A la mar, a la mar, marineros
Tras derrotar a la delincuencia organizada, la tripulación vitoreó a la poetisa Eugenia,
que mostró gran habilidad en el manejo
de la espada, consiguiendo expulsar a varios delincuentes de cuello blanco que
intentaron abordar nuestro navío. Eugenia, mostrándonos su cariño y agradecimiento argentinos por tantas
aventuras compartidas, se despidió de nosotros, dejando la huella de su acento
porteño y de su amplia sonrisa que atraviesa los océanos.
Gracias, Eugenia, hasta tu vuelta a bordo.
A continuación una nueva marinera, Isabel Pérez, nos
leyó el poema:
Emigrante
“Mientras esperamos en el anden
con los dedos haciendo tenaza pálida.
(…)
Este algodón reseco, este yo vacío.
(…)
Hasta las simientes insignificantes
necesitan tierra sin intermediarios.
(…)
A nadie le gustan las cosas
fuera de su sitio.”
Muy bien.
De repente, un inesperado golpe de mar hizo zozobrar
el barco entre enfurecidas olas que se
estrellaban contra el casco del navío produciendo un estruendo que hizo
crujir los oxidados clavos de nuestro maltrecho galeón , haciendo rodar a la marinería entre barriles y demás enseres
propios de la piratería. Mas, afortunadamente, el soplo de Poseidón duró unos
minutos y tras recuperar el mar la calma, Isabel Morión nos habló emocionada
de un poeta perteneciente a la Teología de La Liberación, Pedro Casaldáliga,
leyéndonos un hermoso poema del que entresaco algunos versos :
A la muerte
“Yo la cogí en las sombras muchas veces
(…)
Se que vendrá…
(…)
Vendrá. Saldrá de mí, la llevo dentro.
Siempre tan cercana, y tan íntima.”
Muy bien.
A continuación, Isabel nos leyó un poema en recuerdo del poeta persa Omar Khayyam:
“(…)
No es posible encender
la mecha consumida.
Amar la vida siempre,
olvidar los rencores,
gozar con los amigos
(…)
Vivamos los momentos
con lúcida alegría.”
Muy bien Isabel, todo un canto a la vida, a su
generosidad y belleza. Estupendo.
Murmullo de la tropa, amortiguado por un campanillazo de Javier, señalando el desorden que el vendaval había
dejado en cubierta. Con voz ronca ordena:
-Recoged los barriles, la pólvora, los cachivaches, enseres
y demás objetos, que las huestes de Neptuno han esparcido por cubierta.
¡Vamos!., pandilla de haraganes.
Entre gruñidos, la piratería inició el baile de
recogida, soltando tacos por doquier contra los dioses del mar y sus amigos del Olimpo. Ni Zeus se salvó de
los improperios lanzado por Aureliano, clamando contra los elementos
desbocados, que hicieron huir despavorido a su querido gatito que entre
maullidos y fu, se había alojado dentro de un barril que ante los
requerimientos de su dueño salió ronroneando y tras acoplarse en un cómodo cojín escuchó atentamente a su dueño
recitar el poema
de su magnífico
libro Circus de próxima aparición:
La amazona
“ Quién si no se podría leer
en la tristeza de tus ojos.
(…)
Algún día,(…)
los dos escapamos, los dos solos
en busca de las verdes,
las lejanas praderas del amor.”
En estas y en otras, Juan Calderón, tras
desembarazarse de una enorme caldera, no
sin ímprobos esfuerzos, nos obsequió, como para relajarnos, con dos poemas
humorísticos-eróticos:
Carretilla de Jardín
Poema en el que se describe con precisión el amor en
una carretilla:
“
(…)
El ritmo se
acelera
entra y sale el deseo
hasta que la naranja de la luna,
gota a gota les vierte
el zumo del placer sobre los rostros.
(…)
La mujer rubeniana pide más,
pero el pobre tirillas
cae al suelo,
partido
por un lumbago atroz galopante”.
En el poema de la Mujer
Fruta, nuestro poeta nos describe el encuentro amoroso de una bella mujer y un vejestorio que tras la
faena, y ya muy lejos del escenario, se da cuenta de que se quedó sin dentadura,
mientras la dama juguetea sexualmente con ella:
“mordiéndose a sí misma con deleite
se encabritó el deseo entre sus piernas
y empezó el meneíto nuevamente”
Mientras tanto, Juan Bautista, ajeno a las justas
poéticas, forcejeaba con un cubo de plástico que el vendaval había insertado en
su gloriosa cabeza, situación de la que salió airoso gracias a mi oportuna
intervención que, echando mano de las leyes de Newton, hice que el dichoso cubo
no siguiera adherido a nuestro héroe, cual cruel ventosa.
-¡Ya está!- le dije.
Un sonoro gruñido fue muestra de su agradecimiento porque esa es la forma de expresar sus sentimientos de este héroe de
pacotilla que, como si aquí no hubiera pasado nada, tras recoger su bastón, nos
narró el siguiente episodio de su interminable novela en el que nos cuenta las
aventuras de Fidelito, en la que describe un genial regateo con la propina protagonizado por Fidelito y la tacaña
revolucionaria Doña Caridad, y otras aventuras referidas a la revolución
castrista.
A Continuación,
Carmen nos leyó el micro relato De noche, en el que nos da cuenta de un asesinato mediante arma
blanca; pero según los críticos le falta el cierre con algo sorprendente.
Tarea pues, Carmencita.
Mientras tanto, José
Antonio Carmona forcejeaba entre sus ropas, tratando de pescar las
sardinas, que las embravecidas olas introdujeron en sus interioridades; cosa que tan singular caballero tras desigual
combate consiguió. ¡Jamás en los hechos de caballería se vio tal arrojo y tenaz
esfuerzo! ¡Jamás, vive Dios! Asombrados se quedarían Don Quijote y Sancho ante
semejante hazaña. ¡Y con qué soltura arrojó los pequeños diablillos a los
Océanos! Digno de ser inmortalizado por
Velázquez; mas desgraciadamente entre los rudos marineros, como mucho, revoloteaba patizambo un pintor
de brocha gorda.
Arrojados los hijos de Neptuno, José Antonio nos leyó
el poema de amor Ladrona sin sentido del
silencio:
“ Admiro la palabra que acaricia
(…)
Me gustan aquellas que se dicen
y no estorban al silencio.
De las otras, que son puñales
(…)
no las quiero
son cicuta del cariño.
(…)”
Y luego un poema de desamor muy gracioso en el que
describe la soledad y el encuentro con una dama:
“Llegué al pretil de un puente.
Miré al río.
Me asomé loco al vacío
Ufff (…)
Y en ese momento pasó
una turista alemana
(…)
Hablo idiomas
me operé de carcinoma
que fue mi primer amor.”
Javier, tras ordenar que terminasen de recoger
determinados enseres, nos leyó unos poemas muy buenos del poeta Jesús Aparicio.
Basta con recordar el verso:
“ el lenguaje construye tu casa”.
Para embriagarse.
Por cubierta deambulaba Alberto que al parecer sufría
los efectos de las olas con un cierto retraso y en un tris estuvo de lanzarse al mar.
Milagrosa fue la intervención de Javier que con su garfio le recondujo hasta
hacerle sentarse en un barril mientras el infeliz balbuceaba monosílabos
referidos a una tragicomedia que está escribiendo en la bodega del barco entre
lingotazo y lingotazo. Una pena. Dejémosle descansar y prosigamos con las
andanzas de la marinería, encarnadas en los magníficos microrrelatos de
nuestra galleguiña Ana Gonz:
La misma historia, en el que se relata
la encrucijada en que se encuentra el
protagonista todos los marzos: estrangular o no estrangular a su mujer,
entremezclando su falta de decisión con impulsos suicidas.
Desde hace 15 años no se atreve a matarla.
En el microrrelato Muñeca, nos relata de forma
magistral el cariño de Ana por las muñecas de trapo y su relación con el
estraperlo en aquellos tiempos de Maricastaña y de brazo en alto.
Estupendo Ana, que las
meigas te sigan protegiendo.
Por su parte, la nueva compañera de tertulia,
Cristina, nos lee una entrañable carta de amor, un trágico Sueño de amor, en el que el protagonista abraza con pasión a la
amada llenando el relato de fuerza y pasión, que se interrumpe con un
despertar abrupto en el que el personaje se encuentra abrazado a su soledad y
el recuerdo de la amada.
Conmovedor.
Por mi parte, medio patizambo por efecto de un
calambre, forcejeaba con mi destartalada pierna, que apenas me dejaba poner atención
a las cuartillas en las que había escrito el poema Canción de gesta:
“En el cajón de la izquierda
un autómata anota con precisión
los 3300 números correspondientes.
Se seca el sudor
y otros 3300 números.
grabando en la sombra continua “
Otro calambrazo, compañeros me dejó turulato.
¡A la mar, a la mar marineros!
3 de marzo de 2020
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