Todos hemos subido, en la época de colegio, al autobús del Ruíz. Recuerdo que jugaba con mis amigos a las adivinanzas y a cantar aquello de: ”Fulano come pan en la casa de San Juan. ¿Quién yo? Sí, tú. Yo no fui. Entonces ¿quién?” Era nuestro juego favorito en las excursiones. Y nos poníamos a decir nombres en el autobús que nos llevaba de un lado para otro. Sólo que aquí no conocía a nadie. Eso sí, cuando buscaba asiento, dos señoritas me saludaron cordialmente; las dos llevaban unos mantoncillos sobre los hombros, y parecían conocerme de toda la vida. Me puse junto a ellas, y el tema de conversación, como no podía ser de otra manera, era este:
-¿Hace un poco de frío, verdad?- dijo la chica morena. Supe después que lo suyo era el relato y la prosa, tenía mucha presencia. De su boca, sonaban frases hilvanadas y a tono…”No perdamos el tiempo…” y nos leyó algo de un poema social de Gloria Fuertes. Me vino a la memoria aquello de: “Las tocas de Doña Leonor, a los montes cubren y a los ríos no”. Parecía que íbamos a jugar a las adivinanzas, pero a lo mejor, íbamos a contar mentiras.
-Ya estoy mejor del constipado-dijo la del pelo rubio y rizado, lo he tenido “fuertecito”. Llevaba un bastón distinguido, que le daba clase y majestad, y era una auténtica “Mujer de la lluvia”. Empezó a hablarnos de que “Cruje la osamenta”, y de que “Las escaleras de madera crujían…” No supe lo que quiso decir, pero el autobús se puso en movimiento, y al cabo de un tiempo, se incorporaron más viajeros.
Subió un señor con un jersey amarillo y con botones, también llevaba lentes (¿quién sería?) Hablaba de dos antiguos personajes y de un libro acabado recientemente (¿Rufino? No, este era un personaje de su obra) No sabía a dónde iba, pero comentaba que “Cuando me hallo en la sierra…” y continuaba recitando versos, comprometido con el sur. Pura cadencia que dan los buenos poetas: paisaje/viento/obstáculo/turbación. “Una tarde sin paisaje…”
En esto, se incorporó un señor delgado, que acababa de conseguir trabajo como profesor. Simpático y con ojos azules. Yo le solté que era un academicista. Espero que no se molestara…
-Profesor particular, eso sí, pero hago lo que me gusta.
Fue curioso porque, al rato, comentó que había contactado con el señor del jersey amarillo, y supuse que habían quedado para ir a algún sitio (qué casualidad, se conocían…) Cuando el autobús se paró de nuevo, una señora de buen porte –luego supe que lo suyo era la escultura y las Bellas Artes- con fuerte acento y muy dicharachera (creo que se llamaba Leo) se unió a la conversación, diciendo:
-Parada de caballo andaluz, arranque de borrico manchego.
Nos miramos los unos a los otros, intentando descifrar aquello, pero luego, señaló que el higo favorecía la impotencia, señalando a una señora que había subido antes al autobús, y que llevaba un bol de higos. El profesor, uniéndose al cotarro y señalando a esta -una señora afable que había estado recientemente en Cuba-, soltó que el aguacate la favorecía. (¿?) Esta, sin hacer mucho caso, nos invitó a los higos, y de paso, nos recomendó algo para leer: “El arte de no amargarse la vida”. Por último, la escultora me lanzó una perla (o dos):
-Eres casi un insulto.
Toma ya. Eso lo decía porque me puse hablar en voz alta y recitar un poema –visto el panorama- titulado “A la esperanza”, y en la que decía “A la esperanza hay que darle un cobertor y una bolsa de alimento”. La señora, Leo, que no lo tomó a mal, nos recitó un poemilla sobre el Caganet. “Fun fun fun…” y yo entendí: “Las luciérnagas custodian el sueño del estanque…” Anda que yo… Supongo que la solución era otra, pues nos pidió que hiciéramos, de aquí a Marzo, frases sobre Caperucita y el lobo. En fin, que el viaje no podía ser más divertido.
En esto, se incorporó un señor, leyendo un tablet, coordinador de no sé qué tertulia, y al ver la conversación animada que había nos leyó “La puerta de Tanhâuser”, pero claro, era dificilillo, pues adivinar lo que quería decir con “Patroclo aún no ha muerto…”o “Arden las cóncavas naves…”, en ese contexto, se me antojaba cosa menos que imposible. De pronto, de su boca sonó algo así como “Nadijda Tolokonnikova”. Mmm, me lo apunté, ¡eso había que investigarlo!
Todo esto ponía en la hoja de papel que se le cayó al viajero que leyó lo de la esperanza. En la parada del autobús Ruíz a mitad de trayecto se apeó y no volvió a subir. Vi cómo cayó al suelo esta página mientras se ponía el abrigo y recogía sus cosas. No se dio cuenta de la pérdida. El caso es que yo le veía tomar notas pero no supe lo que era, hasta que leí esto: estaba anotando nuestra conversación.
De contar mentiras le parecía que iba a ir el viaje pero esta segunda parte no fue así, por eso me pareció divertido continuar anotando yo lo que ocurría. Los viajeros parece que fuimos tomando confianza y se atrevían a desvelar sus proyectos y a darse consejos unos a otros.
Un señor con aspecto de hidalgo que no se quitó la bufanda nos confesó que aún padecía los últimos coletazos de una bronquitis. Para conjurarla nos leyó su "Conjuro de Merlín para que Arturo entre en calor" de su poemario inédito "El libro de la yerma floresta".
Un chico moreno y con recortada barba confesó que él no había traído al viaje textos suyos para leer y que estaba cansado y entonces la dama de la lluvia adoptando un tono casi maternal le dijo "escribe, que tienes que tener ganas de escribir y no trabajes tanto..."
El chico moreno desde las últimas filas del autobús a media voz lanza sus buenos propósitos: "tengo el firme propósito de escribir un relato al mes".
Surge la conversación entre los viajeros sobre expresiones populares: "como chupa de dómine", "como puñalada de pícaro"; y algunas palabras, localismos, como "miaja", "apechusque", "viruje".
El muchacho delgado de ojos azules, el que confesó que era profesor, se pone de pie y sacando dos folios nos lee sendos poemas: "Tengo los ojos ardiendo" y "Venciendo el pudor".
El grado de confianza era cada vez mayor. La chica que leyó el poema de Gloria Fuertes lee de nuevo en voz alta los poemas del chico delgado.
Quizá por aquello de los localismos de hace un momento, el caballero que parece un hidalgo manchego nos suelta de sopetón: "A José Luis Cuerda lo conocí con pantalones cortos en Albacete. En el Thyssen dará una conferencia dentro de la exposición del "Surrealismo y los sueños".
Me como un higo seco que la muchacha de acento extremeño vuelve a ofrecer, mientras lee una serie de aforismos:
" Te da miedo
y huyes y malgastas
el tiempo que la vida te ha dado".
"No hay solución posible
para aquel que no pisa
firme el suelo".
El autobús del Ruiz está entrando en la estación de destino. Casi tomando la última curva una muchacha rubia de acento gallego nos lee un microrrelato de 200 palabras.
Escribo todo esto y aquí lo publico con la esperanza de que el muchacho que leyó un poema dedicado a ella, a la esperanza, lea lo que ocurrió después de su marcha.
¿Volveremos a encontrarnos en el autobús del Ruiz?
Estoy convencido que todos estos viajeros llevamos el mismo camino.
Javier Díaz Gil/Federico Monroy
10-13 de diciembre de 2013
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