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domingo, 19 de diciembre de 2010

10ª Jornada/IV Año: Viernes, 10 de diciembre de 2010

Yo-te-a-mo, Rita.
Por-que-tú-es-cu-chas.

BITÁCORA DE LA CENA EN CASA DE PALOMA

Es Viernes por la noche y estamos en casa de Paloma. En la locuacidad de nuestra anfitriona encuentro algo muy arrollador que me envuelve con su generosa demostración de emoción al recibirnos.

(Dios, creo que no se puede mostrar más amor por la gente a la que se quiere que darles bien de comer. Y de beber. Con el trabajo que ello conlleva, aunque nuestra anfitriona se empeñe en afirmar lo contrario. Comida y bebida cosmopolita, exquisita, en abundancia, alrededor de una mesa ovalada en la que durante un tiempo sin tiempo se habla de obras de teatro, de los poemas seleccionados para el premio Addison de Witt, de "socialismo" de oficina, del ataque de un psicópata, y de Roberto Bolaño)

Dios: ahora voy a hablarte de tú a tú, desde la confianza que me otorga haber bebido tres copas de vino: esta noche siento que estoy con amigos de verdad, a los que he elegido como personajes protagonistas de la ficción que yo he querido vivir, pero también, como a corazones que llorarán lágrimas sinceras el día en que yo me muera y mis cenizas reposen en una estantería, entre libros que me regalaron ratos inolvidables. Así que, querido Dios, he pensado que: ¡qué puro egoísmo el mío! El final de 1 persona no es más que 1 final entre 1.000.000 de millones de finales posibles. Se crea lo que se crea un tal Aarón García. Porque "n-a-d-i-e" sólo es un no-número dentro de un no-lenguaje que se tornará finito. Un no-escritor entre un sinfín de no-narradores, no-rapsodas, no-poetas. No-personas que confiaron en que lo verdaderamente básico no era vivir, sino escribir.

Es-cri-bir: Dios mío, qué puta mierda, Aarón. Es-cri-bir es prac-ti-car sexo con alguien (=la vida) a la que no terminas de amar del todo.

Es sólo eso: se-xo-sin-a-mor. Reconozco que me ha costado escribirlo: es-cri-bir. Y también escribir lo de "qué puta mierda". Y que he renunciado a otros placeres para hacerlo. Y que a veces lo he hecho inmerso en el légamo del alcohol o del hachís. Muchos escritores lo hicieron así. Y antes que nosotros. Porque ellos también vinieron a cambiar el mundo, Aarón, te aseguro que no fuiste el primero. La única diferencia es que ellos se murieron ya. Y el mundo no cambió. Siguió siendo el mismo lé-ga-mo.

(Y seguirá siéndolo mientras el mundo se llame mundo y no se llame como en realidad debería llamarse: tor-men-tón-de-mier-da.)

Jamás habría podido imaginar/ver/concebir/conocer/soñar mayor bondad reunida en una sola noche ni en un mismo lugar como la que hoy se concentra en el salón de casa de Paloma, locuaz poetisa corredora de fondo sexy amante de las musas hiperactiva madrugadora felliniana madre de hijos mellizos y tuppers palentinos. Y en su guapa gata (perdón por la asonancia) de nombre Rita, que se mira coqueta en una puerta que espejea. La puerta que espejea es una lámina de cristal que nos aparta del mundo exterior. Mundo exterior=pasto de especuladores, avariciosos controladores aéreos, atletas tramposos; allí detrás los mitos se han ido derrumbando como castillos de naipes. (Mundo exterior=ab-so-lu-to-tor-men-tón-de-mier-da). La suerte es que nos queda este otro mundo de dentro. La puerta de cristal devuelve a la gata y a su dueña la imagen de lo que son, de lo que somos: sensibles animales que ronronean entre somnolientos narradores, soñadores, escribidores, poetas, que ronronean entre somnolientos narradores, soñadores, escribidores, poetas, que ronronean en torno a una mesa, ahora cuadrada...

Ronronear. Lee Celia Cañadas, poetisa de apellido ilustre-pero-no-sólo-eso. Lee un relato de su tío Luis Cañadas, excelso pintor al que la vida ha robado la vista en una estrategia más de su ironía brutal, que este pintor-escritor se toma con el finísimo humor que destila su relato, que narra las peripecias de un personaje en la selva, colgado de los árboles y de las ubres de una negra. Y en mitad de todo, la sabia clave de la supervivencia: "O mamas, o mueres".

La noche avanza y yo, por fin, me decido. Grito: ¡Rita, te amo! El musical disco se termina, el frío congela el mundo exterior como si el mundo exterior fuese una verruga en la cara de una bruja, y yo repito: Rita, te amo. Te amo como nunca he amado a nadie. Y trato de no pringarte con mi desesperación vital de putrefacción-que-me-lle-ga-has-ta-el-cue-llo. Rita: quiero que sepas que yo te amo. Porque el amor nos salvará a ti y a mí, a nosotros, como salvará al mundo; gata de movimientos silentes, atléticos, felinos. Y te deseo. No sabes cómo te deseo. Porque escuchas cuanto leemos. Porque lo haces en silencio y atenta y discreta en tu límpida elegancia gatuna. Y en esa inocencia tuya, tan animal, tan inconsciente, tan bella y tan cariñosa:

Yo-te-a-mo, Rita.
Por-que-tú-es-cu-chas.

Escuchas al poeta Javier Díaz Gil leer su poemario "Anorexia" arrellanado junto a una chimenea. Cuando recita versos como: "necesito mis lágrimas" o "dentro de mí/ hay un mundo que vigila". "Anorexia" describe la trágica historia de una chica que, antes del final, resuelve renacer. ¿O no...?

Escuchas la voz aterciopelada de Jorge Bucay, que surge del CD que ha traído Piluca y se derrama por unos altavoces, la voz susurrante que nos cuenta dos historias aleccionadoras a medio camino entre la filosofía y la literatura.

Escuchas los versos de la locuaz poetisa corredora de fondo Paloma, que nos dicen que "vale la pena llorar por las tormentas", o que "los pájaros también persiguen ballenas inmensas". Los poemas de Paloma fluyen en dos diálogos paralelos: 1). Con uno mismo. 2). Con otro. David Lerma: ¿has escrito "paralelos"...?, me interrogo. Pero, ¿es que a estas alturas todavía dudas de que esa dualidad no existe, de que en el fondo los diálogos 1). y 2). son el mismo? Hay que ver cuánto te cuesta aprender, David Lerma.

Escuchas el relato de Rocío titulado "Puch Minicross Super" en torno a aquel hierro mítico, aquella motocicleta que unió en el tiempo presente a dos personajes que tuvieron un tiempo pretérito, común y no olvidado. En cada obra de Rocío, en cada nuevo relato suyo, percibo el cuidado que ella pone en lo que escribe, el afecto con que reparte vidas y diálogos y recuerdos a sus personajes.

Escuchas los poemas de Celeste, heterónimo de Pepita Lamas, sus versos como espontáneos torrentes de sentimiento que brotan desde un interior profundamente rico, y que desencadenan el debate final en la sala sobre el uso de la primera/segunda/tercera persona en la escritura.

Por escuchar todo eso, gata Rita, yo te amo.

El reloj marca las dos de la madrugada en el instante en el que nos incorporamos. Es entonces cuando yo pienso que ese jodido reloj miente, como hacen todos los relojes. Son unísonos nuestros agradecimientos a Paloma por su hospitalidad. Pero son pocos, si los comparamos con lo que ella hoy nos ha entregado a cambio. Salimos a la calle, donde encuentro la verdad contenida en uno de los versos que nos ha recitado Javier: "Es incierta la noche". Sí, sí que lo es. Delante de nosotros la carretera se prolonga como el gran útero materno por el que viajamos para volver a la vida. La gran-tor-men-ta-de-mier-da, que es el mundo exterior, se ha escondido bajo una espesa capa de niebla gris, casi londinense.

Primero Móstoles. Después Legazpi. Por último, Getafe.

El final de este viaje es un cama en la que sueño mientras duermo con la posibilidad de volver a vivir la experiencia irrepetible de mis últimas horas de vida.

David Lerma Martínez
12 de diciembre de 2010

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