Su origen es incierto. Hay estudios antropológicos (el más reciente, el de la Universidad de Columbus, Estado de Ohio, U.S.A), que lo sitúan en el barrio de Villaverde Alto (Madrid). Sin embargo, entre los científicos llamados “oficialistas” ha cobrado fuerza en los últimos años una teoría que ubica el origen de esta especie en un lugar a las afueras de la misma ciudad de Madrid, más concretamente, en el barrio de La Alameda de Osuna.
En lo que sí parecen ponerse de acuerdo unos y otros es en otorgar a la especie el nombre de Rascamaneros, gentilicio procedente de Rascamán que, por lo que señalan algunos expertos, aludiría a una montaña o cordillera de un hipotético mundo del que serían originarios los primeros ejemplares. Aunque hay otra corriente de estudiosos que, desde la célebre Universidad de Oichi Bunkyo, en Japón, clasifican a Rascamán como un territorio ficticio, incluso mitológico, algo así como un dios secular a cuya veneración se habrían entregado sus antepasados.
Sea como fuere, los expertos coinciden en señalar las características que homogeneizan al grupo. Resulta sintomático, aseguran, que los Rascamaneros se extasíen ante la belleza de un par de hojas verdes de magnolio, que cualquiera de ellos puede recolectar y traer a su reunión semanal. En palabras del Dr. Oetker, de la Universidad de Lovaina, en Bélgica: “los Rascamaneros son amantes de los libros, del cine, de alguna cena de vez en cuando, sin desdeñar, por supuesto, otras formas de expresión artística”. Se sabe que gustan de reunirse para leerse poemas (como sistema de comunicación, según los psicólogos consultados), que después se entretienen en analizar. De la última sesión, celebrada el pasado día 20 de enero de 2010, a la que acudieron, por orden de llegada Rocío Díaz, Ana González, David Lerma, Aureliano Cañadas, José Mª Herranz y Javier Díaz, han quedado para la posteridad los siguientes ejemplos: Jose Mª Herranz, con un poema sacado de su libro “Los Mitos Incendiados”, del que dejamos aquí constancia gracias a un verso representativo: En densa soledad trabajan las fauces del dragón. O Aureliano Cañadas, de quien se aporta un ejemplo creativo con estructura en verso: Siempre / hay alguien que pregunta por los niños / de Sabra y Shatila.
Lo que sí se conoce con bastante seguridad es que los Rascamaneros no han habitado siempre el mismo territorio, sino que han migrado en varias ocasiones, expulsados por glaciaciones, por el cierre intempestivo de los locales en los que se veían, o por culpa de directoras meticonas de Centro Cultural. El último hábitat conocido les colocaba en el Café Galdós, muy cerca del Congreso de los Diputados. Pero una ola de ruido y escándalo les obligó a huir hacia escenarios nuevos, lo que pareció condenarles a la penosa categoría de pueblo nómada o trashumante, forzado a la búsqueda perpetua de paraísos perdidos.
Actualmente, los Rascamaneros han fijado su residencia en un Café llamado Ruiz, localizado en la calle del mismo nombre. Su nuevo universo tiene puerta de entrada que abren y cierran a su antojo, y que da a un pasillo con perchas en las que se pueden dejar los abrigos, paredes de color crema, espejos de múltiples formas y tamaños (cuadrados, triangulares, rectangulares, romboides, grandes y pequeños), lamparitas de cristal labrado y gran lamparón central de globos esféricos colgando de un techo con molduras. Sillones forrados en tela marrón. Sillas de madera con base redonda y cuadrada. Mesas de mármol. Suelo negro ligeramente descascarillado, que confiere al sitio un aspecto añejo. Y al fondo del todo, junto a una barra ocupada por un camarero que se llama Julián, estanterías abigarradas de botellas que refulgen como luceros.
Los Rascamaneros se alimentan básicamente de café, meriendas del cura con bizcocho de las monjas, agua con gas, ilusiones literarias, pocas certezas, muchas dudas y alguna que otra lectura. Viven sus vidas pero tienen la suya propia en Rascamán. Acuden a su cita con disciplina casi eclesiástica, inasequibles al desaliento, a la lluvia de abril, al asfixiante sopor del verano o al frío muy-cuesta-arriba del mes de enero. Se sensibilizan con las desgracias de sus semejantes, en la misma medida que -y esto, sólo a veces- se irritan: para la tertulia del último miércoles uno de sus miembros, Ana González, elaboró un escrito que trataba de la catástrofe ocurrida en Haití y de las ingentes cantidades de solidaridad e hipocresía mundiales que ha generado. En el Ruiz se informó de que los trasatlánticos de lujo seguían llegando a costas haitianas a pesar de la desgracia, y entonces los Rascamaneros agitaron de lado a lado sus cabezas, chascaron sus lenguas al unísono, y comentaron, no sin pesimismo, que así no se iba a ninguna parte.
Pues sí. Las tendencias más actuales de la sociología moderna se aferran a la circunstancia de que haya días en que los Rascamaneros se comuniquen más a través de la prosa que de la poesía, o viceversa, para dividirlos en dos ramas: la rama de los narradores y la rama de los poetas. Una de las más insignes y premiadas Rascamanera-narradora, Rocío Diaz, leyó en la última sesión un relato titulado “Una carta, llámale de amor”, en la que, con su calidez y ternura habituales, contaba una historia de amor hacia uno mismo, cerrándola con una cita del genial Oscar Wilde: “Amarse a uno mismo es el comienzo de un idilio eterno”. A decir verdad, los Rascamaneros no se ciñen a normas que no hagan referencia estricta al estilo literario. Por eso, Javier Díaz, como miembro más veterano, clausuró el acto dictando cuatro mandamientos rascamaneros que podían considerarse elementales: 1. Evitar los términos abstractos, 2. No utilizar adverbios terminados en -mente, 3. Esquivar las oraciones en pasiva, 4. Huir de los lugares comunes.
Como toda especie que piensa en el futuro y sueña con perdurar más allá de los límites del tiempo, los Rascamaneros tienden a reproducirse con facilidad. En términos biológicos, como ha declarado el Sr. Buitoni, profesor de la Universidad de Milán (Italia), y una de las mayores autoridades en la materia: “puede afirmarse que los Rascamaneros, aunque han tenido sus épocas, son en general muy fecundos. No facundos, que eso es otra cosa.” Sin ir más lejos, en su última tertulia han vivido la felicidad de contar con una nueva incorporación que ha hecho crecer la parentela: Paloma Sánchez.
Nuevos estudios sobre esta especie han sacado a la luz datos significativos que dicen mucho sobre el carácter de los Rascamaneros, y más específicamente, sobre los estrechos lazos que los vinculan. El profesor Casatarradellas, catedrático de PACGSVR (Psicopatología Aplicada al Comportamiento Grupal de los Seres Vivos que Respiran), en la Universidad de Queensland, Australia, destaca el hecho de que al finalizar cada reunión les cueste tanto separarse, y que se queden ahí, en la puerta, hablando de lo divino y de lo humano, sin solución de otra continuidad que no sea la de despedirse hasta el miércoles siguiente. Las tesis del profesor Casatarradellas concluyen que los Rascamaneros son así y que cualquier intento por modificar su conducta produciría el mismo efecto que hacer cruces con el dedo en la superficie de un río. Es decir, ninguno.
David Lerma
24 de enero de 2010
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