Páginas

lunes, 27 de abril de 2009

26ª Jornada/II Año: Miércoles, 22 de abril de 2009

Rapsodas y relatistas en el Galdós

Rapsodas y relatistas son una raza de seres bípedos, cetrinos, de caminar lento y encorvado sobre sí mismo. Parecen todos ancianos, sin embargo resulta difícil, a simple vista, precisar su edad. Se diría que rondan los sesenta y puede que más, dependiendo del momento. Su aspecto deslustrado y giboso durante las primeras horas de día se torna algo más vivaz con el transcurso de las horas. Sobre todo los miércoles. Ese día acostumbran a reunirse en el Café Galdós. Entran apocados, grisáceos y temerosos mirando a un lado y a otro. Se sientan al fondo, al abrigo de la luz, en su guarida. Al rato adoptan formas curiosas en torno a una mesa. A veces dos. Adoran el círculo y sus intersecciones. Sin necesidad de unir sus manos, a diferencia de otras especies, intercambian mensajes. Uno de ellos, al que llaman maestro, Javier, hace de catalizador. Todos guardan silencio. Y no es fácil. Hay pocas cosas tan duras para ellos como eso: guardar silencio. La palabra es la esencia de su naturaleza y les cuesta retenerlas, guardarlas para sí. Se diría que crecen, mutan hacia formas más activas de vida con la conversación. El maestro lee un poema. Al instante su piel se tensa, sus rasgos se suavizan y brillan sus ojos. Han bastado unas pocas estrofas para que su aspecto se renueve. Entonces anuncia: “Mañana matamos al Ángel”. El resto asiente complacido. El Ángel no es de su especie y su hostilidad hacia él es así de abierta y declarada. No les importa proclamarlo, quieren que se haga público. Quieren testigos. Cómplices, al fin y al cabo, de sus palabras contra el Ángel.

Citan la librería Tres Rosas, algo parecido a un semillero de palabras, por lo visto muy fértil, donde acaba de presentarse la revista “Al otro lado del espejo” en la que se aceptan colaboraciones. El grupo se alegra, representa un nuevo lugar en el que poder verter su materia más pura.

Más actualidad: uno de los relatistas proclama que Radio París ha convocado un concurso de relato y novela.

Una rapsoda, Celia, recita atropelladamente dos poemas. Olvida que los silencios cuentan tanto como la letra escrita. Es inexperta y cae en la trampa de dejarse llevar por la emoción desbocada de las palabras.

A continuación, Tomás, rapsoda y quién sabe si relatista, eleva la voz y lee un poema. En él juega a las cartas (baraja española) y gana. Gana mucho. Nuevamente la transformación se produce. Aumenta su talla, el cabello se le oscurece y se vuelve frondoso. Su mirada se aguza y también el resto de los sentidos. No es de extrañar: acaba de sembrar palabras.

Es el turno de Sagrario, rapsoda y actriz, insiste:

“Algunos jueves mataría

a un Ángel negro

que me viste

de sexo y angustia”[…]

Una relatista sugiere sustituir el sexo del verso anterior. Sagrario se opone rotunda.

A qué sustituir el sexo, dice Tomás, evocando a Benedetti,: “Contra la tristeza

y al menor indicio

fornicio”

Sagrario es ahora una adolescente de piel broncínea y suave. Apenas representa doce años. Su blusa de arabescos es la túnica de una vestal, consagrada a la palabra, volátil pero contundente.

Uno de los rapsodas, Aure, de cabello escaso y edad incierta, exclama: “¡Qué bueno es tener hijos! “.El resto no hace demasiado caso, la perpetuación de la especie no debe andar entre las preocupaciones más inmediatas de la mayoría.

Giro en la conversación: Vicente, relatista incisivo, mantiene la teoría de que en España todo el mundo escribe pero nadie lee y puede que aún peor.Ni los que dicen que escriben leen lo suyo. La polémica está servida. Votos a favor y en contra. Parece que más en contra que a favor.

Nuevo giro en la conversación. Temen sobre todas la cosas el plagio, ese pecado imperdonable. Hay que andar con pies de plomo.

Rocío, aristócrata de los sueños lee un cuento. Es extenso e innominado, al menos, por el momento. Trata de un certamen al que se presentan el gato negro de Allan Poe, Moby Dick, Colmillo Blanco y Gregorio Samsa. Resulta muy original. El maestro apunta la posibilidad de introducir una línea argumental paralela. Vicente dice que no le estaría de más algún punto de intensidad ya que por su extensión el relato tiene ya vocación de novela.

Breve pausa en la lectura. Rocío cita el libro “Beatriz y los cuerpos celestes “ de Lucía Echevarría. Le gustó sin llegar a ser una gran obra maestra, dice.

David, otro aristócrata de los sueños, recomienda el libro de José María Conget: “Bar de anarquistas”, una colección de relatos. Algunos anotan la reseña, deben leerlo.

De repente, sin saber por qué, surge un brindis cinematográfico. David brinda por “Vals con Bachir.” Es una película de animación magnífica”,” Pufff”, resopla, Javier brinda por “El frasco”, cinta argentina con Darío Grandinetti. Actor muy bien dotado en cuanto a apéndice nasal se refiere. La reunión se distiende. Rapsodas y relatistas no son inmunes a los efectos de tanto brindis y más brindis:”Lejos de la tierra quemada”,“Déjame entrar”, “Los abrazos rotos”, “Gran Torino”.Con estos dos últimos títulos se abre de nuevo el debate:¿Son verdaderamente tan grandes los grandes, o bien siendo de talla mediana han sido agigantados y ensalzados por la promoción y la crítica indulgente? Hay disparidad opiniones.

Después de tanto desorden, la reunión vuelve a su cauce y lee Vicente, relatista inmisericorde, incisivo e hilarante donde los haya. Al poco de empezar, le piden que eleve la voz pero él se niega. No quiere que dos señoritas de vida alegre, próximas al grupo, le oigan. Se equivoca: si le oyeran tal vez su vida sería todavía más alegre. Por fin, prosigue. El cuento es un cruce entre la telebasura y el surrealismo menos puro. No apto para menores, por supuesto. El esqueleto de la historia consiste en que un buen día un tertuliano de éxito televisivo descubre un boquete en el meollo de su cabeza. Melquiades, su siervo, le asiste en ese trance. Vicente consigue, de nuevo, provocar la sonrisa y el desconcierto general.

Rocío, ebria de historias, relatista incansable, lee de nuevo. Tiene la intención de presentar su cuento, “Los alcorques” a un concurso titulado “Mujeres construyendo la ciudad”. La historia es cercana, conmovedora. Sólo un jurado ciego podrá ignorar su originalidad y ternura.

Es hora de marcharse. El maestro impone la tarea. Habrá que conjurar al lenguaje y escribir algo, lo que sea, sobre la frase: “Cuando soy feliz bailo descalza”.

Rapsodas y relatistas se van levantando, enfilando la puerta del Galdós. Comienzan a despedirse. Este acto anodino les empequeñece. Sus columnas, retráctiles van acortándose. Su piel se resquebraja. Van perdiendo el esplendor de hace tan solo unos minutos. Salen al exterior. Dentro de nada cada uno volverá polvoriento y cansado a su morada .Seguirán soñando mundos paralelos.



Celia Cañadas
25 de abril de 2009

No hay comentarios: