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lunes, 19 de octubre de 2009

2ª Jornada/III Año: Miércoles, 14 de octubre de 2009

Bajo la apariencia de tertulia pacífica...


La cita era en un Café llamado Galdós, situado en la calle de Los Madrazo nº 10, en el distrito centro de la ciudad de Madrid, capital de un país –o algo así- denominado España. El mensaje me había llegado por el conducto habitual, un e-mail enviado a una supuesta página de contenidos literarios, que figuraba en internet bajo el distintivo apócrifo de “Rascamán”. Descifré el correo electrónico con idea de averiguar la hora, el día y el mes fijados para nuestro encuentro: 18:00 horas, día 14, mes octubre. En un criptograma adjunto se definía el objeto de la convocatoria, que no era otro que poner en común los informes elaborados por cada agente, fruto de largas y complicadas investigaciones secretas, empleando para ello los modelos creados al efecto: PRS1 para prosa, POS2 para poesía.

Mientras caminaba por la acera bajo un dulce atardecer otoñal sentí que crecía mi excitación. Desde mi partida del planeta Metaforín, haciendo escala en la luna Letrilla, con llegada al planeta Tierra allá por el año 2085, no había vuelto a tener contacto con alguien de mi especie. Por obvios motivos de seguridad aludiré con nombres falsos al resto de agentes interestelares con los que me encontré en aquel local de paredes rojizas: Ana González, Ana Delgado, Javier, Aureliano, Rocío; a los que se unieron, poco más tarde: CarmenFron, Ismael, Alma, Vicente y José María.

Ninguno de los clientes del Café podía sospechar que bajo la apariencia de tertulia pacífica que se iba a celebrar en la mesa de al lado, se desarrollaría en realidad una conferencia clandestina de voluntarios extraterrestres que habíamos urdido un plan para cambiar el planeta Tierra y salvar, de paso, a la especie que lo habitaba, la especie humana, en claro peligro de extinción por culpa de sus pésimos programas de televisión, sus coches que corrían más de lo debido, su egoísmo desmesurado y, sobre todo, sus ambiciones que no llevaban a ningún sitio, por no hablar de sus guerras, sus hambrunas, sus genocidios, sus epidemias y demás catástrofes provocadas por ellos. Difícil, sí. Pero eso era algo que sabíamos todos nosotros cuando nos embarcamos en la nave Sueños con dirección a la Tierra.

La apertura de la sesión corrió a cargo del agente Aureliano. En su informe, Aureliano habló de la relación entre un camionero al que le gustaba Vivaldi y un pintor que se había casado con una burguesita, una mujer terrible que le obligaba a pintar flores y bodegones y que no tardaría en llenar su estudio de amigas a quienes enseñaba al artista como el que mostraba un orangután. Los dos personajes acababan huyendo juntos, después de vender el camión de uno de ellos. Al terminar su lectura, el agente al que he llamado Aureliano, sacó una botella con un líquido oscuro, bajo la excusa de celebrar su cumpleaños. En verdad, su intención era repartir ese bálsamo entre los congregados, sus compañeros, a fin de protegernos gracias al ungüento contra los peligros que entrañaba la misión interplanetaria en la que nos habíamos metido. Después de dos vasos de aquella pócima echados al coleto, comprobé que era cierto que el mundo se veía como un lugar bastante más inofensivo.

La siguiente en leer fue la agente Ana Delgado. En su declaración, Ana trató de hacer una reinterpretación del clásico “Las mil y una noches”, tan desvirtuado y corrompido por la acción de los seres humanos. Entre sus afirmaciones podrían destacarse muchas por su enorme belleza. Sirva de ejemplo la que sigue: “Nunca dejes de contar, nunca despiertes / de este trance que alimenta lo que dices”. No obstante, algunos compañeros coincidieron en señalar cierta ambigüedad en alguna de sus estrofas. A continuación, fue el agente Ismael el que expuso sus conclusiones. Ismael leyó una historia que relataba los problemas de una pareja que desembocaron en su divorcio. Su narración incidía inteligentemente en diversos problemas intrínsecos a la civilización que mis compañeros y yo habíamos venido a salvar, en una suerte de filantropía intergaláctica, problemas tales como la incomunicación o la falta de entendimiento. Mientras, en el Café había ido creciendo el ruido procedente del exterior, que interrumpía a cada poco las alocuciones de los agentes. Vaharadas de humo con olor a tabaco arribaban desde la sala contigua. Sin duda, me dije yo, una nueva guerra iniciada por los terrícolas, tan expertos en tropezar mil veces en la misma piedra.

Seguidamente tomó la palabra Rocío. El texto de la agente Díaz Gómez abordaba otra de las grandes enfermedades que azotaban a la raza humana: el consumismo desaforado. Su dossier tenía por título “Garantía de El Corte Inglés” y defendía, con ternura e imaginación, que las personas podían encontrar al amor de sus vidas durante el período de rebajas en el ámbito hostil de una gran superficie comercial. Alma, la siguiente agente que intervino, bautizada con ese nombre en homenaje a otra de las cualidades que los humanos estaban a punto de perder, engordando aún más las ya extraordinarias reservas de nostalgia en la Tierra, describió en su informe un amanecer en el interior de una sala de hospital, el lugar donde la mayoría de los humanos comenzaban a vivir o terminaban de hacerlo. Estas dos circunstancias, concluyeron los demás compañeros, hoy por hoy estaban muy lejos de poder solucionarse. La última ponencia de la tarde la dictó la agente CarmenFron. Se titulaba “El río Ganges es una diosa” y versaba sobre otra de las grandes obsesiones humanas: la religión, sabiduría ancestral para unos, pura superstición para otros, capaz de unir naciones y provocar conflictos armados al mismo tiempo.

Finalizado el cónclave, pagamos la cuenta y nos despedimos de la camarera, más que nada por seguir guardando esa apariencia de normalidad que nos evitaba contratiempos. Sin embargo, a la salida de la reunión se produjo un hecho que conmocionó al grupo: la agente Díaz Gómez sintió de pronto unos horribles dolores estomacales y no pudo por menos que vomitar el alimento consumido durante el día. Todos los compañeros, incluido yo, nos alarmamos sobremanera; pensamos rápidamente en lo peor: que Rocío había sido víctima de algún tipo de envenenamiento pues sabíamos de la existencia, tanto en el planeta Metaforín como en el planeta Tierra, de una organización radical de opositores adscritos a una corriente de ideas trasnochadas y casposas, que estaba en contra de los vientos de cambio que el colectivo de agentes cósmicos y yo preconizábamos.

Afortunadamente, la cosa no pasó a mayores y la agente Díaz Gómez recuperó el resuello. Todos los agentes nos separamos no sin antes verificar que no éramos objeto de vigilancia o seguimiento alguno por parte de nadie. Antes, convenimos en darnos cita para más adelante, utilizando el conducto habitual del correo electrónico a esa falsa página “Rascamán” que nos servía de tapadera, pudiera ser que para una nueva tarde de miércoles en un Café con el nombre de Galdós, por qué no, en el centro de la ciudad de Madrid, en un país -o algo así- conocido por España, tal vez cuando la grisura del otoño hubiera dicho definitivamente adiós a la última luz crepuscular del verano.


David Lerma Martínez
18 de octubre de 2009

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