo rizado y gafas rojas (a veces se las quita) que llaman Rocío. Y algo que se llama “Poesario” no identificado.
- Una jarra de agua con varios vasos. Preguntar cuando se puede exponer en la Librería Fólder. Parece ser que cerca de la Plaza de Castilla. No me ha dado tiempo a anotar el número.
- Comentan de un libro de un tal José María Herranz (que no está) que parece ser que es una antología.
Hasta aquí la primera parte de las anotaciones de la camarera lituana que la Bita pudo ir anotando en la columna que inventó en su tabla con el nombre: “Reuniones fuera”. No estaba muy segura de haber entendido bien todas las anotaciones, pero con lo pesados que eran esos hippies que hablaban muchas veces de las mismas cosas, estaba segura de podría confirmarlo mucho más adelante... Y los nombres también los apuntó al lado de sus pelos y señales: Javier, Rocío, María, ¿Aure?...
Pero la Bita no tenía un pelo de tonta. O será que la curiosidad agudiza el ingenio. Y después de varios miércoles sobreviviendo malamente con las anotaciones de la camarera, pronto se dio cuenta de que solo con las notas de aquella muchacha a ella le faltaba un montón de información. Así que aquel miércoles, 2 de febrero, tenía también a una nieta suya por el Café a la que había prometido una propinilla semanal extra, si se pasaba un par de horas cerca de aquellas mesas que ocupaban los hippies.
Se sonrió de geraneo en geraneo la seña Bita cuando a través de sus prismáticos vio entrar en el café a su nieta con una amiga, y cómo con absoluta naturalidad se pasaron hasta el lado donde se reunían los hippies y se sentaron cerca de ellos. Se sonrió y se relamió, cual gata a punto de caer sobre unos incautos ratones, pensando que aquella nieta suya además de negocianta le había salido bien espabilada y seguro que volvía con mucha información.
Y no se equivocaba la seña Bita porque horas más tarde allí estaba delante de las notas:
- ¡Hablan del facebook abuela! Claro todos estos no van a estar en el Tuenti... ¿Son útiles las redes sociales...? Y de paso han hablado de un artículo que salió en algún sitio que se llama: Babe... nosequé, algo de baba, sobre el exceso de información.
- Se van a ir de excursión a Guadalajara (Qué cutres) el día 12 de febrero...
- Un tal Javier lee un poema titulado “La noche”. De un coche en una rampa (¡Flipas!). Los demás dicen: Momento claustrofóbico, remarcan la soledad...
- “Te toca María”. Entonces la señora que se debe llamar así lee un cuento de terror titulado “La caja”. De unos gatos. (Qué gore ¿no?)
- Aquí se van la señora del cuento del terror y el señor mayor a un círculo... Vete tú a saber que querrían decir...
- Y llegan dos más: una a la que llaman Ana, que es bajita y rubia con gafas. Y otra muy acelerada y con pelo corto y muy oscuro a la que llaman Paloma, que trae un cuadernito de anillas con un dibujito hecho en la portada por ella misma con su bolígrafo y dice que es su ¡libro! (Flipas aún más y en colores abuela... ). Y entonces va la que se llama Ana y dice que: “La tertulia nos desahoga...” Y claro según van hablando ya me explico yo a que se refería...
- “De los poemas cuando acaba una lectura luego la gente no se acuerda” (y no me extraña, pienso yo... y mi amiga también, lo piensa abuela, que no soy yo sola...). “Que la gente se acuerda más de un relato”. La que se llama Paloma dice que un libro es “un acto de clausura”. Ni puta de lo que quiere decir, perdona abuela, que dice esas cosas y yo tal cual te las voy apuntado como si estuviéramos en clase cogiendo apuntes. Y va el que se llama Javier y dice que no se puede decir: “Estaban en pelotas”, que hay que decir: “Estaban en pelota”. Abuela que yo me vengo aquí, al café este todas las veces que quieras, que no veas que pasada de reunión... Porque hablan de estar en pelotas, de ducharse juntos, de dormir o no en la misma cama... Qué pasada... Y son unos tarras ya, no te creas...
- Luces de bohemia. Esto te lo he apuntado muy bien porque lo hemos dado en el Insti. Hablaban de este libro. De Latino de Hispalis, Max Estrella y del autor. Que parece ser que quería vivir del cuento... ¡Pues como todos ¿no?! Dice mi amiga, y yo asiento, porque eso queremos todos, y estos que los inventan pues con más razón ¿no?
- La que llaman Rocío lee un relato titulado “Una historia a la manera de Sinatra”. Qué pasada abuela, es de travestis, es que no veas qué tertulia abuela, que éstos hacen a todo...
- La que llaman Ana lee un poema que dice que lo ha reformado. Hay otra que dice que le gusta mucho un verso: “La bufanda de tu pelo ya no me abriga”...
- El que llaman Javier lee un poema que le ha gustado mucho de una revista que tiene que se llama “Luces y Sombras”. El poema es de una chica que se llama Carmen Camacho y que se titula “Tu bendición”. Tenías que verlos abuela cuando leen poemas, estos tíos están colgaos, no me extraña que les llames los hippies de las letras...
Hasta aquí llegaban las notas de la nieta de la Bita. Un poco antes de que éstos se levantaran, ella y su amiga se fueron, a pesar de la desilusión que se dibujó en la cara de la abuela que no se perdía detalle desde detrás de los geraneos. Lo pactado es lo pactado y la propinilla solo duraba hasta las ocho y media. Así que como a las nueve habían quedado con los amigos se fueron sin más.
Para rellenar aquella última media hora que le quedaba de tertulia la Bita tiró otra vez de las notas de la camarera de Lituania:
- Aquí está la cuenta. “Cernuda tenía un novio boxeador...”
- ¿Cuánto es la cerveza?. “Este cigarro está escorado, carga a la derecha...”
- ¿Todo el mundo ha puesto ya lo que debe?. “Galdós era canario, pero se estaba desmadrando y entonces su familia le mandó a Madrid, ahí fue cuando se lió con la Pardo Bazán...”
- Muy bien. Muchas gracias. “¿Cómo se decía gracias en lituano?”
Y aquí se acababan todas las notas que había reunido la Bita entre su nieta y la camarera lituana. Para todos los nombres propios que había juntado de la última tanda de notas, la Bita había inventado otra columna que decía: “Personas desconocidas” y debajo escribió a Cernuda, a Galdós, a Pardo Bazán... Y puso en letra pequeña: “Éstos todavía no han venido nunca”. Para no olvidarse de apuntar sus pelos y señales si hacían su aparición algún miércoles...
Pero qué entretenida, qué entretenida que estaba la señora Bita con aquella tertulia del Café Ruiz... Le costaba su tiempo y su dinerito sí, pero y lo entretenida que la tenían... eso no tiene precio, piensa ella despegándose de la ventana mientras ellos se despiden, ¡ay Señor! no tiene precio...
© Rocío Díaz Gómez
6 de febrero de 2011
1 comentario:
Hola Rocío, no sé si me recuerdas, soy Cristina Cocca. Acudí un día al Ruiz, a vuestra tertulia y, después de leer tu "crónica" del miércoles, lamento no poder ir más a menudo porque me cuesta un poco compaginar con el Círculo el mismo día de semana. Jamás me he divertido tanto leyendo tus comentarios que tienen el nivel de un cuento perfecto. Enhorabuena. Cristina.
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