La primera Tertulia del nuevo curso: "No podemos cambiar de pasión"
“El tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar Benjamín. No puede cambiar de pasión”. Decían en El secreto de sus ojos, con ese acento argentino que también despierta pasiones encontradas.
Y pasiones encontradas fue lo que tuvimos nosotros ayer. Nosotros, que somos esos tipos que tampoco pueden cambiar de pasión. Nos gusta jugar con las palabras, doctor, nos gusta Padre, nos gusta querido o querida, nos gusta mucho, qué vamos a hacer… Y nos gusta tanto que aparcamos nuestra vida para reencontrarnos una tarde. Tanto que apenas nos tomamos vacaciones, y si nos las cogemos (y utilizamos este verbo porque somos unos tipos españoles que no argentinos) queremos volver a nuestro secreto.
Ese secreto que se esconde tras los ojos y a veces se traduce en versos como los de María Juristo, Paco Fenoy, Cinta Guil, Mariana Feride, Javier Díaz Gil, Ismael Istambul, León Cano, Aureliano Cañadas, Isabel Morión, Alma Pagés, Amelia Peco y Ana Gonz. O se traduce en prosa como la de Carlos Tejado, David Lerma y la mía, Rocío Díaz. Los que nos reencontramos ayer.
Algunos hemos cambiado de cara y llevamos el pelo más corto o estamos más morenos mientras otros se han mudado de casa. Algunos en este tiempo cambiaron de familia y de novia, de religión o incluso de dios que pasan tantas desgracias que estamos descreídos. Pero hay una cosa que no podemos cambiar, no podemos cambiar de pasión.
Como contrabandistas de la palabra tenemos un sótano donde conspiramos los miércoles. Nuestros compinches son los dueños de la Santander que nos prestan un lugar a salvo del ruido y la rutina para nuestros trapicheos con el lenguaje.
Con qué alegría también conspiramos ayer, miércoles ¡cómo no!, 25 de octubre y festivo en nuestro particular calendario, contándonos de la vida y la ficción.
Y escuchamos un relato sobre la sombra de la sombra, mientras nos sobrevolaba el eco de unos haikus penibéticos. Escuchamos “Razones que prometen” antes de degustar de nuevo al Lorca de “Cielo vivo”. Para terminar desgranando declaraciones de intenciones literarias para este nuevo curso en forma de futuros poemarios de soledades e infinitud.
Y aprendimos que existe un lugar especial que se llama “Tintoreri” donde se despachan tintos y tonterías a granel. Mientras nos conmovía la nostalgia que destilaba un “Final con olor inocente”.
Y descubrimos al nuevo Premio Nacional de Poesía, que se llama Julio Martínez Mesanza y tiene una de esas intrahistorias que nos gustan tanto. Tanto que inauguramos el “trastantismo”, cuyo principal precursor del movimiento resulta que tenemos la suerte de que sea compañero nuestro. Mientras se nos desmandaban los ángeles de la guarda pues ayer pillamos a uno masturbándose mientras nos escuchaba… ¡Ay de quién será que así le guarda!
Y ahí en nuestro zulo compartimos revistas literarias como Troquel, o nuestros nuevos poemarios como el del Rap, como el de las Conjugaciones. Y queremos visionar cortos, hacer exposiciones y recomendar libros, pero ayer, y solo ayer, terminamos hablando de los incendios y la mala gente que comercia con la desgracia.
Escribir y escuchar, aprender y descubrir, enseñar y compartir. No tenemos remedio. Y no es ni vicio ni enfermedad. No es exceso de tiempo ni falta de obligaciones, que somos tantos y tan distintos que de todo tenemos. No es eso. Porque bien lo decían en El secreto de sus ojos: “aquel tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar Benjamín. No puede cambiar de pasión”.
Como nosotros. Nosotros somos esos tipos que han vuelto a las andadas y desde ayer, festivo en nuestros calendarios, estamos de nuevo trapicheando con la palabra en el sótano donde conspiramos. No es vicio ni enfermedad. Es solo que no tenemos remedio. Lo que tenemos, bendita sea, es una pasión.
Rocío Díaz Gómez
26 de octubre de 2017
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